Nando salió tarde de casa. La Escuela Pública cerraba las puertas diez minutos pasada la hora. Al llegar, asfixiado por la carrera y la reciente tosferina, miró por la ventana de su clase. El maestro pasaba el puntero por la pizarra, haciéndolo chirriar sobre la superficie encerada produciendo un surco sobre la línea escrita por él minutos antes: “Posesiones españolas: Ceuta, Melilla, Chafarinas, Ifni, Río Muni y Fernando Poo”. Sus ojos echaban fuego, y su boca expelía minúsculas moléculas de saliva que parecían proyectiles, vociferando enardecido mientras rayaba y rayaba una y otra vez la palabra Ifni hasta hacerla casi invisible. Los primeros rayos de sol entraban por los cristales, por los mismos desde los que miraba Nando absorto y atemorizado. Repentinamente, el maestro alzó su brazo derecho, blandiendo el puntero y con gran violencia lo dejó caer golpeando, al tiempo que se levantaba una nubecilla de polvo, sobre un pupitre vacío: el de Nando. El puntero quedó dividido en dos, astillado. Nando miraba aterrorizado, al igual que sus compañeros que asistían mudos de miedo desde sus banquetas.
Nunca supo qué fue lo que cruzó la mente del maestro haciéndole desgañitarse de aquella manera, aunque los cristales amortiguasen el tono de voz del docente.
Se separó de la ventana y marchó a casa. Mil veces la regañina de su madre, cien veces la bronca de su padre, a sufrir nuevamente la ira desatada de Don Ignacio. Ni un solo día más.
Al siguiente, Nando entró en la Academia de pago de Don Alejandro Ibarportto.
Comenzaría con aquel discreto, amable, bondadoso y liberal profesor represaliado el Preparatorio de Bachillerato, por el que su padre sentía cierta simpatía, aunque la fama de rojo le había acompañado desde que apareció por el pueblo quince años antes ―desde un campo de trabajo, donde habían recluido a cientos de prisioneros republicanos, de Miranda de Ebro, decían algunos en voz baja―.
Desde que Nando pisó aquella desvencijada academia se le abrieron las puertas del Saber que hasta entonces le habían estado cerradas a cal y canto, entreabriéndose tímidamente o cerrándose abruptamente al capricho, o a la necesidad, de tantos de aquellos maestros frustrados que a duras penas sobrevivían en medio de la España en blanco y negro. La ciencia matemática; la Historia de España, pero también la de Europa y el resto del mundo; la ciencia biológica con las teorías más avanzadas; la religión y las religiones; la química; pero sobre todo, y por encima de todo, la Literatura en todas sus vertientes como la Lectura, la Escritura, la Ortografía y la Sintaxis, así como la Métrica de la Poesía fue lo que Nando aprendió ―mas bien le enseñaron―, a partir de aquel mes de mayo del año 59 del siglo XX hasta hacerse, poco a poco, lo que actualmente es: un escritor de fama.
1 comentario:
PD: la fotillo de la narración es "robada" simplemente porque me sale de las narices poner la foto de un aula con una cruz. Y con la Virgen!!!
:-)
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