27.9.09

Ahmed, el del semáforo

He sido testigo de un hecho que no me resisto a comentar.

Esta misma mañana, en los escasos dos minutos que dura la luz roja del semáforo de la esquina, al lado de casa.
Actores:
El chaval de todos los días, costamarfileño, veintitantos años, fornido y con la sonrisa permanente de intentar venderte el paquetito de klinex.
A mi lado, a bordo de un beemeuve, otro chaval, al que conozco de vista y del que sólo me consta su permanencia durante largas horas al día sentado y bebiendo litronas.
No sé cuál fue la conversación entre ellos, el caso es que el negro sonreía al blanco, mostrándole el paquete de pañuelos, mientras el del "buga" reía a carcajadas en tanto apretaba afondo el pedal del acelerador.
Al cambiar a verde, el tipo del cochazo, sin oficio pero con beneficio conocidos -me apuesto un euro a que no acabó "Eso"- le ragaló al negro -Ahmed creo que me dijo un dia que era su nombre, licenciado en Historia y Humanidades, cum laude, por la Universidad de Abidyan- una bofetada de monóxido de carbono que expelió a presión el tubo de escape mientras salía disparado como si de una salida de Fernando Alonso se tratara. Trabaja Ahmed en la fresa y en el semáforo. Vive en una pensión de mala muerte y no sabé qué será de él. Sólo tiene su sonrisa.
Yo me pregunto qué coño hemos hecho mal en esta sociedad para que ninguno de estos dos esté en los lugares que en justicia le debería corresponder.



22.9.09

Dios deseado y deseante. Juan Ramón Jiménez. Editora, Rocío Bejarano




Partimos de Dios

en busca de Dios,

sin saber qué buscamos.



El dios con minúscula,

 el dios bajo cielo,

el cielo que es mar,

sobre aire que es cielo,

¡entre aire y marcielo,

y que es pleamar, y que es pleacielo!


El dios deseante,

el dios deseado,

-¡el dios deseado y deseante!-

me trae este Dios,

un dios Dios tan DIOS,

 ¡un dios: DIOS DIOS DIOS!

… que al cabo de todos los cabos,

que al borde de todos los bordes

un día encontramos.


Cada vez más suelto, y más desasido;

 cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!

a una libertad de puertas de Dios.

Y entonces la puerta se abre… y ¡más libertad!


Estoy pasando la cuerda,

cuerda que Tú me has tendido,

 Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!

¡Dios mío, no soples, Dios!


Siento la inminencia del dios Dios,

del Dios con mayúscula,

-el que nos enseñaron cuando niños

 y no aprendimos-.

¡Dios se me cierne en apretura de aire!


¡Se me está viniendo Dios

en inminencia de alma!

¡Se me está acercando Dios

 en inminencia de amor!

¡Se me está llegando Dios

en inminencia de Dios!

(Poema descubierto por Rocío Bejarano y Joaquín Llansó en Puerto Rico. 2009)

5.9.09

Puentes. Mi primer relato, diez años ya...





Con este relato, Puentes, gané el concurso literario de la Asociación de Industrias Químicas y Básicas de Huelva, en noviembre de 1999. Fue una gran sorpresa para mi, pues aparte del premio en metálico (50.000 ptas. No 500.000 como algún periodiquete escribió), casi me desmayo cuando me enseñaron los siete mil ejemplares de revistas AIQB, que por entonces se enviaban a los domicilios de los trabajadores del Polo Químico de Huelva. Y allí estaba yo, mi foto, mi curriculum, mi relatillo, en mitad de la revista.
Entonces fue cuando sentí el vértigo del miedo, del respeto al público, del respeto que impone el salir a la palestra a exponerte pública y voluntariamente, y saber soportar todo: el éxito, el fracaso, los premios, las críticas (que, obviamente las debió haber). Pero lo que más daño me hizo -tal vez por mi inexperiencia- fue el manto que se cernió sobre mi, el manto pesado que me cubrió, y que me dolió enormemente, que malllevé y que cada vez soporté menos: el silencio. El silencio por parte de quienes menos me esperaba, de gran parte de mis compañeros, de mis amigos, de algunos familiares que miserablemente me escatimaron un sencillo "enhorabuena".
Ni siquiera la Dirección de la fábrica en la que trabajaba y que formaba parte de la Asociación de Industrias, tuvo el detalle de al menos aludirme y felicitarse de que un empleado propio hubiese ganado el galardón literario.
La única persona que me felicitó fué un compañero de trabajo quien, con el soplete en una mano, y alzándose la visera protectora con la otra, me soltó, sonriendo, un elocuente y maravilloso "¡con dos cojones!". Aquel sí que fue un pedazo de premio que jamás olvidaré...
Luego supe que todo ello era moneda corriente en un mundillo como el literario donde los fracasos son propios del escritor, pero también lo son los éxitos, y estos al parecer se perdonan menos.
Mi primera incursión en la Literatura, y la última. No fui capaz de superar el miedo, y no me da vergüenza decirlo...
NOTA: si te interesa leer Puentes, no tienes más que clicar dos veces sobre cada imagen.