© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.
15.7.21
Carta para un desastre
19.12.20
La muerte verde
2.12.20
Consuelo Dominguez, historiadora
P—Consuelo, dinos si tu lugar de nacimiento influyó en la elección de tu carrera y de tu especialización.
R—No sé bien hasta qué punto el lugar en el que se nace o en el que se vive determinan o condicionan en parte los intereses y las inquietudes sentidas, pero en mi caso haber nacido y vivido durante mi niñez y juventud en la Cuenca Minera de Riotinto (yo nací en El Campillo, uno de los pueblos mineros de dicha cuenca).
P—Supongo que tus recuerdos de la niñez serán de paisajes áridos, sonidos de barrenos y todo lo que supone una zona minera...
R—Así es. Las primeras experiencias vividas en la infancia se van almacenando en la memoria, mi niñez todavía conservo con gran lucidez la impresión que me causaba ese paisaje que yo describo al comienzo de mi libro sobre Hugh M. Matheson en donde aparecen las vivencias de mi infancia y juventud que vuelven a cobrar vida a través de un caleidoscopio lleno de imágenes de una tierra tornasolada por el cromatismo de sus piritas ferrocobrizas, del sonido de los barrenos perforando la tierra, de la bucólica visión de unos serpenteantes trenes ávido por llegar a su destino, de una arquitectura atípica poblada de elementos eclécticos entre británicos y andaluces, de algunos modismos lingüísticos ingleses integrados en nuestro léxico y de la refrescante estampa de los parques y jardines de Riotinto que contrastaban con el paisaje yermo y calcinado de los alrededores.
P—Consuelo, ¡me dan ganas de saltarme el estado de alarma e irme a pasar un finde a las minas de turisteo!
Sonríe Consuelo mientras abandonamos la terraza del bar y decidimos sobre la marcha dónde continuar. Y si había algo que pudiera dar más «ambiente» hemos terminado la entrevista en un lugar muy apropiado...
R— Creo que mis palabras, mis descripciones, pueden servir para despertar la curiosidad de visitar y conocer la historia de esta comarca que, aunque transformada por el tiempo y la mano del hombre, sigue ofreciendo un gran atractivo en cuanto al patrimonio histórico que acumula.
P—Díme, cómo llegaste a la Historia, a la investigación
R—Yo creo que fue inevitable el paso de la docencia general a la investigación y a la Historia con mayúscula. El interés por desgranar la historia de mi comarca hace unos años se canalizó en un tema que siempre ha suscitado un gran interés para mí, el de la última morada... o dicho de otra forma, los cementerios. Así que para decirlo claramente, entre el ambiente y los archivos me llevaron a mi pasión. Y comencé a viajar.
P— A ver, enumera paises y cementerios
Ahora somos los dos sonriendo a la vez
R—En cada viaje que he realizado la visita al cementerio correspondiente ocupaba un lugar destacado en mi agenda de viaje y entre ellos, imposible citarlos a todos, hay algunos muy importantes y destacados como el de Arlington en Virginia (EE.UU), el cementerio judío de Praga, el mausoleo donde reposan las cenizas de Gandhi en Delhi, las Pirámides, auténticos templos funerarios de Egipto, y dos de los más conocidos y apreciados por mí, el cementerio de Père Lachaise y el de Montparnasse en París.
Dentro de nuestro país, he de señalar la visita a los cementerios británicos de Bilbao, Santander, Málaga; Tenerife y Sevilla además de los que conservamos en Huelva, Riotinto y Tharsis.
P—Como sé que quieres hablar de tu último libro, informanos antes quién fue Matheson.
R— Mi interés por Hugh M. Matheson es debido a que este señor de la época victoriana fue durante veinticinco años presidente de la Rio Tinto Company (libro pubicado por la Universidad de Huelva) con todo lo que este cargo conlleva y el legado que su presidencia dejó en la Cuenca Minera de Huelva. Así que visité el cementerio de Highgate en Londres y el South Leith Parish Church en Edimburgo donde están los padres.
P—¿Y otras obras tuyas?
R— Mi primera obra fue «In Loving Memory» donde echo una exhaustiva mirada a nuestro pasado minero y los cementerios británicos de la provincia de Huelva.
P—¿Qué nos enseñan los cementerios?
R—En nuestra cultura judeo-cristiana la muerte y los cementerios se asocian comúnmente con el osario y el lugar en el que se depositaban los cadáveres; por ese motivo ambos conceptos no están exentos de connotaciones tétricas pero en la actualidad, aunque todavía hay muchas personas que tienen horror al cementerio afortunadamente se va imponiendo la idea más intimista de considerarlos como un lugar histórico y también como campo de reposo, más parecido al significado de Campo Elíseo, el lugar reservado, según la mitología griega para los mortales elegidos por los dioses, los justos y los heroicos en el que permanecerían después de la muerte.
P—¿Por qué ese temor a la muerte en nuestra sociedad actual?
R— A lo largo de la historia la muerte ha permanecido apegada tanto al sentido trascendente de la existencia como a una dimensión espiritual o religiosa y manteniendo una línea divisoria entre dos mundos, el de los vivos y el de los muertos. En la actualidad los rituales que han acompañado a la muerte se han simplificado y el lugar para acompañar a los difuntos ya no es el cementerio sino el Tanatorio, en el que parece que hay una asepsia y distanciamiento mayor con el difunto y donde prima la funcionalidad al ser el lugar en que tiene cabida un ritual que, aunque muy antiguo, es el que hoy se va imponiendo, el de la cremación o incineración que tradicionalmente no se practicaba en nuestra cultura. En el cementerio no habrá ningún recuerdo del difunto, solo una pradera para esparcir las cenizas del finado o depositada en pequeños nichos. Ese parece ser el futuro.
P— ¿El temor a la muerte se debe a que no se muestra la Muerte en las escuelas, en los niños, a nuestra sociedad en general?
R—Respecto al valor didáctico de llevar a los alumnos a un cementerio, como ejemplo te diré que yo la he practicado llevando a varios grupos de alumnos al cementerio de Moguer para leer algún poema ante la tumba de Juan Ramón Jiménez. Integrar la muerte y la visita a los cementerios como materia curricular no lo veo fácil pero sí es bueno hablar de ello. Existe un par de obras clásicas, la de Louis-Vicent Thomas autor de Antropología de la muerte y Philippe Arìes autor de Historia de la muerte en Occidente, muy recomendables.
Al final casi sin rumbo fijo, y con los bares cerrados hemos llegado al mejor de los lugares para acabar esta docta entrevista —a las respuestas me remito— en una tarde cayendo el sol de forma impactante entre grandes nubarrones, hundiéndose en el mar tras los esteros de la Ria de Huelva.
P—¿Qué planes tienes respecto a tu pasión historiadora?
R— En estos momentos estoy centrada en estudiar la temática de la muerte y los cementerios, dos aspectos capitales en la vida y obra de Juan Ramón Jiménez, nuestro poeta universal. Un tema apasionante y unas palabras del moguereño para pensar:
«La mujer, la obra y la muerte. Una vez más. Si se acaba, por desgracia la mujer, queda la obra. Si se acaba la obra por desgracia, queda la mujer. Si se acaban la mujer y la obra queda la muerte.»
...La verdad es que entre hablar y conversar con Consuelo Domínguez Dominguez, la tarde ha caido con rapidez. Estamos a las puertas de los cementerios de Huelva (municipal y británico) lugares de estudio de la doctora, maestra, escritora pero sobre todo mujer de trato agradable, de dulces sonrisa intuida y mirada.
Constatamos la puerta cerrada del camposanto onubense y nos miramos cómplices sonriendo ante un cartel que resume la vida de los muertos y la muerte de los vivos: «MEDIDAS ANTICOVID: 2 METROS DE DISTANCIA»
Ya es noche cerrada y regresamos a la ciudad desierta. Pero no muerta. Gracias Consuelo por esta entrevista: me quedo con la sensación de que el tema da para mucho, mucho más.
14.11.20
Peste de Almanzor
no estaba muy lejos de saber que la peste iba a ser, entre otras calamidades, el final del brillante califato y los vastos territorios se iban a desangrar hasta la expiración final aunque habrían de pasar aún cuatro largos siglos, pero las aguas putrefactas, la alimentación insana, las medidas profilácticas inútiles acabarían con la España musulmana, hijastra de las huestes del creciente mahometano. Por el sur habían desembarcado y por el sur, llorando Boabdil, embarcarían de nuevo.
5.11.20
Salama, hija del Emir
La noche se avecinaba con rapidez y las sombras caían sobre las callejas de la judería. Dos soldados escoltaban a Iosef Aboacar quien se hacía conjeturas sobre la responsabilidad que la real Casa estaría apunto de echar sobre sus espaldas. Asió con fuerza el zurrón de piel donde guardaba su escaso instrumental médico. Nada sabía sobre la identidad del paciente y menos aún la enfermedad de que se trataba. El palacio estaba en silencio y los candelabros ya comenzaban a ser encendidos. Un oficial le franqueó el paso acompañándolo y recorriendo juntos las majestuosas estancias del alcazar.
Recorrieron pasillos decorados con el gusto que se le atribuía al Gran Califa. El silencio se veía turbado con el paso de la pequeña comitiva que acompañaba al médico cordobés. Cuando llegaron a las estancias privadas lo dejaron solo hasta que fue llamado a acceder a un dormitorio. Allí se encontraban otros dos médicos a los pies de una cama. A un lado Lope Gascón vestido con sobriedad, con expresión asustadiza, que miraba a un lado y a otro incómodo, arrancado por fuerza de su Toledo e invitado a viajar a la capital del califato. Al otro lado del lecho Abdul Qasim, médico oficial de la Corte quien rehuía las miradas y buscaba nervioso la de quien yacía en la cama. Sudorosa, con temblores, con un insano color cerúleo, una niña de espesa melena oscura y color de ojos extrañamente verdes, miraba sin ver, su cuerpo dejaba traslucir a simple vista los huesos de su cara y de sus hombros. Sin más preámbulo los tres galenos comenzaron a intercambiar opiniones mirando de vez en cuando a la enferma. A su lado el aya se afanaba en atender a la real paciente. Pronto comenzaron las disensiones entre los médicos: Abdul Qasim opinaba que los síntomas que presentaba Salama eran fiebres imposibles de atajar salvo con compresas de agua fría en la frente por un lado, y abrigo para preservar el calor por otro, y pedir por ella a Allâh el Clemente, Misericordioso.
Lope Gascón opinaba que habría que descubrir el cuerpo de Salama a fin de poner una serie de sanguijuelas para depurarle la sangre malsana e imprescindible implorar a los santos. Los dos médicos se enzarzaron en una discusión debido la osadía pecaminosa de Lope al pretender desnudar y mirar el cuerpo de mujer. Abdul Qasim se mesaba los cabellos ante tamaño despropósito y Lope Gascón contrarrestó mofándose de la serie de ungüentos y aguas medicinales de innumerables plantas que el médico cortesano decía tener en la botica de palacio. Estaba a punto de llegar el padre de la muchacha y Iosef Aboacar, hasta el momento atónito ante aquella discusión médica cargada de envidias y prejuicios, calló ante la entrada del padre de la joven muchacha.
Se abrieron las puertas del dormitorio y un edecán anunció:
—¡Humillaos y mostrad vuestros respetos besando la mano de Abd al-Rahman ibn Muhammad al-Nasir li-Din Allàh, Primer Califa de Córdoba y Príncipe de los creyentes!
Todos se inclinaron ante Abderramán III, el soberano del antiguo territorio hispano. De mediana estatura, entrado en carnes, mostrando parte del cabello pelirrojo bajo un turbante, caminaba retirándose su sencillo caftán. Aceptó los saludos de los convocados, ofreciendo su mano —aunque el judío simplemente hizo amago de besarla—, y a su señal le expusieron la situación de su hija. Iosef Aboacar retomó su diagnóstico consciente de que sus dos colegas habían discrepado sin la presencia del soberano. Ahora el Emir disponía de los tres pero Aboacar trató de no amilanarse ante el Poder del Gran Califa.
—Mi señor, vuestra hija sufre una enfermedad muy grave, vistos los síntomas claros que hemos podido apreciar en ella —Abderraman III se adelantó y miró a su hija, bastarda pero no por ello menos querida; con un leve gesto de su mano invitó al médico judío a que continuar— mi señor, vuestra hija debe ser... desvestida y examinada. Me pregunto si es imprescindible, y mi opinión y la de mis ilustres colegas es que sí.
Lope Gascón y Abdul Qasim se miraron y asintieron con la inquietud reflejada en sus rostros ante la previsible reacción del Califa. Abderraman III miró a los tres y dijo con sencillez:
—Sea. Yo acudiré a la mezquita porque Dios desea que Salama, mi muy querida hija, viva, Inshallah—. Y tal como había entrado, salió del dormitorio con sus ojos azules humedecidos en lágrimas.
Se inclinaron en reverencia los tres médicos y quedaron con sus propias responsabilidades ante la vida o la muerte, la salud o la enfermedad de Salama.
Con la ayuda del aya real, los tres pusieron en común sus conocimientos y estuvieron durante varias semanas tratando a Salama a pesar de las reticencias primeras, el diagnóstico, la cura y la convalecencia, a saber:
Iosef Aboacar diagnosticó como «tisis» que remitía con fiebre, delgadez y toses acompañadas de esputos sanguinolentos de los pulmones.
El tratamiento consistió en una mezcla de determinadas hierbas medicinales, preparada por el médico musulmán Abdul Qasim; una estricta dieta alimenticia a base de caldos, tisanas y pucheros, recomendada por Lope el médico cristiano; y por el examen corporal de la paciente, diagnóstico acertado y cambio en el modo de vida a cargo de Aboacar cuya ciencia consistía no en reponder tal como se veían obligados otros médicos, sino en preguntar y preguntarse de forma continua «por qué, desde cuándo, hasta cuándo, cuánto» ante los misterios del cuerpo humano, el dolor, la salud, el comienzo y el final de la vida. La receta consistió en la limpieza a fondo de la habitación con sales fumantes, el aseo personal diario de paciente y servicio con agua fresca exenta de aromas, ventilación y aireación, orientación del aposento real buscando el sol o la sombra, y aislamiento en Mdina Zhara, lejos de aglomeraciones urbanas. Todo ello, en conjunto, para que Salama se recuperase en pocos meses, se convirtiera en una bella adolescente y tuviera una larga vida como así fue.
Al finalizar el proceso patológico de Salama, los informes redactados en árabe, latín y hebreo por los respectivos médicos contenían todos los detalles, fueron compilados y sirvieron de guia en la cura de las enfermedades que diezmaban a la población andalusí. Iosef Aboacar había observado de manera precisa los esputos y mucosidades sanguinolientas de la niña que los otros médicos rehuían relizar, había palpado todo el abdomen de la enferma, estudiaba, pensaba, discernía, consultaba tratados antiguos de Medicina y por fin escribía sus conclusiones, editando un extenso tratado sobre las enfermedades que asolaban los reinos y cómo estas eran enumeradas y estudiadas para su posible curación.
El Califa de Córdoba, consciente del regalo que Dios le había hecho en forma de sabios galenos, creó la primera Escuela de Medicina de al-Andalus, centro del saber de grandes médicos y físicos para beneficio de los habitantes del reino nombrando, como agradecimiento, a Iosef Aboacar director y a Lope Gascón su segundo.
Pasados los meses Iosef Aboacar fue convocado nuevamente al palacio del Califa donde este le comunicó su deseo de verlo dirigir la gran Escuela de Medicina. Al salir rememoró las veladas y jornadas eternas velando por la salud de Salama. Ahora regresaba al exterior escoltado por una sección completa de la guardia personal del Emir y no pudo reprimir una sonrisa mezcla casi imposible de humidad y de orgullo, tan posible sin embargo como si la flor de la alheña y las aguas de las fuentes cordobesas se mezclaran en las calurosas tardes de los patios de Mdina Zhara, allí donde convalece Salama, joven hija de Abderrahman III y de Mustaq, una de sus esposas recluida en el harem.
Córdoba de las tres culturas era grande y sin duda seguiría siéndolo.
9.9.20
De momento, Memento
3.9.20
Juan Ramón y Rocío
Telepúfo
El subministro sonreía mirando desde su despacho. Por fin se iba a ganar el favor del Ministro 1 presentando el encargo del jefe corregido ...
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