17.12.09

Navidad

La verdad es que no fue en el mismo día de Navidad, sino un par de días antes.
Ocurrió que mi amigo Pablo y yo, estando en plenas vacaciones navideñas y aprovechando el radiante día que había amanecido en mi pueblo, aunque con un frío d
e aquí te espero, salimos bien abrigados, eso si, por la carretera que une Hervás y La Garganta. Es una carretera preciosa que va bordeando, subiendo las últimas estribaciones de la Sierra de Béjar. Sinuosa, solitaria debido al deficiente asfaltado, bordeando las feraces huertas que dan al sur, en lo alto la sierra del Pinajarro cubierta de las por entonces llamadas nieves perpetuas. Íbamos caminando con la pretensión de llegar al pueblo de la Garganta, y desde allí tomar el coche correo que nos llevaría a Bejar y desde allí, luego de pernoctar, bajar en el tren correo de retorno a Hervás. Un plan perfecto sobre todo después de haber conseguido el permiso paterno que Dios y ayuda nos costó.
El sol se elevaba después de surgir tras la montaña y el blanco purísimo de la nieve hacía resaltar más aún si cabe el verde intenso de los verdes prados y huertas. Jirones de niebla trepaban sobre las umbrías y mi amigo y yo caminábamos extasiados ante semejante belleza. A la altura de Los Dos Hermanitos, una curiosa formación rocosa en forma de jorobas de camello, en un descuido mi amigo Pablo tropezó en un bache de la carretera y se cayó, con tan mala fortuna que a simple vista se le apreciaba el pie dislocado. Al principio no lo notó, pero al ponerse de pie emitió un alarido de dolor y las lágrimas se le saltaban. Estamos hablando del año… 1970, o sea, de móviles, como ahora, nada, y mucho menos 112 u otros servicios de proteccion civil ni nada que se le pareciese.
De pronto nos dimos cuenta de que nos encontrábamos en mitad de una carretera solitaria, sin un alma a la vista y con mi compañero sentado en la cuneta y con el pie, que conseguí descalzar, hinchándose por minutos.
Entonces fuimos conscientes de que estábamos en un apuro. No quiero cansar al lector, el caso es que casi a media tarde, con el sol cayendo tras las montañas, escuchamos de pronto un sonido extraño que se acercaba in crescendo: diez o doce cabras venía en dirección contraria a la nuestra. El caso es que al pasar el rebaño, sin que ni una sola cabra dejara de mirarnos con curiosidad y displicencia, apareció el pastor, acompañado de un perro.
Ni que decir tiene que el buen hombre se paró y después de interesarse por el estado de mi amigo, movió preocupado la cabeza y nos ofreció la única alternativa que disponía, y era sencillamente su casa, que se encontraba a escasos cien metros en un camino que se desviaba en dirección a los riscos.
Hacia allí nos dirigimos con gran esfuerzo dada la cojera de Pablo, y en la casilla del aprisco de aquel hombre, Raimundo dijo llamarse, nos dispusimos a pasar una de las más hermosas noches que jamás pasáramos nunca jamás. Raimundo nos ofreció de la comida que preparó, consistente en unas migas y asado de un pequeño cabrito recién sacrificado, para ensartarlo en una barra que colocó en la lumbre de su humilde cabaña de pastor. Nosotros le ofrecimos también de nuestros bocadillos, que compartimos y todo lo regamos con un vino que guardaba el buen hombre en las traseras de su vivienda. Afuera comenzó a cubrirse el cielo, subió la temperatura repentinamente y comenzó a nevar como nunca habíamos visto. Pablo, al que habíamos entablillado el pie, y que había bebido más de la cuenta, en parte para tratar de aliviar su dolor, comenzó a cantar coplas navideñas mientras las cabras se arremolinaban en el aprisco resguardándose del frío. Villancico va y villancico viene, mientras Raimundo nos decía que no había de que preocuparse que al día siguiente nos procuraría ayuda. A medianoche, y un poco achispados, nos deseamos feliz nochebuena sin darnos cuenta de que no era el dia, pero a nosotros nos daba igual, en aquel mismo escenario o uno muy parecido no tenía más remedio que haber nacido el niño Dios, no podía ser de otra forma que en aquel paraje no hubiese ocurrido alguna vez, en algún momento como aquel, el misterio del nacimiento de Jesús. Salimos al exterior de la vivienda y desde el tosco porche pudimos apreciar cómo el cielo había quedado despejado después del temporal. La noche, en luna nueva, nos permitió admirar el mayor espectáculo de nuestra vida: la montaña y los campos, blancos, iluminados no por la luna inexistente, sino por las millones de estrellas que atravesaban el cielo del firmamento formando lo que ahora es tan difícil de ver, La vía Láctea, con todas sus estrellas y constelaciones anticipando la Noche más buena que jamás volveríamos a vivir. Castañas, higos secos, nuégados sefardíes de pan, nuez y miel, y al final una copita de coñac que aquel buen hombre nos regaló, aparte de su ayuda y amistad. Los tres nos dimos un abrazo tan fuerte que casi mi amigo Pablo no se nos cae, dado que iba a la pata coja.
La preocupación al día siguiente desapareció cuando, al haber salido sin darnos cuenta, vimos llegar en un coche de caballos, precedente de Hervás, al pastor con el practicante del pueblo, que atendió a Pablo y que nos llevó de regreso a casa por la carretera con casi medio metro de nieve. La carreta tirada por dos caballos se abría paso en aquel manto de nieve. Hervás apareció tras las lomas, entrando por el barrio judío. Hubo, cómo no regañina y cena de Nochebuena oficial pero he de decir que, desde entonces, no creo que encuentre otra Navidad de aquella noche tan buena que nos regaló la Naturaleza. La naturaleza en una explosión de belleza y la belleza en forma de corazón de aquel humilde cabrerizo que jamás volví a ver.
Desde entonces ya no encuentro otra Nochebuena igual. Pablo se fue para siempre y yo no he vuelto a ver otra Vía Láctea como aquella. Tal vez se encuentre mi amigo allí. Nunca lo sabré. Pero con él fue mi última Navidad.
©Jose A.Bejarano

6 comentarios:

  1. José Antonio amigo, realmente es un sencillo relato el que nos presentas, logrando captar la esencia de la navidad. Mas allá del despilfarro el consumismo y tantos males que hay hoy en día creo que si estas fechas sacan un chispazo de nobleza y bondad de los corazones es una gran ganancia.
    Un abrazo amigo

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  2. Gracias amiga Libertad por haber captado el mensaje que he intentado plasmar en mi narración. La amistad y la solidaridad deben estar siempre presentes.
    Feliz Navidad,amiga

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  3. Feliz Navidad amigo.
    Como siempre tus relatos, no se sin son reales o ficticios, de todas formas son geniales.
    Solo un ruego, machote. No le pongas el fondo azul a las letras, que ahora mismo me esta costando trabajo ver. Todo es de color.
    Un saludo, amigo, a ti y a tu esposa, que veo, has hecho participe en el avatar, de tus avatares.

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  4. Pedro, soy un desastre poniendo bonitos los blog. Me he hecho un lio con el texto y no sé enderezarlo. Gracias por hacer el esfuerzo de leerlo y agradecidísimo de no estar seguro de la verosimilitud de mis narraciones. Es el primer test de los buenos escritores. Pero nunca lo preguntes.
    Feliz Navidad y un saludo cordial...

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  5. Te iba a comentar lo mismo que PEDROHUELVA: no sé si es real (a pesar de los tópicos que aparecen, despistas con la ambientación en los años 70 y la muerte de Pablo). Pero ahí está la clave de los buenos relatos: despistar al lector y que cada uno saque sus propias lecturas.

    Te deseo que el Nuevo Año 2010 te dé la alegría y la paz que parece que no tuviste en el 2009:

    FELIZ naVIDAd en compañía de los tuyos.

    Un abrazo.

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  6. Gracias, VerboRhea.
    Busco en mi escritura divertirme,aprender, documentarme y trasladar todo aquello que me inquieta, me obsesiona, me interesa,de lo que me rodea. Mezclando realidades ficticias y ficciones reales.
    Hervás, Béjar, toda la sierra me fascina porque no veo, cada mañana, sino horizontes planos de marisma.
    Y a veces, sólo a veces, echo en falta esos tremendos roquedales...
    Feliz Navidad

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