6.8.09

Joseantonio en China(2). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Toma de contacto...


Día 2º
21 julio
Primer contacto con China. Autopista de entrada en Beijing. Avenidas con tráfico, pero fluido. Llego al Internacional Financial Hotel, en el distrito financiero. Cuando entro al enorme vestíbulo ¿qué me encuentro? Pues eso: un termómetro sonda colocado a la altura de nuestras cabezas. Lo de la gripe parece que va en serio, y la obsesión de que el maldito termómetro no detecte un aumento de la temperatura corporal no me abandonará en todo el viaje. La habitación, espléndida, tal y como aparece en la Web del hotel, con vistas a las enormes avenidas pekinesas.
Espero al resto del grupo, y comienzo a conocer a los primeros acompañantes. La pareja que conocí en Ámsterdam, Sofía y Olalla, canarias, que a partir de ese momento serían mi referencia. Otra pareja, Antonio y Jose, matrimonio canario que me brindó su amistad, pero especialmente a Carmen.
Al mediodía se reúne el grupo, 34 personas, más Fátima, una eficiente representante de Panavisión que acompañaría durante el trayecto. Tomo contacto con la cocina china, y la verdad es que no me decepciona, aparte de beber una buena cerveza, en abundancia. Lí, mi guía, procede del Tíbet, y explica algo de la vida cotidiana de China. Pasa de puntillas, sin apenas tocarlo, sobre el asunto de la “ocupación” de su tierra. Me aconseja esa misma tarde, fuera del circuito oficial que habría de comenzar al día siguiente, la visita a un templo budista tibetano, el Templo de los lamas, donde me muestra la sala de los Budas de las tres edades: pasado, presente y futuro, es decir Sakyamuni, Kasyapa y Maitreya, respectivamente; y los molinos que hago girar al ritmo de la Armonía del mundo. Un monje, color azafrán, pone el contrapunto fotográfico en el largo pasaje que conduce a la entrada del Buda de las Diez mil felicidades en madera de sándalo. China, mi primer y verdadero contacto con la realidad no me decepciona. Unas chicas, en vaqueros, queman varillas de incienso en las hogueras, que desprenden volutas de humo que se dirige al cielo enredado en las oraciones y mantras.
Estadio olímpico, el nido vanguardista donde se incubó el espectáculo global de los juegos olímpicos, símbolo de la China dispuesta al gran y definitivo salto adelante. Y comienzo a ver las masas de chinos, mil trescientos millones, que se dice pronto… en todos los lugares públicos. Fotos. En el autobús, el grupo heterogéneo de compatriotas de clase media, conviviremos, bastante normalmente diversos tipos: un matrimonio estándar, una pareja de señoras pensionistas con su cámara de carrete, la familia al completo abuelo guasón incluido, parejita de recién casados, chavales con ganas de marcha, un grupo convencional de turistas guiris en un país en el que me miran como a un extraño.
Li me lleva a “un mercadillo” pensando que era el famoso Mercado de la Seda, donde me recibe una caterva de maleducadas, pesadas, agresivas, dependientas a la caza del “amico” y de sus yuanes como si de un miembro de las casa real saudí me tratase.
Carmen compra unas cosillas, temiendo que en el resto del viaje no encontrásemos otro mercadillo donde encargar recuerdos. No imaginaba lo que le esperaba.
A la salida me entretengo en disparar, observando con curiosidad lo que aparenta ser una fiesta escolar fin de curso, y me extasío escuchando cantar a las jovencitas escolares melodías en chino. Observo cómo las abuelitas miran embobadas a sus nietos actuando. Y me recuerda las fiestas infantiles de mis niños y nieto. Y es que hay cosas que carecen de fronteras. Las fiestas, los niños, la música y el orgullo familiar. Se acerca un encargado hacia mí, y al contrario de incomodarle, me invita a tomar una posición más favorable para mis capturas fotográficas. Y así quedó inmortalizado: niños y niñas escolares delante de un gran cartelón rojo, lleno de citas escritas en chino, tras las que asoma la silueta del Gran Timonel.



En la cena, luego de un intenso día me siento con el abuelo de la excursión, y se empeña, enfadado por no sé qué chorrada, en guardarse unos palillos. Camarera mosqueada, negativa a devolverlos, y reclamación al guía al canto. Al final, los palillos puñeteros son devueltos y lo que parecía iba a ser un conflicto internacional, se resuelve con la devolución del cuerpo del delito, en posesión cómplice de la abuela, mientras me quedo mirando a Sofía, una de la pareja canaria, que me mira fijamente con su mirada color miel, manteniendo un dialogo, que luego me confesó haberme entendido.
—Maravilloso, Jose— me dice al oído, mientras salimos del restaurante. —Con sólo mirarte he captado lo que me querías decir.
—No es nada extraño. Existe una propiedad telepática en las personas —le comento mientras Carmen apura un cigarrillo en la puerta —cuando se miran en medio de una escena tensa.
—Cuánta razón tienes— me repite mientras posa levemente su mano en mi hombro. —Me has trasmitido una frase que no olvidaré en la vida: La mejor forma de conocer a una persona es viajando con ella.
—La dijo Mark Twain —le contesto a su suave acento insular— pero no tengo muy claro si llegó a esa conclusión viajando con un petardo, o con un bombón. En realidad dijo: “He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”.
Una carcajada, franca y sincera, es su respuesta mientras espero, esperamos todos, al petardo cuando ya estoy acomodado en el autobús.
En aquel momento, en medio del tráfago urbano de Beijing, comencé, y creo que también Sofía, a amar y a, si no odiar, al menos a mantener a raya a algunos compañeros forzosos de viaje. Desde ese momento comencé a reservarme el derecho de admisión en mi espacio vital. Sofía y Olalla (ver fotos) tenían el paso franco a Carmen y a mi. Viva Mark Twain nos cuchicheamos al oído Sofía y yo, comenzando una relación de buenas ondas a través de la China.
Llego al hotel y enseguida me dirijo, con Carmen, a la 2035 del Intercontinental Fianncial Hotel, a dormir, agotados, entre edredones de seda. En la CNN miro el tiempo. Calor. En la cama duermo apenas dos horas y el resto de la noche la paso observando el tráfico y los obreros nocturnos de la gran a venida Fuchengmen en su cruce con la Financial Street.
Diez obreros tiran a pelo de un pesado compresor, y me doy cuenta de la diferencia con nuestra cultura: en China, todos a una. En nuestra España, pasarían dos horas hasta que llegase la grúa…

Consigo dormir un rato hasta que la claridad me despierta. Las calles, repletas…






Continúa…

2 comentarios:

  1. Como siempre espléndido Jose sigue así y sobre todo esperamos Sofi y yo no haber importunado mucho. El abuelo se quejaba de la poca sandía... acuérdate. Claro no sabía la cantidad de fruta rosa que iba a comer durante todo el viaje.

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  2. Cómo que importunar????
    No lo vuelvas a decir,puesto que acabamos/é amandoos...como predijo Mark Twain...

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