© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

27.8.16

Haim Bejarano. Gran Rabino de Turquía.



                        Antes de continuar he de explicarte que mi padre tenía dos obsesiones, aparte alguna que otra inconfesable como era su periodo de guerra (aunque ese es otra historia) y es que mi padre siempre me hablaba de su primo Amós, Amós López Bejarano, que según él había sido un poco bala y había corrido grandes aventuras. Vivió la guerra y como por arte de magia desapareció. Ahora entiendo que es mejor saber de una vez que un ser ha muerto, al menos se sabe, Pero mi padre llevaba fatal el saber que estaba desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra. Eso por un lado, Amós, y por otro la obsesión que tenía por las raíces judías de nuestra familia, en parte procedente de Madrid, y en parte procedente de Hervás. Me refiero a mis abuelos paternos. Y mi padre, de alguna manera había intentado relacionar a Amós con nuestros ascendientes judíos. Y según él, el eslabón que iba a enganchar los dos extremos de la cadena era Amós, uniendo el eslabón de nuestros ancestros procedentes de la judería de Hervás y nuestros ancestros (los mismos) pero en la actualidad. Y Amós, según mi padre lo había conseguido y de qué manera. Verás cómo:
                                    Cierta noche, allá por 1964 o 65, afinando, afinando la sintonía, mi corazón dio un vuelco y mi pulso se aceleró de tal forma que temí perder para siempre aquellos sonidos que me llegaban a través del gran receptor Cuando inopinadamente, aprovechando una ausencia de mi padre, conseguí sintonizar Radio Sofía, en la Onda larga y en lengua española, “emitiendo para todos los españoles de adentro y de afuera de la Península Ibérica”
                                   Aquella emisora nunca la había logrado escuchar, de hecho era la primera vez que tuve noticias de ella, y de que Sofía era la capital de Bulgaria. En aquel momento, comenzaba una conversación entre dos hombres, entrevistado y entrevistador, hablando los dos un castellano con peculiares giros y acentos que no supe entonces identificar. Y al comienzo una voz de presentación en perfecto español: “Entrevista del periodista ruso Amós López”.  Digo que mi padre, no sé cómo, llevaba un tiempo igualmente interesado al enterarse de que el rabino de Constantinopla se llamaba Salomón Bejarano, así, como suena y que porqué no podía estar allí el primo Amós dadas sus simpatías judías y a que este había conocido a brigadistas internacionales en el frente de Madrid, y que gran número de brigadistas eran judíos procedentes de los confines de Europa, allá por los Balcanes.
                                   Cuando se lo conté, el dialogo en un idioma para mi absolutamente desconocido no lo podía creer -Por fin -dijo mi padre con un brillo de triunfo y de emoción en sus ojos negrísimos- por fin…
                 En fin Carme, como ya te expliqué al ponerte en antecedentes antes de nuestro encuentro, aquello quedó en una anécdota y por mucho que mi padre pasase todo el dial del viejo receptor por la banda, pasaron los años y mi padre quedó con las ganas de volver a escuchar a cualquiera de aquellos dos hombres que habían hablado una noche invernal a través de las ondas hercianas. Él, en el fondo me envidiaba porque sabía que yo había tenido la fortuna de escuchar a aquellos dos hombres, algo que él no consiguió los dos Bejarano, y a pesar de mis esfuerzos no conseguí trasladar a mi padre apenas media docena de palabras en la lengua ladina que yo escuché. Una noche de febrero de 1972, el falleció llevándose con él todas sus frustraciones. De ellas una no poco importante era el localizar a Amós López Bejarano, el primo. Mas fue imposible realizar sus sueños, compartir  tantos momentos de charla y de parranda por los bares del viejo Madrid y por los vericuetos del Rabilero de Hervás, a la busca de sus raíces judías y  contándole también cosas de los caucheros del Amazonas con los que había convivido, de las mujeres que había amado en tantos puertos de cinco de los siete mares, Mi padre estaba asombrado de que la radio le hubiera puesto sobre la pista, en una sola tacada, de dos personas: su primo Amós al que vio por última vez en el redaje de una película[1] y de sus ideales más profundos, de que él no saldría nunca de Madrid, no para defenderla de los sitiadores, sino para ayudarlos a entrar.
                 Carme, aquello quedó dormido en mis recuerdos, y como es natural yo hube de dedicarme a otras cosas, hacer mi servicio militar y estudiar, a trancas y barrancas, y cono colofón, casarme.
                 Ya en los albores del tan traído y tan llevado 1492, en una emisión de TV, vi un reportaje sobre Estambul y la colonia judeoespañola allí existente. Y créeme que fue milagroso, Una chispa instantánea volvió a encender aquellos recuerdos dormidos y dediqué parte de mi vida, Internet mediante, a encauzar toda la información que estaba recabando.
                 Y así pude saber que efectivamente, entre la colonia sefardí de Estambul había existido un rabino, que se llamaba, no como mi padre pensaba Salomón, sino Hayim Bejarano[2] y que no era turco sino búlgaro. Luego de grandes esfuerzos y sólo porque la Red fue incrementando en información logré recopilar la saga de Hayim Bejarano. Y que el padre de este, su abuelo, había sido, ni más ni menos que Hayim Bejarano, por lo que pude llegar hasta su descendencia. Que relaciono en el pie de página. Por lo que me puse a la tarea de tomar contacto con cualquiera de sus descendientes, Al final decidí seguir la pista del segundo de los hijos de Haym, Marín, que era el mas fácil y factible de seguir su pista que me llevó hasta Francia, a la Costa Azul… y aquí es donde tu me ayudaste de verdad en el inolvidable viaje que realizamos en coche recorriendo la hermosa costa que baña el Mediterráneo hasta llegar a Niza, en busca de la línea masculina de la saga Bejarano.
                               Carme, gracias por tus consejos entonces pues yo tenía otros planes de investigación pero tú sabiamente me aconsejaste seguir mejor la línea masculina que nos llevó hasta Angelo Bejarano y fue donde me di cuenta de mi error. Estaba buscando en la Costa Azul, cuando en realidad los tres hijos de Marin habían vivido en Paris.
                                 Cuando llegué y gracias a la sinagoga de Montparnasse donde me atendieron perfectamente, me dieron la noticia del fallecimiento en 1981 y de Yves, con 40 años, por lo tanto se extinguía esta rama., pero me dieron la dirección de la segunda hija, Gisele, al fin dí con la ciudad de Pontoise, en los suburbios de París, donde tuve la fortuna de tomar contacto con uno de los dos hijos de Gisele, que había fallecido, Daniel Domenichini, que ya no era Bejarano, pero que me atendió con toda amabilidad, explicándome detalles de toda su familia, pero en sentido contrario a como yo había investigado. Es decir, desde el horror de su madre Giselle Bejarano que se casó con Luigi en 1937 en Niza, y que sufrieron persecución de los nazis en el campo en el campo de concentración de mujeres de Ravensbrück  donde el Ejercito Rojo entró el 27 de abril de 1945 a 80 km. de Berlín. Cuando estaban confeccionando un censo de aquel ejército diezmado de cadáveres ambulantes, Y que había conocido en el mismo campo, de hecho la andaba buscando, a un muchacho llamado Luigi, con el que años mas tarde se casó.
                        De sus tíos, de sus padres y abuelos, el mítico Rabino de Turquía.
                        Daniel, casi de mi misma edad, en una hermosa mezcla de francés y de ladino, me explicó que su madre le narraba historias misturas de Constantinopla y de Sefarad, de los pueblos que había habitado sus ancestros y de que tenía la ligera noción de que sus raíces se hundían en una de las aljamas de la tierra de Castilla.

                        Y de que había escuchado la historia de un encuentro en el campo de concentración entre su madre, milagrosamente superviviente y de un agente español llamado Amós.

                        Daniel me narró la historias de Hayim, su bisabuelo, hombre sabio, prudente, y bondadoso, revestido de los sagrados atributos que le confiere su misión, si sus luengas barbas, y aquel rostro afilado y de ojos vivarachos que le brillaban –cansados- de sus padres, y de sus abuelos, y porqué no, de sus bisabuelos, quien sabe, tal vez, ojala, porqué estos no podían haber transmitido recuerdos , a su vez de sus antecesores, y tal vez, quizá, porqué no, hubiesen llegado a trasmitir real y fidedignamente aquel infausto día de un terrible año de 1493, y porqué no, hubiesen retenido la imagen de las cúpulas fulgentes de oro de la ciudad de Constantinopla cuando un Bejarano, tal vez uno de los Bejarano que no quisieron abjurar, se aventuraron a bordo de uno de los bajeles que surcaban el Mediterráneo, y dejar testimonio de su arribada a las costas del Mar de Mármara. Los Bejarano de la diáspora turca habían considerado a Haym Bejarano como patriarca de la familia, al que debían agradecer no haber perdido por completo el legado traído al país de Soliman el Magnífico los aromas de la tierra de Sefarad, su cocina, sus costumbres, su religión y ritos, sus llaves, y su idioma, aparte del tesoro más valioso: su propio orgullo y estima intactos.         
                                   Y hasta aquí la historia que mi padre oyó una noche, entre ruidos de interferencias parasitarias en la vieja Telefunken a través de una de las emisoras que lograban introducirse clandestinamente en la casa y en los corazones de muchos españoles de la época.
                                   Y un tal vez más que probable antepasado, aunque su reto –él me lo dijo- era no parar hasta conocer quién, cómo, porqué, desde dónde salió el primer Bejarano de España.
                 Y esta es, querida Carme, lo que logré descubrir en mi viaje a Francia. Te muestro asimismo, las fotografías de las personas que desde entonces han pasado a formar parte de mi misma familia.
                 Muchas gracias por tu inestimable ayuda a través del país vecino, con tus conocimientos de la lengua francesa y del bello país de Moliere. Y que sepas que siempre te estaré agradecido, porque supiste, amiga mía, superar tus achaques, los guardaste pudorosamente para hacerme sentir cómodamente, y que yo, torpemente, pensé que te encontrabas perfectamente. Lo siento mucho, de verdad y hace que doblemente mi agradecimiento no llegue a pagar ni en la décima parte, de lo que hiciste por mí. Gracias.
                        Como gracias mil, finalmente, a mi nuevo “pariente” Daniel Domenichini quien gentilmente rescató recuerdos ya casi olvidados, y ayudó a que mi búsqueda fuera fructífera y encontrara al fin  los eslabones perdidos y que la Teoría de los seis grados[3] se haya hecho realidad y no simplemente leyenda urbana, y que al fin, pueda quedar tranquila mi obsesión, y dedicarle a mi padre, en forma póstuma, las conclusiones a las que he llegado, y que sepa que si bien desconfié de su a veces calenturienta imaginación, hoy puedo confirmar sus sospechas: para él incluyo la vida y obra de quien fuera gran hombre Hayim Bejarano, gran Rabino de la Turquía y de Estambul, más que probable familiar intermedio entre los Bejarano de la Sefarad de 1492 y los Bejarano que quedamos en Europa occidental. No sé si este deslavazado relato confirma o tal vez descarta la teoría. Por mi parte juro que mantendré el apellido Bejarano mientras quede un resto de aliento en mi alma.

                        Un saludo afectuoso para Carme, de Barcelona y Daniel Domenichini (Bejarano). Adiós.
                                   
                                   José Antonio Bejarano
                                    Huelva mayo 2009


                      [1]  La mujer al  través del Arte (1932) Fondos de la Filmoteca Nacional. Madrid.
                   [2] Nació en la ciudad de Bulgaria Stara Zagora en 1850, fruto del matrimonio de Moshe Bejarano y Kalo Baruch. A temprana edad lo enviaron a Palevna (Pleven) con su abuelo, el rabino Isak Baruch quien lo introdujo en el estudio de la Torá hasta que a los doce años retornó junto a sus padres. Asistió a diversas escuelas rabínicas y a los 17 se convirtió en el rabino de Rusjuk Varna, comenzando el estudio del inglés, francés y alemán. Cuando comenzó el conflicto bélico entre Rusia y Turquía, en 1877,  de la que su madre fue víctima, regresó a Bucarest comenzando un rico periodo de su vida. Hablaba el árabe y el turco ejerciendo como intérprete en el Ministerio de Exteriores de Rumania, siendo recibido en varias ocasiones por la Reina poeta Carmen Sylva de Rumania con la que mantenía fructíferas conversaciones de Literatura y Filosofía. Fundó Hovevey Zion e intercambio correspondencia con Theodor Herzel, Max Nordow, y Ben-Yehuda, utilizando los acentos sefarditas al hebreo moderno. Fundó una escuela en Andrinópolis, la actual turca Edurne.
                   Jugó un importante papel en la literatura hebrea y publicó innumerables artículos en los periódicos “Hamagid”, “Hazofe” y “Hahavazelet”. Escribió en la lengua ladina en los periódicos “Tiligrafo” y “El Tiempo” así como se dedicó a escribir un libro en ladino (entre 1903 y 1913) que contenía 3600 proverbios tradicionales judíos.
                   Se casó con Reyna Asa y tuvieron ocho hijos, tres varones y cinco mujeres llamados Marin, Severe, Jacques, Bucka, Rosa, Rahel, Diamanti, y Bellina.
                   Al Rabio Bejarano le gustaba ayudar a la gente necesitada, huérfanos y viudas. Consiguió el Grado de Doctor del seminario rabínico de Viena.
                   En 1911 se hizo Magnífico Rabino de Andrinópolis, ayudando a la comunidad cuando la guerra balcánica.
                   En 1920, tras la muerte del rabino Effendi, se hizo Magnífico Rabino de Turquía.
                   Falleció en 1931 siendo enterrado en el Arnavutkoy Jewish Cemetery, de Ulus, en Estambul. Su hija Baratz dijo de él: “fue amigo de sultanes, del último califa y de Ataturk. El mundo lo admiró aclamándolo, y se hizo un lugar entre la gente culta. De enorme memoria, supo combinar la cultura occidental con los tesoros de la cultura del Este. Inclinado al perfeccionismo, pero de una profunda humildad y gran modestia.
                   En resumen, según Vidal Saphila, Gran Maestro, liberal, poeta y filósofo, objeto de estudio en diversas publicaciones de Israel. Descanse en la paz.
                [3] Cualquier persona del planeta está conectada con cualquier otra, a través de una cadena          de conocidos con no más de cinco eslabones o puntos de unión.
     Haim Bejarano nació en la ciudad búlgara de Stara Zagora en 1850, fruto del matrimonio de Moshe Bejarano y Kalo Baruch. A temprana edad lo enviaron a Palevna (Pleven) con su abuelo, el rabino Isak Baruch quien lo introdujo en el estudio de la Torá hasta que a los doce años retornó junto a sus padres. Asistió a diversas escuelas rabínicas y a los 17 se convirtió en el rabino de Rusjuk Varna, comenzando el estudio del inglés, francés y alemán. Cuando comenzó el conflicto bélico entre Rusia y Turquía, en 1877, de la que su madre fue víctima, regresó a Bucarest comenzando un rico periodo de su vida. Hablaba el árabe y el turco ejerciendo como intérprete en el Ministerio de Exteriores de Rumania, siendo recibido en varias ocasiones por la Reina poeta Carmen Sylva de Rumania con la que mantenía fructíferas conversaciones de Literatura y Filosofía. Fundó Hovevey Zion e intercambio correspondencia con Theodor Herzel, Max Nordow, y Ben-Yehuda, utilizando los acentos sefarditas al hebreo moderno. Fundó una escuela en Andrinópolis, la actual ciudad turca de Edurne.
            Jugó un importante papel en la literatura hebrea y publicó innumerables artículos en los periódicos “Hamagid”, “Hazofe” y “Hahavazelet”. Escribió en la lengua ladina en los periódicos “Tiligrafo” y “El Tiempo” así como se dedicó a escribir un libro en ladino (entre 1903 y 1913) que contenía 3.600 proverbios tradicionales judíos.
              Se casó con Reyna Asa y tuvieron ocho hijos, tres varones y cinco mujeres llamados Marin, Severe, Jacques, Bucka, Rosa, Rahel, Diamanti, y Bellina.
            Al Rabino Bejarano le gustaba ayudar a la gente necesitada, huérfanos y viudas. Consiguió el Grado de Doctor del seminario rabínico de Viena.
           En 1911 se hizo Magnífico Rabino de Andrinópolis, ayudando a la comunidad cuando la guerra balcánica.
             En 1920, tras la muerte del rabino Effendi, se hizo Magnífico Rabino de Turquía.
            Falleció en 1931 siendo enterrado en el Arnavutkoy Jewish Cemetery, de Ulus, en Estambul. Su hija Baratz dijo de él: “fue amigo de sultanes, del último califa y de Ataturk. El mundo lo admiró aclamándolo, y se hizo un lugar entre la gente culta. De enorme memoria, supo combinar la cultura occidental con los tesoros de la cultura del Este. Inclinado al perfeccionismo, pero de una profunda humildad y gran modestia.
              En resumen, según Vidal Saphila, fue Gran Maestro, liberal, poeta y filósofo, objeto de estudio en diversas publicaciones de Israel. 
                                    familyus.com



       
               
Nota de Jose Antonio Bejarano:

 He aquí un gran hombre al que posiblemente no me una ningún lazo de sangre, aunque tampoco lo descarto. Sus antepasados dejaron su querida Sefarad y llevaron consigo la lengua española (que aún perdura en Estambol), la sangre de sus ancestros para no perder las raices, pero sobre todo... la esperanza. Esperanza en regresar a la tierra que también era la suya. A esta terrible e ingrata tierra de España de la que fueron realmente expulsados.
Ojalá nunca se pierda el recuerdo de este gran hombre que supo aliar, en la cultura y en el humanismo, las grandes civilizaciones de la época convulsa que le tocó vivir.
Espero, algún día, acudir al Cementerio  Arnavutkoy, de Estambul y colocar un pequeño guijarro del Valle del Ambroz sobre su tumba, en señal de recuerdo y de respeto de alguien que siempre admiró al mítico rabí Bejarano desde un ya lejano 1965
Ojalá nuestra sangre -la de vuestros descendientes y la mía- fueran la misma.


        חס וחלילה    Dios lo quiera

30.7.16

Fariñas venció!!!

8 julio 2010:
Guillermo FARIÑAS 
ha vencido !!!
Héroe de Cuba!!!
Presos de conciencia, libertad!!!
A sus casas, no al destierro!!!
Tienen todo el derecho de vivir en su país:
 C   U   B   A



30 julio 2016:
A Guillermo Fariñas lo dejaron vivir en su propia tierra, sí. Pero parece que las cosas han mejorado más bien poco...

"Esta huelga de hambre es hasta las últimas consecuencias, incluida la muerte"


20.7.16

MADRID 36 (5)

Madrid... pero Madrid se resistió

Compañeros

Merece la pena leerlo...
si quieres,
haz clic sobre el texto

17.6.16

Sal de aquí


Cristales de cloruro sódico.
Aguas madres ricas en otros minerales, calcio, magnesio. Color de caroteno.

Trasegar aguas es uno de los secretos para recolectar sal.
La cosecha comienza tras el verano

La sal  común es esencial para la vida. En la antigüedad se pagaba con este elemento.
Hoy se utiliza para el consumo doméstico pero también para la obtención de cloro
Las marismas de Huelva en la bajamar
Un espectáculo maravilloso a la caída de la tarde, en cualquier estación del año
Al fondo, la colecta de sal del año pasado.
En primer plano, yo mismo, recordando como analizaba este elemento y como aprendí a cuidar el medio ambiente.
Desde que están las salinas se ha enriquecido el entorno natural con gran cantidad de fauna avícola y microscópica

17.5.16

Museo provincial de Huelva 18 mayo DÍA MUNDIAL DE LOS MUSEOS

Para mi gusto, la estrellas del museo: ocho ídolos de carácter religioso, encontrados hace poco tiempo en la periferia de Huelva.
Del tercer milenio antes de Cristo. En material calcolítico, representan deidades que eran adoradas por onubenses de hace cinco mil años.
PD: lo siento, pero me saltó el flash, y eso que pongo mucho cuidado en observar las instrucciones en todos los museos que visito
La ría de Huelva y las laderas de los cabezos que circunvalan la ciudad guardan, con total seguridad, vestigios y restos de antiguos pobladores y visitantes.
Aquí, deidades que se asemejan a diosas de las orillas del Nilo
Roma dejó huellas en las urbes y explotaciones de Huelva.
PD: faltan -y las autoridades culturales son conscientes de ello- muestras del legado arqueológico árabe-musulmán.
Niebla y la ciudad de Saltés han de dar buenos resultados
Roma dejó muestra de su presencia en la extracción de minerales que han perdurado hasta la actualidad
La zona pictórica cuenta con una muestra de losdiscípulos de los grandes. Entre estos, contemporáneo, Daniel Vázquez Díaz, y este maravilloso Desnudo en la ventana (1933)

En resumidas cuenta, un instructivo museo con una parte arqueológica digna de visitar para conocer la vida cotidiana de la protohistoria de Huelva.
Recuerda: Museo provincial de Huelva

18 mayo, Día mundial de los museos

10.5.16

Tharvas

THARVAS
R
ob y Mar conocían de sobra la prohibición expresa de la tía Emiliana. No había bastado, sin embargo, para que los dos primos, conociendo la ausencia de la tía que aquella tarde había acudido al pueblo a comprar provisiones, no lo dudaran un instante, sobre todo Rob, que sabiéndose mayor, corrió hasta la vieja cancela oxidada, enterrada entre grandes matas de enredaderas, y, apar­tándolas, nervioso, dejó al descubierto el objeto prohibido: ni acercarse siquiera so pena de ser blanco de las iras de la tía y víctimas de un severo castigo. Casi sin aliento, fruto del miedo y del remordimiento de estar haciendo algo mal, Rob aflojó un gran candado firmemente agarrado a la puerta. Empujaron, entre los dos, con gran fuerza, cuando la puerta herrumbrosa comenzó a abrirse en medio de un más que siniestro chirrido, que a buen seguro lo hubiera escu­chado su tía o cualquiera de sus padres —Antonino y Anada y Victoriano y Alada, respectivamente—, que también se encontraban ausentes de la casa. La puerta se abrió, dejando una marca en la tierra del jardín. Los goznes se que­jaron como si aquella puerta no se hubiera abierto en siglos. Y así había sido, en efecto.
Rob y Mar eran primos hermanos, y vivían en dos casas contiguas, con la tía Emiliana, como tutora, mientras los padres trabajaban, ellas en las labores del campo, y en la construcción ellos.
Rob era, en el momento de ocurrir estos hechos, un chaval de siete años, rubio, de escaso pelo, sus ojos eran de un color entre castaño y verdoso, del color del monte en otoño, y con unos mofletes que su tío Victoriano siempre se empeñaba en pellizcar, cariñosamente, hasta hacerle verdadero daño. Vestía pantalones bombachos, confeccionados por la tía Emiliana a la moda de los años de Maricastaña, pero a pesar de ello le gustaban.
Mar, por el contrario, era morena, casi de la misma edad, con unos rizos que le bajaban por las sienes, de ojos color de la miel; le gustaba lucir un vestido de tul, con mucho vuelo que también la tía Emiliana, cómo no, le había confeccionado a la moda de la Mariquita Pérez del año cincuenta del siglo XX. Los dos eran vivarachos y listos como los ratones, quizá porque habían na­cido y se habían educado en el campo.
La puerta estaba entreabierta. A punto estuvieron de volverse para atrás, pero ya no había remedio. Lo que apareció delante de sus ojos fue el espectáculo más bello que nunca habían visto: la luz era com­pletamente distinta a la que ya estaban acostumbrados; como si el sol que alumbraba tuviera otro reflejo distinto. Una luminosidad tenue, como si pasara por el filtro de una nube brumosa, proporcionando un halo rosáceo a todo lo que se representaba ante ellos. Un pueblo de casas de planta baja, de calles perfec­tamente alineadas que iban a dar a plazas con fuentes y parterres de flores. Rodeado por un lado de bellas montañas y frondosos bosques; y por el otro, en la llanura, una extensión de terreno de tonos rosáceos. Era la misma estampa que habían visto en alguna película de dibujos animados. Extasiados, asombrados por aquel bello espectáculo de película, detrás de ellos escucharon una voz ronca, un vozarrón que nunca habían escuchado antes.
—Ah… ¿así que os habéis atrevido a traspasar la puerta?
El susto que se llevaron fue de órdago. Detrás de ellos había un hombre­cillo, que asustó a los niños por su aspecto: bajito, rechoncho, con una cabeza de enorme tamaño que cubría con un gorro ajustado, y por donde le caían, a ambos lados hasta casi rozar el suelo, unos bordones. Las orejas, puntiagudas,  parecidas a las hojas de los cerezos. Su boca era ancha, grande como un buzón de correos; las manos inmensas; y unos pies enormes cubiertos con calzas de colorines. Diríase un enano, pero no era tal: todos sus miembros eran enormes, pero Rob y Mar se dieron cuenta de que no infundía ningún temor, ni mucho menos. Además, sonreía de un modo especial, y se dirigió a ellos con gesto amistoso:
—Por fin… alguien se decide a visitarnos. Sed bienvenidos al po­blado.
Rob y Mar, una vez repuestos del susto, aceptaron la invitación y accedie­ron a visitar lo que el extraño ser llamaba “el poblado”.
Cuando se adentraron, junto con el personaje que los recibió, se les acercó otro completamente distinto: este era de aspecto angelical, y digo bien, sí, de aspecto angelical porque además de unas agradables y bellas faccio­nes, el juvenil cuerpo cubierto por una falda de tul que dejaba traslucir sus for­mas femeninas, tenía en las espaldas un par de diminutas alas que agitaba a una velocidad de vértigo: la cara, de una belleza increíble; sus facciones, perfectas; la boca y la nariz, proporcionadas, aun­que los ojos eran grandes, muy abiertos, glaucos, como llenos de agua, de un color imposible de describir, porque carecían de pu­pilas. Y lo más asombroso, sus pies rozaban apenas el suelo, sino que flotaban, sin llegar a volar.
—Niños, nos vamos a presentar —les dijo el primer personaje que los re­cibió—. Me llamo Filonorte; soy de la raza de los trasgos y me dedico, como ya comprobaréis, a trabajar en la mina. Ella —continuó diciendo, mientras señalaba a su acompañante— se llama Fontaliso, y habéis de saber que es un hada, y que estas conviven con nosotros, los trasgos. Ellas se dedican a trabajar en el bosque.
El hada, junto a los niños, sonreía y hacía agitar sus alas en señal de asentimiento y de contento.
Rob y Mar observaron que Fontaliso no podía hablar, que ninguna de las hadas que habitaban el poblado lo podía hacer, aunque pronto se darían cuenta de que no les haría falta porque con el batir de sus alas les era suficiente para hacerse entender.
Así pues, los cuatro se adentraron en aquel poblado que a la entrada lucía un  gran letrero con el enigmático nombre de THARVAS.
Se dirigieron, en primer lugar, a un parque infantil que contaba con toda clase de juegos. Tiovivos que subían y bajaban, dando vueltas, con la particularidad de que los caballitos eran de verdad, verdaderos caballitos que parecían muy, muy felices, no como en las ferias de Madhu, que a los ponis —pensaban los niños— se los ve siempre tris­tes; columpios que se balanceaban suavemente, sin sobresaltos; y un laberinto donde se introducían los pequeños quienes, entre risas, se per­dían en las intrincadas calles formadas por hermosos parterres, donde nadie se perdía de verdad, porque un sistema de altavoces indicaba la salida si alguien se despistaba. Rob y Mar nunca se hubieran marchado si Filonorte y Fontaliso no hubieran comenzado a meterles prisa ya que les quedaba mucho por recorrer.
El siguiente lugar que visitaron fue la escuela, y al entrar vieron que en aquellas aulas donde se entremezclaban los trasgos y las hadas se enseñaban las mismas materias que también se estudiaban en Madhu: Aritmética, Geografía, Lenguas e Idiomas, Historia, y lo más interesante: todos los oficios y profesiones que existían en el mundo. Era la escuela más impresio­nante que jamás habían visto, con profesores y profesoras, ancianos, que im­partían su sabiduría y su experiencia, mientras los profes más jóvenes enseña­ban nuevos métodos a los alumnos, que atendían con respeto lo que los sabios enseñaban. Aquello no era la “eso” ni la “lose”, ni siquiera la “egebé”: era la Enseñanza de Tharvas, y —remachó Filonorte— ya está dicho todo.
Continuaron el camino por aquel pueblo peculiar, y entraron a casi todos los lugares más interesantes que comprendía Tharvas: a un jardín con las especies más exóticas y extrañas que imagi­narse pudiera; a una piscina con agua que no mojaba, que no estaba ni muy fría ni muy caliente y en la que los bañistas flotaban si así lo querían, o, porqué no, buceaban sin necesidad de escafandras ni trajes de buceo. La piscina era inmensa, porque Tharvas, les dijo Filonorte, carecía de mar, por eso habían procurado hacer algo para que los trasgos (las hadas no podían bañarse por motivos obvios) sintieran las mismas sensaciones que en el mar de Madhu que tan bien describían los maestros en la escuela.
Llegaron a una plaza donde se ubicaba un edificio enorme. En un gran cartel se veía escrito: Iglesia, Sinagoga, Mezquita, Pagoda. De allí, trasgos y hadas, salían de orar en cualquiera de los ritos como cristianismo, judaísmo, islamismo, bu­dismo, shintoismo, vudú, hinduismo, masai, taoismo, y así hasta varias decenas de nombres a cual más extraños pertenecientes a las religiones de cualquier parte del mundo.
En el museo vieron gran cantidad de obras de arte acumuladas a través de los millones de años que hacía que poblaban la tierra. Allí encon­traron las mayores obras ya desaparecidas del mundo y que tanto habían dado que hablar en Madhu. El tan buscado Arca de la Alianza; la manzana —sí, la manzana—­­ que Eva dio de comer a Adán; los verdaderos, estos sí, cáliz y cruz de la pasión de Jesús el judío; la tumba de Tutankamon y sus tesoros; las Tablas de la Ley judeocristiana; el árbol donde Buda alcanzó la iluminación; las carabelas que Colón fletó con destino a América así como las joyas expoliadas de la tumba del Señor inca de Sipán.
— ¡Y la Biblioteca de Alejandría, intacta! —puntualizó eufórica Fontaliso por me­dio de un zumbido de sus alas.
—Y también tenemos una fonoteca, una pinacoteca y una ludoteca, donde —les explicó Filonorte— están almacenados los libros y mapas de todos los confines de la tierra tal y como eran en la antigüedad; y cartas que los viejos astrónomos habían dibujado de los más recónditos lugares del uni­verso; y sonidos y músicas; y palabras; y pinturas; y juegos olvidados…y misterios resueltos, como las coordenadas exactas de dónde se encuentra el barco Struma, hundido en el mar Negro, con 767 judíos a bordo cuando iban en busca de su Hogar.
—Aquí nos hemos preocupado de recoger todo aquello que los hombres, los de vuestro pueblo, han perdido por empeñarse en andar enfrentados con guerras, o por falta de interés. Aquí está para vuestro provecho, para cuando estéis preparados para no volver a perderlo. Miradlo todo.
Y así hicieron, procurando ver todo para no perder detalle, mientras por el sistema de megafonía sonaba una triste y olvidada canción infantil:


Es la historia de don Paco jijijijajajaj
Es la historia de don Paco
Y os la vamos a contar
Jijijaja
Y os la vamos a contar:
Era un día de fiesta jijijijjajaja
Era un día de fiesta
Y tenían un convite
Y tenían un convite
Paco se sentó a la mesa
Jijijijajaja
Paco se sentó a la mesa
Y rompió todos los platos
Y rompió todos los platos
Y su padre que lo vio jijiji jajajaj
Y su padre que lo vio
Le metió en un cuarto oscuro
Le metió en un cuarto oscuro
Y los ratones decían
Jijijajajjaj
Y los ratones decían
No comeremos a Paco
No comeremos a Paco
¡Comeremos a su padre! jijiijijajajjaja
¡Comeremos a su padre!
Que ha sido quien le ha encerrado
Que ha sido quien le ha encerrado
Aquí termina la historia jijijaja
Aquí termina la historia
De Don Paco y su hijo Paco
De Don Paco y su hijo Paco
jijijaja
jijijaja


Así, casi sin darse cuenta, atravesaron un pasadizo que accedía direc­tamente a un salón donde Filonorte les dijo:
—Esta es la Casa del Tiempo Atrás. Aquí podréis revivir cualquier aconte­cimiento, o descifrar cualquiera de los grandes enigmas de la Humanidad que deseéis y de los que vosotros mismos podéis ser protagonistas. ¿Queréis probar?
Y vaya si querían probar a revivir los acontecimientos históricos. Aquella oportunidad no la iban a dejar pasar: eligieron, entre tantos y tantos hechos acaecidos en el mundo desde su creación, uno del que sus padres siempre les hablaban, aunque ellos no supieran entender muy bien de qué iba el tema. En un momento dado, el trasgo Filonorte tecleó unos dígitos y unas le­tras misteriosamente entremezclados que le indicó el hada Fontaliso: 3-H-1-E-3-R-1-V-4-A-9-S-2 tras lo cual aquella amplia estancia se convirtió, como por arte de magia, en una escena del tiempo pasado desarrollada en una calle estrecha, de ca­sas de adobe y maderos sujetando las fachadas. Y mujeres, hombres y niños, vistiendo jubones de color marrón, muchos de ellos luciendo pequeños gorritos —kippá— que le cubrían sus coronillas formaban un gran tumulto de gente co­rriendo de acá para allá, comentando y haciendo corrillos a lo largo del entramado de callejuelas, donde algunas fachadas lucían estrellas de David, y Mar y Rob se entristecieron, por el gran pesar que no­taban en todos al correr el rumor por las calles de Ambroza, que así era como se llamaba aquel pueblo.
Ataviados de hebreos, se pudieron aproximar a un corrillo y lograron captar la noticia pregonada que corría de boca en boca: Deberían partir, en el plazo de tres meses, todos los que habitaban el barrio; que salieran para siempre del pueblo que les había visto nacer, dejando sus pertenencias, o se convirtieran a la religión de Cristo, olvidando los ritos de la suya judaica. El alguacil, con voz engolada, terminó aquel bando que leía con una sonrisita sardónica clamando: “Dado en esta ciudad de Granada siendo el treinta y uno día de marzo del año del Nuestro Señor Jesucristo de mil y cuatrocientos noventa y dos. Firmado, Yo el Rey, Yo la Reina”.
La desesperación, la frustración y la tristeza que se apoderó de aquel pueblo, en una escena tantas veces evocada por sus padres, dejaron a Rob y a Mar con mal sabor de boca, con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos. Ahora entendían la pena con que tantas veces se lo habían narrado sus padres. Y estaba ocurriendo, exactamente igual, con los mismos detalles, que parecía que Antonino y Victoriano hubiesen vivido allí.
Salieron, aún entristecidos, de aquella fantástica casa del tiempo pasado, donde estaba toda la Historia del mundo, para entrar a la Casa del Tiempo Adelante donde era posible vivir cualquier tiempo por venir. A pesar del interés mostrado por Rob, Filonorte y el hada se negaron a dejarles activar la maquina introduciendo cualquier fe­cha que se pudiesen imaginar para trasladarse a otras épocas y lugares del futuro. Según ellos era demasiado arriesgado debido a que, en cierta ocasión, hacía trescientos años, un trasgo viajó al futuro en la máquina, y aún lo esta­ban esperando: desapareció sin dejar rastro.
Ya en el exterior, entraron en el Hospital, donde los trasgos y las hadas nacían, curaban sus enfermedades y también morían. Pudieron ver cómo se desarrollaban los tres estados de la vida de aquellos extraños seres —incluso pudieron ver, mientras Filonorte guiñaba un ojo y sonreía al explicarlo, la Sala de Reproducción donde los trasgos y las hadas se reunían saliendo todos con caras y sonrisas de alelados como de habérselo pasado muy bien, muy con­tentos, tras unirse y formar otros nuevos trasgos y hadas—, y también que al morir eran incinerados para que sus espíritus, en forma de humo primero, y bruma después, permaneciera por siempre sobre Tharvas.
—Es —explicó Filonorte— el recuerdo que cada uno de nosotros deja al abandonar nuestro mundo para siempre. Mientras exista esa bruma sobre el pueblo, significa que el recuerdo de los que nos precedieron permanece y per­manecerá eternamente.
Así siguieron, hasta que, ya casi al final del pueblo, se pararon los cuatro. En aquel punto se en­contraban las diversas características que diferenciaban a los habitantes de Tharvas. Mientras Fontaliso les señalaba hacia un lugar, Filonorte les señalaba hacia otro en sentido opuesto. Los dos tharveseños se separaron y los niños decidieron hacer lo mismo. Así, sin pensarlo, Mar se adentró con Fontaliso en el bosque y Rob siguió a Filonorte a la mina.
El bosque era una masa verde impresionante donde crecían toda clase de árboles y plantas: castaños, sobre todo, pero también álamos, chopos, encinas, enebros, pinos. Así como toda clase de frutales: albaricoqueros, almendros, avellanos, melocotoneros, membrilleros, cerezos, higueras, manzanos, nogales, pera­les y  gran número de árboles exóticos como caoba, teca, iroko, sapelli, ekki, bolondo, ayou, palisandro, obeche y okume, procedentes tanto de la sabana africana como de los cauchales del Amazonas, así como sequoias de los cañones americanos.
—Purifican el aire, protegen de los rayos del sol, proveen de alimen­tos, aíslan de ruidos —Fontaliso “hablaba” sin parar a base de batir sus alas—, proporcionan sombra, aire puro y vida. Protegen contra la erosión. Pro­ducen madera. Y hacen bello el paisaje. Aquí lo tienes —terminó de decir—.
         De lo más intrincado del bosque surgían miríadas de hadas, encargadas  de la tala de madera y de la recolección de los frutos que allí se daban, tales como aguacates, bananitos, carambolas, chirimo­yas, cocos, frutos de la pasión, limas, litchis, mangos, piñas, papayas. E incluso cazaban pequeños animales atrapados en trampas por las mismas hadas como ardillas, corzos, gamos, garcetas, zorros, tejones, comadrejas, nutria, jinetas, gatos monteses, jabalíes, ciervos, liebres... etc. Junto al bosque estaba la fac­toría, donde convertían las maderas en muebles y pasta de papel; y los frutos que escogían y envasaban saliendo, por medio de cintas transportadoras, hacia el exterior.
Rob, mientras tanto, había seguido a Filonorte al otro extremo de Tharvas. Lo que este le mostró al niño fue uno de los más bellos espectáculos que se hayan visto jamás. En la llanura, ante ellos, apareció un fabuloso agujero horadado en la tie­rra en forma de embudo, y una enorme escalera de caracol descendiendo hasta que la vista se perdía en un agujero así de pequeñito en el fondo como si llegara hasta el mismísimo centro de la tierra. En aquel agujero negro, refulgían unos destellos como si de estrellas en la noche se tratara.
—Eso que ves brillar allá —Filonorte le indicó señalando con su gran dedo índice hacia el fondo— son vetas donde se esconden las más bellas gemas que ser humano haya visto jamás. Ahí sólo bajan los trasgos autorizados para extraer lo que estrictamente necesitamos. Esmeraldas, topacios, jacintos de Compostela, ónice, jaspes sanguíneos, lapislázuli, ágata, siderita, obsidiana, zafi­ros aguamarinas, amatistas, ámbar, diamantes, ojos de gato, ópalos, piedra lunas, piedra soles, rubíes, turmalinas, malaquitas, turquesas, y muchos más... —Filonorte enumeraba aquellos extraños nombres mientras un brillo, parecido tal vez a aquellas piedras preciosas, le aparecía en los ojos—.
Rob miraba al fondo algo asustado: aquel siniestro agujero estaba preñado de las más bellas y valiosas joyas codiciadas por el ser humano. Allí estaban depositadas las piedras preciosas por la que muchos hombres habían muerto y habían matado.
—Esta tierra guarda vetas de los más diversos colores que revelan la pre­sencia de otros minerales —Filonorte se entusiasmaba a medida que iba enumerando lo que aquellos abismos contenían—, si no tan valiosos como las gemas refulgentes, sí más necesarios para la vida, como el alabastro, el azul Prusia, la caparrosa, la piritharvas —lo que más poseemos—, la dolomita, el estaño, la diaspora, la galena, el heliotropo, el iridio, la jordanita, el metal li­quido mercurial, el plomo, las tierras azules de hierro y el zircón que los tras­gos, especialistas en minería, extraemos para convertirlos en los más variados metales con los que fabricar: instrumentos de medicina, vehículos, barcos, casas, y todo aquello que en el Reino de Madhu disfrutáis.
Cuando acabaron las visitas al bosque y a la mina volvieron a reunirse los cuatro.
—Que los humanos den las gracias a los trasgos y a las hadas —Filonorte se puso muy serio cuando, dirigiéndose a los niños, se refirió a la gente mayor de Madhu—, porque en Tharvas tenemos todo lo que lo humanos necesitan, ya que  ellos no han sabido cuidar lo que la Naturaleza les ha dado.
—Cuando salgáis de Tharvas, os pedimos llevar este mensaje que os estamos transmitiendo para los habitantes de Madhu, vuestro pueblo: Cuidad el medio am­biente, creo que lo llamáis. No derrochéis lo que la Madre Naturaleza os ha re­galado. Aprovechad el Sol, los vientos, las olas del mar, la nieve y toda la ener­gía que desprenden. Plantad árboles por todas partes; y de la tierra, que es inmensamente rica, procurad extraer sólo lo que necesitéis. Aquí os se­guiremos proveyendo de lo que a vosotros os falta, pero debéis cuidaros por vosotros mismos.
>>Aprovechad el mar... ¡qué decir del mar! Inmensamente generoso en productos... pero yo no os puedo decir nada sobre ese elemento, aunque os puedo recomendar a Joana la sirena y a Merrows el tritón, que reinan sobre los mares, para que os lo enseñen. Por desgracia, Tharvas no tiene mar.
Filonorte dio media vuelta y les indicó que le siguieran hasta la salida, no sin antes dejar atrás otra gran puerta, también cerrada, llena de herrumbre y telarañas.
—Esa es la puerta que da acceso a Hersis, pero —Filonorte se paró un segundo para volver a hablar a los niños— nadie sin autorización puede traspasarla.
Y efectivamente, semicubierto de hiedra, un cartel lo indi­caba: REPÚBLICA DE HERSIS. PROHIBIDA LA ENTRADA.
Al retornar a Madhu, pasaron junto a algunas de las casas de los trasgos y de las hadas.
Dentro de una de ellas, una niña, mitad trasgo, mitad hada, de una be­lleza impresionante, aunque mal vista a los ojos de los demás por ser un caso único de  mestizaje, los vio pasar. Era la primera vez que veía a unos niños diferentes, pero Dhal, que así era como se llamaba la niña, estaba pensando en algo que ya había intentado anteriormente, pero que lo volvería a hacer: aunque estuviese prohibido acercarse a la Puerta de Hersis, ella lo haría, porque no quería pasar el resto de su vida en Tharvas y aunque ya había intentado abrir la puerta, quizás la próxima vez consiguiese entrar al territorio misterioso de Her­sis.
Rob y Mar ya habían llegado de nuevo a la entrada de Madhu, su verda­dero pueblo, donde a buen seguro les estarían esperando sus padres, y su tía que los habrían estado buscando. Ante la puerta, no pudieron reprimir una lágrima de emoción al despedirse de Filonorte y de Fontaliso.
Al salir, vieron que sólo habían pasado unos minutos desde que traspasa­ron la puerta, pues la tía aún estaba en el pueblo, y los papás de Rob y de Mar continuaban en sus tareas. Sin embargo, se dieron cuenta de que en Tharvas habían pasado todo un día, recorriéndolo. Así, cayeron en la cuenta, fiján­dose un poco y comparando con Tharvas, de lo feo que resultaba Madhu, lleno de escombreras, de ríos contaminados, escaso de árboles, y basura por todos los rincones. Y la falta de educación de los habitantes de Madhu comparando con los de Tharvas.
Cuando llegaron la tía y los padres, todo parecía en or­den, hasta que a Mar, que era como más lenguaraz, se le ocurrió decir:
—Mira, tía Emiliana, qué piedra tan bonita —y la tía bajándose las gafas hasta la punta de la nariz, cogió lo que Mar le mostraba.
La gema refulgía como diez soles juntos refractando una gama de colores de diversas tonalidades.
—Pero Mar ¿de dónde has sacado esto? —preguntó extasiada la tía Emi­liana.
—Tía —dijo la niña bajando la mirada—, me lo ha dado Filonorte, el trasgo de Tharvas.
—Pero si esto vale un perú— dijo la tía Emiliana, sonriendo de oreja a oreja—, esto nos va a servir para tapar algunos agujeros...
Y Rob y Mar pensaron que la tía se había vuelto majareta y que inme­diatamente iría a colocar aquel pedrusco en cualquiera de los agujeros que había en la casa de huerto. Pero qué va…lo de los agujeros, les corrigió la tía, era la hipoteca de la casa, una tele nueva, un Sonotone más potente para el Antonino….
Lo que nunca dijeron a la tía es que habían hecho caso omiso de la prohibición de traspasar la puerta del fondo del jardín, y que habían visitado Tharvas, un paraíso, un lugar ideal que inexplicablemente había sido un destino prohibido y desconocido, pero ella, así como los padres de los dos primos, se quedaron sorprendidos y extrañados de la nueva actitud de los niños: desde el momento que regresaron de Tharvas comenzaron a preocuparse por cosas a las que nunca antes habían hecho el mínimo caso, comenzando por corregir las costumbres que ante­riormente tenían: apagaban las luces de la casa que no utilizaban; cerraban el grifo del agua cuando no la necesitaban; cerraban la puerta cuando hacía frío y la abrían de par en par cuando apretaba el calor; reciclaban y dejaban en los contenedores los residuos que no servían; y así cosas cada vez más útiles por seguir las instrucciones que Filonorte y Fontaliso los habían trasmitido, hasta convertirse en unos expertos en Medio Am­biente. Aquellas costumbres se las pasaron a sus pa­dres, que comenzaron a aplicar los consejos de los niños en las construcciones que iniciaban, utilizando en adelante las técnicas aprendidas: uso de placas so­lares, orientación adecuada de las casas para aprovechar el tibio sol del invierno y el escaso frescor del verano, uso de materiales resistentes al frío y al calor (aumentando las ganan­cias y creando puestos de trabajo y riqueza… debido al éxito) e incluso la tía Emiliana que pasaba un montón de todas aquellas “bobadas” como anteriormente las califi­caba, ahora se le veía también a ella transformada en una recicladora-ecologista, y había ideado un sistema para reconvertir los restos de comida sobrante y proporcionár­selos a las gallinas y a los otros animales del corral.

En fin, hasta aquí la historia de los dos primos que visitaron Tharvas, el enigmático pueblo que había —y hay— tras la puerta. De vez en cuando sienten ganas de volver, entre otras cosas porque añoran a Filonorte y a Fontaliso, que poco a poco les ha ido pareciendo un sueño y como que no hubiesen existido. Pero, misteriosamente, a pesar de que lo han intentado, han visto cómo la puerta se encuentra absolutamente cerrada, como si jamás nadie la hubiese traspasado. No hay manera, la puerta sigue cerrada mientras Rob y Mar crecen. Y nunca han olvidado el fa­buloso viaje, ni han olvidado las enseñanzas recibidas que quieren trasmitir a más y más gente, para que el mundo que les ha tocado habitar no se deteriore más y todas las riquezas sean repartidas y utilizadas para bien de todos.

Vienen los júngaros

—¡Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen! El Miguel recorría las calles advirtiendo de la noticia que de vez en cuando se exten...