© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

2.1.22

Entrevista a Noah Evans, escritora y novelista


Noah

«A veces me vienen a la cabeza las partes oscuras del camino. Recuerdo máscaras en los que decían que pretendían ayudarme. Recuerdo cómo, cuando subí el primer escalón, tuve que soportar más azotes de los que estaba preparada a recibir, algunos de personas que no esperaba. Recuerdo críticas que nada tenían que ver con mi trabajo. Recuerdo comentarios, de esos que denigran a las mujer, en intentos de que si tuve logros, estos quedasen en segundo plano. Y recuerdo haberme caído en agujeros en los que me parecía imposible salir.
También recuerdo la mano que me cogía para levantarme cada vez que me caía. Y esa voz que no dejaba de repetirme dónde estaba mi sitio. Ellos me trasmitieron que esto tarde o temprano llegaría.
Y un día fueron llegando a mi vida más hadas madrinas que comenzaron a iluminarme el camino, y estas trajeron a muchas más, y estas a más, a muchas muchas más, y entre todas dieron tanta luz que conseguí levitar del suelo. Y los agujeros se hicieron menos peligrosos porque ya podía esquivarlos. Ahora las flechas y los cruces de caminos no me asustan, ni lo harán mientras ellas, vosotras, estéis conmigo.»
Estas palabras, estas reflexiones son las de la mujer que entrevisto hoy, a través del entorno WhatsApp —que ya es mérito—. Son frases que igual las podría haber dicho cualquier

ser humano que haya sufrido el «tacto mucilaginoso» de quienes además de criticar o denigrar, simple y llanamente no aportan na-da, nada que no sea destruir esperanzas e ilusiones personales y profesionales; dicho en claro y por derecho, la envidia.
Son en opinión de este modesto entrevistador reflexiones agrio-dulce, de cruz-cara, de luz-sombra, de yin-yang, de N.-M. o viceversa. Son el resumen de una vida dedicada a trabajar, a pensar, a inventar, a poner negro sobre blanco historias, en resumen, a poner lo mejor de ella con que pagar el tributo de su merecida fama. De, como ella dice, subir escalones y seguir y seguir subiendo a pesar de los «azotes» injustos recibidos.
Ha sacado tiempo para mi cuando está a punto de finalizar este, otro más, nefasto año II pandémico. Solo tengo palabras de agradecimiento para ella por concederme esta entrevista pues creo que merece la pena conocer, quien así lo desee, a esta escritora grande, luchadora, contadora de historias prolífica. Ella nos dirá quién es y cuál es su bagaje, aunque para sus numerosas seguidoras sea algo conocido:

—Sé que tienes muchos seguidores, sobre todo seguidoras, pero te pido si puedes darte a conocer, Noah, para los amigos de El pincel de bambú, un grupo de fb, te advierto, completamente desconocido e intrascendente.
-Soy escritora multigénero, principalmente de romance. Empecé a escribir en 2009, desde entonces he publicado unas dieciocho novelas, una nueva más es unos días. Tengo todas mis novelas disponibles en https://www.amazon.es/Libros-Noah-Evans/s?rh=n%3A599364031%2Cp_27%3ANoah+Evans
—Me he documentado sobre tu bibliografía: En la corte del Rey, El amo Murad, Nadie me enseñó a amar, Mr. Damon, El mago, El malo, El fantasma de Venecia... ¿Me dejo a alguien? ,
-Sí, además Cuando llegué a Montfort, Mr. Lyon, La hija del dragón, Décima Docta, ¿Y si te dejo atrás?, Quítate de en medio…
—¿Se te puede considerar una de las grandes del género, vista tu bibliografía, puesto que incluso una novela tuya está traducida al inglés?
-No creo que se me pueda considerar grande, ni siquiera sé si llegaré a serlo. De las letras solo pienso en seguir haciéndolo lo mejor que sé. Tengo una traducción al inglés, In the mouth of the dragon.
[Según mis noticias, si no es una grande del género, está en ciernes]
—Comenzaste en la novela negra, de intriga. Luego pasaste a la novela romántica y ganaste un premio en Amazon con En la corte del Rey. ¿por qué ese cambio del negro al rosa?
-Te rectifico, gané en 2015 con un thriller, La hija del dragón. La corte del rey no llegó ni a finalista. Leo de todo y escribo de todo. Mis primeras novelas fueron románticas, fue regresar al principio. Y sobre todo, liberarme de jaulas de género, no me gustan, matan la creatividad y esta es la principal herramienta de mi trabajo.
[El entrevistador recoge velas y mensaje, para que se documente mejor. Eso sí, no es falta de voluntad]
—Una pregunta tópica: a una isla desierta ¿qué te llevarías de lectura, las obras completas de Agatha Chirstie, las de Corín Tellado o en novela histórica las de Noah Gordon?
-Noah Gordon
[El entrevistador se creía con ingenio para poner a Noah en un brete pero me ha podido: Elige a Noah. Gordon.]
—¿Qué género de los que has tocado se acerca más a la realidad, el de amor, el de muerte o el histórico?
-El de amor y el histórico, al menos son las que intento que sean lo más reales posible.
[El entrevistador debería saber, por la cuenta que le trae, que la Literatura es la ficción-real o la realidad-ficticia]
—Sevilla ¿para intrigas, para amores o para historias?
-Mi primer thriller lo ambienté en Sevilla. Sigo de acuerdo.
—Estás a punto de presentar una novela, «Invítame a soñar». Véndenosla, ahora que llegan los Reyes Magos.
-Vuelvo a puntualizar —Me pone un emoticón de sonrisa en la pantalla del wasap—. Es NADIE ME ENSEÑÓ A AMAR, se publica el mismo día 6 de enero. Pues es una novela con una protagonista que es la antítesis de lo que debería de ser un personaje de romance. Pero me encanta.
—Dejando aparte este último «hijo», cuál es tu obra preferida?
-El amo Murad y El fantasma de Venecia son especiales para mí. Sin embargo es Mr. Lyon el que trajo a toda la familia Noah, así que es él mi preferido.
—¿Qué opinas del «efecto Carmen Mola»? ¿Por qué razón se usan seudónimos en literatura?
-Siempre ha habido seudónimos, es un juego de autor. Nadie tiene que enfadarse cuando es algo que ha ido unido siempre a la literatura.
—¿Cómo prefieres que te llame ahora que ya nos conocemos algo más y mejor?
-Myriam o Noah, ya respondo a los dos. Son mis dos mitades literarias.
—¿Qué esperas del futuro y cuáles son tus proyectos?
-He aprendido a no esperar nada y disfrutar de todo lo que venga. Mi proyecto es trabajo, trabajo y trabajo, seis nuevas novelas para este 2022, y espero que sea alguna más.
Para el epílogo —sé que no te gusta la palabra «final»— de esta entrevista:
—Una ciudad para vivir.
-Sevilla.
—Un color.
-El blanco.
—Una comida.
-La Nutella.
—Un paisaje.
-El mar.
—Un lugar y una hora apropiados para escribir.
-Mi despacho a cualquier hora.
—Con sinceridad, ¿qué te ha parecido la entrevista?
-Ha sido un placer. Muchas gracias por darme a conocer en tu grupo y por esta entrevista.
Un saludo a todos los miembros del grupo.
Acaba la dificultosa conversación a través de los celulares . Personalmente admiro a cualquier persona que sea capaz de urdir historias y haga surgir emociones (miedo, humor, enseñanzas, amor, muerte, etc.). Admiro a quien tiene la capacidad maravillosa de hilar una sola historia y capaz de despertar emociones. Esta mujer, Myriam, no una, sino diciocho. Enhorabuena y que sigas subiendo escalones, que las zancadillas no te detendrán, todo lo contrario.
Gracias


Intro

Has envia

27.12.21

Del Ambroz al Orinoco


 —¡Papá, papá!¡Se me ha enganchado la cucharilla!
—No se te ha enganchado. Traes una. ¡Espera!
Se incorporó rápidamente, puso el cigarrillo en sus labios y se acercó. Le entregué la caña de pescar que me había dejado minutos antes —con nueve años no me estaba permitido tener licencia ni poseer mi propia caña—, y con certeros golpes de manivela del carrete fue ti- rando, jalando de la caña con las dos manos, unas veces su- biéndola y otras bajándola, como en una especie de pasos de baile, hasta casi tocar el agua. Poco a poco fue atrayéndola hacia sí hasta que, a dos o tres metros, la sacó fuera del agua.

Yo estaba maravillado. La había lanzado como lo había aprendido de él: liberando el finísimo hilo de ‘nylon’ del carrete tomándolo con el dedo índice a modo de gati- llo, y abriendo al mismo tiempo el dispositivo que lo mante- nía enrollado. Con un certero disparo, apuntando a la cabece- ra del charco, exactamente a la cascada, la pequeña cuchari- lla formada por tres minúsculos anzuelos unidos a una bri- llante placa dorada, que giraba sobre su eje, voló hacia el agua imitando el vuelo de las libélulas. De repente surgió, como un rayo, un pez que se abalanzó al encuentro del señuelo que llegaba, justo en ese momento, a unos centímetros por encima de la superficie del agua.

La caña, corta y ligera —plateada—, combada hasta casi formar un semicírculo completo, traía prendida una trucha que se revolvía con un alboroto tal, que fue imposible apreciar su tamaño hasta que mi padre la depositó cerca de mí, sobre la gran lancha de piedra en la que estábamos apos- tados. La agarró con fuerza entre sus manos, aunque le costó trabajo, pues la trucha continuaba dando latigazos con su cuerpo, tratando de soltar el mortífero bocado. Pero mi pa- dre, pescador experto, la asió con su mano izquierda y la su- jetó firmemente. Me acerqué con gran entusiasmo, pues era mi “bautismo de pescador”, aunque sabía que me había faltado hacer lo más complicado: atraerla hacia mí con tiento, con tacto, casi con mimo, ora tirando, ora ‘dando carrete’ para evitar que se liberase y asustar al resto de las truchas del charco. Pero todo se andaría, pensé.

—Hay que devolverla, Alfonso Carlos, no tie- ne la medida reglamentaria.

—Pero papá... —protesté mientras mi padre, Eutimio, con todo cuidado, extraía el minúsculo arpón de una de las agallas. El salmónido movía las aletas y su cola con furia, boqueando y mostrando dos filas de puntiagudos y dimi- nutos dientes en busca del oxígeno que ya le empezaba a faltar.

—Quieta, bruta, si te voy a soltar...
—Papá, no la sueltes —supliqué.

—Nada, Alfonso Carlos; no quiero líos con la Guardia Civil. Está prohibido pescar truchas de menos de diez centímetros y sanseacabó —aseveró—. Mira, están ciegas de rabia. Debe ser que barruntan más calor. Tiene prendido el

anzuelo en el fondo de la agalla. ¡Qué bárbaro!
Yo miraba por última vez la pequeña trucha, de color gris oscuro, con pintas negras; el abdomen, casi blan- co, brillaba al darle los últimos rayos del sol filtrándose entre las ramas de los árboles de los márgenes del río. A mí también me daba pena de mi “trofeo”. Así que mi padre dijo:

—¡Hala!, al agua de nuevo; el año que viene nos volve- remos a ver.

Y soltó el pequeño pez sumergiéndolo en las frías aguas del Ambroz, comenzando a aletear, casi de costado, hasta que consiguió recuperar la vertical y dirigirse ve- lozmente hacia el centro del pequeño charco, en busca de la tronera, al lado de la pequeña cascada donde había sido capturada.

—Venga, Alfonso Carlos —mi padre nunca me llamaba Fonsi, como lo hacían mi madre y mis hermanos—, vamos a merendar.

Dejó la caña sobre la lancha y abrió la cos- tera mientras tanto, en cuclillas, yo me lavaba las manos en el charco. La tarde caía acentuando los colores verdes de la foresta de castaños, punteados de erizos todavía encerrando el preciado fruto. El azul del cielo, intensificado debido a la altitud en la que nos encontrábamos; abajo, en el valle se veía el pueblo —Sangervasio— donde sobresalía la iglesia de la Virgen del Lirio y la silueta inquietante de la Abadía Trinitaria. En el horizonte el pantano, como una colosal man- cha plateada, a modo de gigantesco espejo, reflejando los úl- timos rayos del sol de aquel día de comienzo de verano. Sólo se oía el rumor del agua serpenteando por entre los cancha- les, formando cascadas y remansos de aguas increíblemente cristalinas, pudiéndose ver con toda claridad, aumentado como por una gran lente de aumento, el fondo pedregoso.

Por encima de nosotros, al pie del nacimien- to del río, el picacho Pinzarrón se erguía majestuoso, mos- trando unos perfiles distintos a la familiar silueta que, desde miles de años atrás, preside la vida del valle. Y el silencio, acentuado por la brisa que comenzaba a refrescar la tarde de aquel caluroso día, moviendo las hojas de los ali- sos, chopos y castaños formando un frondoso túnel sobre el río Ambroz.

—Toma, Alfonso Carlos— dijo ofreciéndome un pequeño bocadillo con dos onzas de chocolate.

Se había desprendido de las botas de pescar de color gris que le llegaban hasta la cintura, sujetadas con unas correas, y extrajo de la costera un pequeño artilugio que me maravillaba: un diminuto infiernillo del que se des- prendía un trípode y se adaptaba convenientemente a fin de colocar encima el recipiente para calentar su contenido. Em- butida en el pequeño cuerpo del “hogar” —mi padre lo llamaba ‘chumino’— sobresalía una pequeña mecha empapada en alcohol de quemar. Yo siempre observaba, absorto, el ritual que cele- braba cada vez que pretendía tomar café. Aplicó, encendido, el mechero de martillo, y una pequeña llama azulada surgió de repente. Tomó agua del charco con el vaso y lo colocó sobre el trípode, encima de la llama.

            —Papá.
            —¿Qué ocurre?

—Cuéntame algo del tío Amós.
—¿Qué quieres que te cuente? —dijo con un leve tono de fastidio—. Te he contado todo lo que sé de él.

—¿Por qué se fue a América? —pregunté, dispuesto a sonsacarle.


—No lo sé. Era un poco “bala” —contestó enco- giéndose de hombros—. Pero buena persona y un gran dibujante

—puntualizó rápidamente.
»Era un aventurero al que España se le quedó chica. Se empeñó en ir a vivir con los caucheros surameri- canos, y se marchó, ¡vaya si se marchó!, en los años veinte, comenzando su aventura desde Ciudad Bolívar, en Venezuela, remontando el río Orinoco y desviándose, más tarde, por el Caura, uno de sus afluentes y recorrer la selva hasta llegar a Manaos, en Brasil, para remontar el Amazonas y bajando, re- gresar de nuevo al Delta del Orinoco.

                   —¿Y dónde está ahora?

—Cualquiera lo sabe. Cuando entré en Ma- drid, con la columna Yagüe, en el 39, fui a buscarlo a su última dirección conocida, en San Ginés, pero no estaba. Si lo hubiera localizado, me habría quedado con él, pues tenía otros proyectos de viajes. Me da la impresión de que tomó el camino a Valencia, cuando intuyó la que se le podía venir encima. Si vive..., ¡qué sé yo!, lo mismo puede estar viviendo en los antros de Calcuta o alojado en el palacio del Negus de Abisinia, o... ¿porqué no?, invitado de honor en algún rancho de Tejas, o quizá en la dacha de algún gerifalte de Moscú.

Era capaz de todo.

»No he vuelto a saber de él. Me hizo lle- gar, durante la guerra, un par de ejemplares de la revis- ta “Siluetas” donde venían transcritas, y dibujadas por él mismo, sus aventuras. Veintitrés años ya. —Mi padre emitió un profundo suspiro, mientras se daba intensos masajes en las

piernas, disimulando lo que me pareció un rictus de dolor.
El agua estaba ya a punto de hervir y ex- trajo otra de sus maravillas: un vaso metálico plegable, “recuerdo”, dijo casi de carrerilla, “del capitán Montero, que me lo prestó minutos antes de caer acribillado por una grana- da a las puertas de la Escuela de Ingenieros en la Ciudad

Universitaria, el quince de noviembre del treinta y seis”. Abrió un pequeño bote de Nescafé del que tomó dos cucharadas, añadió azúcar y lo vertió todo en el agua. Removió la infusión y se la acercó a los labios soplando y bebiendo al mismo tiempo, en un gesto casi imposible.

—Cuéntame cuando el tío Amós salvó de morir a un viejo.

—¿Otra vez, Alfonso? Van no sé cuántas veces, y si tu madre me oye meterte historias en la cabeza, aunque sean reales... No quiero jaleos ni mandangas. 

»...Pues nada... que mi primo Amós caminaba por las orillas del Caura, al haber tenido que desembarcar del vapor en Maripa —mi padre, encendió otro cigarrillo y sorbió, haciendo un pequeño ruido al apurar el resto del café—, pero en la ruta hacia Soapure y el poblado de Las Trincheras se perdió pues su guía, un hombre malcarado llamado “El Mocho”, que le había orientado por la jungla hasta entonces, lo aban- donó antes de llegar, y Amós, extraviado, espantado por la soledad —aquella frase se me quedaría grabada para siempre— estuvo a punto de morir a causa de la gran cantidad de arañas y hormigas, caribes y serpientes, jaguares y mosquitos que poblaban aquellos parajes. Menos mal que podía comer fruta, aunque toda ella desconocida para él. ”Sólo hay que comer la que esté picada por los pájaros o roída por los monos. Esa no es venenosa”, le había enseñado el Mocho.

»Tan mal lo pasó que hubo de parar en mitad de un claro de la selva, porque el pobre estaba “enniguao”.

             —¿Y qué era eso?

—Que tenía niguas, unos insectos que penetran en las plantas de los pies y te los corroen. Bueno... pues re- sulta que se dio de bruces con cinco indios “panares” que llevaban a un pobre hombre hecho un ovillo, en postura fetal, metido en una red. Mi primo, que siempre se tuvo por un tío ‘bragao’, aunque no pasaba del metro y medio de estatura, en lugar de preguntar por la ruta que debía seguir para llegar a Soapure, se interesó adónde llevaban al anciano. Los indios, que llevaban taparrabo, le dijeron por señas que lo llevaban a “encatumarar”. Uno de ellos, de nombre Curubuyari, con la cara pintada, hablando algo de español, le explicó que en su tribu, a aquél que ya no podía trabajar, y estaba enfermo o ciego, le metían en una red y lo colgaban de la rama de un árbol, cerca del río. Pasados dos o tres meses, volvían a re- cogerlo.

Mi padre, llegado a este punto, siempre procura- ba hacer una larga pausa, como si quisiera que su relato surtiera el efecto debido, o sea, impresionarme. A mí, como tan- tas otras veces, aquella historia no dejaba de afectarme, pe- ro aquel día con la tarde declinando sobre el Ambroz, un leve escalofrío me recorrió la espina dorsal. Se había hecho un profundo silencio a lo largo del cauce, y mi padre me miraba y sonreía, continuando su relato.

—¡Qué bárbaro, chacho! Y lo peor de todo, el suplicio de tántalo: el pobre hombre sabiendo tan cerca el agua y la comida y sin poder alcanzarlo; sólo esperando el fin —reflexionaba mi padre, mientras yo miraba de reojo las ramas de los árboles que caían sobre los charcos del Ambroz—. ¿Te imaginas lo que encontraban cuando regresaban después de tanto tiempo?

                 —No, ¿qué encontraban? —preguntaba temiendo, como siempre, un final distinto, a cuál más truculento.

—Pues esta vez, nada. Porque Amós, que esta- ba bien documentado sobre las costumbres de los indígenas, sin más, comenzó a entonar la música de “La corte del faraón” y, con una letra improvisada pero apropiada, cantando con grandes aspavientos, amenazó a aquellos indios con la ira que desencadenaría el dios Mauari, protector de los ancianos panares.

>>Y mientras el pobre hombre, metido en la red, asistía ajeno a aquella escena, los indios, luego de parlamentar entre ellos, decidieron desistir de llevar a cabo la cruel ceremonia y regresar a la aldea, prometiendo al “do- torsito” Amós Giles Toledano, que erradicarían aquella cos- tumbre. Como era de esperar, el “joío” Amós no desaprovechó la ocasión, olvidó momentáneamente Soapure —la meta de aque- lla etapa—, y se internó con ellos en las profundidades de la selva bolivariana.

—Y fue padrino de un indiecito, ¿no, papá? —Sí. Amós asistió al bautizo de un niño en la misma tribu del anciano recién salvado. Lo alojaron en la cabaña de Curubuyari donde vivían, al menos, cincuenta o se- senta personas ya que los 'panares' tenían la costumbre de llevar a todos los hijos, cuando se casan, y a todos los ma- ridos y esposas, y a los hijos de éstos, a la cabaña de los padres. Así que, cuando llegó, entró en una enorme cabaña donde había unos postes clavados en el suelo, y de cada dos pendían una serie de chinchorros para los matrimonios y sus hijos.

»Cuando llegaron, Amós observó, sorpren- dido, cómo un indio con muchos collares y plumas en la cabe- za, con sumo cuidado y mimo, había tomado a un recién nacido entre sus manos y chupaba todo su cuerpo, cuidadosamente, co- mo limpiándolo “para sacar al Espíritu Malo”, le explicó Curubuyari. El niño era nieto de éste. Pero lo que más gracia le hizo a Amós fue que, en un chinchorro cercano, un indio, joven, daba grandes alaridos. “Es el padre y está así desde que nació el ‘barrigón’ hace cinco días; es que fue un parto difícil”, le justificaron. Resulta que, mientras la madre ya trajinaba dentro de la choza, el padre sufría los dolores del parto hasta el momento del bautizo.

»Así que el ‘chupador’, una vez realizada la misión de limpiar completamente al crío, y realizar algu- nos conjuros, se lo entregó a la madre. El padre, en aquel momento, dejó de aullar después de tantos días, se acercó al ‘barrigón’ y pintó con ayuda del curandero una especie de en- rejado, por todo su cuerpo, para evitar que el mal espíritu volviese a entrar en el niño. A continuación preguntaron a Amós por su ‘gracia’ (su nombre), que se la dijo, y todos los presentes repitieron: ‘Amós Giles Toledano’, ’Amós Giles To- ledano’ varias veces, porque ese fue el nombre que impusieron al chiquillo.

»Ya lo sabes: en la selva del Orinoco debe haber un indio, quizá ya sea abuelo, con nuestro mismo apellido —. Mi padre se me quedó mirando, con un gesto de ín- timo orgullo; sabía que sentía lo mismo que él, pues yo era el único que me interesaba por las historias del “tío” Amós en los cauchales del Amazonas.

—Bueno, ya está bien. Hoy no te puedes quejar. Te he contado historias de muerte y de vida, como real- mente ocurre en este dichoso mundo. Voy a tirar un par de ve- ces con la caña en ese charco, a ver si llevamos la cena. Anochece y tu madre se va a preocupar.

Regresamos a Sangervasio, bajando por el Camino de la Luz, en silencio. Yo caminaba un par de pasos detrás de mi padre, oyendo ladrar a los perros de las huertas colindantes a la vereda; el sol había desaparecido tras el embalse de Guriel-Talabán y las sombras lo iban envolviendo todo. Sangervasio, a lo lejos, con las primeras luces encen- didas, aparecía y desaparecía a cada recodo del sinuoso camino.

De vez en cuando aquel hombre, Eutimio, mi padre, paraba y de nuevo se daba masajes en la pierna izquierda. Una de las veces en que hicimos un alto junto a los castañarejos de la Umbría del Rey, abrió un bolsillo de su desgastada sa- hariana marrón, reconvertida en cazadora, y rebuscó. Jamás olvidaría, a mis nueve años, aquella escena de mi padre to- mando medicinas: desenroscó un frasco con una etiqueta amari- llenta, de letras negras y grandes: “DEPURATIVO RICHELET CON SALES HALÓGENAS DE MAGNESIO” y bebió un corto trago, casi por compromiso. Me miró fijamente y hube de prometerle no decir a mi madre que me había vuelto a contar la historia “del Amós”, que había fumado, y que había tomado Nescafé con azúcar.

Al cruzar el Pontón de Hierro, sobre el Ambroz, y tomar la calleja de la Abadía Trinitaria, diez lentas campa- nadas del reloj comenzaban a caer pausadas, solemnes, sobre las plazas y callejuelas de San Gervasio.

Aquella noche, muerto de sueño, cené la única trucha capturada rellena de torreznos de tocino frito. Once centímetros, aseguró mi padre —Eutimio Toledano—, medía.

FIN



25.12.21

Ángel Neila Majada

Entrevista a Ángel Neila Majada, embajador de la Montaña y Cantabria
«A veces ser sencillo resulta complicado»
Valles, praderas, carreteras sinuosas de una tierra hermosa que hoy invito a recorrer en busca de un buen tipo. Ciudades, pueblos, aldeas y caseríos, pocos núcleos deben quedar en esa región de los que nuestro entrevistado no conozca algo. La geografía cántabra segguramente no tiene para él, Ángel, muchos secretos aunque nos crea hacer ver lo conrario. Los pueblos y aldeas escondidos entre picos y extendidos en medio de hermosas praderas. Pueblos asentados en cordilleras bravías. Pero él sabe, y se encarga de que así sea, que esos pueblos no serían nada —por descontado— sin sus moradores pasados y presentes. Ángel tiene la capacidad bendita de hacer remover los recuerdos de cualquier paisano o forastero que se acerce a su vera. Es un buen tipo, lo sé sin conocerlo en persona. Y es un buen hombre porque transmite buenos recuerdos a sus numerosos amigos, es capaz.

—Ángel, haznos una pequeña semblanza para que te conozcamos aquende La Montaña.
-Nací en La Montaña o Cantabria en 1963 —mis padres y mis dos hermanos ya llevaban cinco años instalados aquí— y todos mis antepasados hasta donde he podido llegar, unas ocho generaciones, también son montañeses, pero de la Sierra de Bejar, de La Garganta, y de Hervás, en la provincia de Cáceres, en ese hermoso y sin par valle del rio Ambroz que tanto me llama. También tengo antepasados por mi madre en Cespedosa (Salamanca), antaño tierra de frontera, extrema y dura.
—Una vez jubilado ¿qué quieres ser, ejercer, realmente?
Me gustaría ejercer de abuelo a tiempo total y ser —seguir siendo— una persona sencilla. También seguir investigando y escribiendo.
—¿Cómo te ha afectado la pandemia?
-Bueno, me contagié de COVID-19, y en el aspecto laboral he tenido que cambiar hábitos de trabajo. Ahora hago la mayor parte de las cosas desde la oficina o desde casa. Por consiguiente, el contacto directo con la gente se ha visto muy restringido, y bien que lo siento, pues es lo que realmente me gusta.
—¿Te consideras historiador o antropólogo especializado en tu región?
-Historiador y antropólogo son dos cosas que me infunden mucho respeto. Digamos que soy investigador de Historia a tiempo parcial y que publico aquello que encuentro de la mejor manera que Dios me da a entender.
—¿Qué te aportan las redes sociales? ¿No te apetecería más impartir conferencias sobre Cantabria en persona?
-Las redes sociales aportan pocas cosas buenas, la verdad. Al menos para mí. Otra cosa es lo que uno pueda aportar de bueno a las redes sociales, y que se valore, aunque no toda la gente te lo diga. Sobre las conferencias, soy más de charlas, pero no es mi fuerte. Soy más bien ratón de archivos y bibliotecas, y de contacto directo con las personas.
—Cuéntanos algo de Cantabria que no conozcamos los demás forasteros.
-Cantabria es cuestión de verla y de sentirla, de conocer su historia milenaria. Su gastronomía es muy variada —mar y tierra— y todo lo que yo pueda decir aquí sobre Cantabria (y el resto del noroeste peninsular) es poco. Hay que visitarla y «mojarse» de ella. —Ángel sonríe a través de la pantalla de videoconferencia y él sí que no se moja. Le advierto y sonríe más ampliamente.
—Recomienda una comarca que sintetice todo lo que significa Cantabria.
-Cantabria tiene varias comarcas y cada cual tienes sus propias pecualiaridades. Mar, montaña, llano… Cada una es distinta y todas juntas forman un caleidoscopio de paisajes y de gentes. En la variedad está el gusto. —Ángel me señala a sus espaldas hermosas imágenes santanderinas en plan embajador ¡por lo de la diplomacia!
— ¿Sigue siendo Cantabria el mar de Castilla o eso se considera «facha» hoy?
-Depende para quién puede serlo o no. Otra salida de Castilla al mar fueron, durante ocho siglos, los puertos vascongados, y no por eso se dice que las Vascongadas son el mar de Castilla
—parece que deja la sonrisa y el tono diplomático.
—Dinos un cántabro pasado y otro presente que te habría gustado conocer.
-Pues me hubiese gustado conocer al inventor Leonardo Torres Quevedo, y del presente más inmediato ninguno me hace especial «tilín».
—Conoces a mucha gente, doy fe, pero me gustaría saber ¿por qué razón tienes tantas amistades?
-Quizá porque soy una persona sencilla, como ya he dicho antes. Y cuento cosas que llegan a todo el mundo, pero que quizá no todo el mundo sabe o puede expresarlas con esa sencillez. Y es que a veces ser sencillo resulta complicado.
—Qué le ocurrió a Roma cuando llegó a estas montañas? ¿Encontró la horma de su zapato o fue un paseo para las legiones?
-Pues se encontró a un pueblo aguerrido, amante de su libertad. Por ejemplo, las Guerras Cántabras o Bellum Cantabricum duraron diez años y la conquista de toda la Galia seis. Así que las de aquí no fueron unas «guerras de poca monta», como algunos iluminados se han atrevido a afirmar. Al final se impuso la lógica y Roma acabó conquistando esta tierra, no sin muchos sacrificios.
—Ángel enfatiza cuando del pasado lejano habla. Sabe que las teorías no siempre son coincidentes en cuanto al pasado lejano. Y ni en cuanto al pasado reciente, apostilla el entrevistador, aprendiendo a marchas forzadas, Roma llama, ante este «sencillo» erudito.
—Mar o montaña?
-Ambas, sin duda.
—Un paisaje
-Depende del momento. Pero si he de elegir uno, la vista de los Picos de Europa nevados desde el mar —Ángel al fin elige.
—Un color
-El del sol. —Ángel, si se confunde o no, no importa. No pienso preguntarle por un calor.
—Una comida​
-Cocido lebaniego y marisco del Cantábrico.
—Sé que eres aficionado al ciclismo. Vicente Trueba, La Pulga de Torrelavega sería lo mismo en el ciclismo de hoy? ¿Por qué no ganó el Tour nunca?
-Trueba fue un portento, además de un aventurero que se enfrentó a las circunstancias y adversidades deportivas de su tiempo a pecho descubierto. Luego también es un valiente. En mi libro biográfico sobre La Pulga de Torrelavega creo que he plasmado la verdadera dimensión de lo que fue y de lo que consiguió con sus hazañas deportivas. Cómo cambio el concepto que del ciclismo se tenía en España. Y si no ganó el Tour de Francia de 1933 fue porque lo tenía que ganar un francés sí o sí. Lo cuento también en mi libro. Hoy el ciclismo es muy diferente.
—Hazte una pregunta que yo no te haya formulado
-Me lo pones complicado. Pienso que así está perfecto.
He repasado tu didáctica obra y puedo constatar que eres una persona tal como aparentas sencilla, cercana, noble y sabia. Agradezco que te hayas prestado a esta interviú, que este entrevistador finaliza con la sensación de haber traido a través de las redes —¡a veces son muy positivas!— a un hombre pleno de sabiduría de su tierra brava y amable. Este grupo se ha enriquecido con tu aproximación a la tierra y a las raices más cercanas. Estoy seguro de que aún tienes mucho que ofrecer y que guardas todas las vivencias, recuerdos y confesiones de tantos y tantos paisanos tuyos para seguir desatando emociones. Algún día los darás a conocer por completo.
Gracias, un saludo y feliz Navidad y año nuevo.
Desconecto la videollamada pero queda aún la sonrisa de Ángel entre los valles y el mar eterno de Hispania. Vale. https://www.facebook.com/angel.neilamajada

14.12.21

Entrevista a Alejandro Montero III

Os presento a Alejandro Montero, un personaje —en el sentido más cordial del calificativo— que ha accedido a ser entrevistado sin yo saber muy bien con quién estoy tratando; por eso lo hago, para conocerlo y darle a conocer. Parece escritor y es escritor; parece poeta, y es poeta; parece un poco místico, y lo es; parece ensimismado, es hasta grado sumo. Parece que piensa, y piensa, y de qué manera. Alejandro Montero III nos muestra sus impresiones de lo divino y de lo humano y nos da claves para que quien lo desee medite aunque Alejandro lo haga con profundidad. Poco tengo que añadir a esta especie de «lokura» y «Kaos» fructíferos —al menos para este modesto e ignorante entrevistador— y de aprendizaje del maestro Alejandro, que (me) hace pensar. 

—Date a conocer, por favor.


-Mi nombre es Alejandro Montero, tengo 52 años. Soy de Benalmádena, Málaga, Andalucía, España. Orgulloso de todo ello. Y agradecido, pues cuanto más viaje por el mundo más me doy cuenta de lo afortunado que soy de haber nacido en esta tierra. Soy licenciado en Derecho y diplomado en Teología, además de haber cursado diferentes estudios más. No me extenderé, solo decir que mis aficiones son escribir, la meditación y viajar; y las tres las suelo llevar a cabo tanto como las circunstancias y la plata me permiten.

—Entre «Renacer» y «Gehenna» ¿qué hay aparte de Sangre? Háblanos de tu última aventura literaria de todo un mes.

-Trataré de hacer un resumen. Yo lo dividiría en dos partes. Lo que ha sido la experiencia de escribir un libro para los concursos "ManoWriMo" y el "Reto 50k". Ha sido una experiencia increíble como autor. Pues el propósito del concurso es escribir una novela de más de cincuenta mil palabras en 30 días (noviembre). Me tuvo completamente entregado y dedicado al proyecto,  una novela en 30 capítulos (uno por día), organizar un guión previo, un listado de personajes... Y sobre todo obligarme a mantener una disciplina en un largo periodo de tiempo.  Creo que he parido una novela de gran calidad que atrapa al lector desde el principio. La verdad es que estoy muy satisfecho del resultado. Por cierto, que se puede leer en mis perfiles sociales.


—Me han dicho que en cierta ocasión colgaste los hábitos, en tu caso, la toga. ¿Qué ventolera te dió para tal decisión?.-

-No vas muy descaminado, colgué la toga después de diez años ejerciendo como letrado pues me di cuenta de que había terminado un ciclo y que no me aportaba nada positivo. La abogacía es una profesión complicada y que si no tienes las ideas claras de dónde te mueves es fácil cruzar la línea; ya decía Nietzsche «El que lucha con monstruos debe tener cuidado de no acabar él mismo como un monstruo». Y créeme que esa lección la aprendí bien. Te decía que no ibas muy descaminado porque cuando decidí colgar la toga, me puse el hábito de monje benedictino y estuve dos años en un monasterio benedictino en Galicia... pero bueno esa es otra historia, aunque he de decir que fue una gran experiencia que me ayudó mucho en aquel momento.


—¿Cuál es tu bagaje literario?

-Tendríamos que remontarnos a mi niñez; me detectaron un problema hereditario del lenguaje: Disgrafía, una especie de dislexia, que me dificultaba escribir. Así que me lo tomé como un reto personal y desde entonces no he parado, desde el colegio escribo cuentos e historias. Aunque no fue hasta 2012 que empecé a guardar todos esos relatos y poemas y a recopilarlos en varios libros. Tengo muchísimos relatos cortos que estoy recopilando en un libro a tal fin, además de ir escribiendo nuevos. En papel tengo dos poemarios «Lokura» y «Lokura I» de 2012 hasta 2015 y ya estoy preparando el tercero que editaré el año que viene y que presentaré como los anteriores en la Casa de la Cultura de Arroyo de la Miel. Además autoedité «Cuentacuentos» y «Alondra». Luego me colgué la mochila a la espalda y recorrí América del Sur durante meses hasta que me quedé «pelao» —ríe de buena gana Alejandro rememorando—. De todas formas tengo un montón de cuentos y relatos en redes sociales.

—Sé que te gusta la meditación y que de vez en cuando te retiras pero ¿cuál es tu destino favorito para ello?

-Practico la meditación Vipassana desde hace diez años. Es fundamental en mi vida, me aporta mucha estabilidad emocional y mental. Desde 2010 hago un curso de diez días en alguno de los centros que hay por el mundo, en Argentina, en Inglaterra y en los dos de España. Actualmente no es buen tiempo para irse muy lejos así que me voy a un centro que hay en Candeleda (Ávila) en la sierra de Gredos. Espero tener la oportunidad de ir a algunos otros en la India y en Asia en general más adelante.

—¿Cómo ves el mundo?¿Cuál es a tu juicio la enfermedad de la Humanidad? ¿Qué sintomas presenta? ¿Tiene solución o esto se acaba?

-¡No veas las preguntas que me haces! Para estar varios días de debate. El mundo como planeta va bien, soportará el daño que le hacemos, ya se regeneró en otras ocasiones y nos sobrevivirá sin problemas. Otra cosa es la humanidad, en mi opinión vamos cuesta abajo y sin frenos hacia un colapso global que va a ser duro, muy duro para la mayoría de los simples mortales. A pesar de ello la raza humana tiene una gran capacidad de sobrevivir hasta en las peores situaciones que ella misma se crea. Pienso que está en el final de una etapa agotada ya, y que en los próximos años habrá grandes cambios sociales, políticos y económicos que darán paso a un sistema global nuevo y en la que las nuevas tecnologías tendrán un papel importante. La realidad de una IA (Inteligencia Artificial), conciente y consciente, es ya imparable. el Ser Humano deberá aprender a coexistir con ella y marcará la realidad de ambos seres. Personalmente le tengo más fe a esa IA que a la propia humanidad. Tengo un proyecto de novela muy avanzado en este sentido «Marko» espero a mi regreso desde la profundidad que me da la introspección en el centro de meditación poder desarrollar con más detenimiento los aspectos que quiero darle a la novela. Ya se irá viendo todo esto de lo que hablo en los próximos años.


—¿A cuál dios nos debemos encomendar?.-

-Otra pregunta que se las trae: De igual manera que ocurrió en otras épocas y como ocurrirá en la gran evolución o revolución que se producirá en este siglo la religión ha de evolucionar hacia aspectos más positivos. La religión ha de dar soluciones reales en el ámbito en el que se mueve y no convertirse en una carga que lastra y divide a la humanidad. Creo en la existencia de una realidad superior que sobrepasa a la propia existencia de la humanidad. Opino que «Dios» abarca toda la realidad humana, sería la personificación de la Humanidad, con todo lo bueno y malo que tiene, con sus grandezas y miserias. Aun así creo que hay una realidad superior incluso, que está completamente fuera de todo el universo que tiene que ver con la humanidad. En este sentido me gusta mucho la teoría de Michio Kaku sobre esa Inteligencia Pura Ordenadora, que no hay que confundir con la IA. Creo que el Dios humano está en el interior de toda persona incluso de aquellos que lo niegan, creo que está ahí porque, como te decía, es la esencia del ser humano, y buscarnos en Él es buscarnos a nosotros mismos. Pienso que el primer paso que la humanidad debería dar con respecto a las religiones sería comprender estos elementos. El día que cualquier creyente pueda buscar a este concepto de Dios en cualquier templo sin etiquetas, como lo sienta sin imposiciones ni discriminaciones... pienso que el ser humano habrá dado un paso importante en la evolución religiosa.


—Dime tu verdad, tu teoría, sobre la pandemia

-Tengo en cuenta siempre una máxima: «Nada es casualidad, todo es causalidad» todo ocurre por alguna razón que la precede y a la causa le sigue una misma razón. Pienso que [la pandemia] ha sido provocada de manera artificial por la misma humanidad y que busca unos fines, que espero sean para bien de la humanidad. Seré un iluso —Alejandro une sus dedos y se concentra— pero pienso que las personas que dirigen este mundo a pesar de que están equivocados en muchos casos, quieren el bien común. Seré un iluso —asevera— pero lo pienso. Espero que sirva para tomar consciencia de la realidad que vivimos, pues creo que la mayoría de la población mundial no es consciente ¡o no quiere aceptar! la realidad que estamos creando. Pienso que esto no es más que un aviso de lo que se nos viene encima en los próximos años en todos los aspectos, como ya comenté antes.


—¿Crees en teorías conspirativas o en que el mundo está dirigido por manos ocultas?

-Esta pregunta me encanta y ya me la había planteado antes. —Vuelven las sonrisas de Alejandro— Hablan del «Nuevo Orden Mundial», pero para que haya un «Nuevo» ha tenido que haber un Viejo o Antiguo y no creo que a lo largo de la historia humana haya habido ningún Orden, ni nuevo ni antiguo, solo ha habido kaos y guerra, y en esos casos solo ha habido quienes han ostentado ciertas parcelas de poder a nivel local más o menos grande. En mi opinión cualquier «Orden» es mejor que el Kaos. Creo que la humanidad está desbocada y que no hay nadie dispuestoa poner el cascabel al gato. Todas estas teorías como las cuestiones que planteas en las anteriores preguntas, las desarrollo en las dos novelas que he escrito este año «Marko» y «Sangre».


—Vives en un lugar paradisíaco, la Costa del Sol ¿lo cambiarías por otro lugar o región del mundo, o no?

-Me adapto a todo en cualquier circunstancia. Podría vivir en cualquier lugar del mundo en cualquier circunstancia, hasta en las extremas. De hecho lamento llegar tarde a la «humanización» del sistema solar. Me hubiera encantado ser de los primeros colonos en la Luna, Marte, o en cualquiera de las lunas de Júpiter. Pienso que la humanidad llegará a habitar otros planetas si no se destruye antes, pero creo que lo hará y me hubiera gustado formar parte en esa expansión. Pero volviendo al tema... me encanta Málaga, un lugar maravilloso en todos los sentidos. Cuanto más viajo, más afortunado y agradecido me siento de haber nacido y pasado gran parte de mi vida en este lugar. Vivimos en un país maravilloso, aunque los políticos están haciendo grandes esfuerzos por destruir los grandes avances sociales y políticos que tenemos. La convivencia, la seguridad, la sanidad, la educación... Lo hemos tenido todo, vivimos de una herencia de unas generaciones que sufrieron mucho para dejarnos esta herencia y pienso que no somos consciente de ello. De todas formas cuando puedo me encierro en mi mundo que es en mi casa, mi jardín y mi huerto, me refugio en mi familia y los amigos y sí, no lo cambiaría por nada.


—¿Qué recomiendas para ser tan aparentemente feliz como tú?  

-De la felicidad he aprendido mucho de la meditación vipassana esto es, ver las cosas y la realidad  tal y como son, así como de las enseñanzas del budismo. Con estas enseñanzas se alcanza el desapego, hacia las cosas y las personas. Buda no te habla de la felicidad sino del sufrimiento. La felicidad se alcanza en la ausencia de sufrimiento, y el sufrimiento se produce por el deseo y la aversión. Cuando deseas algo sufres por tenerlo y cuando lo tienes, sufres por no perderlo... y ya estás buscando otro algo que piensas que te hará feliz, si no deseas nada se vive más feliz, te lo aseguro —este entrevistador está tomando muy buena nota—. La aversión también provoca sufrimiento, el rechazo, el enfrentamiento, los posicionamientos políticos y debates infructuosos también provocan sufrimiento, si los evitas sufrirás menos y serás feliz. El estar juzgando a los demás constantemente, vivimos en una etapa en la que todo el mundo opina y juzga sin tener ni idea de lo que habla, sin profundizar en los debates, solo desde su posicionamiento ideológico. Todo eso genera sufrimiento. Si eliminas todas esas posturas que te generan sufrimiento y aceptas la realidad la tuya propia y la realidad que te envuelve serás feliz. En ausencia de sufrimiento la felicidad aflora. Todo es constante cambio, nada dura eternamente, la felicidad y el sufrimiento vienen y van, y hay momentos que sufriremos y otros que seremos felices. Se parte de esta idea y de que desde el desapego del deseo y la aversión se vive mejor. Gracias a que tengo salud, una familia maravillosa y que la vida me trata con mimo y cariño, realmente puedo decir que soy una persona muy feliz con lo que tengo.—Hacemos un receso porque este entrevistador necesita para asimilar el orden en mi mente de caos.


-—¿Cual es tu próximo libro, viaje, charla, etc.?

-En unos días, repito, me voy dos meses a un centro de meditación. Y eso no es moco de pavo, a las 4,30 h. sentado dos horas en el suelo observando las sensaciones de tu cuerpo, y luego trabajo en el jardín, la cocina o donde haga falta, y muchas horas más de meditación. No hay ordenadores ni teléfonos, es una vida muy austera, sin grandes perturbaciones del exterior. Son dos meses duros de trabajo interior y de privaciones de comodidades. Pero estoy deseándolo ya. A mi regreso, retomaré mi trabajo con las novelas, tengo muchos proyectos e ideas y hay que aprovechar el momento. Quiero sacar Lokura III que lo dejé parado con la pandemia y preparar el recital, quiero retomar el cuento «La fragata Fantasma» convertirlo en una gran novela, y seguir avanzando en mi evolución personal como persona y escritor. Mi estilo a  diferencia de otros escritores, es la prosa poética. Para ello practico y leo mucha poesía, pienso en poesía, y eso llevado a la prosa, si se sabe hilar muy fino, porque no es fácil, pero si se consigue es un arte sublime.


—Sé que cultivas en tu huerto. ¿Cuál es tu fruto preferido?

 -Gracias al trabajo y esfuerzo de mis abuelos y mi padres, hoy en día puedo disfrutar de un pequeño jardín en el que estoy montando un huerto donde cada año voy probando plantas nuevas y aprendiendo sobre todo lo relacionado con su cultivo. Al final todo se reduce a tiempo, somos seres de tiempo, y es lo único que poseemos realmente, y ni siquiera sabemos cuánto tenemos porque un día se puede acabar. Y créeme, el huerto se puede llevar todo lo que le dediques y más. Estoy muy lejos de ser autosuficiente, ni me lo planteo. Pero sí, me gusta, me siento muy conectado con la naturaleza y los seres que habitan en mi jardín, que hay desde una culebra de muchos años, lagartijas, lombrices y caracoles, y muchos más, ellos también son parte de mí, de mi huerto experimental. Este año he sembrado por primera vez lechugas y me ha ido muy bien, también maíz, fresas, patatas, ajos, pimientos. Y de frutales tengo pero son una maravilla. Para no extenderme, te diré que este año lo que más he disfrutado han sido las brevas y los higos, un deleite.


—¿Qué lees, qué comes, qué bebes?¿Qué te gusta hacer en tus ratos libres? 

-Leo mucho y de todo. No se puede ser un buen escritor si no eres un buen lector. Estoy terminando cinco novelas antes de irme, desde una de ciencia ficción de un mundo en Marte, hasta una romántica interracial entre una chica china y una occidental, otra de misterio de un escritor que se ve envuelto en un asesinato... y así de diferentes estilos y géneros. Leo al menos un poemario al mes. La plataforma Wattpad ha significado para mí una ayuda increíble para mejorar como autor, pero sobre todo a tener una visión mucho más amplia de lo que es la literatura, de compartir opiniones e ideas a medida que estás creando. Creo que es muy importante si quieres ser un buen escritor. Pienso que los tiempos del escritor encerrado en su casa con la máquina de escribir tuvo su momento, ahora las tecnologías te abren un montón de posibilidades para mejorar en todos los aspectos. 

»De comer, lo que me pongan por delante, eso me lo enseñó el camino y el hambre que he pasado en algunos lugares. No le hago asco a nada, y si me tengo que tirar cuatro días sin comer tampoco me preocupa. En el centro de meditación todo es vegetariano y está delicioso. Me gusta todo, pero si me das a elegir, creo que me quedo con el puchero de mi madre, no me cansa. Nada de alcohol. Mucho café por las mañanas, y té por las tardes, y zumos que tengo el árbol siempre lleno de limones.


—Finallizo preguntando por tu opinión sobre esta entrevista y por qué el entrevistador te parece un «capitán» como me has llamado antes?

-La entrevista, perfecta. Muchos y variados temas, y cada uno de ellos da para una buena charla en exclusiva. Pienso que más que una entrevista literaria, aunque se le de una mayor relevancia, ha sido una entrevista hacia la persona. Está perfecta, en lo que es y para lo que es. Te he llamado «Capitán» porque conozco al entrevistador por el facebook y valoro sus opiniones e ideales aunque veo que algunas veces se altera en demasía, pero comprendo que es parte de la chispa de la vida. Para mí es un grado superior, de ahí lo de capitán.


Lokura es golpearse una y otra vez contra el mismo muro

esperando que en algún momento no duela

 lokura es mostrarse desnudo de cuerpo y alma

para perderse sin miedo en la oscuridad de tu mirada

 lokura es soñarte en mis brazos cada noche bajo la luna

para despertar en soledad cada mañana

 lokura a tu lado es tenerlo todo y a la vez nada

vencedor y vencido de esta batalla que nunca acaba

 lokura es buscar una razón para tanto drama

un sentido una ilusión una vana esperanza

 lokura simplemente son… los delirios de este pobre loko

que aún te ama.


Acaba la entrevista leyendo Alejandro uno de sus poemas mientras este capitán, entrevistador, se siente a su lado un simple soldado de a pie. Alejandro me enseña su huerto y luego se pone a pintar una pared (que también sabe hacer y no se le caen los anillos ni mucho menos). Poco orden he debido poner en esta entrevista que no me ha resultado ningún caos ni locura alguna.        Es Alejandro Montero III al que se puede seguir en la redes sociales y en la plataforma                                     https://www.wattpad.com/user/AlejandroMonteroIII                                                                                  https://www.facebook.com/a.monteroiii

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