30.8.09

Sobre la Crónica de mi viaje a la China

A pesar de estar claramente especificado, la crónica del viaje a China está cronológicamente al revés en el blog. Si estás interesado, ya sabes que debes retroceder en el tiempo y en el space para leer con orden. O sea, del 1 al 10.
También indicar que puedes dejar cualquier comentario, así como leer entradas antiguas pero atemporales.

Joseantonio

Joseantonio en China(10). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Regreso

Décimo y último día. 29 julio Una eternidad en llegar al aeropuerto Pu dong. Miro con envidia el Maglev que nos adelanta en medio suspiro. Eludí, antes de salir del hotel, las despedidas de algun@s compañer@s. A otros les deseé buen viaje a Hong Kong. Ahí sí que no se me ha perdido nada. Llego a la inmensa terminal y los trámites son más livianos. Hago tiempo escribiendo; trasteando con la cámara ―a punto de darle sin querer al BORRAR…―; hago pipí dos veces; cuento las columnas en equilibrio imposible de la terminal. Observo a un occidental con pinta de guarrete… en fin, cuando quiero darme cuenta estoy sentado en el peor sitio, "aprisionado" entre Carmen y Olalla. Pero sin poder reclamar pues la noche anterior lo había reservado y conocía el lugar que ocuparía. Hago acopio de mentalidad oriental y me digo que no pasa nada, que once horas de vuelo no son nada. El avión despega como si el piloto estuviera recién llegado de un botellón. El gigantesco Boeing 747 se queja con un estridente chirrido al tiempo que se eleva. Como y pruebo al fin un poquito de vino. La lengua se me suelta y descubro a mi lado a una interesante mujer que sabe, muy bien, hablar pero sobre todo escuchar. Una maravillosa mujer que además sonríe estoica, comprensivamente, cada vez que necesito imperiosamente ―al menos lo que yo creo― salir y pasear avión arriba, avión abajo. Descubro a una mujer con un trabajo interesantísimo, el de coordinar algo maravilloso como son los Almacenes de historias de la Humanidad, como son para mí las bibliotecas y librerías, en su ciudad. Ya digo, un encanto de compañera mientas su amiga aguanta los embates olorosos de ciertos extraños pasajeros. Vivir para oler, comento con Olalla mientras observamos la cara de circunstancias de Sofi. Rememoro con Olalla los avatares y lo impactante de nuestro periplo. A mi otro lado Carmen, mi esposa, se enfrasca en el libro continuación de Los pilares de la Tierra. Al fin, agotados los temas de conversación, y no habiendo conseguido asiento junto al pasillo, por no incomodar o poner en compromiso a Olalla, me sitúo en la ventanilla. Cuando me dispongo a mirar a través de ella, el sobrecargo ordena que ha llegado la noche y todos debemos bajar la ventanilla. A dormir, aunque yo aprovecho para recapitular… A la menor ocasión, vuelvo a subir mínimamente la ventanilla y el sol cayendo muy, pero que muy lentamente, entra a raudales y cierro los ojos instintivamente. Cuando los abro y miro a través de las nubes, a diez mil metros de altitud, me da un vuelco el corazón. Y veo, recién salidos de Shanghai, siguiendo la ruta del norte cómo la Muralla divide China de las tribus mongolas del Norte. Y Manchuria, otrora rusa, y Miguel Strogoff, el correo del Zar caminando hacia los confines de Rusia. Y la Gran Marcha. Hago trabajar mi cerebro, y calculo la hora que es en realidad. Llevamos aproximadamente la mitad de tiempo de vuelo y el Boeing 747 de la holandesa KLM, se ha transforma en una Maquina del Tiempo, pero también del Espacio y de forma inaudita, asombrosa, descubro en la superficie de la tierra, sobre la que estoy sobrevolando, las divisiones Panzer… y miles de puntitos blancos camuflados sobre el manto infinito de nieve de las estepas rusas que avanzan hacia el Moscú que ahora sobrevuelo. También puedo observar las divisiones soviéticas, que avanzan intentando pararlas en mitad de la tundra entre la mártir ciudad de Stalingrado, siguiendo el cauce serpenteante del Neva hasta el mismo corazón de todas las Rusias. Y del sputnik lanzado, envidioso, desde la tundra, allá por el 69. Todo ello desde mi privilegiada atalaya, mientras observo el serpenteante río que quieren vadear las lanchas neumáticas nazis a la conquista del otro lado de la vergonzosamente repartida Polonia. Y, en fin, veo pasar la Historia bajo las alas del avión que me trasporta a mi mundo. Pero también puedo observar abajo cómo el viejo Telón de Acero está afortunadamente derribado y es ya un montón inservible de chatarra. Y que la vieja Europa, bajo mis pies, es una pista abierta a las migraciones libres. Todo eso es lo que observo, mientras iniciamos el descenso hacia los Países Bajos, dejando atrás el Báltico, mar madre de los países del frío y de naves vikingas, en horrendos viajes asolando diversos países. Holanda, la tierra del tulipán, de los viejos molinos de viento. Del viento de la libertad, del libre albedrío, de la libertad sexual, de la libre decisión de vivir o morir. Ámsterdam… aterrizando haciéndose el piloto perdonar el despegue. El vuelo a Madrid me coge con sueño. Me resisto. A mi lado, Olalla dormita mientras el sol, al fin, en un bello espectáculo, cansado de recorrer muchos husos horarios en mi compañía, se decide a ponerse tras las nubes, al otro lado del reencontrado Océano Atlántico. Madrid, terminal 2. Terminal. Cansancio. Cinta de transporte. Espera. Filas de taxis. Despedidas. Las odio. Abrazos. Un beso fugaz. Despedida. El taxi a Minimadrid. Pensamientos que vuelan. Retroceso en secuencia vertiginosa, caótica. Barajas Schipol. Beijing 301 megatodo Balaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa… Tiananmen eclipse Buda Armonía KLM hotelmenosestrellas Xi’an terracota soldadesca Mao España jetlag Fátima guías guías guías azafatas sobrecargos fumigación visados Sofía pasaportes hotel Mongolia fantasías miltrescientosmillones regiones amico anotaciones- en mi-cuaderno fotosfotos1250fotosfotos Confucio fumaderos-gheto 88 China-Eastern Pekín lluvia restaurantemástenedores sudor-por-la-espalda Shanghai madrugón palillos Jose rascacielos Manchuria sopa-gelatinosa GripeA mercado Olalla visor colasvisitamomia relojes seda Antonio controles Muralla olores fronteras agua-y-canales rascacielos-coronado recepción trenquevuela sandía yuan-rimminbi camarera-malhumorada regateo copas-que-desaparecen Tao reclamación… y cientos de palabras que permanecen y permanecerán para siempre traídas desde Oriente. Carmen. Al despedirme de Olalla, me fijo en sus ojos, que pugnan por cerrarse debido al cansancio, me acerco, la abrazo y le digo al oído: ―Tal y como escribió Marcel Proust, “El verdadero viaje no consiste en buscar nuevos caminos sino en tener nuevos ojos.” Ella me mira con los suyos muy abiertos, ahora risueños, optimistas y dibuja una amplia sonrisa, mientras me dice adiós. Adiós, amigos, pienso, hasta que el destino nos haga coincidir en algún otro cruce de caminos. No sé qué más añadir… Fue todo. Bueno… casi todo. F I N

28.8.09

Joseantonio en China(9). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Hángzhōu

28 julio
Martes
9º día

Cinco de la mañana. No puedo irme de China sin comprobarlo. Le doy vueltas y por fin me decido. Falta un par de horas para que suene el despertador…y sin pensarlo mucho más, vuelvo a recordar la recomendación de la guía que, medio en serio, medio en broma, me invita –a todos- a realizar un ejercicio mañanero de tai-chi, incluso indicándome que puedo hacerlo en los jardines de enfrente del hotel. Carmen no se entera de que salgo tan temprano. El día está clareando y con cuidado cierro la puerta tras mí. Desciendo en el ascensor y las recepcionistas me saludan con una tímida sonrisa. Salgo a la calle y atravieso la amplia avenida hasta los jardines del lado opuesto. El tráfico es ya intenso a hora tan temprana y cuando cruzo la Avenida Chang Ning, me dirijo a paso rápido hacia donde me han indicado, los jardines Zhogshan. Comienza a hacer calor. Al introducirme entre los cuidados parterres, creo encontrarme varios siglos atrás en el tiempo. El silencio es dueño del entorno. La vegetación reverdece con la humedad de la noche, y varias figuras surgen ante mí. China en todo su esplendor y esencia: varios ancianos, media docena de chavales, alguna jovencita de ajustados tejanos y casi una decena de soldados o tal vez reclutas danzan y giran con movimientos suaves, acompasados, a cámara lenta, acariciando la suave brisa matinal, ahuyentando a buen seguro los malos augurios en una danza silenciosa, plena de cadencias. Mientras yo quedo paralizado a causa de la emoción. Me adentro en el amplio jardín, y cual no será mi sorpresa al observar que alguien, de la excursión, se me ha adelantado. En principio me fastidio un poco, pero luego me alegra. Me dice que ha salido de la habitación dejando a su “media naranja” secretamente, como yo.
Me asombro observando aquella escena de la milenaria China, y apenas los practicantes de aquel misterioso rito me miran de soslayo sonriendo. Me acerco dudando mi compatriota y yo. En un mudo acuerdo yo me coloco al lado de un adolescente, estudiante; y mi acompañante, al lado de una chica joven con aspecto de camarera (quién sabe si de nuestro mismo hotel). Luego me entero de que están a punto de entrar al trabajo y que la costumbre diaria es practicar los movimientos, ritos cotidianos, del tai-chi-chuan. A los pocos minutos de observar, ya hago los mismos movimientos, aunque en un momento determinado, el chaval para y me indica que lo que yo estoy torpemente haciendo, es lo menos parecido al tai-chi. En diez segundos, sin articular palabra, el joven me da una lección provechosa de la misteriosa ceremonia. Me pide que le preste atención al tiempo que separa sus piernas arqueándolas y yo comienzo a imitarle. Mueve sus brazos con las palmas abiertas y con lentitud va recortando el aire hacia delante, en tanto pone su mano en mi estómago y luego en mi diafragma, al tiempo que hace una inspiración profunda, bien aprovechada. Movimientos muy lentos mientras lleva su mano a mi cabeza, confirmando mi mente y acompasándola a mis movimientos. Al lado, mi compatriota observa las mismas indicaciones a su ocasional maestra. Así estoy unos minutos cuando, por primera vez en mi vida, siento cómo mi espíritu se libera con mis movimientos. Nunca podré olvidar esos breves minutos en que, en medio del trafico infernal de Shanghai, alzándose el sol al fondo de la avenida Chang Ning, dejo liberar mi cuerpo en una maravillosa cadencia lenta, acompasada, mientras mis pensamientos se elevan hasta un estadio superior. No me da tiempo casi a despedirme de aquellos seres sabios que cada mañana ejercitan el cuerpo y controlan su mente buscando el equilibrio del Tao. Siento envidia de ese pueblo y de ciertas de sus costumbres. Mi acompañante de viaje mira su reloj y dirigimos unas amplias sonrisas a nuestros maestros de la vieja y sabia "gimnasia del amanecer". Nunca les estaré lo suficientemente agradecido por esos escasos minutos, plenos, que juro practicar cada mañana durante el resto de mi vida…
Cuando llego al hotel, me da tiempo a tomar un té con mi compañía madrugadora, en el recién abierto restaurante, mientras comentamos mutuamente el momento mágico vivido. Ya somos cómplices. Me despido para dirigirme a la habitación y todavía Carmen duerme aunque al despertador le restan escasos minutos. Me ducho y salgo mejor, seguramente, que los clientes de la casa de masaje de Xi’an.
En el desayuno, sonrío con complicidad a mi compañía taichista como si de una travesura se hubiera tratado.
Viajo a Hángzhōu desde la vieja estación Sur de Shanghai.
De nuevo abordo el AVE chino, aunque a mi me parece mejor el nuestro.
Llueve sobre el Delta, mientras aparecen y desaparecen numerosas pagodas entre el fértil paisaje de arrozales. China, en estado puro.
En el tren nos da tiempo a observar. Miro y remiro de cerca al pueblo chino. Una niña se acerca a Carmen y nos deleita el viaje, mientras algún compañero –forzoso- de viaje va dando la nota. Siento un poco de vergüenza ajena de la representación –y en esos momentos lo estamos siendo, al menos yo me siento un poco embajador de España ante China-. Alguno, por pantalones, se empeña en dar la vuelta a una fila de asientos, molestando a diestro y siniestro hasta que consigue... ambas cosas.
Al llegar a la ciudad de destino, Hángzhōu, me sorprende, casi sin necesidad de entrar en la urbe, la enorme belleza que atesora. Así, cuando se presenta el guía local y comienza a hablar sobre la ciudad, vienen a mi memoria las palabras de un poeta chino del año 500 A.C.: “Si piensas con un año de antelación, siembra una semilla; si piensas con diez años de adelanto, planta un árbol”. Y eso es lo que debieron hacer los habitantes de esta hermosa ciudad: pensar para mil años de antelación. Y miro con envidia, comparándolo con nuestras ciudades y campos de la península Ibérica y la desertificación que nos empobrece.
Me recibe, para mostrarme “el paraíso en la tierra”, un guía que no es guía; que parece tener entre 55 y 60 años; que no es guía oficial -puntualiza-, sino Secretario Provincial de Correos o algo así; que dice tener 75 años y que sólo toma te verde, y una copita de licor al año. Ante mi, y los demás, con una camisa blanca estilo Mao, se presenta Xia, para mostrarme la antigua capital de China, uno de los paraísos del mundo (otro es Suzhou, la ciudad que visité el día anterior) y me lleva a mostrar el Templo de las Almas escondidas, que consta de tres partes: el delantero; el principal, donde se encuentra el Buda, y el Templo de la Salud donde se encarnan el Buda Sol y el Buda Luna. Visitamos la Pagoda de las Seis Armonías, donde todo está impregnado de una atmósfera de paz y sosiego, donde el ritmo parece caminar pausadamente en medio de una atmosfera lluviosa pero apacible y llena de color.
En el Salón de las 500 estatuas de cobre me refugio de la lluvia que mansamente cae sobre el Paraíso de Hángzhōu, y en el exterior un indigente me musita un "xiexie" mientras le deposito sobre su cuerpo maltrecho, tendido en plena lluvia, una míseras monedas. Xia se enfada porque sabe que me he percatado de una de las caras ocultas y amargas de China dejando ver el fracaso de la política de décadas pasadas. Almuerzo en el Gran Metro Hotel, donde Xia vigila para que no caigamos en la tentación capitalista de pagar 30 yuanes por una cerveza. Siento complejo de "cerdo capitalista" y a escondidas evito la tentación cayendo en ella: qué rica cerveza prohibida.
Llueve de forma benefactora en esta ciudad explosión de verdor. Arboledas, jardines y zonas boscosas hacen de esta ciudad una de las mas bellas sobre la tierra, y que Marco Polo ya advirtió. El lago que antaño tenía treinta metros de profundidad, hoy no tiene más de tres, y por el subsuelo corre un túnel de tres Km. de norte a sur. El lago del Oeste es natural, romántico, cerca de la ciudad; en el centro emerge majestuosa la Isla del Emperador.
La ciudad es lugar de vacaciones de dirigentes del gobierno, donde Mao tenía su mansión reconvertida hoy en un hotel.
Disparo unas fotos a las dos señoras que se quedaron sin carrete en mitad de la excursión y me comprometo a tirar algunas. Espero que me localicen para entregárselas con sumo gusto.

Paseo a bordo de un barquito bajo la lluvia que embellece la atmosfera, mientras las nubes grises se asoman sobre el lago y las pagodas emergen soberbias tras la vegetación. Mientras, diversas barcas cargadas de turistas que me saludan sonrientes complacidos de ser objetivos de mi cámara, ante la isla del emperador donde emerge una hermosa pagoda en medio de las nubes, descargando agua sobre el feraz edén, con las montañas detrás. Decididamente, una de las más bellas ciudades que he visitado nunca.
De vez en cuando, a lo largo del día, mi camarada taichista y yo nos miramos y sonreímos cómplices, conocedores de la oportunidad disfrutada en la mañana.
Xia me recomienda no comprar té si no es en el lugar que él me indicará. Xia tal vez, dada su edad, haya asumido gran parte de la doctrina que emanaba de las clases dirigentes y paternalista de su época para indicarme lo mejor para mí. No me gusta su empeño en organizar mi vida personal y privada.
Me recompensa llevándome al Pueblo del Té y allí me explica, antes de entrar, algunos consejos y recomendaciones sobre esta planta.
Teísmo lo denominó:
Se coge cada 9 años y se necesitan recolectar, a mano, 80.000 brotes para manufacturar ½ Kg.
Me recomienda el té como bebida habitual y tomo nota, dándome las pautas a fin de vivir una vida plena: el verde para el corazón, y el rojo para todo lo demás.
Al entrar en la casa del té, me sientan y me muestran la ceremonia de cómo preparar, servir y tomar una taza de infusión. Parsimonia, movimientos lentos y meditar cada paso es la filosofía de este pueblo. Siento un poco de vergüenza imaginando que esta gente me viera calentar un vaso con agua en el microondas a toda prisa. Xia, nuestro ocasional guía local, posiblemente me enviaría a Manchuria castigado.
El Teismo es una filosofía de vida, según nuestro guía, que, después de ponerme al pie de los mostradores donde, cómo no, pico comprando dos cajitas de té que seguramente van a servir de adorno en casa, se despide, dejándome en la estación y deseando que pueda realizar una nueva visita en el futuro. Capto su mensaje.
Viajo de regreso a Shanghai mirando absorto el paisaje, China se acaba, y regreso al hotel no sin antes despedirme de Lou,
quien debe realizar otras misiones, recomendándome a otra colega para llevarme al aeropuerto al día siguiente. En el ascensor subo junto a mi compañía del tai-chi y nos deseamos buenas noches con cierta complicidad como si de neófitos de una Hermandad secreta se tratara (mantendré su anonimato). Y algo así siento. He realizado uno de mis sueños: sesión de tai-chi en la mismísima China.
Continúa y finaliza mañana…

23.8.09

Joseantonio en China(8). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Suzhou.

8º día
27 julio, lunes Madrugón. Como cada día, los isleños canarios me tienen reservado, gentilmente, el lugar junto a ellos en los desayunos. Igualmente, que me voy dando cuenta, en todos y cada uno de los restaurantes que llevamos utilizados. Es un lujo y un privilegio enorme tener compañeros de viaje como ellos. Desayuno, como siempre, mi Nescafé traido de casa, y procuro seguir los consejos de Carmen para que haga una colación abundante. En autobús me llevan a la estación de ferrocarril de Shanghai, donde coincido con una viajera, española, vasca, y me cuenta sus anécdotas, mientras espero en la atestada sala de embarque para tomar una versión china del AVE, que me traslada hacia nuestro destino programado, en dirección al norte, Suzhou, una ciudad de seis millones de habitantes, en pleno delta del Yangzte. ME espera Wu, un chicarrón con gafas de carey, negras, y pinta de empollón, nuestro guía local, quien me explica las características de la ciudad. La primera visita es un precioso lugar donde se encuentra una vieja pagoda inclinada. Una pagoda con 108 escalones, representando ciento ocho problemas a ascender para resolverlos. El tiempo es inestable y amenaza lluvia, pero me conformo con la filosofía china del equilibrio, del Yin y del Yang, de que todo lo malo tiene su parte de bueno. Después de visitar y ver gran parte de los diez mil bonsáis, entre ellos uno con cuatrocientos años, entro a visitar los tres budas que representan las tres consabidas etapas de la vida. Buda sobre flor de loto. Wu me comenta que el 90% de los ratones que corretean por el mundo, o sea, digo yo, de la familia de los roedorescyberordenatorum, están fabricados en esta ciudad. Paseo, en un inolvidable viaje, por uno de los canales de Suzhou, y veo el Yin del Yang, es decir, la parte pobre de la ciudad, las traseras de las casas sobre el canal, y las tareas domésticas del pueblo: la señora que se afana en fregar un caldero en cuclillas sobre el canal; el pescador meditabundo, somnoliento sobre la caña; la señora en bici con la compra en una cesta sobre el manillar. Y la estrella de la excursión: un mercado portuario donde se vende lo que a mi me choca, pero menos: anguilas, serpientes, ranas, todo vivo, y un muestrario de comida y alimentación como poco, peculiar. Me hago fotos, mientras me entero un poco de la vida de Sofi, que es maestra de “parvulitos”; y de Olalla, todo una jefa de bibliotecas de su ciudad, Las Palmas de Gran Canaria. Después de comer, muy bien por cierto, visito el Jardín del Pescador, un precioso lugar, donde compro dos cuadros en seda, el verano y el invierno, y debido a las prisas me dejo las otras dos estaciones. Pienso que es una pena, pues van a quedar, preciosos una vez enmarcados. A ver si vuelvo a China y compro el resto de la serie… Por la tarde, Wu me deja tirado en mitad del andén, rodeado por miles de usuarios del tren bala, y dudo en ubicarme en el lugar correcto, justo enfrente de la puerta que corresponde en el tren de regreso a Shanghai. Momentos de confusión, aunque en el último suspiro me coloco intuitivamente justo enfrente del vagón. Llego a Shanghai y sonrío, como creo que todos, a Lou, que me espera maternalmente en la estación. La he echado de menos. Visito el Museo de la Seda, donde rememoro mi niñez cuando cuidaba mi generación de gusanos de seda que llevaba conmigo a todas partes en el interior de una cajita de hojalata roja, agujereada convenientemente, de Laxen Busto, y veo, observando el museo, que los gusanos continúan cumpliendo con su obligación de miles de años, aunque este pueblo sabio ha sabido rentabilizar lo que para mi y mi generación no pasaba de ser un observatorio del ciclo milagroso de la vida, de gusanos: salir del huevo; alimentarse con hojas de morera y engordar; convertirse en libélula, fabricando trescientos metros de hilo de seda en la que se envuelve; transformarse en mariposa; salir del capullo para hacer “algo” que nadie quiso enseñarme… y poner los huevos de los que vuelven a salir otros gusanos y así desde tal vez millones de años. Entonces me doy cuenta de que yo estuve haciendo lo mismo que los chinos, sin saberlo. No dudo en encargar un edredón de seda que lo dejan en la mínima expresión comprimida para poderlo trasportar sin apenas volumen. Al atardecer, la eficiente Lou me lleva a ver y sentir un vehículo de otro siglo y otro mundo, casi de ciencia ficción: el MAGLEV, o dicho de otro modo, el Tren de Levitación Magnética, que recorre los 30 Km. desde la ciudad al aeropuerto a la velocidad del viento huracanado. Así pues, me pongo a 300 Km. por hora -sin doble sentido- para alcanzar en 8 minutos mi destino. A mi lado, los coches de la autopista paralela iban a paso de carreta. Increíble pero cierto, y una experiencia maravillosa que debo agradecer a Lou, a pesar de haber sido puesta en entredicho por presuntos malentendidos de algunos compañeros. Al unísono se acuerda apoyarla en los planes que previamente habíamos acordado con ella. Pero ahí no acababan las sorpresas. Mis oídos se resintieron cuando ascendí al piso 88 del edificio Jin Mao a una velocidad de vértigo, que fue lo que exactamente sentí cuando me asomé, no hacia la impresionante vista del skyline de Shanghai en la noche reconvertida en una inmensidad de luz que forman los centenares de edificios de la metrópoli, sino al interior del gigantesco edificio donde me encontraba. Ochenta y ocho plantas hacia el vacío en forma de cilindro sobre el que, venciendo el vértigo, me asomo, cristal por medio, para dejar constancia de la exageración de la obra humana. Recuerdo El coloso en llamas, y un escalofrío me recorre la columna vertebral. Cuando ahora veo el edificio, en cristal, en miniatura, girando en medio de un halo de luz, encima de mi tele, recuerdo el momento mágico de Shanghai a mis pies. Shanghai, a mis pies… Cenamos, mal, y regresamos al hotel. Mañana, más…

20.8.09

Joseantonio en China(7). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Shanghai

7º día
26 de julio, domingo

Lou, mediana edad, sonrisa permanente, risueña, y siempre dispuesta a ayudar e informar. Preocupada para que todo funcione a las mil maravillas. Me emociona cuando narra las vicisitudes de su propia vida en la oscura etapa de los años cincuenta y sesenta en plena Marcha y Revolución Cultural, cuando la libertad, escondida tras su franca mirada, era un bien tan escaso como anhelado. Su estancia durante décadas allá en Manchuria, en las estepas de las fronteras remotas del norte, entre Mongolia y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cercano al infierno del Desierto de Gobi donde los inviernos que pasó en el campo, trabajando en la comuna, eran eternos tal y como el amor que sintió por su prometido, a espaldas de los comisarios políticos de la época. Los ojos de Lou brillan, y me mira mientras la observo al través -sí, al través- de la panorámica del cm. cuadrado del visor de mi cámara, y ella se da cuenta, y duda un poco, entre continuar con su historia o anunciar que me lleva a los jardines Yuyuan, en pleno centro del megaShanghai, a un remanso de paz y belleza inigualable donde la piedra, el agua, al árbol milenario, y la esquina de un templo forman un cuadro digno de la visión del mismísimo último emperador de los Ming con el privilegio de la absoluta y exclusiva contemplación de la Belleza. Las carpas, por centenares, luchan por atrapar algo de alimento, peleando por sacar sus bocas y agallas fuera del agua, mientras Lou, en medio del círculo de sus turistas, va desgranando la tragedia de su vida,de cómo fue manipulada y alienada; y dirigida para que estudiara uno de los idiomas que el Partido había elegido a fin de formar a los jóvenes guardias rojos de la Revolución. El español fue la lengua que eligieron para ella, así como la huida hacia el futuro incierto, en un tren durante jornadas, hasta llegar a la capital, dejando atrás lo más preciado que poseía: su familia y su prometido. Años de Universidad, de clases de español, las prácticas, el Libro Rojo y las paradas cívico militares en las explanadas inmisericordes, infinitas, inhóspitas de Tian-anmen, cubiertas por las masas de estudiantes, campesinos y obreros, junto a los guardias revolucionarios ante las tribunas de los cuadros del partido y el Ejercito. Blandiendo, al unísono, el Libro de Citas. Tian-anmen. Coros de consignas anticapitalistas y antiimperialistas. Lou es, ahora, la faz de la felicidad. Está conforme, y contenta con su destino. El español fue la lengua que le ayudó a comprender y a amar a un pueblo como el nuestro. Hasta dice "putón" arrancando carcajadas.
En el interior del Jardín Yuyuan
el rumor del agua corriendo por arroyuelos y el murmullo de las hojas de árboles milenarios mecidas por el suave sonido de la brisa, ayudan a asumir el sórdido y triste mensaje que emana de las palabras en el fluido español de Lou: frustraciones, frío, hambre, lucha por el futuro y renuncia a proyectos personales; recomendaciones de funcionarios de segundo nivel de los cuadros del partido dirigiendo la vida de las personas. Lou, en Shanghai, es al fin dueña y señora de su destino. Lou, nuestra guía local, sonríe al contar que tiene un hijo, el-hijo-único-por-decreto que ya le ha dado un nieto (el-nieto-único-por-decreto).
Lou me da permiso para recorrer el barrio aledaño a Yuyuan, en un itinerario parecido al Rastro madrileño en mañana dominguera. Puestos de flores, de frutas, de juguetes, de comida, chamarilerías, inventos inexplicables, juguetes infantiles, alimentos extraños de puestos callejeros. Y Sofía y Olalla
que, al fin, encuentran a un chino que se deja engañar. Y Sofía que se vacía, y saca a relucir sus mejores armas de seducción y acorrala, acosa, seduce, se insinúa, amenaza incluso, y se enoja hasta que el chino aquel se rinde a la evidencia de que aquella “queilu” ha logrado acabar con su paciencia, doblegándos a la elocuencia de aquel par de imitadoras/seguidoras de Marco Polo. Al fin, consiguen para mi un genuino reloj casi regalado, pues el mercader chino, un jovencito con "cara de karateca", se rinde.
Ya tengo mi Bvlgari que siempre miraré y recordaré con enorme cariño porque fue comprado, arrancado más bien, a la sombra de los Jardines de las Flores de Loto.
Lou rememora, mientras vigila mis movimientos al través de su franca mirada, sabedora de ser espiada -por mi-, que ella también debió organizar su vida en Shanghai hasta que tuvo a su lado a su marido, retenido en las estepas de Manchuria, cerca de la frontera con Mongolia, al contrario que el jardinero de Yuyuan quien diseñó, siglos atrás, el conjunto para que sus padres, de este, tuvieran un atisbo de paraíso imperial, a la medida de los diseñados en la Ciudad Prohibida.

Por la tarde me dejan en la calle Nanjing para provocar mi ansia consumista en los cuatro kilómetros de largo de su pasaje comercial. Busco cajeros y algunos se niegan a entregar los yuanes, pero al final no se resisten a llegar a mis manos, de Carmen, para contento de los insaciables mercaderes chinos.

Al atardecer, Lou me muestra orgullosa la consecuencia visible de millones de vidas como la suya en los oscuros años maoístas y posmaoístas y me invita a pasear por el río Huangpu admirándome y asombrándome de los enormes y ciclópeos rascacielos donde se está fraguando el futuro financiero del mundo bajo la sempiterna mirada vigilante del PCCh. Fotos, fotos y más fotos a bordo de un barco, rodeado de chavales con los que me fotografío. Y es que les encanta posar junto a los guiris extranjeros como yo.
El dia acaba en otro restaurante con más cena china, de la que me encuentro algo harto. Pero es lo que hay y no esperaba otra cosa. Por la noche paseo por el Barrio francés y veo que está lleno de terrazas y parejas tomando cerveza, e incluso gintonic. Me entra la nostalgia, pero lo curo yéndome a dormir.

Buenas noches.

16.8.09

Joseantonio en China(6). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Xi'an

24 julio,viernes
5º día
Beijing aeropuerto. Un paisano que hace, el muy pillín, un robado con su móvil a Sofi y a mi en la terminal. ¿Fantaseará con nuestro posado en algún remoto lugar de la imperial China? Bueno, pienso, que lo disfrute, porque en realidad yo me estoy hinchando en hacer lo mismo… Hainan línea aérea de azafatas-geishas monísimas. Robado el que yo hago a bordo, de una de ellas. Xian, aeropuerto. Guía local. Xi’an antigua capital imperial.
Gloria, mi guía local, muy diplomática fomentando la amistad sinospañola. Cruzo el mítico Río Amarillo y entro en Xi'an, punto de partida de la Ruta de la Seda.
Trato de hacer una foto a una patrulla militar y me acojono al impedírmelo un marcial soldado. Estos no son los chicos de muestra Chacón, me parece.
Como muy bien, por fin. Museo de guerreros de terracota, Dinastía Ching. Calor. Sudor. Los guerreros también sudan… lo puedo asegurar. Soldados y más soldados. Museo. Soldados de visita, soldados de terracota. Muchos años los separan, dosmil doscientos me parece. Carroza del emperador Qin. Terracota. Campesino del pueblo Xiyang que descubrió el yacimiento. No me atrevo a robar su imagen venerable. Me firma un libro. Me mira y sonríe... Xiexie. Me vuelve a mirar -español-. Así como suena susurra. No me canso de mirar las enormes fosas comunes de aquel numeroso ejército, que veló el sueño del emperador. Todo en China es enorme.
Hotel Jianguo en Xi’an. Precioso. Jardines y lago. Y carpas. Y masaje a donde no me atrevo pero robo algunas impagables fotografías que guardo como jade en paño de las dos parejas y de Carmen.
Entretanto charlo largo y tendido; suavemente, sus palabras me saben como un masaje, con Gloria la guía, y me habla de su país, de su vida, de las ganas de visitar España. Me parece una guía muy eficiente que me habla de “mi ciudad” con gran respeto. Enrollado, le pido su email y me lo da… en chino. Mierda!!!
Al terminar, los masajeados hablan y no paran de la sesión. Felicitan a la guía por la feliz idea. Miro sus caras, retrocediendo en la cámara y me convenzo: les ha gustado. Y yo con esta envidia, aunque algo es algo, hablando durante largo rato con la guía Gloria. Gloria, que me hace tilín.
Vuelvo al hotel, aunque con ganas de continuar viaje.
Al día siguiente...

25 de julio, sábado,
6º día
después de desayunar en el Jianguo Hotel, comienzo visitando la Gran Pagoda de la Oca salvaje, con el gran edificio, de varios pisos. Me fotografío junto a los falsos budas del exterior, así como junto al Buda con la esvástica nazi al revés, aunque nadie tiene que aclararme quién copió a quién. Y tengo que esquivar una y otra vez al colgao que se empeña en incordiar mis encuadres. Pero ya haré trabajar al editor fotográfico, pero tú no sales en mis fotos, bobo.
Veo un impresionante y secreto Buda. Compro uno, en jade, para encima de la tele.
Después de comer, muy bien, en un hotel de Xi’an, me llevan a visitar una curiosa mezquita donde se mezcla los estilos musulmanes y asiáticos. Recorro el zoco donde se entremezclan los olores y los colores de una manera muy peculiar. Entro en una “cámara secreta” para intentar sacar un reloj, pero está claro que no es lo mío regatear. Sofía promete no dejar China sin adquirir, a costa de pelear y regatear, un reloj para mí. Allí mismo sello su promesa y la mía de eterna gratitud y amistad.
Me dirijo al aeropuerto y me despido con amistad de Gloria, tomando un avión de la China Eastern con dirección a Shanghai. Ceno a bordo porque hasta el día siguiente, se acabó. Volamos mientras observo China desde el aire.
Aterrizamos en el Pu-dong Shanghai International Airport, de otro mundo y otro siglo, lo más vanguardista que nunca haya visto. Multicolores de neón en la ciudad.
Me alojo en un excelente hotel, el New World Mayfair, y para compensar la escasa cena, acompaño a Jose-Antonio-Sofía-Olalla-Carmen a dar una vuelta por los alrededores del hotel. Entro en su compañía a un Starbucks de la Dingxi Rd. Tomo un triste te aunque al filo de la medianoche me echan... en su compañía también. Antes de salir del hotel le había preguntado a Sofía si tenía hambre, si deseaba cenar… con la esperanza de que me dijera que sí y habernos escapado a comer una hamburguesa. Me dice que no y yo me quedo desislusionado porque de buena gana la hubiera acompañando a matar el hambre que tenía. Al parecer era el único. Otra vez será.
Como otra vez será, pero en otras latitudes a buen seguro, la insinuación que me hizo una “dama”, de Shanghai, en la cafetería del hotel: Media luz; música suave de jazz, otrora demonizada por el maoísmo; barra americana de altos taburetes y espejos de reflejos infinitos; vasos de coctails; iluminación indirecta. Chica en una mesa de taburete alto que al verme, se gira lentamente, deja indolente la copa del Martini, y enseñando sus larguísimas piernas a través de una abertura de su ceñido vestido negro, desde las cercanías peligrosas de sus increíbles caderas, fija su mirada oblicua en mi. El cabello lacio, negro, de media melena le cae por sus sienes amplias y sus mejillas de puro nácar. Me alza su mano derecha, la dirige hacia mi persona, y en un gesto indolente abre sus dedos. Lo juro: índice, corazón, anular y meñique abriéndolos y cerrándolos lentamente como si de un abanico chinesco se tratara. Esa lentitud fue lo que me puso en órbita, y yo, que una se me iban, y otras se me venían, pensé que cómo me las iba a arreglar con ese pedazo de mujer, que yo no conocía el chino, que sólo conocía el lenguaje sempiterno de sus largos, voluptuosos dedos llamándome, pero que afuera me esperaba otra mujer que no me hacía esas cosas tan exóticas, ni falta que me hace. La miré, le dirigí una sonrisa –creo- díme la vuelta y salí de la cafetería hacia el lobby donde me esperaba mi Carmen de toda la vida. No le conté nada, no por nada, claro, sino porque no me creería conociendo mi imaginación. Pero juro sobre todos los Budas vistos hasta el momento que la nueva Dama de Shanghai me estaba hablando a través de los espejos lo mismo que la intrigante y morbosa Rita Hayworth en la peli de 1947 y que yo vi, mintiendo con mi edad, en mi adolescencia, le estaba hablando al duro de Orson Welles, en medio de miles de reflejos. Falsos.
En fin, lo cuento y sólo me cree Olalla… Los demás ríen y Carmen suspira resignada, un poco aburrida de mis sueños y cuentos chinos.
Esa noche los sueños, mis sueños, son turbios, y me despierto mirando por el ventanal que da a un feo panorama de grises rascacielos. Ya no estamos en Pekín.
Buenas noches, Dama, otra vez, tal vez, en cualquier otro lugar… será

12.8.09

Joseantonio en China(5). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. La Muralla

23 julio
4º día
Me noto destemplado y me revuelvo, sudoroso, en la cama.
Vueltas y más vueltas, enfebrecido hasta que ocurre lo que yo tanto temía desde que salí de España.
A mi padecimiento, aún sin haber llegado al ecuador del viaje, y una larga hora sentado en el inodoro, victima del Desequilibrio del Mandarín (no me libro de ninguno de los males autóctonos de los países que conozco: Mal de Moctezuma en el Caribe; Maldición de la Esfinge en Egipto y Quebranto de Rasputín en Rusia y que consiste en tres días de duro estreñimiento seguido de una diarrea imposible de controlar…) ni siquiera la botica ambulante que es mi mujer, consigue mitigar los terribles efectos del descontrol intestinal. Me vuelvo a acostar y después de una dieta durante el desayuno y camino del autobús, que nos ha de llevar a visitar la Muralla, atravieso la puerta acristalada del Intercontinental Hotel y siento a mi izquierda un sonido hasta ese momento desconocido: sin darme casi cuenta de qué demonio está ocurriendo, siento a mis espaldas una mano enguantada en látex, que me sujeta por detrás practicándome una llave (¡estamos en China!) endosándome a traición una mascarilla blanca 3M mientras se abalanzan sobre mi dos enfermeros vestidos con buzos blancos asépticos y el zumbido de la sonda térmica va en aumento mientras van surgiendo de todas las estancias del lujoso hotel personal sanitario. No consigo gritar porque me amordazan, incluso me cuesta trabajo respirar. Sólo consigo escuchar el horrible zumbido y ver unos dígitos en la pantalla de la sonda, que de 34, marca a mi paso 35.9, y una miríada de enfermeros y enfermeras chinas, incluso algunos policías, mientras Carmen, en jarras vocea a todos negando que yo padezca ninguna dichosa gripe A o Z que 35.9 no es ni fiebre ni leches en vinagre. Incluso la oigo discutir con los enfermeros tan alterada que incluso llega a zarandearme. A nuestro alrededor me rodea el personal del hotel, los clientes, la preciosa ascensorista también, y lo más doloroso para mi en aquellos terribles momentos: Sofía y Olalla, no entiendo porqué, partiéndose de la risa observando la escena.
El zumbido me taladra el cerebro. Siento una férrea mano en mi cara sudorosa, y una tela, cual camisa de fuerza, me cubre todo el cuerpo. Ya me veo camino de una cruel, dura y larga cuarentena gripal lejos de mi hermoso país, alejado de mi Carmen, y este simple pensamiento me hace sacar fuerzas de flaqueza y dar un manotazo a la maldita pantalla que marca mi temperatura corporal. Un manotazo que daña mi mano consiguiendo ver, en medio de la luz de la aurora que surge por el gran ventanal de la habitación, procedente del cercano País del Sol Naciente, la habitación, a Carmen que duerme, el edredón de seda revuelto sobre mi cuerpo sudoroso y el vetusto dispositivo de luces y reloj digital señalando la 3:59 de la madrugada y que casi inutilizo del manotazo. Paso el resto de la madrugada en un ir y venir al inodoro, vueltas y más vueltas en la enorme cama y preocupación y deseo de que aquello que he sentido no sea más que un mal sueño. Hasta esos extremos llega mi obsesión por estar en buena forma con tal de que no suene la maldita alarma térmica de la puerta del hotel.
Carmen me regaña por haber perdido el tiempo en soñar “sandeces” mientras observo si por fin me he regularizado, y si el tema del mandarín no ha sido más que una mala pesadilla.
Ahora sí, realmente, desayuno y abordo el autobús, en dirección al norte. Veo surgir el sol, mientra Li me va entreteniendo como a un niño preguntándome por mi año de nacimiento. Poco a poco voy olvidando la pesadilla mientras me entero de que nací en el año del Tigre y Carmen en el del Dragón. Me río sin ganas (a mi no me gusten estos chascarrillos públicos, entre las afinidades zoológicas. Y me enseña también los rudimentos de la lengua china, escribiendo algún símbolo facilito para “guilis” –también jilis- como nosotros) mientras nos acercamos a las tumbas de la Dinastía Ming.
Sesión de fotografías con Carmen mientras encargo un gran folio con, según el escribano, el nombre en caracteres chinos de MARTA.
La tumba Ming, en realidad prescindible, no es más que una tumba a medio camino de la capital imperial y la Gran Muralla, a donde llegamos en medio de un atasco de tráfico descomunal. Me entretengo en contar una fila de adolescentes uniformados que bajan corriendo por la carretera: 840. Y me sonrío porque no me imagino yo lo mismo en un país que yo me sé.
La Gran Muralla. El monumento es El Monumento y efectivamente bien lo merece. Equiparable e impresionante tal y como se puede equiparar a las pirámides de Egipto, y que muestran la grandiosidad, y el ansia de grandeza y poder de los gobernantes para preservar sus posesiones.
La Gran Muralla no me decepciona. Impresiona ver la montaña, desde el horizonte del norte hasta el del sur, todo lo que abarca la vista, la montaña sinuosa dividida, y aquí no vale eso tan socorrido de “ponerle puertas al campo” como sinónimo de algo inútil, absurdo o carente de sentido. Ya no lo volveré a decir porque los chinos de muchas generaciones demostraron que sí es posible, no sólo poner puertas al campo, sino dividir la tierra, si se lo hubieran propuesto, en dos mitades.
Paseo con Carmen por el lado sur de la puerta de Badaling, en la Mongolia interior y camino junto a ella hasta el tercer torreón, consciente del enorme esfuerzo y tesón del pueblo chino a fin de protegerse de las tribus mongolas del norte. Caminamos por las cuestas empinadas y me reservo el disfrutar de unos de mis mejores momentos vividos. Estoy caminando sobre la Gran Muralla, una de las magnas obras del hombre sobre la faz de la Tierra, donde participaron 20.000.000 de personas y donde murieron en el intento el 70 %, uno de ellos el marido de la Sra. Mo que estuvo buscandolo a lo largo de 5600 Km. hasta que se enteró de que había muerto en la construcción. Me cruzo con Olalla que tiene una dolencia en una rodilla y se sienta a tomar aliento.
Me impresiona la bandera de China ondeando sobre la Muralla. Siento cierta emoción.
Compro algunos recuerdos, camisetas para los amigos y pruebo una comida infecta.
Por la tarde, visito una factoría de artesanía cloissoné, donde nos muestran un arte típicamente milenario chino, y recuerdo cómo en mi niñez a la porcelana, o a cualquier material por elestilo, la llamábamos de forma genérica “china”. El modelado, la técnica usada para realizar las filigranas, los colores, la cocción, en suma la proverbial paciencia china me fueron mostrados, mientras en el exterior de la factoría, a las dos de la tarde, los cielos se cubren de nubes hasta hacerse literalmente de noche y por un momento me parece estar exactamente bajo las compuertas de la represa de las Tres gargantas, en el mismísimo Yangtze, y millones de litros de agua se fueran a precipitar sobre mi cabeza. Luego supe que el nublado había arruinado miles de hectáreas de cosechas de trigo y maíz en las remotas regiones del interior. Me tropiezo con el listillo de la excursión que me mira reafirmando y confirmando sus conocimientos culturetas sobre climatología asiática. Lo reconozco: tenía razón sobre sus vaticinios meteorológicos.
Visito un “hutong” es decir, una típica y en peligro de extinción barriada popular del Pekín antiguo. Llueve y abordo un triciclo tirado a base de pedal por un simpático ciclotaxista, cubierto por un impermeable. Las calles están vacías debido a la lluvia que aguó una más que interesante y divertida visita si el tiempo hubiera sido apacible. Me figuro saludando a los pekineses que con razón están a cubierto en sus casitas bajas. Visito un mercado y puedo observar los servicios comunes en las esquinas de las calles compartidos por varias viviendas.
Visitamos, ahora sí, el famoso Mercado de la Seda y nos dejamos la pasta. Sin comentarios.
El pato laqueado fue por la noche, en compañía insular canaria, en la LG Tower pero más valió la foto al cocinero que el pato en sí que estaba pasable, sin más. Eso sí, el cocinero de rigurosas manos blancas enguantadas partiendo, más bien diseccionando, el pato y su piel en finas tiras.
No puedo resistir la tentación de interesarme –haciendo honor a la fama de cocinilla que me dio mi abuela Valeriana- y le pregunto al cocinero. En nuestro medio inglés, pero sobre todo por señas, me dice cómo se hace un buen pato a la tonkinesa que es en realidad lo que está sirviendo:
Ha despegado la piel del pato y rellenado con ajo, jengibre, anís, y soja -mi imaginación calenturienta imagina por dónde lo habrá introducido (con perdón)- y lo ha cerrado; luego ha barnizado con miel, pimienta y algo más que no logré entenderle, y finalmente lo ha colgado durante toda una noche. Al día siguiente lo ha barnizado de nuevo y horneado durante tres horas, hasta dorar y servir deshuesado.
Degusto el pato y no puedo por menos de musitar una oracioncilla a San Francisco de Asís, en recuerdo del pobre pato pues a buen seguro lo merece luego de las innumerables e inconfesables manipulaciones… que debió haber sufrido. El caso es que doy por concluida mi dieta preventiva y decido atacar el pato laqueado, barnizado y quizás sodomizado. Me marcho rápidamente a pasar la última noche en Beijing, para salir hacia el siguiente destino…

Continúa...