


Con este relato, Puentes, gané el concurso literario de la Asociación de Industrias Químicas y Básicas de Huelva, en noviembre de 1999. Fue una gran sorpresa para mi, pues aparte del premio en metálico (50.000 ptas. No 500.000 como algún periodiquete escribió), casi me desmayo cuando me enseñaron los siete mil ejemplares de revistas AIQB, que por entonces se enviaban a los domicilios de los trabajadores del Polo Químico de Huelva. Y allí estaba yo, mi foto, mi curriculum, mi relatillo, en mitad de la revista.
Entonces fue cuando sentí el vértigo del miedo, del respeto al público, del respeto que impone el salir a la palestra a exponerte pública y voluntariamente, y saber soportar todo: el éxito, el fracaso, los premios, las críticas (que, obviamente las debió haber). Pero lo que más daño me hizo -tal vez por mi inexperiencia- fue el manto que se cernió sobre mi, el manto pesado que me cubrió, y que me dolió enormemente, que malllevé y que cada vez soporté menos: el silencio. El silencio por parte de quienes menos me esperaba, de gran parte de mis compañeros, de mis amigos, de algunos familiares que miserablemente me escatimaron un sencillo "enhorabuena".
Ni siquiera la Dirección de la fábrica en la que trabajaba y que formaba parte de la Asociación de Industrias, tuvo el detalle de al menos aludirme y felicitarse de que un empleado propio hubiese ganado el galardón literario.
La única persona que me felicitó fué un compañero de trabajo quien, con el soplete en una mano, y alzándose la visera protectora con la otra, me soltó, sonriendo, un elocuente y maravilloso "¡con dos cojones!". Aquel sí que fue un pedazo de premio que jamás olvidaré...
Luego supe que todo ello era moneda corriente en un mundillo como el literario donde los fracasos son propios del escritor, pero también lo son los éxitos, y estos al parecer se perdonan menos.
Mi primera incursión en la Literatura, y la última. No fui capaz de superar el miedo, y no me da vergüenza decirlo...
Entonces fue cuando sentí el vértigo del miedo, del respeto al público, del respeto que impone el salir a la palestra a exponerte pública y voluntariamente, y saber soportar todo: el éxito, el fracaso, los premios, las críticas (que, obviamente las debió haber). Pero lo que más daño me hizo -tal vez por mi inexperiencia- fue el manto que se cernió sobre mi, el manto pesado que me cubrió, y que me dolió enormemente, que malllevé y que cada vez soporté menos: el silencio. El silencio por parte de quienes menos me esperaba, de gran parte de mis compañeros, de mis amigos, de algunos familiares que miserablemente me escatimaron un sencillo "enhorabuena".
Ni siquiera la Dirección de la fábrica en la que trabajaba y que formaba parte de la Asociación de Industrias, tuvo el detalle de al menos aludirme y felicitarse de que un empleado propio hubiese ganado el galardón literario.
La única persona que me felicitó fué un compañero de trabajo quien, con el soplete en una mano, y alzándose la visera protectora con la otra, me soltó, sonriendo, un elocuente y maravilloso "¡con dos cojones!". Aquel sí que fue un pedazo de premio que jamás olvidaré...
Luego supe que todo ello era moneda corriente en un mundillo como el literario donde los fracasos son propios del escritor, pero también lo son los éxitos, y estos al parecer se perdonan menos.
Mi primera incursión en la Literatura, y la última. No fui capaz de superar el miedo, y no me da vergüenza decirlo...
NOTA: si te interesa leer Puentes, no tienes más que clicar dos veces sobre cada imagen.