24.1.22

Entrevista Pedro J. Martin

 Me da a mi que es un escritor hecho a si mismo. A ver, lectura para matar la rutina o el aburrimiento laboral —hay trabajos que lo permiten, incluso que resulta saludable—, pararse a meditar y de pronto decir «y yo no ¿por qué?» y dicho y hecho a recuperar lo leido, lo vivido, lo imaginado, lo aprendido, lo autodocumentado y ya tenemos a este lector convertido en un escritor. Y parece que apuntó, apunta y sigue apuntando muy, muy buenas maneras.

Para colmo no se conforma con escribir, sino que completa el círculo de la Literatura también editando. Yo opino que no hay quien dé más. Y él, imagino, lo corroborará en esta modesta entrevista que no ahonda en el personaje ni en sus obras sino que procura y pretende poco más que dar a conocer a quienes tienen algo que decir, ya que salvo excepciones este entrevistador osa preguntar sin leer a los entrevistados/as pero él —entrevistador, curioso— es así. 

Eso sí, esta entrevista —me presenté en su domicilio de manera informal a la hora más intempestiva como es la de la comida guardando las medidas sanitarias pertinentes— fue precedida de una tapa cocinada por Pedro J. Martín, una exquisita caldereta de pescado con patatas a la que claro, me invitó. Desde que la retiró del fuego hasta que la sirvió en su punto, nos dio tiempo, más que a entrevistarlo, a charlar con él de forma distendida. Él ayuda a ello.



—Siempre comienzo invitando a presentarse. Ya sé que tienes hasta web pero descríbete aquí y ahora. 

-Pues soy Pedro J. Martín. Una persona que tiempo atrás encontró en la literatura su tabla de salvación, un bálsamo que lo ayudaba por entonces a resistir contra la tediosa soledad impuesta por un trabajo que lo mantenía alejado de su tierra por largas temporadas. Después vino la escritura, sin presentarse ni ser llamada, y desde entonces (año 2013) aquí seguimos caminando de su mano.

—Te veo cocinando y a un servidor le viene a la mente una editorial. Lugar donde se prepara un plato principal que entra y se adorna, se quita cualquier desperfecto, y finalmente se pone en bandeja listo para degustar: esto es, un taco de folios escritos, entra a la editorial y sale un libro precioso ¿Vale «cocina» como metáfora de editorial o es una chorrada de este servidor? 

-Pues no me había dado nunca por comparar la cocina con la edición o creación de un libro, pero visto del modo que lo planteas sí que se cuecen demasiadas similitudes entre la buena mesa y la literatura. De todos modos, tanto en la cocina como en el mundo editorial, tan solo soy un aprendiz, alguien que disfruta con lo que hace y que intenta mejorar y aprender cada día con trabajo, dedicación y mucho esfuerzo.

[En la cocina este entrevistador puede dar fe de que Pedro parece, es, un muy aceptable cocinero]

—¿Qué te gusta más, escribir o editar? 

-Te mentiría si te dijera que editar me gusta más que escribir. Y me considero una persona demasiado sincera para mentirte. Amo escribir y sueño cada día de mi vida con vivir de ello, lo que pasa es que cuando uno lleva unos cuantos libros escritos y publicados, al mismo tiempo que vas cumpliendo años, te das cuenta de que esto es como el fútbol, al final sabes que a la cima solo llegan unos pocos, y uno, pues se conforma con seguir escribiendo para una minoría, familiares, amigos y poco más. Lo de editar es para mí una experiencia nueva que estoy descubriendo y que me está resultando un tanto agridulce. Me explico. Por un lado, está la enorme satisfacción que uno siente al poder ayudar a los autores, esos escritores que experimentan la gran alegría de ver su novela publicada, la presentación de su libro, los primeros lectores de sus obras, las reseñas positivas que aparecen en redes, los escaparates de las librerías donde hay un hueco para su novela. Esa es una sensación muy gratificante y hermosa para mí. Por otro lado, te das cuenta de lo solo que estás en un proyecto de esta envergadura, sobre todo porque meses después de haber empezado este proyecto y de haber publicado varios libros ves que siguen sin llegar las ansiadas ayudas, tanto públicas como privadas, del mismo modo que ves que las distribuidoras, por ejemplo, no te lo ponen nada fácil. Y en esas seguimos.

—Muy centrada en Huelva tu obra literaria, ¿te da miedo asomarte al exterior? 
-Para nada. Esta novela está ambientada en Huelva porque así lo requería el guion. En El llanto del druida, la novela anterior a esta y que es la primera parte de esta trilogía, la trama transcurre por completo en un sitio que apenas visité de pasada como es Taramundi, en Asturias. Disfruto mucho con los retos.

—No me digas la última que es demasiado 'policorrecto' ¿Cuál es tu obra favorita, querida, mimada, el libro de tus ojos y manos? 

― Pues no tengo un libro de cabecera. Pero si me tuviese que quedar con alguno sería con Los pilares de la tierra, porque es el libro que me hizo subirme al tren de la literatura, o Ensayo sobre la ceguera, básicamente porque en él descubrí a mi autor preferido.


—«Todas la muertes de la calle Rábida» es tu última, véndenosla si te atreves. 

-Pues sinceramente, creo que Todas las muertes de la calle Rábida es una novela muy amena y ágil de leer, sin florituras literarias, que te atrapa desde la primera página y, donde el final, al igual que pasa en mi anterior novela, te sorprenderá para bien. Si te gusta el género negro, del estilo de Allan Poe, creo que esta novela te gustará. Además, está el diseño de la cubierta, obra del también onubense Domingo Carrasco, y que para mi gusto es una auténtica obra de arte.

[Pues pregonada y publicitada queda]


—Este entrevistador ha descubierto que hemos sido contrincantes «cúpricos». Hablando en plata, este entrevistador se dejó las pestañas documentándose en un par de obras presentadas con el sueño de ser finalista entre veinte obras, eso sí, se lo pasó como un enano (perdón) escribiéndolas. No lo consiguió y díjose nunca más concursos a pesar de que ganó uno —alejado de cobres— con lo primero que escribió, algo así como la casualidad y el toque de flauta. ¿Los concursos son como loterías o tienen su porqué? 

-Seamos claros. Los concursos tienen su función dentro del mundo literario. Lógicamente no se pueden meter a todos en el saco, pero ya muchas editoriales los emplean para captar autores y obras de reconocido prestigio, y para muestra un planeta… perdón, un botón quería decir.

—«Este es un libro atípico, incatalogable, un ramillete de historias contadas a la manera de cada uno de sus autores. La visión de dos mentes antagónicas.» Se trata de Dualidad. ¿Qué opinas de tres señores muy señoreados tras una dama que les mola? ¿No es un pelín fraudulento ese abuso de seudónimos? Y ya de paso, vende Dualidad que a mi me mola más.

[Nos reímos con el divertimento ya que nos mola a ambos mientras comenzamos el sabroso y oloroso «condumio» cocinado por Pedro]

-Esto va un poco en relación con la pregunta anterior. Tan solo hay que mirar quiénes han sido los vencedores de ese reconocido premio literario en los últimos años. Personalmente, y siguiendo con mi sinceridad, empecé a leer un libro de Mola al cubo y no fui capaz de terminarlo. Eso no quiere decir nada, a lo mejor es que yo soy un pésimo lector, pero lo que creo es que habría que leer con más criterio, sin fijarnos tanto en lo que nos meten por los ojos, simplemente tener la personalidad para coger un libro, ojearlo sin fijarnos en el autor/a y decidir por nosotros mismo si es bueno o no. Lo de los pseudónimos es una cosa un tanto absurda, trucos de márquetin que mi escasa inteligencia no alcanza a entender.

Y en cuanto a Dualidad, pues este es un libro que apenas fue leído, pero al que yo le tengo un especial cariño, ya que está escrito a cuatro manos junto a mi compañera de vida. En él hay relatos, reflexiones de vida, poemas y escritos dedicados a personas que queremos y que ya no están entre nosotros. Además puedes encontrar unas ilustraciones maravillosas creadas por mi amigo y artista Domingo Carrasco.

—Dinos algo sobre tu editorial y si no hay que estar algo loco para meterse en esas aventuras. ¿A qué huele, a tinta, a papel, a imprenta de toda la vida?

-Pues sí que es una locura, pero qué sería de la vida sin esa esencia a enajenación literaria que uno siente. Cosecha Negra Ediciones huele a sangre y a crimen, ya que es una editorial enfocada solo al género negro, huele a editorial de las de toda la vida, nada de coedición ni engaños de esos, huele a oportunidad para aquellos que creen que sus manuscritos nunca serán publicados, a hacer las cosas bien o, al menos, a morir en el intento, huele a cambio, a hacer ver que hay otro modo posible de edición, y huele a ambición por querer llegar lejos con este sello literario. Pero vamos, que a lo que más huele es a locura.

[Ríe Pedro con una pizca, me parece, de ajuste de cuentas que para eso es escritor de intriga]


—A mi no me importa comprar un libro rodeado de patatas fritas o de yogures en un hipermercado. Las librerías ¿corren peligro o puede ocurrir como a los cines? 

-Las librerías, como casi todo, tienen que asumir los cambios y adaptarse a los tiempos que corren. Está claro que ahora se vende más por internet, de ahí que puede que las que peor lo pasen sean las que no quieran o no puedan seguir esa corriente. De todos modos, siempre quedaremos románticos, de esos a los que nos gusta acudir a una librería y saborear un libro entre sus manos.

—Acabando ya, ¿qué te ha parecido la entrevista?

-Pues no es que me hayan entrevistado demasiado en mi vida pero me han gustado mucho tus preguntas, sobre todo porque me han hecho hablar claro y decir lo que pienso. Lo he pasado bien.

[A cambio del piropo tan grato, el entrevistador se hace lenguas de la buenísima ración de pescado con patatas]

—Confiesa un amor y un odio. 

-Un amor: Los libros, viajar, la buena mesa, soñar despierto, mi compañera de vida, mis hijos, el recuerdo de mi padre… Imposible nombrar uno solo.

Un odio: Más que un odio una frustración. No poder vivir de lo que realmente me gusta hacer… por ahora.

—¿Actualmente, qué estás tramando, urdiendo, como escritor de género negro? 

-Tramo demasiadas cosas para tan solo 24 horas que tiene el día. En los próximos tres meses editaré seis novelas, mientras voy promocionando otras tantas y mientras saco un jornal digno en otro trabajo que nada tiene que ver con todo esto pero que me paga las facturas y los libros que se van imprimiendo. Y entre tanto voy preparando la tercera parte de mi trilogía de género negro, que espero llegue para el próximo año.

—Por último, si este entrevistador escribe alguna vez algo, ¿lo leerías y lo publicarías... o hay que tener un nombre en el mundillo literario. 

-Diego Martín y Olivia Rozas son dos autores a los que le voy a publicar sus primeras obras literarias. José Francisco Alonso editó conmigo su ópera prima «Pisto a la bilbaína», que por cierto está siendo un éxito. Creo que con eso contesto tu pregunta. No miro nombres, miro la calidad literaria. Siempre que sea del género que edito por qué no iba a publicarla.

[Ahí lo lleva el entrevistador, el microzasca digo]


—Acabo. Di un color que no sea el gris o el de la esperanza como indica el título de una de tus novelas

 -Amarillo de siempre. Y el número trece. Así me va.

[Ríe Pedro J. Martín, supongo que asombrado de la ingeniosa pregunta de los colores]

—Una comida que no sea caldereta de pescado 

-Potaje lebaniego, pote asturiano, un buen puchero. Tampoco sabría decirte una solo.

—Una bebida que no sea ni blanco ni tinto 

-No me gusta el vino y no suelo beber alcohol. Coca-cola.

[Y para mostrar sus aficiones, que son las mías, regamos con Cocacola la comida]

—Un autor que no seas tú  

-Nunca me elegiría. Me considero demasiado autocrítico. José Saramago.

—Gracias mil 

-Gracias a ti por tu entrevista.

Lo dicho, no he leido sus libros aunque me aconseja «El color gris de la esperanza» novela histórica ambientada en la Huelva de 1755; pero sí he probado su caldereta de buen pescado donde pude adivinar la lubina, el rape, algo de anchova y dorada de la costa de Huelva, tan cercana. Que se note, ¡y vaya si se notó! Salgo a media tarde cayendo el sol sobre la mar. Yo creo que le queda mucho y bueno por decir a Pedro J. Martín, editor y escritor.

Repito, gracias mil y buena suerte. Y buen provecho.


14.1.22

Forense, desde «el otro lado»


No hay presentaciones que valgan. Habla, y de qué manera, un médico forense. Ni más ni menos. Leamos y aprendamos qué hay en la trastienda, al «otro lado».

—Date a conocer personalmente para los miembros de El pincel de bambú.

-Soy Manuel López Alcaraz, Médico Forense de Carrera actualmente ejerciendo en Córdoba. Me resulta muy grato poder participar en esta entrevista ofrecida por José Antonio.
—¿Qué es el IML?
-El IML es el acrónimo de Instituto de Medicina Legal, la estructura de funcionamiento que el reglamento de los Médicos Forense establece por primera vez por Real Decreto de 1996 y que progresivamente se ha ido implantando en todas las Comunidades Autónomas. En Andalucía, donde yo ejerzo, están funcionando desde 2004, siendo de las primeras Comunidades en ejecutar estructural y funcionalmente, su inclusión como organismo judicial competente. Actualmente se conocen como Institutos de Medicina Legal y Ciencias Forenses (IMLCF), dando nominalmente inclusión a otras tantas profesiones que dan servicio a los juzgados, como Psicólogos y Trabajadores Sociales. 
—¿Qué es un forense?
-El término forense no es exclusivo del médico, aunque suele asociarse con su figura, dado que es la profesión que clásicamente ha tenido un mayor y estrecho vínculo con la justicia. Alude al Foro romano, donde para ejecutar e impartir justicia, los jueces debían nutrirse del leal saber y entender de profesionales ajenos a la justicia que, por sus particulares conocimientos, podían arrojar luz sobre cuestiones de índole técnico. Así pues, el Médico Forense es aquel que debe auxiliar al juzgado para resolver toda cuestión que requiera un conocimiento médico, siendo las áreas específicas de conocimiento de mayor relevancia en su vínculo con la justicia la Traumatología (valoración del daño corporal, mecanismo de producción de lesiones, etc), Medicina del Trabajo (valoración de incapacidades y de grados de minusvalía), la Psiquiatría (capacidad de responsabilidad penal, valoración del daño psíquico, incapacidades civiles, internamientos psiquiátricos involuntarios, capacidad de declaración y/o de conocer el sentido de la pena, etc), la Ginecología (valoración en el caso de agresiones sexuales) y la Anatomía Patológica (autopsia judicial y todo lo que conlleva).
—Sé de qué trató tu tesis doctoral. ¿Sigue teniendo validez? ¿y futuro?
-Mi tesis doctoral, que fue leída en el año 2012, trató sobre Determinación de edad y sexo por medio de técnicas de imagen, utilizando para ello el histograma de las imágenes extraídas de TACs (el histograma de una imagen es una gráfica que indica la distribución de los diferentes niveles de gris observados en una imagen en blanco y negro) basándose en la premisa de que, si ciertas estructuras óseas modifican con el paso de los años su estructura y morfología de manera tal que puede relacionarse directamente tanto con la edad como con el sexo, ¿por qué no habría ello de quedar reflejado en una imagen? No en vano, el ojo humano es tan sólo capaz de distinguir entre dieciseis niveles de gris, mientras que una imagen de tan sólo ocho bits de calidad discrimina hasta 256 niveles diferentes. Validez tiene, y futuro mucho, pues es el primer trabajo que plantea la posibilidad de analizar por medio de imagen la ultraestructura tisular, que hasta el momento sólo puede ser analizada por medio de estudio microscópico, lo que aumentaría notablemente las opciones de valided de la virtopsia o autopsia virtual que, a mi juicio y el juicio de muchos compañeros de la rama a todo lo largo y ancho del planeta, es el futuro.
—¿Cuándo actúa un forense?
La actividad de un Médico Forense puede delimitarse en dos modalidades de trabajo claramente diferenciadas: De un lado la actuación de Guardia (hay especialidades médicas en que puedes optar por hacer guardias o no, sin embargo en la Medicina Forense el ejercicio de guardia está íntimamente ligado —y reglamentado— a la profesión) y de otro lado el trabajo programado en uno de los dos servicios que tiene estructuralmente organizados los IMLCF. Durante la guardia atendemos todo aquello que requiera atención judicial urgente (levantamientos de cadáver, agresiones sexuales, valoración de lesiones en cierto tipo de procedimientos urgentes, estado mental de detenidos y/o perjudicados, valoración de riesgo de violencia de género). Durante la actividad programada de consulta en el Servicio de Clínica se atienden aquellos casos no urgentes y que requieren valoración más pormenorizadas, pudiendo incluso necesitar varias citaciones hasta la emisión del informe final. En el Servicio de Patología se realizan las autopsias judiciales, para determinar la causa y circunstancias de una muerte violenta o sospechoso de criminalidad.

—¿Cómo se data un fallecimiento?
-La data del fallecimiento es probablemente la determinación más compleja de cuantas han de realizarse ante un cadáver, por las grandes variaciones a las que se ve sometidas tanto por factores ambientales (temperatura, humedad, grado de aireación, características del lugar del fallecimiento, interferencia de fauna externa, etc) como por factores personales (causa de muerte, presencia o no de patologías previas, fisonomía, nivel de hidratación, etc). A grandes rasgos, los factores que principalmente analizamos para establecer el cronotanatodiagnóstico, como técnicamente se le denomina, son, poniendo en común todos ellos:
  1. La temperatura corporal, medida a nivel rectal o mediante punción en el hígado (muy en desuso porque implica manipular en exceso el cadáver), comparándola con la ambiental.
  2. La rigidez cadavérica, o la contracción muscular que aparece tras la muerte. 
  3. Las livideces cadavéricas, debido al acúmulo de sangre en las zonas declives del cuerpo al quedar la sangre expuesta al influjo de la gravedad una vez se pierde el tono vascular y la acción cardíaca de bombeo de la sangre. Las livideces se van fijando progresivamente con el tiempo hasta quedar completamente fijas. 
  4. La deshidratación cadavérica, debida a la pérdida de líquido progresiva del cadáver, observable mediante desecación en partes acras (dedos de pies y manos y labios), pérdida de la turgencia ocular, la presencia de enturbiamiento corneal (adquisición de cierto tono blanquecino de la superficie ocular) o la llamada mancha de Sommer-Larcher, debido al adelgazamiento de la capa esclerótica ocular y que se observa como una mancha parduzca a ambos lados de la córnea.
  5. Y los fenómenos destructores del cadáver, que son la autolisis y la putrefacción. La autolisis es el deterioro derivado de la muerte celular, al liberarse las encimas líticas (destructoras) intracelulares. La putrefacción por otro lado deriva del sobrecrecimiento de la flora intrínseca bacteriana, al desaparecer el control de las defensas celulares.
—¿Qué llevas en tu maletín de forense de guardia?
-Llevamos material técnico para el reconocimiento y examen del cadáver así como documental, para registrar los hallazgos observados y comunicarlos al servicio de patología forense en caso de que sea remitido, así como las pertinentes autorizaciones de traslado de cadáver.
Como material técnico llevamos botes para recogida de muestras si lo consideramos oportuno, jeringuillas y agujas, tubos vacutainer con fluoruro de sodio para determinación toxicológica en sangre, hisopos secos, bolsas de autosellado, termómetro eléctrico, guantes de látex, luz de Wood (ultravioleta), EPI completo por si hiciera falta, pinzas y tijeras.
Como material documental, protocolo oficial de levantamiento de cadáver, sobres, documentos de autorización de traslado del cadáver a las dependencias del servicio de patología forense, documento de autorización de realización de autopsia judicial y precinto para el sudario (el precinto es facilitado por el equipo de traslado del cadáver, pero registrado por nosotros).
—¿Cuál es tu papel en el escenario de una muerte poco clara?
-Nosotros trabajamos codo con codo con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado en el análisis de una escena, en concreto con el equipo de policía judicial. Tan importante es, que el levantamiento de cadáver se considera la primera parte de una autopsia judicial. Así como la policía se encarga de procesar el escenario, nosotros nos encargamos de poner en relación los hallazgos sobre cadáver con la propia escena.
Procedemos, junto con la policía judicial, a recabar los datos que nos faciliten conocer la identidad de la víctima, entrevistar a testigos de los hechos o personas que conocieran a la víctima para recabar información que resulte de utilidad, observar la presencia o no de lesiones de características traumáticas y ponerlas en relación con el entorno, con cuidado de no manipular en exceso el cadáver para no interferir con la autopsia posterior, recoger información sobre la vestimenta y objetos personales que presente, recoger muestras si se considerara oportuno (fauna cadavérica, muestras para estudio toxicológico, agua del lugar de sumersión en caso de ahogamiento, lazo de ahorcadura/estrangulación en su caso, etc) y recabar los datos anteriormente mencionados para tratar de determinar la data del fallecimiento.
—¿Cuándo se practica una autopsia?
-La autopsia se practica por orden judicial en todos los casos de muerte violenta o sospechosa de criminalidad. Dentro de las muertes violentas, las tres etiologías médico-legales en que se clasifican son la accidental, la suicida y la homicida. Las muertes súbitas, aunque por lo general se traten de muertes naturales, entrarían en el calificativo jurídico de muerte sospechosa de criminalidad. Debe mencionarse que es una realidad que muchas muertes claramente naturales se acaban judicializando por ausencia de certificado de defunción por parte de los médicos intervinientes, justificándolo por el hecho de haber fallecido fuera del entorno hospitalario, por apreciar hallazgos postmortales que confundan con lesiones, ignorancia del facultativo sobre sus funciones en cuanto a certificación e incluso desidia. Sea como fuere, es una realidad el hecho de que muchas muertes naturales pasan por nuestras manos, pero lejos de suponer un inconveniente, yo particularmente gusto de opinar que, precisamente por ello, tenemos y nos debemos a una responsabilidad social en el ámbito de la salud pública, hasta el punto de que he llegado a identificar patologías de relevancia genética para la progenie de la víctima y éstos han podido tomar las medidas oportunas de vigilancia y control de su salud para prevenir y tratar a tiempo ciertas dolencias.
—¿Cuántas autopsias has practicado?
-Cerca de 1300 autopsias desde que iniciara mi ejercicio profesional.
—Describe la secuencia de una autopsia
-Como dije anteriormente, ésta comienza en el levantamiento del cadáver, debiendo además dejar registro fotográfico de cuanto se haga en todo momento. Una vez en la sala de autopsias, se comprueba la integridad del precinto y se abre el sudario, en cuyo interior, protegido por una bolsa estanca, debe estar el protocolo de levantamiento y el documento de autorización de la autopsia judicial. Se repasa la documentación para conocer los pormenores de los hallazgos de levantamiento y así anticipar el abordaje autópsico a desarrollar. Si fuera necesario, se contactará antes de realizar la autopsia con la policía judicial para conocer detalles de relevancia sobre la escena y los hechos.
Si se considera oportuno y antes de seguir con el cadáver, se realiza examen radiológico.
Posteriormente se analizan y registran las ropas y objetos personales antes de su retirada. Si se considera oportuno, se envían para análisis al laboratorio para indicios; si no, las ropas de desechan como material de potencial riesgo biológico y los objetos personales, una vez adecentados, se guardan en bolsa sellada para hacer entrega de ellos a los familiares o, en caso de no acudir, al juzgado responsable.
Posteriormente se continúa con el examen externo, para observar hallazgos de relevancia clínica sobre el cadáver, lesiones y sus características y, si fuera necesario, recoger datos particulares que pudieran ayudar a la identificación en caso de no estar identificado (rasgos fisonómicas, cicatrices, tatuajes, piercings, etc). De todo ello se debe dejar constancia fotográfico, tanto de la presencia de hallazgos como de la ausencia de los mismos.
A continuación se procede con la apertura del cadáver que, en condiciones habituales, consiste en la apertura y examen sistemático de las tres cavidades principales, cráneo, tórax y abdomen, con la pertinente extracción y examen individualizado de las vísceras y sus relaciones anatómicas.
Hay otro tipo de exámenes que se realizan en condiciones particulares, según la causa y circunstancias del fallecimiento. Por ejemplo, en caso de homicidio se realiza un «peel-off» o examen completo del plano subcutáneo, para determinar presencia de lesiones no apreciables al examen externo y que nos permitan inferir una eventual interacción víctima-agresor/es; en caso de una muerte por tromboembolismo pulmonar, se trata de identificar el foco de procedencia del émbolo, habitualmente localizado en trombos venosos de miembro inferiores, debiendo estudiar el árbol vascular venoso profundo de éstos.
—¿Cuáles especialidades conforman la Medicina Legal?
-La M.L. es una especialidad en sí misma. Es más, recientemente ha sido aprobado por reglamento el nuevo proceso de acceso a la misma a través de la vía MIR (hasta ahora y hasta que salga la primera promoción de residentes MIR dentro de cuatro años se seguirá accediendo por oposición clase A de justicia, la misma categoría que jueces, fiscales y letrados de la Administración de Justicia, antes conocidos como secretarios judiciales). Internamente, hay sin embargo una tendencia creciente que parte de los intereses particulares de cada Médico forense en ejercicio, de haberse ido formando y subespecializándose en Clínica Forense, Patología Forense, Psiquiatría Forense y Violencia de Género.
 —¿Cómo ha cambiado la Medicina forense en los últimos tiempos?
-La Medicina Forense dio un giro radical desde que en Estados Unidos se publicaran las llamadas guías Daubert, tras el caso «Daubert vs Merrel Dow farmaceuticals». No viene al caso los pormenores del litigio, pero pusieron de relieve la necesidad de informar con solvencia y suficiencia científica, alejándose de la clásica figura totipotente del forense que llegaba a sala y podía decir lo que quisiera sin siquiera despeinarse (por supuesto, el perito de la parte contraria, decía lo contrario sin tampoco despeinarse). Ello se ha traducido en una basta producción científica desde entonces que ha nutrido de calado investigador todo nuestro ejercicio cotidiano, lo que a efectos prácticos se ha visto reflejado en la actual organización de las estructuras de funcionamiento médico legal y las anteriormente mencionadas tendencias a la especialización que, en unos años, probablemente pasen de ser iniciativas particulares a una realidad formativa y ejecutiva. Porque no se puede saber de todo.
—¿Quién, puestos a suponer, miente o provoca equívocos, un paciente vivo o uno fallecido?
-Sin duda el vivo. No vas a encontrar a nadie más sincero que un cadáver.
—¿Los muertos tendidos en una mesa de autopsias hablan?
-Por los codos. Sólo hay que saber escucharles.
—¿Existe el crimen perfecto o es difícil que se vayan de rositas los asesinos?
-Me tienta ser efectista y reproducir la clásica afirmación de que no hay crimen perfecto sino investigación mal realizada, propia del entender romántico heredado desde las obras de Doyle y Christie, pero no voy a caer en ello... Sí, pienso que con la adecuada dosis de inteligencia, psicopatía y suerte, puede ser perpetrado el crimen perfecto.
—¿Un muerto es una persona o es, simplemente, un «objeto» inanimado de estudio?
-Difícil cuestión cuando entronca con aspectos religiosos, legales, personales y emocionales. En nuestra profesión hablamos a menudo de lo fácil (y necesario muchas veces) que resulta "cosificar" al cadáver, lo que por otro lado facilita el hecho de no involucrarnos personalmente en los casos. Ello resulta difícil sin embargo cuando quien está sobre la mesa de acero inoxidable es alguien que conoces o sobre quien proyectas (nótese el "quien" en la sentencia). Nosotros tratamos de actuar con el cadáver con el mayor respecto posible y, si tenía oportunidad, procuraba realizar la autopsia con música de fondo (necesito música para realizar una autopsia) que evocara de alguna manera algo relacionado con el cadáver, expresiones simbólicas todas ellas, cuanto menos del respeto a quien pudo seguir siendo y no fue. Legalmente, a los cadáveres se les puede mentar sin el formulismo D. o Dña. que precede a su nombre, lo que les despoja de su condición de persona. Personalmente, creo que el sentir general es de entenderles como personas.
—Una escritora de novela negra, María Laso, amiga mía, quiere saber si el suicidio es más o menos complejo de confirmar que un homicidio o asesinato.
-De hecho, es casi más complejo, dado que el homicidio o asesinato suele contar en la mayoría de casos con una escena que ofrezca pocas dudas de la etiología médico-legal. El suicidio es intimista en su naturaleza. Salvo que la escena del suicidio muestre ciertas características rituales (elementos del entorno que muestren el espacio emocional de la víctima como notas de despedida, fotografías, nota de últimas voluntades, repartición de patrimonio, altares improvisados, etc), en ocasiones nos encontramos con una total ausencia de información, situación en que hemos de nutrirnos de toda información externa que nos permita arrojar luz sobre los hechos, especialmente cuando se trata de suicidios «en cortocircuito» (consecuencia de algún evento vivencial especialmente estresante que desemboque en una rápida resolución del conflicto afectivo-emocional por medio de una conducta autolesiva escasamente elaborada): antecedentes psiquiátricos en la esfera afectiva, intentos previos de autolisis, verbalizaciones de suicidio a personas cercanas, conocimiento de situación financiera reciente compleja, etc. En varias ocasiones, ante la existencia de dudas sobre la etiología médico-legal, hemos llegado a realizar una autopsia psicológica, con el inconveniente que ello tiene de que el psicólogo que la lleve a cabo tiene que tener una sólida formación. La autopsia psicológica consiste en realizar entrevistas del entorno social de la víctima de tipo concéntrico, es decir, comenzando por la familia más directa y, según la información que éstos vayan facilitando, ir ampliando en consecuencia el árbol relacional de la víctima, con el fin de poder así elaborar un perfil psicobiográfico que permita inferir o no la compatibilidad del suicidio.
—La misma escritora me pide que te pregunte ¿cómo se sabe si ha sido por envenenamiento una muerte? ¿Cuáles sustancias se suelen utilizar para envenenar? 
-En una autopsia judicial se realiza por sistema un estudio toxicológico. Hoy día con las técnicas de cromatografía es difícil que una sustancia pase desapercibida, aunque siempre resulta de utilidad si al toxicólogo se le facilita una sustancia sospechosa. El envenenamiento es hoy día complicado de perpetrar porque para empezar el autor debe estar muy seguro de que la sustancia en cuestión vaya a provocar la muerte a la víctima, hecho complicado y que, de ser fallido, suele apuntar con facilidad al foco de origen. Lo más habitual hoy día es, que una vez note la víctima cualquier distorsión en su estado de salud, haga uso de los servicios asistenciales emergentes que hoy día suelen ser eficaces en el manejo de intoxicaciones. No obstante, pese a todo, se hace uso de algunas sustancias para ello, en un país como el nuestro que, además, es especialmente rico en plantas tóxicas. Aunque tenemos mucha belladona en la Península, no se reportan desde hace muchos años casos de intoxicación por ella, pero sí se conocen sin embargo casos, especialmente en el norte, de intoxicaciones homicidas con la hoja del tejo, un cardiotóxico especialmente potente. La sustancias sin embargo más frecuentemente utilizadas con fines homicidas son la metadona y las benzodiacepinas (que juntas además suponen un cóctel especialmente letal).
—No te pido que te refieras a ningún caso en concreto. Pero me gustaría saber de cuál trabajo forense te sientes más satisfecho.
-Tengo uno muy claro. Se trata de una mujer polaca, conocida en los juzgados por estar involucrada con frecuencia en casos de agresiones sexuales, nunca con agresor conocido. Vivía en condiciones de marginalidad y no tenía a nadie cercano. Muy linda. Lo único que buscaba era contacto con alguien, sentirse parte de una sociedad que la había dejado de lado y parece que en los juzgados consiguió la atención que en ningún otro lado le brindaban. 
Apareció fallecida y en avanzado estado de descomposición, siendo calificada su muerte de natural por todos quienes asistieron a la inspección ocular. En la autopsia se descubrió que fue violada y estrangulada. Finalmente se detuvo al autor, un depredador sexual que guardaba prendas íntimas de sus víctimas en un cajón como trofeos. De ella nunca se oirá nada en los medios, porque a nadie salvo a nosotros, le importó nunca el caso.
—¿Se siente la presión ante los casos mediáticos en los que has participado? ¿Hasta qué punto te afecta la presión?
-Se siente mucho la presión. La política y las altas instancias administrativas conocen muy bien los entresijos del control y del poder y para ello se procura posicionar a mandos medios que hagan de enlace directo con ellos y sus intereses, especialmente cuando ven sus puestos resentirse. Se ha ido notando de manera creciente conforme la información vuela por las redes sociales de manera descontrolada, interesada, tergiversada, malinterpretada y manipulada. El clímax del despropósito lo viví con el caso de Laura Luelmo. Luego vino el SARS-CoV2 y aparecieron otras víctimas a quienes vapulear. Al final el tiempo, tras el trabajo bien hecho por parte de todos quienes participamos, nos dio la razón. 
—Me han informado de que tienes un reconocimiento de la UCO. ¿Podrías explicarnos si por algún caso en especial?
-Sí, por la mutua colaboración en el caso del doble crimen de Almonte. Trabajamos conjuntamente con muy buena sintonía. Aprovecho para manifestar mi profunda admiración por los profesionales de la UCO (Unidad Central Operativa) y el equipo de policía judicial de la Guardia Civil, con muchos de los cuales tengo franca relación de amistad, más allá de lo profesional.
—¿Cómo actúa la medicina forense en los casos de violencia sexual? ¿Son frecuentes los casos de este tipo en que interviene el forense?
-Siempre que hay un caso de violencia sexual, se nos da aviso. Para ello, hay en Andalucía arbitrados protocolos de actuación conjunta entre Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, así como con los servicios de urgencias pediátricas y ginecológicas (según el caso, son atendidos por unos u otros) de los centros hospitalarios de referencia, donde acudimos nosotros para hacer asistencia integral junto con la intervención asistencial, para victimizar lo menos posible. Al margen de las actuaciones propiamente asistenciales ejecutadas por el personal facultativo del centro sanitario (anticoncepción, asistencia por lesiones, determinación y prevención de Enfermedades Trasmisión Sexual, etc), nosotros recabamos inicialmente información de los hechos y, de considerarlo oportuno, recogemos muestras para análisis toxicológico, biológico (detección de semen e individualización genética) y/o criminalístico (prendas, objetos personales, etc), al margen de valorar desde un punto de vista Médico-Legal, las lesiones sufridas. El único supuesto en que nos cuidamos mucho de preguntar lo menos posible es en el caso de los menores de edad, pues ello interfiere en gran medida con las técnicas de credibilidad del testimonio desarrolladas por los psicólogos forenses formados en dicha materia.
—¿Te acostumbras a la muerte? ¿Qué es la muerte y cuando se considera la muerte de una persona a efectos legales?
-Sí, a la muerte te acostumbras. A lo que no te acostumbras es al dolor y al sufrimiento que deja detrás. 
La muerte es el cese irreversible e irrecuperable de las funciones vitales. A efectos legales basta con la determinación clínica del cese de las mismas para establecerla. Es para ello, aparte de la exploración clínica oportuna con la ausencia de signos vitales (respiración, pulso y latido cardíaco), necesaria la realización de un electrocardiograma (EKG) que confirme la ausencia de latido cardíaco. En el caso de que existan fenómenos cadavéricos instaurados (los anteriormente comentados para la determinación de la data del fallecimiento), ni siquiera se requiere EKG. El supuesto que requiere una regulación legal más específica es sin embargo el de la muerte cerebral, entendiendo tal como la ausencia de actividad cerebral irreversible, pese a que el tono vascular y función cardíaca persistan, debiendo ser ésta corroborada clínicamente por un neurólogo que habrá adicionalmente de realizar un electroencefalograma para reconfirmarla.
—Para acabar con un tono distendido, dime:
—Un color
-EL verde
—Una comida
-La paella
—Una bebida
-El gin-tonic
—Un paisaje
-El cielo estrellado
—Una afición
-Los juegos de mesa
No hay más preguntas. Gracias por la lección magistral, Dr. López Alcaraz. Gracias por tu profesionalidad al servicio de la sociedad.
¡Gracias, Manu!

4.1.22

Las coordenadas de David

                                         LAS COORDENADAS DE DAVID

Leer una bonita historia es como soñar, pero luego hay que despertarse y la vida..., bueno, la vida es otra cosa.

(Hotel Bruni. Valerio Massimo Manfredi)



   

Joana estaba muy preocupada por su padre. Hacía varios días que había cesado toda comunicación: tanto el correo electrónico como el teléfono móvil habían enmudecido. Y era sumamente extraño que, ya que cada día comunicaba con Pola de Siero para darle cuentas de sus andanzas, hubiera cortado la comunicación con ella.

Hacía casi un mes que su padre estaba en su nosecuántos viaje y aquel silencio era impropio de él, de su forma de ser, incompatible con el cuidado que tenía de, cada vez que salía, mantener a Joana informada. Pero aquel viaje, no sabía muy bien porqué, nunca le había hecho demasiada gracia cuando le contó los planes. No era uno más de los que de vez en cuando solía realizar desde que una maldita lesión en el hombro derecho lo había incapacitado para realizar su trabajo habitual en una explotación de la cuenca minera, así que, una vez conseguida la incapacidad absoluta, le había entrado la vena viajera y le comunicó a su mujer que a partir de entonces se iba a dedicar a lo que siempre había ansiado: viajar, viajar y viajar.

A partir de entonces, desde que su esposa falleció, se dedicó a recorrer los países más cercanos de Europa —Italia, sobre todo—, Suiza y Austria, para más tarde saltar a Turquía y a la India.

De repente, su padre permaneció en casa durante unas semanas, algo que le extrañó, pues no paraba en Pola de Siero más que lo estrictamente necesario para reponerse física y monetariamente, dado que los viajes lo dejaban exhausto. Pero esa vez, justo hacía medio año hizo algún viaje a Madrid, ciudad que odiaba desde que había comenzado a recorrer el mundo.

Cuando le preguntó por el destino de su próximo giro pensando que le diría África, él le salió con que de eso, nada… que ya le diría… que andaba muy ocupado investigando. A Joana le extrañó, porque aunque su padre lo único que había hecho toda su vida era “beberse” las bibliotecas, nunca antes le había visto con esa “calentura”. Y  exactamente entonces, fue cuando comenzó todo el asunto que había culminado con aquellos días de silencio que tanto la escamaban. Cuando partió rumbo al Cono Sur nunca le dio buena impresión ya que le veía alterado, pero no le volvió a preguntar, sólo que era la primera vez que además del maletín con lo estrictamente necesario, esta vez viajaba con un pequeño baúl, que no sabía qué demonios contenía. Pero Joana calló.

Sin embargo ya no podía esperar más. Después de intentar conectar con él por e-mail, y dejarle varios correos en su cuenta urgiéndolo a dar señales de vida, y el móvil repetir una y otra vez “el teléfono marcado no contesta o  está fuera de cobertura”, con los nervios algo alterados, puso en práctica todo lo que había aprendido en la Escuela Técnica, y aunque no era aficionada a mantener correspondencia virtual —de hecho no contaba con ningún contacto— se situó en línea a través de la Intranet de su escuela e inmediatamente puso en marcha un sistema silencioso, activo, a través del cual, milagrosamente la pusieron en contacto con alguien que podría darle señales de su padre. Parecía increíble, pera así era: los datos que aportó dieron su fruto, aunque ni siquiera conocía su destino exacto.

Joana, con el número de teléfono que le había proporcionado su contacto, suspiró profundamente. A pesar de su juventud, la cara ovalada, el cabello cuidadosamente desordenado que le daba un aire despreocupado pues le gustaba vestirse con ropas de boutique y trapitos exóticos que su padre le traía de diversos lugares, quedó citada con la persona que le habían dicho podría saber algo del paradero de su padre.

Así fue: a la tarde siguiente, puntualmente, marcó el número indicado y al otro lado del Océano le contestó la voz de una mujer diciéndole que esperaba su llamada, y que podría darle algunos detalles de alguien que coincidía con la descripción de su padre.

Le advirtió de que no podía garantizar nada, y que la tendría al corriente a medida de que fuese teniendo noticias. Joana le dio las gracias, y aunque la voz del otro lado era melodiosa, aterciopelada, con el característico acento andino, no pudo por menos que notar una cierta dureza en el tono de sus palabras.



Recién acabó la comunicación, la interlocutora ya se estaba arrepintiendo de haberse comprometido a algo de lo que no estaba demasiado convencida: el día anterior se enteró a través de “Gaucho” —cyberapodo de un amigo argentino— que, a través de la Red, se estaban interesando por alguien que estaba o podría estar en un embrollo. Y en aquel mismo momento, la más prestigiosa abogada del Perú —donde fue a parar el padre de Joana—, y una de las más bellas, que prestaba sus servicios para el estado en el Ministerio de Bienes Culturales y Arqueológicos e Históricos, y encargada de redactar las leyes que endurecían los delitos de expolio de los numerosos yacimientos que estaban por investigar para descubrir el inmenso tesoro que se encontraba en todo el territorio incaico. E Izebel Amile Basy, que se consideraba descendiente directa de la nieta de Túpac Yupanqui,  Isabel Chimpu Ocllo, había puesto todo su empeño para que el Congreso de la República aprobara dichas leyes a fin de evitar lo que ya comenzó en tiempos del invasor. Como asesora legal en el INCA (Instituto Nacional de Cultura Andina) trabajo no le faltaba. Sabía cómo una semana atrás se había detenido a un español, que se encontraba en las dependencias policiales de Chiclayo, y de mala gana había accedido a interceder por él, debido a que tenía que asistir al juicio como letrada del Estado. Por ello, mientras volaba hacia el norte, como cada semana, se dio cuenta de que se había comprometido irreflexivamente por uno de aquellos carroñeros a los que tanto odiaba, la mayoría de ellos gringos o, últimamente, españoles emulando a sus predecesores. Pero bueno, se dijo, tampoco había porqué preocuparse, el caso era quedar bien con “Gaucho” que era quien le había pedido el favor, y después de todo a la chica española con la que había mantenido la conversación telefónica tampoco la conocía de nada y no iba a dejar de cumplir con su deber y hacer valer las leyes de la República. El vuelo a Chiclayo era corto, pero cada vez que lo realizaba era cuando ponía en orden sus ideas, haciendo de ella la número uno del Colegio de Abogados de Lima.


     Cinco días del húmedo invierno de julio llevaba Diego Nora Martín en unas dependencias anexas de la Corte Regional de Justicia de Lambayeque, imposibilitado de comunicarse con su hija Joana. Sus nervios, hasta ese día bastante templados, comenzaban a jugarle una mala pasada. Era de complexión frágil aunque siempre había presumido de gozar de una gran resistencia. Muy moreno, en parte por las horas pasadas a la intemperie, hacían de él, a decir verdad por lo que le contaba a Joana cuando recalaba en Pola de Siero, un remedo de aventurero, aunque en aquellos momentos, retenido en Chiclayo, más parecía un Indiana Jones de vía estrecha por el estado en que se encontraba. Procuraba mantenerse en buen estado de presencia física aunque estuviera, como era el caso, en baja forma. 

Las horas pasaban lentamente mientras le instruían el sumario, aunque le extrañaba que únicamente le hubieran interrogado el maldito día que lo detuvieron. Ya estaba comenzando a hartarle aquel embrollo, porque aquello era un maldito lío en el que él solo se había metido sin la más mínima intención de hacer daño.

Cuando estaba sumido en los más negros pensamientos, olvidado del mundo, le anunciaron que al día siguiente iba a comenzar la vista judicial, que tenía derecho a un abogado de oficio, o bien recabar la ayuda de su Embajada. Diego se asustó al escuchar sugerirle la legación, pensando que aquello iba a ser puro trámite y que en la sesión quedaría demostrado suficientemente que era inocente.


Al día siguiente lo trasladaron a la sala de vistas. Una vez iniciada la sesión, el abogado del Estado, comenzó a desgranar las violaciones de la ley: casi todos los artículos del reglamento RS 004-2000, con la agravante de ser extranjero, incluso delitos tipificados en el Código Penal. Mientras, pensaba que aquel individuo sentado, que escuchaba como ausente, iba a ser el cabeza de turco y pagar todas las culpas del expolio que había sufrido su patria desde los tiempos de Pizarro. Iba enumerando con todo el rigor de que siempre hacía gala en las audiencias, los delitos cometidos, cuando en un instante, al volver la cabeza ocurrió algo a lo que no estaba acostumbrado: Izebel Amille Basy se encontró con unos ojos, que la miraban fijamente, los de Diego Nora Martín, en los que por un instante ella —porque ella era la encargada de velar por los intereses del Estado que la pagaba—, sintió reflejarse. Vio en la mirada del acusado la inocencia, la honestidad, la súplica de un ápice de piedad. Desde ese momento, aunque su tono de voz no bajó, Izebel ya no fue la misma. No sabía cómo rebajar el nivel de los cargos que hasta unos minutos antes había enumerado, de tal forma que sin duda sería condenado como si aquel desventurado  le hubiera robado el mismísimo tesoro al Señor de Sipán, cuando en realidad se le había detenido practicando un agujero en una zona arqueológica —aún no explotada—, con herramientas rudimentarias y un instrumento de medición.

En una fracción de segundo Izebel procesó mentalmente toda la información procedente de los “Cuatropiés” —nombre que los peruanos habían puesto, por medio de un divertido juego de palabras, a la Policía Peruana de Preservación del Patrimonio, los agentes encargados de custodiar el legado cultural—, y cuando terminó el turno del abogado de oficio que le había caído en “suerte” a Diego, solicitó del Presidente de la Corte —un viejo profesor suyo de Facultad— un receso de tres horas. Y ese lapso fue suficiente para que escuchase la historia que Diego le narró y causante de la situación en la que este se encontraba:

Diego había asistido, unos meses atrás, a una conferencia en Oviedo, más por el ánimo de matar el tiempo que por el tema en especial —imperio Inca—, impartido por un famoso profesor de antropología en la Universidad de La Rábida. Durante su disertación hizo un recorrido por la civilización andina, de lo que Diego tenía poca, casi ninguna, idea, pero por instantes le fue cautivando. Y recordaba cómo, en mitad de la conferencia, el conferenciante hizo alusión a ciertas “informaciones camufladas… y enamoradas”, que se conservaban en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, y que de buen seguro contenían algunos “secretos” sobre la decadencia del imperio incaico y la “herencia perdida”. Este detalle no le pasó inadvertido y tomó nota mentalmente. 

A los pocos días se encontraba a las puertas del edificio que alberga toda la documentación de la historia de España, desde los Reyes Godos, pasando por la dominación árabe, las monarquías, la unificación de los reinos cristianos y la conquista de América y las Filipinas, “cuando en España no se ponía el sol”, los Edictos firmados por Franco y el panfleto golpista de Jaime Miláns del Bosch y Ussía, hasta el ejemplar original de la Constitución de 1978. 

Dedujo que la documentación sobre el Perú en el Archivo Histórico Nacional sería únicamente la que existiese a partir del 28 de julio de 1821, fecha de la Declaración de Independencia, puesto que la del periodo anterior, miles de legajos que hubiesen salido de los territorios del Gran Perú hasta esa fecha, se encontrarían en el Archivo de Indias de Sevilla. No le fue difícil acceder a los fondos informáticos, pues toda la documentación estaba digitalizada, y a los tres días salió con una carpeta cargada de folios manuscritos por él mismo y documentos escaneados, recopilados en el mismo orden en que los había seleccionado. 

  Ya en Pola de Siero, Joana tuvo que llevarle el alimento a la habitación, porque su padre se enfrascó en los papeles. No se preocupó en exceso porque era su costumbre el documentarse antes de iniciar cualquiera de sus viajes: folletos turísticos, mapas, rutas del país a visitar, dinero, visados, documentación exhaustiva solicitada en las embajadas, Internet… en fin, toda la parafernalia a la que Joana se había acostumbrado. Pero aquella vez era diferente: no se trataba de papeles de agencias de viajes, sino una carpeta llena de documentos escritos en un idioma que no supo descifrar hasta que su padre, que más parecía la figura de Don Quijote en plena fiebre “lectoracaballeresca”, le aclaró que aquella documentación era la llave para abrir el tesoro. Comenzó el estudio en detalle de aquellos documentos, y fue cuando planeó visitar el país del que prácticamente no conocía nada, a no ser la imagen de Machu Picchu que desde tiempo inmemorial lucía descolorida en el escaparate de una agencia de viajes al lado de casa.

  Se concentró pues en las referencias pertenecientes a los tratados de independencia, sin saber muy bien qué estaba buscando; se zambulló en las escrituras de las propiedades de la Corona otorgadas por el último virrey; leyó los rollos de los últimos procesos judiciales celebrados en la Real Audiencia de Lima; y se estremeció, rememorando sus sufrimientos, con el último Auto de fe que la Inquisición había abierto a un desventurado que había osado orar a unos de los antiguos y proscritos dioses del Sol. 

Estuvo a punto de rendirse, pues lo había leído casi todo y temía que tal vez su mente se hubiese desbocado escuchando conferencias y que su imaginación le habría jugado una mala pasada. A punto estaba de abandonar sin esperanza en uno de los últimos papeles escaneados: “Correspondencia y Documentos privados de Doña María Josefa Amalia de Sajonia”. Comenzó a pasar distraídamente los últimos folios bellamente ornados de lo que a simple vista era una colección de cartas. Se entretuvo en leerlas: aburridas, y todas de damas de la corte residentes en Lima y en El Callao. Eran intrascendentes asuntos baladíes, propios de personajes de la alta alcurnia hispano-peruana en busca de entretenimiento, trasmitiendo dimes y diretes. También había algunas hojas con versos donde rezaba “Poesía galante de la Reina consorte Doña Maria Isabel de Braganza”. Entonces a Diego se le encendió una lucecita en su cerebro y recordó las enigmáticas palabras del conferenciante de Oviedo, cuando aseguró que en el archivo histórico se encontraba cierta información “enamorada”. Eso es, sí, eso es lo que dijo. Casi inmediatamente, dio con un folio con las frases de un pequeño poema:


En las santas palabras

Del profeta Isaías

Unas riquezas se hallan

Muy debajo, escondidas:

De la estrella judía

Serán las seis puntas

(Boaz)

Si primero giras

Los tres puntos mágicos

De la cristiana Regina

(Hakim)


Llegó a la conclusión de que estas estrofas se había trasmitido de generación en generación, desde el Inca que reinaba en la Tierra Sagrada del Sol cuando Pizarro holló el Perú, hasta el último virrey que degradó la Tradición indígena y envió en la última valija diplomática este poema como regalo a “Nuestra Señora la Reina, esposa de Nuestro Señor Fernando VII por la Gracia de Dios siendo en Lima el día vigésimo quinto del mes julio del Año del Señor de Mil ochocientos y veintiuno”. Poema, en suma, que habría recibido la Consorte aludiendo al expolio a los incas Amaru Yupanqui, Túpac Yupanqui, Huayna Cápac, Huáscar, y Atahualpa que fue quien debió idear un sistema de preservar los tesoros del Imperio del Sol. La esposa de Fernando VII en tiempos de la independencia peruana era Maria Isabel de Braganza, muy dada a la poesía, quien habría legado a su esposo el Rey su correspondencia más íntima. De ahí que estas cartas y poemitas estuviesen en poder de la segunda esposa del monarca, Amalia de Sajonia.

Comenzó entonces a hacerse una serie de preguntas: si aquellos papeles habían pertenecido a una Reina consorte de España, ¿qué hacían en una armario del Archivo Histórico Nacional, en la sección “Independencia de Perú” en vez de estar, como sería lo lógico, en cualquier estancia del Palacio Real de Madrid o en el Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, lugares de residencia de los Reyes de España en aquella época? ¿Porqué, y cuál era la relación, de una simple poesía entre aquella remesa de documentos de la importancia de la Declaración de Independencia del Perú? ¿Qué significaba la alusión a Isaías? ¿Y aquellas extrañas palabras (Boaz, Hakim) en medio de un poema tan claro?

Una llamada a su amiga Rosana Oreal, de Alicante, experta en temas medievo-sefardíes les fue esclarecedora, confirmándole algunos asuntos referidos al escrito en cuestión.

Comprendió también que nadie le iba a regalar nada: además de “enamorada”, el conferenciante había aludido al carácter de “camuflada” de las informaciones, y allí radicaba el misterio que tenía ante si. 

Los párrafos a que hacían referencia la poesía —continuó Diego explicando a la absorta Izebel— pertenecían al Libro del profeta Isaías, aunque tenía su teoría al respecto cuando Izebel le preguntó cómo los incas de 1492 iban a crear un poema basado en Isaías, y él contestó que estaba claro que alguien —conquistador judío o cristiano, o tal vez algún oriundo converso— lo había introducido subrepticiamente, así como la clara referencia a la Reina Isabel la Católica con el fin de enmascarar y ocultar el resultado del enigma.

Los párrafos eran los siguientes: 


Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, Santo, Santo,

Y encima de él estaban serafines; cada uno tenía seis alas

La nada

Entretanto la cabeza de Efraín será Samaria, y la cabeza de Samaria el hijo de Remalías

En aquel tiempo el renuevo del Señor será para hermosura y gloria

La ausencia


Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba

Y voló hacia mí uno de los serafines

El vacío


Entretanto la cabeza de Efraín será Samaria, y la cabeza de Samaria el hijo de Remalías

Y diez yugadas de viña producirán un bato, y un homer de simiente dará un efa

La nada.


Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba

Y voló hacia mí uno de los serafines

La ausencia

Entretanto la cabeza de Efraín será Samaria, y la cabeza de Samaria el hijo de Remalías.

Y les pondrá niños por príncipes, y muchachos serán sus señores

El vacío


Al principio le dio vueltas y más vueltas a los textos de Isaías, fijándose en las claves que aquellas palabras parecían ofrecerle: voces, tres veces santo, serafines, serafines con alas, cabezas, más voces, puertas, viñas, príncipes y señores. Y para colmo, más palabras entremetidas sin sentido: la nada, el vacío, la ausencia. Repetido. 

Tuvo que dejarlo porque se encontraba desorientado sin encontrar sentido a aquel galimatías… así que la mejor opción fue olvidarlo por unos días.

Sin embargo le ocurrió como cuando a un pantano se le abren las compuertas y fluye el sobrante de agua: surgió de su mente la lucidez necesaria para comenzar a ver claro: aquellos versículos del Libro de Isaías, después de releerlos y desbrozarlos, había llegado a la conclusión de que era como un crucigrama de periódico. Casi se cae de la risa, en parte al darse cuenta de que era lo más sencillo que jamás hubiera supuesto: la clave estaba en  la numeración de aquellos versículos. ¡El enunciado carecía de importancia! Las compuertas estaban abiertas: las frases correspondían, en el mismo orden en que estaban escritas, a los siguientes capítulos y versículos:

      6::3  6::2  7:9  4:2  6::4  6::6  7:9  5:0  6:4  6:6  7:9  3:4

No tuvo que remontarse a Eratóstenes ni a Hiparco de Nicea, los primeros que dividieron la Tierra en meridianos y paralelos, ni a Ptolomeo, autor del Atlas del Universo, para saber que aquellas eran, simple y llanamente las coordenadas de tres puntos colocados en grados y en minutos, en latitud y longitud. 

Diego continuó explicando a la ya entusiasmada Izebel que en aquellas cifras —le encantaba la cabalística— encontró, no sin alguna dificultad, la cadencia correcta. Puesto que el Libro de Isaías contaba con 66 capítulos, el autor de la clave se había limitado a repetir los versículos que marcaban las coordenadas más allá del grado o minuto 66 del meridiano terrestre. Algún esfuerzo complementario le costó deducir que las palabras “la nada, la ausencia, el vacío” eran los segundos, es decir, cero segundos en las tres coordenadas, necesarios para determinar exactamente los puntos, puesto que un segundo equivale, aproximadamente, a treinta metros. 

Todo lo tenía comprobado sobre el papel, ya que colocadas en este orden respectivamente, una vez conocido el lugar, ya sabría si había acertado o tendría que volver a empezar. Pero otro secreto había quedado desenmascarado sobre el papel milimetrado: eran los tres puntos de un triángulo equilátero.

¡¡¡Eureka!!! Lo tenía. Después de aclararse un poco, lo resolvió como si fuera un pasatiempo del diario de su provincia La Nueva España, de Oviedo. Lo tenía. Le parecía mentira. Sonreía al pensar en todas las horas pasadas mirándose el dedo en lugar de a la luna. Ahora estaba casi seguro de lo que aquellos dígitos le estaban transmitiendo: 


             

   6º32’00’’S 79º42’00’’O  

6º46’00’’S 79º50’00’’O  

6º46’00’’S 79º34’00’’O



Miró un simple mapamundi escolar: El Perú.

Diego acabó de contar lo acaecido hasta aquel momento. El receso judicial había concluido.

—No acabo de salir de mi asombro— la abogada peruana estaba absorta ante aquella historia que tenía ciertos visos de realidad—. Es increíble que hayamos estado más de quinientos años sin tener el más mínimo indicio del escondrijo de este posible tesoro. 

Así pues decidió llegar a un acuerdo con Diego: recusar al abogado de oficio y asumir ella misma la defensa. De acusadora se convertiría en defensora del “intruso extranjero, violador de la Pacha Mama, madre tierra sagrada del imperio inca” como unas horas antes lo había definido ante la Corte. 

Izebel lo pensó el tiempo suficiente para decidir jugárselo todo a una carta: apostar por la total inocencia de Diego Nora Martín, y aprovechar la creíble-increíble historia. Tanto si era cierta como si no, sería una eximente en cualquiera de los dos casos, con mucho que ganar y nada que perder. Aparte de que, visto de cerca, Diego era un hombre guapo, y ella una mujer en el comienzo de su madurez, entregada en cuerpo y alma a su trabajo, olvidando que su belleza la debería aprovechar en lugares más idóneos que en las salas de juicios en procura de algo más que de una confesión, que hacía mucho tiempo que no acudía a las peñas a escuchar tonderos trujillanos, o a beber pisco mientras mira a los ojos de su acompañante hasta escuchar un “te amo” falso. Eso fue lo que Izebel pensó mientras su cerebro hilvanaba una tesis contraria, con la que sostener la defensa de aquel “cholo” que poco a poco le estaba cautivando el corazón.


Diego, entonces, hubiera sido capaz de proporcionar toda la información que poseía con tal de salir de allí y regresar inmediatamente a España, porque ya no estaba seguro de que aquello llevase a algún sitio o, por el contrario, estaría haciendo el ridículo más espantoso.

Después de unas horas solo, llegó Izebel eufórica: había conseguido un trato con las más altas instancias. Incluso la Ministra de Cultura se había interesado en el asunto.

—No más pues, cholo— Izebel mostraba una amplia sonrisa— acabo de llegar a un compromiso con el Presidente de la Corte—. Si la historia que vos me ha contado es cierta, estaría en condiciones de solicitar a la Corte la conmutación de la pena que de hecho te caerá por violación de la Ley de Cuidado y Preservación del Patrimonio del Perú.

< Y si no es cierta… —Izebel suspiró, elevando sugestivamente su bello busto— más me vale huir con vos a vuestro país, porque no habrá lugar en todo el Perú donde pueda refugiarme del ridículo tan espantoso que puedo hacer.



La vista del juicio fue totalmente distinta a la sesión aplazada. El Presidente del tribunal escuchaba con atención la disertación de la abogada que cuatro horas antes había acusado al inculpado con tanta vehemencia como ahora lo defendía. Mientras escuchaba atento a la abogada de escultural cuerpo, este pensaba que sus enseñanzas las había aprovechado muy bien, dado que había sido su alumna más aventajada. En cualquier caso, la ley era la ley y los hechos expuestos por la ahora defensora eran incuestionables: a Diego se le había detenido en la hacienda Puchaca, lugar acotado por el Estado como zona de proyectos arqueológicos, y por mucho que la defensa alegara desconocimiento del encausado y segura declaración posterior de posibles hallazgos, difícilmente podría dictar la total y libre absolución so pena de ser acusado de prevaricación. Y ello también lo sabía la “bella Izebel” que dejaba entrever los muchos encantos que desplegaba en todas las causas, sobre todo en las perdidas.

El juicio quedó visto para sentencia. Izebel consiguió la suspensión temporal de la misma con la condición de que Diego ayudara a indagar en las claves del descubrimiento del yacimiento para, de ser ciertas, cumplir con lo pactado.

Ambos comenzaron la búsqueda de la dichosa reserva inca. También les dio tiempo para, en los ratos libres que les dejaban las pesquisas, ella le fuese descubriendo los aspectos de aquel país tan desconocido para Diego, y es que éste le confesó a la abogada que, del Perú, conocía los aeropuertos de Lima y de Chiclayo no más, y el área que circundaba aquellas coordenadas —tan pocos kilómetros que todo lo que había necesitado era una motocicleta que alquiló en la Avda. Grau de Chiclayo—. Izebel ejerció de anfitriona y de guía, mostrando a Diego la gran riqueza arqueológica del Perú, sobre todo de la región Lambayeque —para sonrojo de Izebel, aquel aprendiz de Indiana Jones no tenía ni zorra idea de quién era El Señor de Sipán, ni dónde estaba Huaca Rajada, algo que los estudiantes de Arqueología de cualquier parte del mundo sabría de memoria. Le contó la historia del pueblo peruano, originario de las más diversas etnias y razas, sobre todo la Tahuantinsuyu, pero también la gualla, la sahuassiray, la antasaya, la alcaviza, la copalimayta, la culunchima, los poques y los lares, que ocupaban los fecundos y recónditos valles que bordean la cordillera de los Andes hasta las orillas del Pacífico. De las riquezas inmensas del Perú, de sus recursos naturales, del expolio y del pillaje sufridos... 

A Izebel se le trababa un brillo especial en sus inmensos ojos color azabache. Amaba a su país y daría cualquier cosa por él. Se sentía “peruanaymará” por los cuatro costados, sabía que por sus venas corría sangre de extraños allende los mares, cuando en su tierra recalaron turbas con ansias de conquista y dominación, pero también, pues, gentes con intención de asentar allí sus raíces y mezclar sangre europea con sangre americana, andina, y así, siempre supo que sus apellidos, italianos, eran judaizantes, legados por algunos de los que hubieron de trasladarse a América confundidos con las tripulaciones de los bajeles y carabelas, huyendo de la intolerancia europea: por sus venas llenas de sangre aymará corría también sangre judía como su mismo nombre —Izebel— impuesto durante generaciones a muchas mujeres de su familia. Muchas circunstancias se habían confabulado, puntos unidos, convergentes, en una especie de Chakana inca, para ponerla en el camino de aquel enigma plagado de casualidades y cruzamientos de las líneas esotéricas e invisibles del Tiempo y del Espacio. Aquello era EL PERÚ. No iba, pues, a despreciarlo.


El punto que señaló Diego a Izebel y al agente de los “cuatropies” correspondía exactamente con el centro del triángulo equilátero que había deducido. La aclaración del poema “Si primero giras los tres puntos mágicos de la Católica Regina...” —era obvio que un triangulo equilátero girado por su centro, los puntos de cada ángulo forma una estrella de seis puntas: la Estrella de David; si a cada ángulo le das una letra de “la católica Regina” efectivamente formaba las letras I-S-A, que giradas convenientemente, forman la palabra I S A I A S, que era el nombre de quien procedían los versículos. En fin, pensó, una pequeña broma de los cabalistas, ideadores de pequeños trucos para hacer difícil lo fácil.

—Porque puestos a pensar —reflexionó Izebel—, si unimos todas las puntas de la Estrella de David, ¿qué tenemos? —y miraba esbozando la amplia sonrisa de las mejores ocasiones —pues nos sale— paró para tomar aliento— la figura de un… de un… de una esmeralda… o de una piedra preciosa.

—Adelante, no más pues— le contestó imitando Diego el acento andino. El final, fuera este cual fuese, estaba a punto de precipitarse. 

Pero lo aplazaron para el día siguiente.

Por la mañana temprano se dirigieron al punto exacto que marcaba el centro de la estrella o tridecaedro, que correspondía exactamente con las coordenadas 6º41’00’’latitud sur 79º42’00’’longitud oeste. 

El lugar, ajustado a los datos que señalaba el GPS, estaba situado a quince kilómetros de Chiclayo, precisamente donde, desde tiempo atrás, el gobierno había acotado como zona de excavaciones, sugerido en su momento por el INCA. Aquel terreno era donde previsiblemente se encontraba la tumba de ciertos indígenas de segundo orden en la escala jerárquica del imperio inca. Aquel debería ser el lugar donde, en teoría, se encontrase el tesoro escondido por el inca que vio aparecer por vez primera a Pizarro. Y aquel español, llegado sin saber muy bien cómo, y sin él mismo estar seguro de qué estaba buscando, venía a dar la clave que desde siglos atrás se intuía, se presumía, objeto de todo tipo de conjeturas de cualquier experto, o simple aficionado a la cultura del antiguo Perú.

La zona —llamada Caserío Puchaca— estaba cubierta de matorral, algunas quebradas de relieve accidentado salpicadas de árboles frutales asilvestrados, donde anidaban amazilias costeñas. Contaba con una vegetación exuberante, dada la proximidad del Río La Leche.

Cuando estaban a punto de comenzar a cavar,   apareció un Nissan Patrol, con unos individuos que se identificaron mostrando deprisa unos documentos y corriendo, y dando voces de amedrentamiento ¡afuera, afuera, afuera…! De nada le sirvió a Izebel hacer valer sus acreditaciones como letrada y asesora del Estado, para que aquellos sujetos la apartasen, así como al confuso Diego. De un empellón, le cayeron a Izebel el móvil celular que se hizo añicos. Los apartaron y se apoderaron de los documentos. Los retuvieron bajo un árbol, mientras dos de ellos comenzaron a apartar maleza y a horadar con una pala. Diego e Izebel supieron que lo que fuese estaba a punto de descubrirse. Y por lo visto, importante.

A la voz de uno de ellos, hizo que se acercasen los demás, y entonces apareció bajo una espesa capa de tierra lo que al principio parecía una roca más del terreno. Quizá hubieran desistido de continuar cavando si, al apartar la tierra pegada a la laja, no hubiese aparecido un símbolo casi imperceptible, debido a la erosión.

Continuaron hasta dejar al descubierto una enorme losa de granito de 2x3 metros que estaba incrustada en dos pernos del mismo material. Diego, alejado de la escena, pudo observar con alegría que otro de los enigmas se había desentrañado: los dos “mazacotes”, de un grosor apreciable, sobresalían de la losa y estaban colocados en el norte y en el sur de esta, de ahí los nombres intercalados en el poema —“Boaz” y “Hakim”—, confirmados por Rosana Oreal, la estudiosa alicantina del judaísmo en la consulta que le hizo en su momento como los nombres que correspondían a las columnas, norte y sur, del Templo de Salomón. Diego estaba que no cabía en si, porque no tenía ya la menor duda de que el enigma que le había llevado hasta el Perú, estaba relacionado con lo que acababan de descubrir. Tuvieron que esperar unas horas a que llegara una pequeña grúa con la que levantar la losa, procurando extraerla sin daño. La herrumbre y la erosión habían soldado la losa a los pernos, confirmando que aquella obra humana no se había abierto en siglos.

Al fin fueron izando la enorme losa, que a Izebel le pareció una estela funeraria, haciendo un ruido siniestro al rozar la piedra contra la piedra. Cuando al fin la hubieron levantado y separado de los pivotes que permanecían erectos, liberados del peso de la lápida, se acercaron todos. Un macanche surgió del agujero reptando asustado al sentir profanado su escondrijo.

Unas escaleras de piedra descendían hacia las entrañas del sepulcro abierto.

—Esto es una guaca mochica de principios del Quinto Pachacutec de la Era del Tawantinsuyo— susurró ella de carrerilla al oído de Diego—. Estoy segura. Estamos ante una de las tumbas más buscadas por mi Patria desde su Independencia. ¡huanunpasqui manachayay, mi cholo!—. Acertó a decir mientras se le iluminaban los ojos mirando agradecida a Diego.

No los dejaron descender a la tumba. Así pues, tuvieron que abandonar el recinto y dirigirse a Chiclayo. Por el camino se cruzaron con varias furgonetas con antenas parabólicas en el techo, circulando a gran velocidad.

Por la noche, mientras cenaban una paella en un restaurante español —esta vez invitaba Diego—, pudieron ver la noticia que había saltado a las cadenas de televisión: “Otra tumba descubierta, gracias a los años de investigación de los departamentos gubernamentales”.

—En nombre del pueblo de la República —la voz del presidente de la corte de Lambayeque sonaba muy clara en la sala, mientras Diego y su defensora escuchaban en pie la sentencia— debo condenar y condeno a Diego Nora Martín, por violación de la Ley 24047 del Patrimonio cultural y reo de un delito tipificado en el Artículo 226 del Código Penal que dice “El que depreda o el que, sin autorización, explora, excava o remueve yacimientos arqueológicos prehispánicos, será reprimido con pena privativa de libertad no menor de tres ni mayor de seis años.”

Izebel estaba desolada, pero las leyes del Perú estaban claras, y tantos siglos de expolio habían dado como resultado la implantación de penas severísimas al respecto por el simple hecho de llevar, como Diego, un pico, una pala, un papel con las coordenadas de David, y un Sistema de Posicionamiento Global (Gepeese).

Ya de nada valía lamentarse, sólo recurrir la sentencia ante las instancias superiores de la Judicatura Suprema de la Nación.

Diego quedó en libertad provisional, dado que no tenía antecedentes penales, aunque a la espera de la devolución del pasaporte para retornar a España.

De vuelta los dos en Lima, ella reanudó su trabajo en el INCA, mientras revisaba en las hemerotecas los periódicos más prestigiosos del mundo dando cuenta del hallazgo: se habían descubierto, en una tumba superpuesta sobre otra tumba o templo preincaicos, las momias de todos los componentes de un séquito. Y toda clase de objetos y fardos conteniendo lo que el pueblo incaico usaba en su vida diaria tales como utensilios, herramientas, ropa, ajuar, ropajes rituales, orejeras y pectorales en cobre, gran cantidad de turquesas, cofres y cajas repletas de joyas, pesos de oro, figurillas de plata y todo tipo de metales preciosos: El tesoro del pueblo mochica escondido a fin de evitar que fuese saqueado por manos extranjeras.

—¿Sabes pues, amor? el entorno, lo descubierto, las características me recuerdan vagamente a las claves que describían los versículos de Isaías —ella estaba más entusiasmada de Diego—, desencadenante, gracias a vos, de este feliz desenlace. En todo caso este descubrimiento es más rico que la tumba del Señor de Sipán, y me parece que tan mítico como Pachacamac. No puede haber “intis” ni dineros en el mundo que paguen lo que puede esconder ese agujero sagrado.

 

Dos días después llegó eufórica al hotel donde se alojaba Diego que se encontraba deprimido pues los días pasaban y aunque hablaba a diario con Joana —esta le había puesto en antecedentes de la repercusión en España de los avatares “arqueojurídicos” de su padre— Izebel, en un impulso irreprimible se le abalanzó y le abrazó. Diego estaba a punto de echarse a llorar, pero ella lo tomó de la mano, se sentaron sobre la amplia cama en la habitación del Gran Hotel Nasca Palace, que da a la Plaza Mayor de Lima, y le mostró los periódicos donde daban cuenta del gran tesoro hallado, aún por culminar, y que denominaban “GRAN HUACA PUCHACA DE DIEGO NORA”, describiendo las  características de aquella tumba, no tan antigua como la de Sipán, pero sí inmensamente más fructífera en el sentido monetario y en el aspecto cultural.

A continuación le mostró una reseña de El Incaico —Diario Oficial del Estado—, donde se anunciaba la concesión a Diego Nora Martín de la Orden Peruana del Soloculto, por “la contribución del ciudadano en cuestión al desarrollo cultural de la Patria”. Lo firmaba la Ministra de Bienes Culturales y Arqueológicos e Históricos, Minerva Flórvigo.

Y por último, Izebel hizo un gesto, esta vez de disgusto, cuando le entregó un sobre lacrado, desprecintado por ella, con destino a su patrocinado: un oficio de la Corte Suprema de Justicia del Perú donde se le concedía el indulto del delito por el que se le había condenado… “dadas las especiales circunstancias que concurren en el caso, las repercusiones y el clamor de la prensa internacionales, con la condición de que abandone el territorio nacional en el plazo de 48 horas. Se le adjunta el pasaporte”.

—Kafkiano— pensó Izebel, que en el fondo hubiera querido que no le conmutaran la pena y tenerlo con ella—: de modo que lo expulsan del Perú, concediéndole un plazo de dos días… y lo convocan para dentro de cuatro en la sede del Ministerio para la imposición de una medalla.


Fueron veinticuatro horas frenéticas donde Izebel echó el resto para evitar la catástrofe y la “palta” que se cernía si aquello no se enmendaba: acudió a todas las instancias; llamó a todas las puertas; telefoneó a sus líderes del partido MPEP (Mejorperuesposible); habló, pidió, suplicó; fue de Roma a Santiago y de la Ceca a la Meca; el embajador del Reino de España (¡vaya por Dios!) se encontraba “missing”, aunque por fortuna el Agregado cultural estaba disponible; el Rector de la Universidad Garcinca apoyó; todos, hay que admitirlo, colaboraron para salvaguardar las formas y compatibilizar las disposiciones gubernamentales y judiciales: unos adelantando el acto y otros retrasando el auto. 

Finalmente, exhausta y satisfecha, en la noche, en el hotel mientras sobre Lima caía la garúa invernal del mes de julio, amó al hombre del que irremediablemente se había enamorado. Hicieron el amor por primera y única vez, hasta que la amanecida sobre las cumbres andinas los sorprendió acariciándose, besándose, tocándose, mirándose, uniéndose... Lo hicieron hasta quedar saciados el uno del otro. Unas misteriosas palabras que no necesitaron traducción, en el idioma de los dioses del Sol surgiendo dulce, cadenciosamente de los labios de ella, mientras, a Diego se le erizaban los bellos de tanto placer recibido. Y abrazados —paskapashpu..., simiyuskani…, ariyo…, tushkany…, (siempre vivirás en mi corazón..., jamás te olvidaré..., que nunca te suceda nada malo...) susurraba ella en el legendario idioma de su antecesor Túpac Yupanqui…— permanecieron muy quietos a fin de que todos y cada uno de los poros del cuerpo de Diego se impregnaran de las enloquecedoras fragancias que emanaban del bello, suave, tibio, sediento y ansiado cuerpo canela-mestizo de Izebel, sabiendo que era lo único que él se llevaría indeleble en su memoria     —además de la medalla bañaba en oro que le impusieron—. 

El vuelo 023 de PerAir se encargaría de separarlos, tal vez mas quién sabe, para siempre. Antes de abordar el avión, Izebel le dijo algo —Huanunpasqui!—, pero Diego se marchó sin conocer su traducción.

En Pola de Siero de Asturias, Joana, al fin iba a recibir a su padre. Lo que no imaginaba era cómo y cuánto había cambiado. FIN 


Agradecimientos: 


Agregaduría de turismo de la Embajada de Perú en España.

Lorenzo Trinidad, Profesor de Antropología Americana de la Universidad de La Rábida.