15.7.21

Carta para un desastre

Melilla, Protectorado del Rif, 21 de Julio de 1921 Mi muy amados padres: espero que al recibo de esta carta se encuentren bien de salud. Yo, qué quiere que les diga, estoy bien dentro de lo que cabe. Desde que llegamos es la primera vez que tengo un rato para escribirles esta carta y contar algo de estas tierras. Ahora ya sé, yo y todos mis compañeros, dónde estamos y para qué estamos aquí. No quiero preocuparles en demasía pero no puedo ocultar el gran sufrimiento que hemos padecido y que seguimos padeciendo. Me encuentro en el cuartel de Monte Arruit y no se lo puedo ocultar hasta cuando vuelva al pueblo, Dios lo quiera que sea pronto. Me han tenido que extirpar una vista. Me han operado de una esquirla de metralla en el ojo derecho y en el hospital de campaña los médicos militares, el teniente Pereiro, no me la pudieron salvar. Tuerto. Así es como me he quedado en esta maldita guerra. No sufran por mi, que los conozco. Usted, madre, rece a la Virgen de la Salud y usted, padre, cuide de la suya para mantener la finca en condiciones y que la cosecha de cerezas y peros sirva para mantenerlos durante el año con la matanza del cochino. Siempre es preferible tener con qué vivir, eso siempre, antes que malvender la finca para solamente librarme del servicio de las armas, mil pesetas es el precio de no morir, ya sabemos que las guerras son para los pobres. Los ricos se libran, así ha sido y así por desgracia parece que va a seguir siendo. Pero ya nos han dicho que estamos aquí para salvar el honor de la Patria y luchar por el Rey Don Alfonso. Pero esta guerra cada día, cada semana o cada mes se hace dolorosa y el amor por la patria se convierte en odio al mundo. Dios me perdone pero me siento así. Cuando veníamos desde la península, me di cuenta de la gradiosidad del mar, tan grande, tan inmenso me pareció, que aún no logro entender qué tenemos en común, nuestra tierra, nuestra sierra, nuestros valles y nuestros rios, qué tiene que ver Quitapesar del Valle con esta mala tierra de barrancos piojosos, escorpiones rastreros y avichuches avistando la carroña, y la chusma mora que brinca de risco en risco buscando nuestros gaznates para rebanarlos con sus gumías. Yo he visto muertos a cientos entre nuestras filas y toda clase de salvajadas en los cuerpos de nuestros compatriotas, cabezas seccionadas, tripas fuera, cadáveres pasto de alimañas sin nada que poder hacer, ni enterrarlos pudimos, padre, y bien que tuvimos que salir de naja los pocos que quedamos vivos con el miedo en nuestras almas. No me quito de las mientes cómo tuvimos que dejar el campamento que llaman de Annual que no tuvimos arrestos, ni mando, ni armas, ni cojones (perdone, madre) para defender. Se abalanzaron sobre nosotros los bereberes cobardes y apenas quedamos algunos para contarlo. Yo y otros como yo aprendimos a disparar nuestros fusiles mauser que pesan lo que no está en los escritos y hasta la mandíbula tengo dolorida del retroceso al disparar y disparar y disparar. Y mientras tanto oleadas de moros al mando de Abdelkrim aullando en su idioma, clamando a su dios de una forma que daba jindama nada más escucharlos. Y ni con gases de «iperita» fuimos capaces de detenerlos. Hoy, gracias a Dios, esto parece más tranquilo a la espera de llegar a Melilla y rehacernos. Me han comunicado que si me repongo me volverán a movilizar, esta vez en el Regimiento de Cazadores Alcántara núm. 14 que es lo que me han escrito en un papel oficial. Y volver a empezar. Mis muy amados padres, esta carta que guardaré en mi bolsillo de la guerrera no la pienso enviar. En todo caso, muy cerca del corazón la llevo para que si un dia puedo, hacérsela llegar en persona y sin temor y si no, alguien se la hará llegar. Recen por mi y malditos sean los politicuchos que han consentido esta matanza y este desastre. Que den recuerdos a Mariana que no sé decir si debe esperarme o buscarse otro novio. Los abrazo y pido a Dios que nos volvamos a ver, aunque sea con un solo ojo. Si bajan algún dia a Plasencia, no se olviden de saludar a Pelayo el de la barbería. Su hijo amantísimo desde África les despide con respeto y con todo el amor del mundo: Juan S. G. soldado