30.8.10

TRINAKRIA (2) ©Jose A. Bejarano

Y para colmo, el otro asunto: Gianlucca, que la había citado para esa misma noche en Taormina, en una cafetería al lado del anfiteatro griego. Ya se imaginaba qué quería a estas alturas. Él no había salido en su vida de la isla, y no acababa de darse cuenta del giro que había dado ella cuando su madre decidió que al salir del Liceo se encaminarse a recibir una formación acorde con lo que esperaba de ella. Deseaba quitar a su única hija del ambiente opresivo de aquella isla dura, violenta, machista, cruel. Su hija iría a una de las mejores universidades del mundo.
Gianlucca, enamorado desde joven de Jessica, no había superado la perdida de ésta. Había sufrido durante cinco largos años la ausencia de la mujer a la que amaba, y había llegado por fin a la isla, en la que, seguramente, la pediría en matrimonio.
Iessica dejó todos sus papeles sobre la mesa, tomó de nuevo el sobre y el documento azul que había llegado aquella ma­ñana por correo urgente y certificado desde el continente, y se asomó a la ventana de su casa. Miró a través de los cristales y vio a su madre sentada en el porche de la casa, contemplando el acantilado que se erguía a 50 metros sobre el Mediterráneo. Enfrente, en el continente, la Calabria  se recortaba a través de la bruma que a diario, en el tramonto del sol, se cernía sobre el estrecho que separaba dos mundos tan distintos. Iessica suspiró, releyó el documento y volvió a la mesa. (Continúa)

2 comentarios:

  1. Espero que te guste. Tengo este relato, que dediqué y me inspiré en mi amiga Peña D. y me interné en la isla de Sicilia, y Grecia. Ya me dirás, Laura

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