Los ladrones se convertían en guardias (y viceversa) y nos perseguíamos en función de las reglas preestablecidas. Era muy divertido y nos lo tomábamos muy en serio. Corríamos unos tras otros y nos servía para desfogarnos, descargar adrenalina y comprender las reglas de la vida, al menos la infantil que nos enseñaba a ser mayores y a saber dónde estaban los límites de cada lado.
Hoy juegan al revés los mayores haciendo de la mentira, verdad.
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