Me llamo Sandy, Sandy Milisu y vivo en Asturias. Tengo 26 años y nací en una aldea de Tanzania. Sí, soy tanzano, uno de los pocos emigrantes tanzanos que hay en España. Llegué con mi mujer Sharahy el año pasado, aunque nunca podría sospechar que dos años después de nuestra partida acabáramos así, en esta noche, con mi mujer ingresada en un hospital.
Me encuentro en la sala de espera del hospital Valle del Nalón, de Langreo, y me acaban de dar la noticia de que mi esposa acaba de parir un niño, el hijo que tanto ansiábamos. No sé qué pensar, tal vez me estén engañando, porque cuando no tuve más remedio que llamar a los servicios de urgencias, ella me dijo, derramando unas leves lágrimas por su hermosa cara de ébano, que su alma, su cuerpo en conjunción con su espíritu –representado por la extraña figura que desde siempre llevaba colgado de su cuello, el “om” –, en forma de nube de luz, iba a retornar a las cumbre del Kimbo, como les habían enseñado un monje hindú llegado a Tanzania muchos, mucho años atrás. Asimismo me dijo que nuestro hijo sobreviviría porque los espíritus bondadosos de la sabana, donde se oyen los murmullos del león en los atardeceres, así lo habían querido.
Yo no sabía qué hacer anoche... hacía una semana que nos habíamos instalado en la pequeña casa, muy parecida a la de nuestra amada aldea a las afueras de Moshi.
Partimos desde Tanzania, al poco tiempo de casarnos, a través del infierno de la frontera entre Burundi y Uganda —fuimos testigos de una ejecución con machete en una cuneta a las afueras de Kigali— y la selva del Congo, a bordo de un camión de troncos de eucaliptus, hasta la misma costa del océano... donde pensábamos dar el gran salto en busca de un futuro mejor...
No sé que pensar, me encuentro confundido... no es ésta la suerte que yo iba buscando: cuando estábamos a punto de ver el final del túnel, Sharahy se puso de parto, y como buena masai, se empeñó en parir sola. Y yo que la hice caso, a pesar de que los servicios sociales de Siero, conociendo nuestro problema, ya me habían proporcionado un celular con el número 112 memorizado. En nuestra nueva casa, por fin nuestro hogar, he estado yendo y viviendo, nervioso, sin saber tomar una determinación, con mi mujer en el suelo, repitiendo y reviviendo los partos de nuestro pueblo, trayendo al mundo a un pequeño masai, nuestro hijo, nacido lejos de la sombra del padre Kimbo, y ella, sonriéndome, me decía que la cumbre nevada que también se veía desde nuestra casa española era también buena para servir de sombra, y protegernos de los vientos. Y yo pensaba anoche, hace apenas una horas, que efectivamente esta montaña podría servir, iba a servir, de consuelo para que ella, mi dulce esposa, mi princesa masai, mi reina de la sabana, la portadora del alimento para nuestro hijo, nuestro primer hijo, pudiera olvidar siquiera por algunos instantes, mientras preparase la comida —echábamos de menos las tortas calientes de mijo y el yogur de leche de camella con dátiles— que su hogar era la sombra protectora del eternamente vestido de blanco Kimbo, y que su orgullo y su privilegio sería, aun a 6.666 kilómetros de distancia, sentarse al atardecer, acunar al hijo mientras suavemente acariciaría entre sus dedos, hasta abrillantarlo, su sagrado símbolo om, y sentir el rumor de la planicie con sus miles de especies vagando de un lado a otro en busca de alimentos. Justamente lo que nosotros, dignos hijos del orgulloso pueblo masai, habíamos necesitado hacer.
Pero, a lo largo de la noche en que el pueblo que nos ha acogido celebra la venida de su Dios encarnado en un niño nacido 2005 años atrás en tierras lejanas, en la noche en que las guerras a lo largo y ancho del mundo por unas horas han cesado, yo, Mili, me encuentro esperando ansiosamente que alguien me diga que otro niño, mi hijo, ha llegado al mundo en esta tierra de acogida, asturiana y española, y que su madre, mi querida esposa tendrá la suficiente fuerza para alimentarlo como buena madre masai.
Las horas pasan, y mi mente vaga, caprichosamente entre mi pueblo, en la falda del gran monte africano, y esta pequeña y brava tierra, cuando arribamos a sus costas y fuimos recogidos por musculosos brazos, arrebatándonos al embravecido mar, proporcionándome un documento y donde por vez primera en nuestras vidas, alguien escribía unos nombres dándonos la categoría de personas. El viaje, una vez llegados a la península desde Las Guanches, comenzó con un periplo en Andalucía, en Jerez, como cuidador nocturno del zoo, donde me reencontré con animales que posiblemente había visto pasar galopando por las llanuras. Luego fue la fresa en Huelva, la venta ambulante en las playas y ferias mientras Sharahy cuidaba de los cuartos alquilados como si de las mejores mansiones del mundo se tratase. Dejamos el sur y viajamos hacia el norte, intentando pasar la frontera y llegar al Reino Unido de la Gran Bretaña : así pues, Salamanca, León, y en ruta al puerto de Santander, un “providencial” accidente de tráfico nos retuvo en Asturias. Hasta hoy.
Sharahy comenzó a sentirse mal a última hora de la tarde de ayer, mientras en las calles del solitario Siero la nieve comenzaba a caer, nevada sobre nevada, y las familias se reunían para festejar su Navidad. Cada vez se encontraba peor y ya fue imposible salir y pedir ayuda. La noche había caído y sobre medio mundo resonaban las palabras PAZ y FELICIDAD, aunque sobre mi la sensación era de SOLEDAD.
Soy negro, tanzano, mi idioma es el suahili, algo de inglés, y comienzo a defenderme con el español; me encuentro a la espera de un prometido trabajo como guarda del parque nacional Picos de Europa, en tanto he de aguardar en este pueblo viviendo de la caridad estatal, algo que me repele, porque no quiero caridad sino trabajo.
Eran las cinco y treinta de la mañana... el hospital está semivacío...la noche ha transcurrido en calma... la gente duerme plácidamente, rebosante de felicidad, cuando un médico pidió hablar conmigo. Serio, circunspecto, me comunicó que el niño —mi pequeño guerrero masai— está en perfectas condiciones aunque me dice no sé qué, no logro entender, de completar la gestación. Sobre la madre, me dice compungido, tal vez con forzada tristeza, que no ha logrado superar la masiva pérdida de sangre y que ha fallecido, debido a la tardanza en “llegar al hospital”.
Mi rostro, negro como las noches de África, sirvió de madre tierra para las lágrimas que la fecundaron. Mis ojos se anegaron con ellas.
Me hubiera gustado blandir la lanza que dejé allá donde susurra el león.
En aquel momento hubiera dado mi vida y salir y danzar los movimientos rituales saltando, como hace mi pueblo, en honor a Ngai, dios negro, dueño absoluto de la vida y de la muerte. Y vestir mis ropajes masai en honor de mi amada esposa.
Pero no lo hice. Y no lo voy a hacer.
Mi hijo está adentro y lo necesito.
Había pasado la medianoche. Mi mujer estaba inerme y por fin conseguí marcar las teclas, 112, del teléfono celular. No más de quince minutos después, sobre el negro cielo, apareció un enorme pájaro agitando sus enormes alas metálicas y dos enormes ojos fulgurantes. No me resultó ajeno, rememorando cuando en mitad del océano dos enormes artefactos similares se situaron sobre nuestro cayuco y los cien ocupantes —fugitivos del hambre, viajeros de la miseria, buscadores de las esperanzas— rompimos a llorar y a aplaudir al mismo tiempo.
Ahora, anoche, fue lo mismo. Cuatro hombres, parecidos a guerreros masai, de rojo, recogieron a mi esposa con el mismo afán que si salvar su vida les supusiera salvar el mundo. Nos elevamos sobre la tierra asturiana, verde de praderas, blanca de nieves, feraz, tierra madre de acogida, bravía, de montañas queriendo aparentar mi Kimbo lejano y amado, y temido, y nos elevamos al cielo, en busca de salvación para mi familia, para mí.
Todo ha sido en vano.
Esta noche ha renacido el Dios Niño de los cristianos. Pero mi niño se debate aún por vivir, y mi mujer... se ha marchado. Era cierta su premonición. Su espíritu debe viajar hacia la colina de acogida de Kimbo, el Kilimandjaro. En la llanura de la sabana africana el impala, a toda velocidad tratará de arrebatar su espíritu, pero la montaña es más poderosa y lo retendrá eternamente.
Esperaré a mi hijo y consultaré a Ngai qué hemos de hacer. Amanece. El ciclo de los días y de las noches se cumple, se cumple como se cumplirá por siempre.
Ensimismado en mis pensamientos no me doy cuenta de que una mano se posa sobre mi hombro. Miro y me cruzo con la mirada limpia de un ángel de blanco, de una hermosa mujer jovencísima, que me invita a entrar.
—Vamos, entra hombre, la mañana es fría, ¡por Dios!, y es Navidad. Tu hijo ha nacido —me dice con una limpia sonrisa.— Me llamo Ana, y soy enfermera del hospital. He asistido al parto. Tu hijo es muy guapo...¿como lo vas a llamar?
—No sé — le contesto pensando en el nombre de mi padre o de alguno de mis abuelos, o tal vez en alguno que evoque alguna deidad masai.
—Mira, hemos pensado la gente de mi turno que le podías imponer Pelayo Enmanuel. —Los ojos color de miel de Ana me miran fijamente y su sonrisa dulce me envuelve tiernamente, mientras pone en mis manos el amuleto que hace pocos minutos ha desprendido del cuerpo de Sharahy. —Dime... ¿qué te parece?
Todo ya, me parece indiferente: mi hijo en una celda de metacrtilato, mi mujer en una cámara refrigerada. Mi vida no tendría sentido si supiera que las laderas del Kilimandjaro no retienen el espíritu om de mi esposa.
Pero la vida, dicen, debe continuar. Las enfermeras me desean feliz Navidad mientras todas y cada una me va besando. No estoy, dicen, solo, aunque para mi la existencia se ha transformado durante esta Noche. Al salir del hospital, no puedo dejar de mirar hacia el sur, allá donde a buen seguro mi esposa ya forma parte del alma del monte Kilimandjaro. Mi esperanza es que ella forme parte, para siempre, de sus nieves perpetuas.
Ana, la enfermera, se ofrece a acompañarme. No quiere dejarme solo.
F I N
INFORME 1
Sharahy (no constan apellidos) nacionalidad: Tanzania.
Domicilio: Siero. Asturias. (No consta domicilio).
Ingreso a las 00,43 h.
Parto a siete meses. Placenta previa.
Varón nacido prematuro. 2,250 Kg . Raza negra. Inclusión en incubadora.
Parturienta: Ingreso con fallo renal. Fallo hepático. Fallo pulmonar. Fallo multiorgánico.
Fallecimiento, Éxitus, a las 4.37 h. por septicemia generalizada. Se realiza autopsia.
Langreo, Asturias, 25 diciembre 2005.
El jefe de guardia del Servicio de Neonatología. Hospital Valle del Nalón.
Dr. D. Fernando Castuela Méndez.
Se da cumplida cuenta, a los efectos oportunos, a la Consejería de Vivienda y Bienestar social del Gobierno del Principado de Asturias.
INFORME 2
Embajada de España en Tanzania
99, Kinondoni Road
Dar-Es-Salaam
Informe de nuestros servicios de información, en relación a la solicitud del Servicio de Extranjería del Ministerio de Asuntos Exteriores.
“Sandy Milisu abandonó la aldea de Miimba a finales de mayo de 2003, con 23 años.
Sus padres no han tenido noticias de dicha persona desde entonces.
En cuanto a la referida, Sharahy, ninguna referencia consta en nuestras pesquisas, aunque seguimos indagando.
PD: el padre de Sandy nos relata un extraño fenómeno ocurrido del que fue testigo directo: manifiesta haber notado un intenso reflejo luminoso, en forma de nube que se adentró en su cabaña, ‘lo envolvió todo’ y después de brevísimos segundos se desvaneció, alejándose en dirección Este, hacia la cima del monte Kilimandjaro, mientras comenzaba a amanecer.
Se relata el suceso dado que según consta en los informes, una fecha y dos horarios son extrañamente coincidentes: 25 de diciembre de 2005 y las 6,37 h (4:37 hora peninsular española)”
Nota del autor:
Esta historia me fue trasmitida a lo largo del presente año por mi amigo George M. Los hechos, circunstancias, fechas y cronología, el om (que me regaló) —símbolo sagrado de la religión hindú, fuerza de pura armonía, emblema de la unión del espíritu y la materia, unidad con lo supremo, control de lo existente y lo no-existente— que prendía del cuello de su mujer y que adjunto al relato y a los informes oficiales, todo, todo, es absolutamente genuino, excepto la recreación de los nombres propios de personas y lugares.
El cordón, por motivos obvios, es nuevo.
Huelva, 22 diciembre 2006 16:00 h
(Dedicado y enviado a Joana Fernández Díaz)
7 comentarios:
Ángeles Caso ha ganado en Premio Planeta de Novela 2009.
Asturiana, la escritora narra las vicisitudes de una inmigrante.
Yo, humildemente lo digo, me adelanté a ella.
Enhorabuena, Ángeles
Wow, impresionante fragmento José Antonio. Gracias por pasarte por mi blog, he estado viendo los tuyos y me gusta, te parece bisn si te agrego?
besos desde México lindo y querido
Hola!!!! mil gracias por pasarte por mi blog y dejarme ese comentario...Para mi es un honor muy grande saber que cada dia hay mas huelvanos que se pasan por ahi, gracias de verdad.
Yo tambien estoy conociendo a muchos blogs super interesantes a traves del amigo Pedro, que buena gente es, verdad???? al menos por internet lo es...jajajaja.
Pues nada, que gracias y que me pasare por aqui de vez en cuando si usted me lo permite...
Besitos
Eaaaaaaaaaaaaa...!!!
Ahora resulta que acusan a Ángeles Caso de plagiar el título de su novela premiada... Hay que ver qué malísima es la envidia...
Hola, hola, mis amigas blogueras me adelantaron. Habrá cosa mas lista que las mujeres. Menos mal de Dios, puso a seres inteligentes en este planeta al resto de los humanos, los varones, nos puso demasiados encrespados y violentos, de hay tanta arma y tanta guerra.
Lo siento ya estoy divagando.
Amigo, maestro, tu historia, llena de ternura, algo de tristeza he sentido y aun conservo. Pero que bien contada.
Un ruego, que la próxima sea alegre.
José Antonio, va una doble felicitación, siendo el texto autoría tuya me deja más encantada y sorprendida, es muy emotivo y lleno de detalles. Simplemente emotivo.
Bueno, con los elogios de Pedrito, no me queda más que agradecer también a él.
Besos y abrazos y nos leemos por aqui
Hola Jose Antonio..gracias otra vez por ese comentario, no estoy acostumbrada a que me digan esas cosas y mucho menos si viene de alguien que esta fuera del mundo de los trapos y la tiendas, jajajaja.
GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS...y a mi Pedrito tambien, es que asi lo llamamos por los blogs de moda, jajaja, gracias a el me conoceis y yo os puedo conocer a vosotros, ya los de Huelva superan en visita a los de Barcelona...
Y lo del amanecer en la rabida la verdad es que si, eres un privilegiado...Yo tambien tuve esa suerte, durante mis años de estudio en el Politecnico pude ver ese sol salir tras el monasterio, la pena es que con 16 años no te das cuenta de lo maravilloso que puede llegar a ser un amanacer en tu tierra.
Que pases una buena noche, yo me voy de fiestuki a gibraleon y de verdad, ha sido un placer muy grande.
Besos
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