26.6.17

Noche de San Juan

NOCHE DE SAN JUAN
Te llamabas Jeannette y fue aquel el día previsto. Ya me advertiste que no podrías llegar a casa pasada la medianoche. Yo a cambio te llevaría a tu lugar indicado aquel anochecer del viernes 23 de junio de 1967. A las diez, con la menguante luz solar, me esperaste en el Puente Blanco, justo en la frontera. Llegaste y juntos nos dirigimos sin hablar ¿recuerdas?
La carretera permanecía solitaria pues el verano se hacía de rogar, pero tú y tu familia habíais llegado como cada año al comienzo de la estación. En silencio llegaste a Pedregoso y descendiste los gastados escalones de piedra. Te detuviste justo al lado de la fuente y me regalaste tu mirada de luz y miel. Me sonreiste y afirmaste con la cabeza: ya lo tenías a tu alcance.
Bajo la vieja arcada del puente reuniste unas cuantas y pequeñas ramas de castaño y de fresno de la ribera del rio. Con unas cerillas prendiste fuego y la angosta bóveda proyectó tu sombra avivada y amortiguada por las caprichosas llamas de la lumbre. Te sentías observada y no te equivocabas. Te estabas convirtiendo en una figura irreal. Observada y admirada...
Lentamente te desprendiste de tu camisa y tu cuerpo de niña-mujer me dejó sin aliento. Tímidamente me tomaste de la mano y bajamos al río. El Gallego bajaba escaso aunque formando regatos de aguas límpidas descendiendo en pequeñas cascadas. Te descalzaste y subiste tu falda más arriba de las rodillas. Durante unos minutos te transformaste en una espedie de deidad dueña y señora de la noche ya vencida. Ahora era la luna llena refulgIendo sobre el cauce del pequeño río la que te remarcaba en contrauz.
Nunca, jamás, volví a ver algo así. Alzaste los brazos como implorando al cielo. Luego tus manos se abrieron y entrelazadas recogiste agua. Te ayudé a subir y sin dudarlo, arrojaste las aguas de tus manos sobre el fuego. Uno y otro elemento se unieron de tal forma que al poco tiempo ya no existían más que unos pocos rescoldos humeantes. El rito de la noche de San Juan se había consumado. Era el rito iniciático, dijiste, que me querías mostrar, enseñar y compartir.
Un leve temblor de frío te obligó a vestirte e iniciamos el regreso a casa. Era cerca de la medianoche y ya la luna alumbraba el valle al completo. En Hervás, algunas luces hacían la competencia a las estrellas del Camino de Santiago.
Al filo de la madrugada del día de San Juan, sábado de junio de 1967, al pie de las primeras casas de Hervás y antes de despedirte hasta la pandilla veraniega, me ofreciste tus labios, que yo no rechacé.