28.8.09

Joseantonio en China(9). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Hángzhōu

28 julio
Martes
9º día

Cinco de la mañana. No puedo irme de China sin comprobarlo. Le doy vueltas y por fin me decido. Falta un par de horas para que suene el despertador…y sin pensarlo mucho más, vuelvo a recordar la recomendación de la guía que, medio en serio, medio en broma, me invita –a todos- a realizar un ejercicio mañanero de tai-chi, incluso indicándome que puedo hacerlo en los jardines de enfrente del hotel. Carmen no se entera de que salgo tan temprano. El día está clareando y con cuidado cierro la puerta tras mí. Desciendo en el ascensor y las recepcionistas me saludan con una tímida sonrisa. Salgo a la calle y atravieso la amplia avenida hasta los jardines del lado opuesto. El tráfico es ya intenso a hora tan temprana y cuando cruzo la Avenida Chang Ning, me dirijo a paso rápido hacia donde me han indicado, los jardines Zhogshan. Comienza a hacer calor. Al introducirme entre los cuidados parterres, creo encontrarme varios siglos atrás en el tiempo. El silencio es dueño del entorno. La vegetación reverdece con la humedad de la noche, y varias figuras surgen ante mí. China en todo su esplendor y esencia: varios ancianos, media docena de chavales, alguna jovencita de ajustados tejanos y casi una decena de soldados o tal vez reclutas danzan y giran con movimientos suaves, acompasados, a cámara lenta, acariciando la suave brisa matinal, ahuyentando a buen seguro los malos augurios en una danza silenciosa, plena de cadencias. Mientras yo quedo paralizado a causa de la emoción. Me adentro en el amplio jardín, y cual no será mi sorpresa al observar que alguien, de la excursión, se me ha adelantado. En principio me fastidio un poco, pero luego me alegra. Me dice que ha salido de la habitación dejando a su “media naranja” secretamente, como yo.
Me asombro observando aquella escena de la milenaria China, y apenas los practicantes de aquel misterioso rito me miran de soslayo sonriendo. Me acerco dudando mi compatriota y yo. En un mudo acuerdo yo me coloco al lado de un adolescente, estudiante; y mi acompañante, al lado de una chica joven con aspecto de camarera (quién sabe si de nuestro mismo hotel). Luego me entero de que están a punto de entrar al trabajo y que la costumbre diaria es practicar los movimientos, ritos cotidianos, del tai-chi-chuan. A los pocos minutos de observar, ya hago los mismos movimientos, aunque en un momento determinado, el chaval para y me indica que lo que yo estoy torpemente haciendo, es lo menos parecido al tai-chi. En diez segundos, sin articular palabra, el joven me da una lección provechosa de la misteriosa ceremonia. Me pide que le preste atención al tiempo que separa sus piernas arqueándolas y yo comienzo a imitarle. Mueve sus brazos con las palmas abiertas y con lentitud va recortando el aire hacia delante, en tanto pone su mano en mi estómago y luego en mi diafragma, al tiempo que hace una inspiración profunda, bien aprovechada. Movimientos muy lentos mientras lleva su mano a mi cabeza, confirmando mi mente y acompasándola a mis movimientos. Al lado, mi compatriota observa las mismas indicaciones a su ocasional maestra. Así estoy unos minutos cuando, por primera vez en mi vida, siento cómo mi espíritu se libera con mis movimientos. Nunca podré olvidar esos breves minutos en que, en medio del trafico infernal de Shanghai, alzándose el sol al fondo de la avenida Chang Ning, dejo liberar mi cuerpo en una maravillosa cadencia lenta, acompasada, mientras mis pensamientos se elevan hasta un estadio superior. No me da tiempo casi a despedirme de aquellos seres sabios que cada mañana ejercitan el cuerpo y controlan su mente buscando el equilibrio del Tao. Siento envidia de ese pueblo y de ciertas de sus costumbres. Mi acompañante de viaje mira su reloj y dirigimos unas amplias sonrisas a nuestros maestros de la vieja y sabia "gimnasia del amanecer". Nunca les estaré lo suficientemente agradecido por esos escasos minutos, plenos, que juro practicar cada mañana durante el resto de mi vida…
Cuando llego al hotel, me da tiempo a tomar un té con mi compañía madrugadora, en el recién abierto restaurante, mientras comentamos mutuamente el momento mágico vivido. Ya somos cómplices. Me despido para dirigirme a la habitación y todavía Carmen duerme aunque al despertador le restan escasos minutos. Me ducho y salgo mejor, seguramente, que los clientes de la casa de masaje de Xi’an.
En el desayuno, sonrío con complicidad a mi compañía taichista como si de una travesura se hubiera tratado.
Viajo a Hángzhōu desde la vieja estación Sur de Shanghai.
De nuevo abordo el AVE chino, aunque a mi me parece mejor el nuestro.
Llueve sobre el Delta, mientras aparecen y desaparecen numerosas pagodas entre el fértil paisaje de arrozales. China, en estado puro.
En el tren nos da tiempo a observar. Miro y remiro de cerca al pueblo chino. Una niña se acerca a Carmen y nos deleita el viaje, mientras algún compañero –forzoso- de viaje va dando la nota. Siento un poco de vergüenza ajena de la representación –y en esos momentos lo estamos siendo, al menos yo me siento un poco embajador de España ante China-. Alguno, por pantalones, se empeña en dar la vuelta a una fila de asientos, molestando a diestro y siniestro hasta que consigue... ambas cosas.
Al llegar a la ciudad de destino, Hángzhōu, me sorprende, casi sin necesidad de entrar en la urbe, la enorme belleza que atesora. Así, cuando se presenta el guía local y comienza a hablar sobre la ciudad, vienen a mi memoria las palabras de un poeta chino del año 500 A.C.: “Si piensas con un año de antelación, siembra una semilla; si piensas con diez años de adelanto, planta un árbol”. Y eso es lo que debieron hacer los habitantes de esta hermosa ciudad: pensar para mil años de antelación. Y miro con envidia, comparándolo con nuestras ciudades y campos de la península Ibérica y la desertificación que nos empobrece.
Me recibe, para mostrarme “el paraíso en la tierra”, un guía que no es guía; que parece tener entre 55 y 60 años; que no es guía oficial -puntualiza-, sino Secretario Provincial de Correos o algo así; que dice tener 75 años y que sólo toma te verde, y una copita de licor al año. Ante mi, y los demás, con una camisa blanca estilo Mao, se presenta Xia, para mostrarme la antigua capital de China, uno de los paraísos del mundo (otro es Suzhou, la ciudad que visité el día anterior) y me lleva a mostrar el Templo de las Almas escondidas, que consta de tres partes: el delantero; el principal, donde se encuentra el Buda, y el Templo de la Salud donde se encarnan el Buda Sol y el Buda Luna. Visitamos la Pagoda de las Seis Armonías, donde todo está impregnado de una atmósfera de paz y sosiego, donde el ritmo parece caminar pausadamente en medio de una atmosfera lluviosa pero apacible y llena de color.
En el Salón de las 500 estatuas de cobre me refugio de la lluvia que mansamente cae sobre el Paraíso de Hángzhōu, y en el exterior un indigente me musita un "xiexie" mientras le deposito sobre su cuerpo maltrecho, tendido en plena lluvia, una míseras monedas. Xia se enfada porque sabe que me he percatado de una de las caras ocultas y amargas de China dejando ver el fracaso de la política de décadas pasadas. Almuerzo en el Gran Metro Hotel, donde Xia vigila para que no caigamos en la tentación capitalista de pagar 30 yuanes por una cerveza. Siento complejo de "cerdo capitalista" y a escondidas evito la tentación cayendo en ella: qué rica cerveza prohibida.
Llueve de forma benefactora en esta ciudad explosión de verdor. Arboledas, jardines y zonas boscosas hacen de esta ciudad una de las mas bellas sobre la tierra, y que Marco Polo ya advirtió. El lago que antaño tenía treinta metros de profundidad, hoy no tiene más de tres, y por el subsuelo corre un túnel de tres Km. de norte a sur. El lago del Oeste es natural, romántico, cerca de la ciudad; en el centro emerge majestuosa la Isla del Emperador.
La ciudad es lugar de vacaciones de dirigentes del gobierno, donde Mao tenía su mansión reconvertida hoy en un hotel.
Disparo unas fotos a las dos señoras que se quedaron sin carrete en mitad de la excursión y me comprometo a tirar algunas. Espero que me localicen para entregárselas con sumo gusto.

Paseo a bordo de un barquito bajo la lluvia que embellece la atmosfera, mientras las nubes grises se asoman sobre el lago y las pagodas emergen soberbias tras la vegetación. Mientras, diversas barcas cargadas de turistas que me saludan sonrientes complacidos de ser objetivos de mi cámara, ante la isla del emperador donde emerge una hermosa pagoda en medio de las nubes, descargando agua sobre el feraz edén, con las montañas detrás. Decididamente, una de las más bellas ciudades que he visitado nunca.
De vez en cuando, a lo largo del día, mi camarada taichista y yo nos miramos y sonreímos cómplices, conocedores de la oportunidad disfrutada en la mañana.
Xia me recomienda no comprar té si no es en el lugar que él me indicará. Xia tal vez, dada su edad, haya asumido gran parte de la doctrina que emanaba de las clases dirigentes y paternalista de su época para indicarme lo mejor para mí. No me gusta su empeño en organizar mi vida personal y privada.
Me recompensa llevándome al Pueblo del Té y allí me explica, antes de entrar, algunos consejos y recomendaciones sobre esta planta.
Teísmo lo denominó:
Se coge cada 9 años y se necesitan recolectar, a mano, 80.000 brotes para manufacturar ½ Kg.
Me recomienda el té como bebida habitual y tomo nota, dándome las pautas a fin de vivir una vida plena: el verde para el corazón, y el rojo para todo lo demás.
Al entrar en la casa del té, me sientan y me muestran la ceremonia de cómo preparar, servir y tomar una taza de infusión. Parsimonia, movimientos lentos y meditar cada paso es la filosofía de este pueblo. Siento un poco de vergüenza imaginando que esta gente me viera calentar un vaso con agua en el microondas a toda prisa. Xia, nuestro ocasional guía local, posiblemente me enviaría a Manchuria castigado.
El Teismo es una filosofía de vida, según nuestro guía, que, después de ponerme al pie de los mostradores donde, cómo no, pico comprando dos cajitas de té que seguramente van a servir de adorno en casa, se despide, dejándome en la estación y deseando que pueda realizar una nueva visita en el futuro. Capto su mensaje.
Viajo de regreso a Shanghai mirando absorto el paisaje, China se acaba, y regreso al hotel no sin antes despedirme de Lou,
quien debe realizar otras misiones, recomendándome a otra colega para llevarme al aeropuerto al día siguiente. En el ascensor subo junto a mi compañía del tai-chi y nos deseamos buenas noches con cierta complicidad como si de neófitos de una Hermandad secreta se tratara (mantendré su anonimato). Y algo así siento. He realizado uno de mis sueños: sesión de tai-chi en la mismísima China.
Continúa y finaliza mañana…

2 comentarios:

  1. Quién será tu acompañante? Mira que me tienes en ascuas. Quizá una de esas muchachas canarias?
    Te gusta mantener el misterio

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  2. No es misterio, simplemente deseo perservar la intimidad.
    Si alguna vez me lee, se da por aludid@, y me perrmite desvelar su identidad, tal vez...
    Pero siento que te hayas fijado en un personaje secundario, y no en el Prota.
    :-(

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