26.7.20

Confinados en el paraiso

   




Es un tipo curioso, una persona sencilla, cercana, que un dia, hace muchos años, decidió ponerse en marcha y recorrer el mundo. Con su cámara fotográfica, su eterna mochila a la espalda (y doy fe de que no se trata de ningún mochilero) pero sobre todo con su presencia serena, se despidió de su entorno cercano, de su lago de Iseo, de su provincia de Bérgamo en la fértil Lombardía, se acercó al aeropuerto más cercano, subió a un avión, se alejó de Italia... para recorrer medio mundo.
   Nada ni nadie lo ha detenido o impedido realizar sus sueños. Fronteras, montañas y valles, ríos y mares, templos, mezquitas, estupas han sido el fin de sus viajes; el fin y el medio. Nada le ha impedido ver, oler, comer, tocar, oir pero sobre todo sentir el mundo bajo su mirada inquisitiva, limpia. Hablo de un viajero, me refiero al esposo, padre y abuelo que recorre el mundo. Para él no hay fronteras. Se llama Dario y es toda una institución. Vive, entre viaje y viaje, a orillas de un marvilloso lago lombardo, el lago de Iseo, a los pies del Valle Camonica, dirección a los Alpes.
   Dario Delvecchio solo ha encontrado un fiero guardián de fronteras, un vigilante implacable, un comisario rígido que lo ha detenido sin remisión; hoy le he pedido, a través del Skype, que conteste a unas preguntas de este modesto reportero que también es su amigo.
  –Dario, algo sobre ti para que te conozcan los amigos de la redes
  –Bueno, aparte mi afición por viajar, mi vida personal es muy común. Trabajé en una gran acería hasta mi jubilación anticipada. Estoy casado, tengo una hija y dos preciosos nietos. Vivo en una casa en la embocadura del lago Iseo que construimos entre mi padre y yo. Soy italiano... y ciudadano del mundo.
  –¿Cuántos paises conoces? –Dario me mira y sonrie ampliamente juntando los dedos de su mano en un gesto muy ialiano que puede significar cualquier cosa.
  –Casi mejor te podría decir cuáles no conozco aunque aún son muchos.
Pero bueno, para empezar conozco todos los paises europeos.
De América he recorrido Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Bolivia y Argentina.
De África por ahora solo conozco Marruecos, Túnez y Egipto.
De Oriente Medio Siria, Jordania, Israel, Qatar y los Emiratos del Golfo.
De la antigua Unión Soviética Georgia, Armenia y Azerbayan.
Del subcontinente India, Sri Lanka y Nepal.
Del sudeste asiático Myanmar (Birmania), Thailandia, Laos, Camboya, Vietnam, Singapur e Indonesia. Las islas Filipinas, también China y Taiwan. Y finalmente Malasia... Como ves una larga lista.
  –Cuéntanos algunas cosas de tus experiencias. La primera y muy importante ¿cómo se come en el mundo? ¿Cómo ha sido tu experiencia?

  –He comido muy bien en casi toda Europa; bien en Asia y en centro y Sudamérica; regular en China, y muy, muy bien, óptimamente en la India. –al enumerar sus rutas gastronómicas Dario me cuenta anécdotas y cosas que ha comido por esos mundos de Dios. Se ríe rememorando. –He comido de todo. –Y vuelve a reir al decirlo.
  –¿Adónde aconsejarías viajar y adónde no lo recomendarías?
  –Aconsejaría a todos que viajen y conozcan las realidades que son diferentes de nuestra vida común, la globalización está haciendo que el mundo sea casi idéntico, pero todavía hay lugares totalmente diferentes de nuestra cultura. Recomendaría siempre la India, e Indonesia, Vietnam y Myanmar. Armenia y Turquía. Y Bolivia y Perú. Y desaconsejaría viajar a África en estos momentos.
  –¿Somos tan distintos los seres humanos en las distintas regiones del planeta?
  –El ser humano es muy distinto en todo el mundo, Internet hoy tiende a igualar las diferencias, pero las diferencias extremas entre los diversos pueblos y las diversas naciones siguen siendo importantes, especialmente donde las creencias religiosas siguen muy presentes.

  –¿Qué llevas como equipaje y qué dejas en casa?

  –Viajo bastante ligero de equipaje, así pues dejo todo lo innecesario en casa, en concreto ¡los pensamientos, dudas y problemas! De lo material se encuentra de todo incluso en el rincón más remoto del mundo.
  –¿Solo o acompañado?
  –Siempre es mejor viajar acompañado de alguien que pueda entender y compartir sus propias emociones. Sin embargo, ¡mejor solo que mal acompañado!: mi esposa Assunta, la mejor compañía, va conmigo.


  –Aunque sé que tienes cientos de anécdotas de tus numerosos viajes, cuéntanos tu última experiencia

  –Un viaje que comenzó el 6 de enero de 2020, cuando todavía nadie en el mundo podía tener la más mínima idea del infierno que estaba sobre nosotros...
Durante muchos años, mi esposa y yo siempre hemos viajado a Asia sobre todo a la India. Lo hacemos para dejar los fríos inviernos de Lombardía, pero esencialmente para conocer algunos lugares y vivir experiencias nuevas.
Llegamos a Kochin, en el estado indio de Kerala. Después de unos días continuamos hacia Gokarna, ciudad sagrada a orillas del mar Arábigo, en el estado de Karnataka, cerca de Goa.
Después de este paréntesis, reanudamos el viaje de exploración a través de la India durante un par de semanas para tomar un vuelo al sudeste asiático, concretamente a Kuala Lumpur, la espléndida capital de Malasia. Estamos a finales de febrero, y el Covid ya está en los titulares de prensa, pero sin medidas especiales.

  »En los primeros días de marzo, mi amada tierra de Lombardía cae en el infierno. De manera concreta, mi provincia de Bérgamo se convierte en el primer centro mundial de propagación de virus. Y justamente en esos días nos encontramos en la pequeña y paradisíaca isla de Pangkor, en el Estrecho de Malacca, en la costa de Malasia.
  »Vemos con preocupación la agitación, el caos que ocurre en Lombardía, a través de la web y de las noticias e imágenes que nos envían mi hija y mis amigos. No podemos entender cómo está sucediendo todo esto. Malasia, por otro lado, no parece conocer las situaciones dramáticas que están afectando a Europa; sin embargo, a partir del 18 de marzo, también decreta el estado de bloqueo, como es en ese momento en casi todo el mundo.
  »¡Estamos aislados! ¡Nuestros vuelos de regreso, cancelados! La isla de Pangkor, cerrada; Imposible entrar, imposible salir. Todo se detiene. Permanecemos en el complejo Seagull en Teluk Nipah. Solo somos cinco: mi esposa, una mujer italiana, el chef del hotel, el dueño del resort el Sr. Tan y yo. Cinco reclusos.
  »Recibimos una visita de la policía malaya, que nos informa de la situación, toma nuestros datos, nos fotografía, escanea nuestros pasaportes y visas. Son muy amables pero nos exigen seriamente que no abandonemos el complejo por ningún motivo. ¡El propietario del resort es la única persona autorizada para ir al pueblo por necesidad y comprar lo que necesitemos para comer! Todos los turistas extranjeros o malayos que pudieron, abandonaron la isla de inmediato. Nos quedamos solos. ¡Después nos enteramos que solo hay siete extranjeros en la isla! Después de un tiempo, a los extranjeros también se les permitirá ir al pueblo, pero solo para retirar o cambiar divisas en el único banco que acepta dinero extranjero. O para ir a la única farmacia. Todo está cerrado, nadie viaja, incluso la flota pesquera está detenida. Es difícil encontrar fruta, los suministros comienzan a faltar. ¡El mundo se ha detenido!
  »Alguien comienza a sospechar de nosotros, ¡italianos! Nos tienen miedo.

  »Mientras tanto, la isla se considera libre de covid-19. Y esto nos tranquiliza un poco.

  »Sin embargo, nuestra preocupación sigue siendo el estar lejos de casa, en un pais con sus fronteras cerradas, vuelos bloqueados. Te sientes impotente, indefenso, consciente de que no puedes hacer nada.
Lentamente, los bloqueos se relajan, podemos salir del complejo, podemos dar los primeros paseos, podemos ir a la playa, podemos ir al mar y nadar.
  »Al observar las reglas sobre el distanciamiento, las actividades principales se abren lentamente, algunos restaurantes comienzan a abrir y los primeros (pocos) turistas locales comienzan a llegar.
  »Después de numerosos intentos con nuestra aerolínea, finalmente logramos obtener dos pasajes para el regreso a casa. ¡Será el 30 de junio, después de poco menos de seis meses, de los cuales 110 días en el paraíso de Pangkor!
  »Antes de salir de Malasia, decidimos pasar unos días entre Penang y Kuala Lumpur, esperando los vuelos de regreso a Europa.
  »Viajamos en autobuses vacíos, entramos en ciudades muertas, ningún turista occidental, parecemos vivir otra dimensión de un mundo que no nos pertenece. Todo parece irreal, todo está controlado, no puedes hacer esto..., no puedes hacer aquello... Por la noche todo desaparece y se va la vida, y así la noche llega repentinamente sin nadie alrededor.
  »La zona turística de Kuala Lumpur es el desierto absoluto, el silencio es ensordecedor, la vida misma ha desaparecido, todo está cerrado. Los hoteles que anteriormente requerían reservas con meses y meses de antelación, siempre llenos, ahora están vacíos, algunos nunca volverán a abrir. En el autobús que nos lleva al aeropuerto de Kuala Lumpur, somos los únicos turistas. Nuestro vuelo parte a las 2:30 de la madrugada. No hay vuelo antes, no hay vuelo después. Todo cerrado, solo un pequeño bar abierto, sin tiendas abiertas, las libre de impuestos cerradas, hay más trabajadores y policías que pasajeros. Nuestro vuelo partirá con solo setenta pasajeros, casi todos trabajadores, quizás solo mi esposa y yo somos turistas. El avión tiene una capacidad de 320 personas, ¡prácticamente vacío! ¡No será difícil mantener la distancia! Las azafatas están envueltas en buzos, máscaras, viseras y guantes, ¡apenas se pueden ver sus ojos!
  »Parecemos estar en una escena de ciencia ficción ¡pero todo es verdad! Sin embargo, después de 14 horas de vuelo, finalmente llegamos a casa donde permanecimos en cuarentena durante diez días. Final feliz.

Cuando acaba, Dario parece haberse desprendido de un peso. Munca ha podido con él nada, ni el frio, ni el calor, ni los visados, ni las comidas, ni fiebres, ni salas de espera, ni policías, ni hoteles o pensiones, ni un mal gesto, ni un presagio, ni los monzones o los tifones, ni los soles ni los frios, ni los retrasos ni los vuelos. Solo uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis ha conseguido retener, confinar, dominar a Dario. Cuando le comento que en todas partes, en esta Europa del bienestar ha sido igual (confinamiento, test, UCIs, reglas, controles, fases y desescaladas, crisis económica, desempleo, cierres de empresas, etc.) me mira y sonríe, ahora con cierta tristeza con la que asiente corroborando mi comparación con ciertas e importantes excepciones. Con su sola mirada me dice que existen enemigos ocultos e impredecibles y son los únicos que pueden paralizar el mundo y detenerlo a él. Este de hoy es el coronavirus y aún no sabemos cuándo podrá Dario reiniciar sus viajes. Me muestra detrás de él, el rio Oglio que acaba en el bello lago Iseo. Está sentado y mira a lo lejos. Ya piensa en el próximo viaje. Gracias Dario Delvecchio, por tu siempre cercanía aunque muchas veces te vas tan lejos.

  Me dice adiós con su mano, y con su sonrisa que adivino tras su mascarilla malaya.    Desconecto el Skype y desaparece de la pantalla. Queda su testimonio de que los paraisos a veces son prisiones.
  Buongiorno Dario, viajero, amigo.



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