Antes de continuar he de explicarte que
mi padre tenía dos obsesiones, aparte alguna que otra inconfesable como era su
periodo de guerra (aunque ese es otra historia) y es que mi padre siempre me
hablaba de su primo Amós, Amós López Bejarano, que según él había sido un poco
bala y había corrido grandes aventuras. Vivió la guerra y como por arte de
magia desapareció. Ahora entiendo que es mejor saber de una vez que un ser ha
muerto, al menos se sabe, Pero mi padre llevaba fatal el saber que estaba desaparecido
como si se lo hubiera tragado la tierra. Eso por un lado, Amós, y por otro la
obsesión que tenía por las raíces judías de nuestra familia, en parte
procedente de Madrid, y en parte procedente de Hervás. Me refiero a mis abuelos
paternos. Y mi padre, de alguna manera había intentado relacionar a Amós con
nuestros ascendientes judíos. Y según él, el eslabón que iba a enganchar los
dos extremos de la cadena era Amós, uniendo el eslabón de nuestros ancestros
procedentes de la judería de Hervás y nuestros ancestros (los mismos) pero en
la actualidad. Y Amós, según mi padre lo había conseguido y de qué manera.
Verás cómo:
Cierta noche, allá por 1964 o
65, afinando, afinando la sintonía, mi corazón dio un vuelco y mi pulso se
aceleró de tal forma que temí perder para siempre aquellos sonidos que me
llegaban a través del gran receptor Cuando inopinadamente, aprovechando una
ausencia de mi padre, conseguí sintonizar Radio Sofía, en la Onda larga y en
lengua española, “emitiendo para todos los españoles de adentro y de afuera de
la Península Ibérica”
Aquella
emisora nunca la había logrado escuchar, de hecho era la primera vez que tuve
noticias de ella, y de que Sofía era la capital de Bulgaria. En aquel momento,
comenzaba una conversación entre dos hombres, entrevistado y entrevistador,
hablando los dos un castellano con peculiares giros y acentos que no supe
entonces identificar. Y al comienzo una voz de presentación en perfecto
español: “Entrevista del periodista ruso Amós López”. Digo que mi padre, no sé cómo, llevaba un
tiempo igualmente interesado al enterarse de que el rabino de Constantinopla se
llamaba Salomón Bejarano, así, como suena y que porqué no podía estar allí el
primo Amós dadas sus simpatías judías y a que este había conocido a brigadistas
internacionales en el frente de Madrid, y que gran número de brigadistas eran
judíos procedentes de los confines de Europa, allá por los Balcanes.
Cuando
se lo conté, el dialogo en un idioma para mi absolutamente desconocido no lo
podía creer -Por fin -dijo mi padre con un brillo de triunfo y de emoción en
sus ojos negrísimos- por fin…
En
fin Carme, como ya te expliqué al ponerte en antecedentes antes de nuestro
encuentro, aquello quedó en una anécdota y por mucho que mi padre pasase todo
el dial del viejo receptor por la banda, pasaron los años y mi padre quedó con
las ganas de volver a escuchar a cualquiera de aquellos dos hombres que habían
hablado una noche invernal a través de las ondas hercianas. Él, en el fondo me
envidiaba porque sabía que yo había tenido la fortuna de escuchar a aquellos
dos hombres, algo que él no consiguió los dos Bejarano, y a pesar de mis
esfuerzos no conseguí trasladar a mi padre apenas media docena de palabras en
la lengua ladina que yo escuché. Una noche de febrero de 1972, el falleció
llevándose con él todas sus frustraciones. De ellas una no poco importante era
el localizar a Amós López Bejarano, el primo. Mas fue imposible realizar sus
sueños, compartir tantos momentos de
charla y de parranda por los bares del viejo Madrid y por los vericuetos del
Rabilero de Hervás, a la busca de sus raíces judías y contándole también cosas de los caucheros del
Amazonas con los que había convivido, de las mujeres que había amado en tantos
puertos de cinco de los siete mares, Mi padre estaba asombrado de que la radio
le hubiera puesto sobre la pista, en una sola tacada, de dos personas: su primo
Amós al que vio por última vez en el redaje de una película[1] y de sus ideales más profundos, de que él no saldría
nunca de Madrid, no para defenderla de los sitiadores, sino para ayudarlos a
entrar.
Carme,
aquello quedó dormido en mis recuerdos, y como es natural yo hube de dedicarme
a otras cosas, hacer mi servicio militar y estudiar, a trancas y barrancas, y
cono colofón, casarme.
Ya
en los albores del tan traído y tan llevado 1492, en una emisión de TV, vi un
reportaje sobre Estambul y la colonia judeoespañola allí existente. Y créeme
que fue milagroso, Una chispa instantánea volvió a encender aquellos recuerdos
dormidos y dediqué parte de mi vida, Internet mediante, a encauzar toda la
información que estaba recabando.
Y
así pude saber que efectivamente, entre la colonia sefardí de Estambul había
existido un rabino, que se llamaba, no como mi padre pensaba Salomón, sino
Hayim Bejarano y que
no era turco sino búlgaro. Luego de grandes esfuerzos y sólo porque la Red fue
incrementando en información logré recopilar la saga de Hayim Bejarano. Y que
el padre de este, su abuelo, había sido, ni más ni menos que Hayim Bejarano,
por lo que pude llegar hasta su descendencia. Que relaciono en el pie de página.
Por lo que me puse a la tarea de tomar contacto con cualquiera de sus
descendientes, Al final decidí seguir la pista del segundo de los hijos de
Haym, Marín, que era el mas fácil y factible de seguir su pista que me llevó
hasta Francia, a la Costa Azul… y aquí es donde tu me ayudaste de verdad en el
inolvidable viaje que realizamos en coche recorriendo la hermosa costa que baña
el Mediterráneo hasta llegar a Niza, en busca de la línea masculina de la saga
Bejarano.
Carme, gracias por tus consejos entonces
pues yo tenía otros planes de investigación pero tú sabiamente me aconsejaste
seguir mejor la línea masculina que nos llevó hasta Angelo Bejarano y fue donde
me di cuenta de mi error. Estaba buscando en la Costa Azul, cuando en realidad
los tres hijos de Marin habían vivido en Paris.
Cuando llegué y gracias a la sinagoga
de Montparnasse donde me atendieron perfectamente, me dieron la noticia del
fallecimiento en 1981 y de Yves, con 40 años, por lo tanto se extinguía esta
rama., pero me dieron la dirección de la segunda hija, Gisele, al fin dí con la
ciudad de Pontoise, en los suburbios de París, donde tuve la fortuna de tomar
contacto con uno de los dos hijos de Gisele, que había fallecido, Daniel
Domenichini, que ya no era Bejarano, pero que me atendió con toda amabilidad,
explicándome detalles de toda su familia, pero en sentido contrario a como yo
había investigado. Es decir, desde el horror de su madre Giselle Bejarano que se
casó con Luigi en 1937 en Niza, y que sufrieron persecución de los nazis en el
campo en el campo de concentración de mujeres de Ravensbrück donde el Ejercito Rojo entró el 27 de abril de
1945 a 80 km. de Berlín. Cuando estaban confeccionando un censo de aquel
ejército diezmado de cadáveres ambulantes, Y que había conocido en el mismo
campo, de hecho la andaba buscando, a un muchacho llamado Luigi, con el que
años mas tarde se casó.
De
sus tíos, de sus padres y abuelos, el mítico Rabino de Turquía.
Daniel,
casi de mi misma edad, en una hermosa mezcla de francés y de ladino, me explicó
que su madre le narraba historias misturas de Constantinopla y de Sefarad, de
los pueblos que había habitado sus ancestros y de que tenía la ligera noción de
que sus raíces se hundían en una de las aljamas de la tierra de Castilla.
Y
de que había escuchado la historia de un encuentro en el campo de concentración
entre su madre, milagrosamente superviviente y de un agente español llamado
Amós.
Daniel
me narró la historias de Hayim, su bisabuelo, hombre sabio, prudente, y
bondadoso, revestido de los sagrados atributos que le confiere su misión, si
sus luengas barbas, y aquel rostro afilado y de ojos vivarachos que le
brillaban –cansados- de sus padres, y de sus abuelos, y porqué no, de sus
bisabuelos, quien sabe, tal vez, ojala, porqué estos no podían haber
transmitido recuerdos , a su vez de sus antecesores, y tal vez, quizá, porqué
no, hubiesen llegado a trasmitir real y fidedignamente aquel infausto día de un
terrible año de 1493, y porqué no, hubiesen retenido la imagen de las cúpulas
fulgentes de oro de la ciudad de Constantinopla cuando un Bejarano, tal vez uno
de los Bejarano que no quisieron abjurar, se aventuraron a bordo de uno de los
bajeles que surcaban el Mediterráneo, y dejar testimonio de su arribada a las
costas del Mar de Mármara. Los Bejarano de la diáspora turca habían considerado
a Haym Bejarano como patriarca de la familia, al que debían agradecer no haber
perdido por completo el legado traído al país de Soliman el Magnífico los
aromas de la tierra de Sefarad, su cocina, sus costumbres, su religión y ritos,
sus llaves, y su idioma, aparte del tesoro más valioso: su propio orgullo y
estima intactos.
Y
hasta aquí la historia que mi padre oyó una noche, entre ruidos de
interferencias parasitarias en la vieja Telefunken a través de una de las
emisoras que lograban introducirse clandestinamente en la casa y en los
corazones de muchos españoles de la época.
Y
un tal vez más que probable antepasado, aunque su reto –él me lo dijo- era no
parar hasta conocer quién, cómo, porqué, desde dónde salió el primer Bejarano
de España.
Y
esta es, querida Carme, lo que logré descubrir en mi viaje a Francia. Te
muestro asimismo, las fotografías de las personas que desde entonces han pasado
a formar parte de mi misma familia.
Muchas
gracias por tu inestimable ayuda a través del país vecino, con tus
conocimientos de la lengua francesa y del bello país de Moliere. Y que sepas
que siempre te estaré agradecido, porque supiste, amiga mía, superar tus
achaques, los guardaste pudorosamente para hacerme sentir cómodamente, y que
yo, torpemente, pensé que te encontrabas perfectamente. Lo siento mucho, de
verdad y hace que doblemente mi agradecimiento no llegue a pagar ni en la
décima parte, de lo que hiciste por mí. Gracias.
Como
gracias mil, finalmente, a mi nuevo “pariente” Daniel Domenichini quien
gentilmente rescató recuerdos ya casi olvidados, y ayudó a que mi búsqueda
fuera fructífera y encontrara al fin los
eslabones perdidos y que la Teoría de los seis grados
se haya hecho realidad y no simplemente leyenda urbana, y que al fin, pueda
quedar tranquila mi obsesión, y dedicarle a mi padre, en forma póstuma, las conclusiones
a las que he llegado, y que sepa que si bien desconfié de su a veces
calenturienta imaginación, hoy puedo confirmar sus sospechas: para él incluyo
la vida y obra de quien fuera gran hombre Hayim Bejarano, gran Rabino de la Turquía
y de Estambul, más que probable familiar intermedio entre los Bejarano de la
Sefarad de 1492 y los Bejarano que quedamos en Europa occidental. No sé si este
deslavazado relato confirma o tal vez descarta la teoría. Por mi parte juro que
mantendré el apellido Bejarano mientras quede un resto de aliento en mi alma.
Un
saludo afectuoso para Carme, de Barcelona y Daniel Domenichini (Bejarano).
Adiós.
José
Antonio Bejarano
Huelva mayo 2009
[1] La mujer al
través del Arte (1932) Fondos de la
Filmoteca Nacional. Madrid.
Haim Bejarano nació en la ciudad búlgara de Stara Zagora en 1850, fruto del matrimonio de Moshe Bejarano y Kalo Baruch. A temprana edad lo enviaron a Palevna (Pleven) con su abuelo, el rabino Isak Baruch quien lo introdujo en el estudio de la Torá hasta que a los doce años retornó junto a sus padres. Asistió a diversas escuelas rabínicas y a los 17 se convirtió en el rabino de Rusjuk Varna, comenzando el estudio del inglés, francés y alemán. Cuando comenzó el conflicto bélico entre Rusia y Turquía, en 1877, de la que su madre fue víctima, regresó a Bucarest comenzando un rico periodo de su vida. Hablaba el árabe y el turco ejerciendo como intérprete en el Ministerio de Exteriores de Rumania, siendo recibido en varias ocasiones por la Reina poeta Carmen Sylva de Rumania con la que mantenía fructíferas conversaciones de Literatura y Filosofía. Fundó Hovevey Zion e intercambio correspondencia con Theodor Herzel, Max Nordow, y Ben-Yehuda, utilizando los acentos sefarditas al hebreo moderno. Fundó una escuela en Andrinópolis, la actual ciudad turca de Edurne.