Salí a la calle como un hombre nuevo. Por fin podría dejar de considerarme el hazmerreír de los demás o, como tantas veces, el blanco de las criticas de los compañeros de trabajo, de incredulidad de los que me atendían, dependientes (médicos, gasolineros, etc.), o de mi sufrida familia que ya se había acostumbrado a mis cada vez más largas “ausencias sensoriales”.
Era un gran día para mi, pues al fin me había decidido a superar el temor y afrontar de una vez por todas el defecto ─nunca mejor dicho─ que padecía. Así pues, estaba en disposición de afrontar la vida con otra perspectiva hasta entonces desconocida.
Madrugué para mi rutina diaria: en el semáforo de la esquina esperaba Hamed, el caboverdiano al que cada dos o tres días daba cincuenta céntimos a cambio de un paquete de Klinex que iba amontonando en la guantera.
─Buenos días, amigo─ me dijo esbozando su hermosa sonrisa mientras se llevaba su mano al corazón y el sol recién nacido le restallaba en su cara de ébano.
─Alláh es grande, no hay más dios que Alláh y Mahoma es su profeta─ añadió, extrañándome sentirle por vez primera esa oración pues a pesar de saber que era musulmán, nunca lo había sorprendido en tal actitud.
Entonces caí en la cuenta de que era su hora de la primera oración del día. Le devolví la sonrisa y continué mi camino hacia el polígono, no sin antes escuchar al guardia de tráfico cómo ─inaudito─ juraba en arameo para encauzar “este puto tráfico”.
Al cruzar la barrera electrónica de la factoría, el segurata me miraba mientras me daba los buenos días de cada mañana.
─…jilipoyas! ─escuché añadir a su saludo.
Miré de nuevo y vi la cara sonriente del vigilante. Me extrañó dicho exabrupto en su boca, pero lo había escuchado claramente. Habrá sido una broma, pensé.
Ya en mi puesto de trabajo, me encontré con el gesto adusto de la cara de mala leche de mi jefe, que me estaba indicando las instrucciones diarias.
─Pedazo de imbecil, tengo ganas de perderte de vista─ le escuché claramente que me decía aunque estaba enfrascado en el planning.
Debo estar algo espeso esta mañana, pensé, o es que la gripe tiene estos síntomas. Pero no se dio por satisfecho:
─A ver cuándo se jubila este tío que estoy de él hasta los mismísimos. ─Se refería a mí, sin duda…
El resto del día las pasé escuchando las mayores inconveniencias que jamás haya sentido a nadie, sobre todo refiriéndose a mí: como ejemplo, el cocinero deseándome buen provecho de las albóndigas que había pedido mientras escuchaba, a pesar del gesto serio, su risita sarcástica, entremezclado con un “si este bobo supiera…”
Al regresar a casa, preocupado, tomé una decisión en tanto mi mujer me daba un beso de recibimiento mientras yo esperaba, esta vez con curiosidad, y con temor, para qué mentir, qué opinaba sobre mí.
─Ya está en casa mi maridito… ahora le voy a atacar a ver si le saco para un collar de jade que he visto en una joyería del centro. ─Escuchaba mientras me besaba en silencio, apasionadamente...
En fin, todo así, todo nuevo, todo ameno y entretenido, como muy politicamente incorrecto hasta que tomé la decisión de acudir de inmediato al Gabinete Eustaquio. Ni que decir tiene que por la calle, según me cruzaba con los viandantes, iba escuchando sus elucubraciones, por no decir sus pensamientos: Otro día más sin encontrar curro… Estoy desesperado y he decidido acabar con mi vida…; De mañana no pasa pedir el divorcio…; Dios mío, qué feliz soy…; y así escuchando con nitidez las palabras que resonaban en mis oídos de todos los que se cruzaban en mi camino… bueno, mejor dicho, de todos no: me crucé con el afamado escritor local Amalio Santa, ese que siempre se las da de intelectual, que imparte conferencias “sapientísimas” y escribe sesudos artículos. A su paso esperaba profundos pensamientos, frases precisas, juicios exactos… que confirmar su fama, pero resulta que no escuché nada que saliera del interior de su calvorota a no ser un zumbido pitido parecido al… ¡claro! ¡el sonido de un encefalograma plano! Entonces fui yo quien me alegré de constatar ─a través de mi don─ la vacuidad del sedicente “escritorazo”.
Cuando accedí al Gabinete Eustaquio conté lo que me ocurría con las prótesis y la dependienta, demudada, desapareció. A través de un ventanal puede ver la bronca que el encargado estaba echándole, leyendo en los labios, algo a lo que estaba acostumbrado, dada mi hipoacusia.
─¿Pero, se puede saber en qué estabas pensando? ─clamaba, airado, el jefe─ ¿No sabes de dónde has sacado indebidamente los audífonos para ese cliente? ─la dependienta bajaba la cabeza, azorada, aguantando el chaparrón, mientras aquel introducía los minúsculos dispositivos, de los que yo había hecho uso durante unas horas, en una caja rotulada
AUDIOPENSAMIENTOS
DE ÚLTIMA GENERACIÓN
PARA INTRODUCIR EN EL MERCADO EN EL AÑO 2100
El encargado salió y me pidió disculpas mostrándome los audífonos que me correspondían. Se excusó con una oscura explicación sobre las voces que había escuchado, fruto, según él, de algún fallo técnico. Me despedí con mis nuevos aparatos introducidos en mis canales auditivos y ya, a partir de ese momento, comencé a sentir en los demás, los lugares comunes, las conversaciones triviales, los alaridos de telebelenes, las frases sin sentido de cada individuo y de cada día, también las conferencias del “pedazo escritor”, y todo lo que el cada ser humano es capaz de emitir por su boca para ser asimilado por el oido del resto. Pero solo eso y nada más que eso.
Y es que había sido usuario privilegiado, pero involuntario, durante un periodo de tiempo, nada más y nada menos que de un oyente de pensamientos.
En 2100 no quiero estar presente cuando se pongan a la venta… porque puede ser, será seguro, el caos y la guerra.
F I N
11 comentarios:
Magnifica historia José Antonio, está claro que es mejor no escuchar según que pensamientos porque como bien apuntas al final sería la guerra y el caos pero por lo pronto tu protagonista es un hombre templado porque de no ser así es para liarse a trompazos con todo lo que le rodea o tomarse un bocadillo de prozac.¡¡que angustia!! Creo que preferiría vivir en la ignorancia y rodeada de falsedad en este caso. Un beso
Muy tranquilo el hombre de tu relato.
Yo tampoco quisiera verme en la situación de escuchar nada más que cosas desfavorables.
Nos gusta oir cosas buenas y más si se refieren a nosotros.
Un beso
Medea: la Naturaleza es sabia. Ojalá nunca los adelantos de la técnica nos lleven a la aberración de leer los pensamientos.
Por eso, me dan miedo los que presumen de decir "siempre" lo que que piensan.
Gracias por tu visita y tu opinión.
Un beso
Laura: el "hombre de mi relato" escucha pensamientos. Es lo terrible y he pretendido narrarlo y especificarlo: no sé si lo he conseguido.
Oir cosas agradables o desagradables, sí pero nunca pensamientos: sería el caos.
Un beso, amiga
joder, conforme leía, me estaba mosqueando. ¿ como puede ser que a Jose Antonio, que se ve tan buena gente, lo insulten de esa forma?. Ya estaba dispuesto a ofrecerte la poca fuerza que aun me queda, para partirle la cara a esos desalmados. OSU.. Menos mal que solo era un magnifico relato, en el que consigues meter a tu lector de forma tan amena. Difícil tarea esta, hoy día, donde solo queremos imágenes y pocas letras.
Por cierto, ? donde dices que venden esos aparatejos ?, mira chiquillo, que nos podemos hacer millonarios, chantajeando a tanto político mentiroso.
joder, me he enrollao
Pedro, un secreto:
me estoy quedando sordo, cada día es un suplicio mantener una conversación, trabajar, ver la tele o acudir al cine... por no decir saludar personalmente a los amigos del "interné".
Por fin me decidí y me han colocado sendos audífonos, digitales de última generación... bueno! de penúltima, porque se equivocaron en el gabinete Eustaquio (el de las trompas) y me encasquetaron unos equivocados, con el que leí los pensamientos de la gente. Claro, no todo fueron insultos y mala baba sino cosas también bonitas.
Gracias por tu ofrecimniento de ayuda en plan "primo de zumosol". Agradecido.
Por cierto, leer el pensamiento de los demás está bien solo por un rato. Te lo aseguro.
Un abrazo, amigo...
PD:
Y sí, el del relato...
SOY YO MISMO!!!
El pensamiento es lo único que nos pertenece. Probablemente nuestro único secreto verdadero.
¡Sería terrible que de verdad pudieran ser leídos! Uuuufff... con lo que le doy yo al coco!!
Muy bueno José Antonio.
Un abrazo.
Susana, estoy convencido de que ese invento no se debe poner en servicio jamás... a no ser que se puedan discriminar los pensamientos y poner en marcha la táctica de lo políticamente correcto.
Yo lo he comprobado y si al principio disfruté, me di cuenta de que era un aparato diabólico.
Yo también le doy al coco que no veas...
Un beso
jejeje muy divertido el relato, opá,
Rocío
Hoy he visto una noticia sobre un dispositivo que permite oir conversaciones a larga distancia.
A este paso no veo imposible que se haga verdad mi narración, a largi plazo, claro.
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