El primer día llegamos al puerto de El Pireo, a las afueras de Atenas donde estaba atracado nuestro barco, el Zenith. La primera noche y todo el dia siguiente lo pasamos navegando, ocupados en realizar el simulacro de emergencia, que aunque mucha gente se lo toma a guasa, nosotros lo hacemos con todas seriedad, y no vale escaquearse porque llevan un control riguroso de la práctica del simulacro, que consiste en colocarse el salvavidas y acudir al lugar de encuentro en caso de necesidad. De ahí... a las barcazas... pero afortunadamente todo funciona como la maquinaria de un reloj.
El día lo pasamos tumbados tomando el sol y descansando. A pesar de las apariencias, íbamos acompañados de otros 1.800 pasajeros. Vi la puesta de sol y comenzé mis vacaciones fotográficas de las que pienso dejar alguna muestra en los próximos días al tiempo que cuento alguna anécdota. Ni que decir tiene que me acompañaba Carmen, al regreso tan contenta porque dice que no ha tenido ninguna queja de mi, o sea los enfados los normales, y he comido bien sin los problemas de otras veces...
MAÑANA se cumple el 518 aniversario del Real Edicto por el cual se expulsaba a todo un pueblo a vagar por el mundo dejando sus pertenencias, o bien poder quedarse en su tierra, esta, comprometiéndose a abjurar de sus costumbres, creencias, y lo que es peor, de su dignidad. Pero el pueblo judio -español- supo conservarlos aun en el exilio a que lo condenaron firmas infames.
Edictos, plazos, negociaciones, presiones, el poder ejercido de manera despótica por algunos poderes políticos y económicos, y los ocultos... y el pueblo, soberano, dueño absoluto de su destino, aguantando y soportando.
Estimado amigo Andrés: tal y como te comenté, a través del “chat”, me gustaría describirte algo de mi tierra, puesto que me aclaraste que nunca habías estado por aquí.
Te cuento: hoy he recorrido en bicicleta —nuestra común afición— un itinerario que suelo hacer diariamente y que se ha convertido en una de mis costumbres. Se trata de Marismas del Odiel, un lugar que a mi me parece, simplemente, maravilloso.
Esta misma tarde, sin forzar excesivamente, he dejado el casco urbano de la capital y he comenzado la “verde ruta” recorriendo el puente-sifón que cruza el estuario del río Odiel, sorteando a los numerosos pescadores de caña, dejando a un lado un barco a medio construir que un día surcará los mares, cercanos y lejanos, en busca de los productos del mar. En la otra orilla, otros vetustos monstruos de hierro y madera, estos sí, ahora inermes después de recibir, desde siglos pasados, los minerales que se extraían de las entrañas de la tierra de esta fecunda provincia.
Al final del puente he continuado por la ruta lindante a las salinas, donde unos flamencos rosados, en busca de alimento, introducían sus picos en las aguas de las inmensas balsas donde cristalizan las sales. Al salir de este tramo, te puedo asegurar, Andrés, que mi olfato estaba impregnado de aromas yodados, y el sol, poco a poco hundiéndose, se reflejaba en los meandros del río que se adentra, formando caños refugio de peces. Me detuve en un puente, apoyé la bicicleta sobre el pretil de madera, y quedé admirado, una vez más, ante la singularidad del paisaje que tenía ante mí.
A un lado, las controvertidas fábricas químicas —yo mismo presté mis servicios en una de estas— y el Nuevo Estadio Colombino. Y al otro, las marismas del río Odiel propiamente dichas alternando los brazos de agua y las grandes extensiones de tierra donde tienen su hábitat multitud de seres vivos conformando un sistema de incalculable valor ecológico.
Cuando reanudé mi paseo atravesé, bordeando la carretera de intenso tráfico, zonas de jara y romero, así como chumberas y algunos eucaliptos, pero sobre todo pinos, pinos y más pinos.
Al completar los doce kilómetros y doscientos ochenta metros del “carril verde” pude apreciar, en su conjunto, todo lo que te he descrito y que, curiosamente, sintetiza lo que es el pasado, el presente y el futuro de la provincia de Huelva: la minería, la pesca, la industria, la agricultura —sólo intuida desde mi observatorio—, el turismo, la Naturaleza... e, invisibles desde mi atalaya, artífices de todo ello… sus gentes, las que han —hemos— formado esta tierra tal y como actualmente es. También, desde el privilegiado mirador pude admirar los monumentos conmemorativos del Descubrimiento de América. Allí mismo el Odiel se une con el otro río, Tinto, justo en sus desembocaduras.
Finalmente, para descansar del recorrido ciclista, decidí cruzar la carretera costera, tumbarme sobre la arena de la playa —120 Km. de litoral desde Ayamonte hasta Doñana — y esperar a que el sol fuese cayendo lentamente tras el océano.
Me gustaría que estas impresiones hayan conseguido atraer tu atención y sepas que estás invitado, junto a tu esposa y a tu bebé, a compartir durante unos días esta tierra conmigo y mi familia y, por fin, conocernos personalmente. Te puedo asegurar que no te arrepentirás de haber visitado Huelva.
Esperando tu respuesta afirmativa recibe un saludo afectuoso de tu amigo
José A. Bejarano
PD: No es necesario que traigas tu bici. Todo tiene solución.