Esta mañana pasé por el cementerio municipal de La Soledad, de Huelva. Entré y visité el nicho donde reposan los restos de mis tíos. Allí permanecí unos minutos, recordando, pues es bueno recordar, sin anclarse, pero es bueno recordar... nunca olvidar.
A lo lejos, tras las filas y cuarteles de tumbas y nichos divisé un gran ciprés que se mecía al cálido ir y venir del viento de la marea. No pude resistir la tentación y me dirigí hacia allá.
Es una tumba como cualquier otra, normalita y sus inscripciones incluso se están desgastando por efecto del tiempo, aunque mucho me temo que es presa de otro mal mayor: el olvido... Y yo no quiero olvidar. ¿La historia? he aquí mi humilde versión:
Sin ánimo de meterme a historiador, con esta entrada
quiero rendir un homenaje, no solo a William Martin (el hombre que nunca existió),
que fue el cebo perfecto para engañar a todo el régimen nazi sobre los planes
aliados en la II Guerra mundial, y cuya identidad fue perfectamente planeada y
llevada a cabo por los servicios secretos británicos, sino que mi homenaje va
al hombre que sí, existió, y cuya verdadera identidad fue la de Glyndwr Michael, un pobre indigente
de las calles y bajos fondos de Londres y que falleció de pulmonía, en 1943. Desde
una de las morgues londinenses, yacente en una fría losa, pasó a convertirse,
por medio de una ficticia identidad, en William Martin, comandante de los
marines de la Royal Navy, a quien se le depositó en sus bolsillos y cartera,
unos documentos en donde se daba cuenta del futuro desembarco aliado al sur de
Europa. Vestido con el uniforme correspondiente, un billete de metro con la
fecha adecuada y una cartilla de identificación. El desventurado Glyndwr
Michael, fue arrojado por la cubierta de un submarino británico frente a
las costas de Punta Umbría.
Luego, ya se sabe por la documentación literaria
y cinematográfica: 30 abril 1943, pescador que lo descubre, aviso a la guardia civil, forense
que vio extrañado los pulmones vacíos de agua, aviso al consulado alemán, documentación
revisada y comprobada… y Hitler que moviliza las tropas hacia la costas del Mediterráneo,
lugar del "desembarco", mientras por el norte, los aliados se preparaban para
desembarcar en las frías aguas del Canal de la Mancha. El engaño había surtido
efecto, y Glyndwr Michael, indigente de Londres, convertido en William
Martin, hizo, con su gesto (claro, involuntario) que el curso de la guerra, así pues de la Historia de Europa y del mundo, variase.
Desde entonces, tal como aparece en las
fotografías que he realizado esta misma mañana, Glyndwr Michael reposa –dicen-
en esta humilde tumba del cementerio católico de Huelva. Mi opinión es que este
monumento figurase en algún lugar más emblemático de Europa, o bien que
permaneciera en este mismo lugar, pero dándole la importancia tan grande que
tuvo en el devenir de la Humanidad. Ayudó, nada más y nada menos, en engañar a
aquel régimen de horror, y a variar el curso de la guerra.
Honor a Glyndwr
Michael, reconvertido en un ¿inexistente? William Martin, héroe(s).
©Jose A. Bejarano