DEFECTO MARIPOSA
9 de julio de 2021(Recuerdo de la pandemia)
—¡Maldita sea, joder! —arreé un golpe, dos golpes y no hubo manera. El cajero había contabilizado los doscientos euros que había solicitado pero no me los había vomitado por la rendija. Volví a introducir la maldita tarjeta y ya no hubo manera, se había quedado también con la tarjeta de débito.
Detrás de mi dos personas esperaban impacientes a que acabara. Me miraban de soslayo atentos a los golpes que le estaba dando al maldito cajero. En venganza contra el mundo me fuí sin advertir a nadie de lo que me acababa de ocurrir. Con desazón me alejé con el consuelo de acudir al dia siguiente a protestar y a reclamar mi dinero al banco. Me imaginé que aquella faena hubiera ocurrido en cualquier pais extranjero o, incluso a pocos kilómetros alejado de mi casa.
La ciudad estaba vacía y el sol recalentaba las calles. No había apenas tráfico así que opté por cruzar un paso de peatones sin mirar.
Me dirigí a casa y tuve que subir los pisos andando. El botón del ascensor parpadeaba, señal de que no funcionaba.
Entré en mi domicilio, saqué una cerveza de la nevera que estaba calentucha hasta que me di cuenta de que este electrodoméstico calentaba en lugar de enfriar como parecía ser su obligación. El movil apenas tenía batería a pesar de que lo había estado cargando y caí en la cuenta de que la luz se había ido mientras estaba fuera de casa. No entendía cómo en tan poco tiempo había podido hacer tal estropicio, la batería descargada y el frigo calentando.
Ni que decir tiene que las luces del wifi parpadeaban de forma rápida e intermitente por lo cual me fue imposible conectarme. Con la mínima carga de telefonía llamé al teléfono de emergencia del ascensor y me contestó la central de ventas de unos grandes almacenes. Me quedé sin batería y salí a la calle.
Los semáforos estaban en intermitencia y el tráfico se intensificaba pero en pocos minutos los grandes nudos de tráfico quedaron saturados y los automóviles se amontonaban sin orden ni concierto en las rotondas de entrada a la ciudad.
Al poco tiempo los cláxones eran un sonido insoportable que rompió las barreras de la ciudadanía y la urbanidad. Dos automovilistas se estaban enzarzando en una discusión a la que de inmediato se unieron otros, y a estos otros y otros hasta que la pelea fue multitudinaria.
En lo alto un zumbido característico se esparció por toda la zona convertida en campo de batalla. El atasco se iba extendiendo como una mancha de aceite por todas las calles adyacentes.
Un helicóptero se detuvo sobre la multitud. Al fin las fuerzas del orden hacían su aparición ya que en tierra era físicamente imposible que nada ni nadie pudiera acercarse al origen de aquel maremagnum. El rotor del helicóptero en su giro esparció la carga sobre la masa humana. Lo que parecía ser un cargamento de agua que calmara y enfriara los ánimos exaltados de la tarde veraniega resultó ser la nevada de miles de hojas de papel anunciando la promoción de una tienda de muebles. Las hojas volanderas parecieron una alocada nevisca.
Me alejé cuando las calles comenzaron a iluminarse con las farolas y los escaparates. Era sin embargo un enorme centelleo de miles de luces parpadeando que obligaban a tapar los ojos para evitar una conjuntivitis crónica.
Al fin me decidí y me detuve junto a un pequeño grupo de personas hablando. Ya comencé a preocuparme pues el caos parecía circunscrito a la ciudad aunque no se sabía a aquellas alturas del día el alcance.
Cuando llegué a casa evité el alocado ascensor y en casa encendí el movil. El Whatsapp me ofreció una conversación completamente ajena a mi entre unos tales «michurrita» y «coñocontento» que me dejó descolocado y avergonzado de la conversación no ya subida de tono, sino directamente tórrida.
Aquello se estaba saliendo de madre y al fin conseguí conectarme a la Red. Unos minutos antes de que se perdiera definitivamente el wifi pude leer sobre un atentado en California —el aleteo de una simple mariposa—, sede central de los grandes servidores y receptores 5G de la redes. No supe más, solo que desde aquél aciago día, muy lentamente se están estabilizando los servicios y la Red está comenzando a deshacer entuertos digitales.
El ascensor estuvo loco varios días pero ya funcionaba, los semáforos ya estaban coordinados, las facturas llegaban correctamente emitidas, mi cuenta corriente se ha normalizado, mi tarjeta y mis euros ya obran en mi poder y ya sé por fin —antes de desaparecer hice un pantallazo de sus fotos del perfil—, que 'Michurrita' y 'Coñocontento' son respectivamente el del 9ºC y la del 6ºA. Ahora me cruzo con ellos y como si tal cosa, pero he aprendido a no fiarme de nadie, pero tampoco de nada.
Nuestro Gran Hermano puede resultar un hijo de la gran puta, una pequeña mariposa que aleteó al otro lado del mundo, cuyo efecto provoca el caos.
Detrás de mi dos personas esperaban impacientes a que acabara. Me miraban de soslayo atentos a los golpes que le estaba dando al maldito cajero. En venganza contra el mundo me fuí sin advertir a nadie de lo que me acababa de ocurrir. Con desazón me alejé con el consuelo de acudir al dia siguiente a protestar y a reclamar mi dinero al banco. Me imaginé que aquella faena hubiera ocurrido en cualquier pais extranjero o, incluso a pocos kilómetros alejado de mi casa.
La ciudad estaba vacía y el sol recalentaba las calles. No había apenas tráfico así que opté por cruzar un paso de peatones sin mirar.
Me dirigí a casa y tuve que subir los pisos andando. El botón del ascensor parpadeaba, señal de que no funcionaba.
Entré en mi domicilio, saqué una cerveza de la nevera que estaba calentucha hasta que me di cuenta de que este electrodoméstico calentaba en lugar de enfriar como parecía ser su obligación. El movil apenas tenía batería a pesar de que lo había estado cargando y caí en la cuenta de que la luz se había ido mientras estaba fuera de casa. No entendía cómo en tan poco tiempo había podido hacer tal estropicio, la batería descargada y el frigo calentando.
Ni que decir tiene que las luces del wifi parpadeaban de forma rápida e intermitente por lo cual me fue imposible conectarme. Con la mínima carga de telefonía llamé al teléfono de emergencia del ascensor y me contestó la central de ventas de unos grandes almacenes. Me quedé sin batería y salí a la calle.
Los semáforos estaban en intermitencia y el tráfico se intensificaba pero en pocos minutos los grandes nudos de tráfico quedaron saturados y los automóviles se amontonaban sin orden ni concierto en las rotondas de entrada a la ciudad.
Al poco tiempo los cláxones eran un sonido insoportable que rompió las barreras de la ciudadanía y la urbanidad. Dos automovilistas se estaban enzarzando en una discusión a la que de inmediato se unieron otros, y a estos otros y otros hasta que la pelea fue multitudinaria.
En lo alto un zumbido característico se esparció por toda la zona convertida en campo de batalla. El atasco se iba extendiendo como una mancha de aceite por todas las calles adyacentes.
Un helicóptero se detuvo sobre la multitud. Al fin las fuerzas del orden hacían su aparición ya que en tierra era físicamente imposible que nada ni nadie pudiera acercarse al origen de aquel maremagnum. El rotor del helicóptero en su giro esparció la carga sobre la masa humana. Lo que parecía ser un cargamento de agua que calmara y enfriara los ánimos exaltados de la tarde veraniega resultó ser la nevada de miles de hojas de papel anunciando la promoción de una tienda de muebles. Las hojas volanderas parecieron una alocada nevisca.
Me alejé cuando las calles comenzaron a iluminarse con las farolas y los escaparates. Era sin embargo un enorme centelleo de miles de luces parpadeando que obligaban a tapar los ojos para evitar una conjuntivitis crónica.
Al fin me decidí y me detuve junto a un pequeño grupo de personas hablando. Ya comencé a preocuparme pues el caos parecía circunscrito a la ciudad aunque no se sabía a aquellas alturas del día el alcance.
Cuando llegué a casa evité el alocado ascensor y en casa encendí el movil. El Whatsapp me ofreció una conversación completamente ajena a mi entre unos tales «michurrita» y «coñocontento» que me dejó descolocado y avergonzado de la conversación no ya subida de tono, sino directamente tórrida.
Aquello se estaba saliendo de madre y al fin conseguí conectarme a la Red. Unos minutos antes de que se perdiera definitivamente el wifi pude leer sobre un atentado en California —el aleteo de una simple mariposa—, sede central de los grandes servidores y receptores 5G de la redes. No supe más, solo que desde aquél aciago día, muy lentamente se están estabilizando los servicios y la Red está comenzando a deshacer entuertos digitales.
El ascensor estuvo loco varios días pero ya funcionaba, los semáforos ya estaban coordinados, las facturas llegaban correctamente emitidas, mi cuenta corriente se ha normalizado, mi tarjeta y mis euros ya obran en mi poder y ya sé por fin —antes de desaparecer hice un pantallazo de sus fotos del perfil—, que 'Michurrita' y 'Coñocontento' son respectivamente el del 9ºC y la del 6ºA. Ahora me cruzo con ellos y como si tal cosa, pero he aprendido a no fiarme de nadie, pero tampoco de nada.
Nuestro Gran Hermano puede resultar un hijo de la gran puta, una pequeña mariposa que aleteó al otro lado del mundo, cuyo efecto provoca el caos.
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