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1.10.21

El año que no tuvo verano

Año 1816
Parece que fue ayer, pienso cuando lo recuerdo. Deja el cincel y el martillo cuando ha de parar ahogándose… y le digo
—Padre, descanse y déjeme a mí seguir. —Pero es tozudo y no desea detener su tarea.
Yo miro a lo lejos, me llega el sonido de las campanas de Santa María anunciando la hora del Ángelus y la de hacer un alto para comer.
Mi padre se desprende del mandil y lo dobla con cuidado, se sienta y me hace un gesto con la mano para que me ponga a su lado y abra la cesta de mimbre. Unas tajadas de cabrito y unos trozos de queso conforman el menú de aquel helador día. El tímido sol apenas alcanza a templar nuestras caras y nuestras manos. Mi padre se levanta la pantalla de fina luz de malla con la que evitar las esquirlas en sus ya doloridos y lacrimosos ojos. Me sonríe con timidez y antes de comer se queda mirando la silueta de la Iglesia, sentados en el cuadrado de cantería que poco a poco va dando forma a lo que va a ser un basamento.
Gracias a Dios ha conseguido este trabajo de cantero, su verdadero oficio. Mi padre está triste, enfermo. Hace unas semanas fue despedido por un ilustrado tejedor de Béjar donde se había dejado varios años de su vida entre batanes y vapores de tinturas. En 1812 la desventura se abatió sobre la ciudad ducal en forma de obuses «amigos» del malhadado general duque de Wellington dejando semiderruidos los telares del fabricante Téllez.
A la desgracia de la maldita guerra, se une la noche casi sempiterna que se cierne sobre los cielos desde hace meses. Fríos y lluvias a destiempo que parece que el mundo se precipita a su final. Y a más frío e intemperancias, le aseveró el tejedor, no supone más fabricación de mantas de campaña y paños finos de aristocracia, sino todo lo contrario… cosechas perdidas y ganaderías famélicas, hambres, guerra y destrucción por todas partes, lo que causa llanto y desolación e imposibilidad de comprar conque abrigarse el pueblo en este invierno tan prematuro.


Ricardo es el nombre de mi padre, cesante por obra y desgracia (en última instancia) de nuestro señor rey el deseado Fernando VII, causante de las guerras de nuestra España.
Partimos de Béjar por el camino de Cantagallo con nieve hasta la cintura y atravesamos el puerto hasta los Baños de Montemayor. Como hacía años que no se recordaban ventiscas y nevadas iguales, atemperando a nuestra llegada a la nueva Villa de Hervás, desgajada por voluntad propia de la villa madre de Béjar. Hace unos días le han encargado, por mediación de su antiguo patrón bejarano y el síndico del común de Hervás, Tomás Neila Calzado, del acarreo y desbastado de unas canterías desde el río Santihervás… pero yo sospecho que mi padre no puede…
Hasta nosotros llegan los cánticos de unos mozalbetes hervasenses recordando y festejando la llegada de la Navidad. Mi padre observa cómo miro. Lo veo sonreír con tristeza…
—¿Serán aún los fastos del villazgo? —me pregunta curioso —No te preocupes, Amancio, cuando acabemos podrás ir con tus amigos. Ya sé que estamos en vísperas de Nochebuena pero yo no creo más que en el Gran Arquitecto, quien organiza todo lo que se mueve y lo que no, en el Universo. —Es —dice muy bajito ensimismado— el Ser Supremo, mi Dios.—Sus ojos brillan y su cara ensombrece, ajado de arrugas… Yo le dejo hablar— Respeto tus creencias. Aunque te pido que guardes mi secreto porque no llegue a oidos de algún familiar del Santo Oficio de este pueblo de disimulos —mi padre guarda silencio en este punto.
Yo intuía desde tiempo atrás, a pesar de mis quince años, cómo mi padre se iba volviendo más y más introvertido y taciturno, de qué forma su genio y temperamento ha dado paso a una mesura y carácter bonancible desconocidos por mi madre y por mí. Nuestra estancia en Béjar ha supuesto un cambio radical en su vida y por ende, en las nuestras. Béjar le ha dejado huellas.
—Anda hijo, ve con tus amigos. Sé que te gusta el tiempo de Navidad. Mira a ver si en la Iglesia de Aguas Vivas han montado el belén con figuras representando la venida del Cristo tal y como hacen en la casi catedral de San Juan, de Béjar, que sé las han traído de las Dos Sicilias.
Y mi padre me recuerda cuando me llevaba a ver el Misterio de aquel magnífico templo con todas las figuras representando tierras santas. Musgo y harina, ríos de mercurio sobre el entarimado, figuras de todo el acontecimiento de la Sagrada Familia en el establo, sus pastores, sus ganados, sus castillos y reyes buenos y malos, su Luz estelar rompiendo las tinieblas, al contrario del tenebroso año dieciséis, el Misterio que yo miraba como representación del Nacimiento del Hijo de Dios mientras mi padre admiraba el crucero y el ábside, la arquitectura de la parroquia de San Juan…
.-.-.-.
Antes de acabar el año del Señor mil ochocientos dieciséis, mi padre Ricardo Martín falleció de tisis. Al entierro bajó su antiguo patrón Téllez, de Béjar que me dio, en un aparte, un estuche que mi padre había dejado “olvidado”.
—Aquí te dejo lo que tu padre guardaba, los símbolos del saber; la escuadra y el compás. Guárdalos y si algún día te haces preguntas a las que no encuentras respuestas, dirígete a… —me deletreó claramente al oído el nombre de un docto salmantino ilustre de Hervás— y él te introducirá en los misterios del ser humano y del mundo.
La base en piedra de lo que mucho más tarde sería el símbolo del villazgo de Hervás, el Rollo, quedó paralizado en parte debido a la muerte de mi padre, o quizá por falta de fondos municipales. Nunca lo vi acabado, pues la penumbra permaneció durante meses y las nieves y los vientos cubrieron el valle dejando las cumbres blancas durante tres estaciones consecutivas así como los castañares y huertas yermas. Yo emprendí viaje cuando comencé a formularme preguntas y no obtener respuestas sobre los movimientos de los astros y su influencia sobre nosotros los humanos.
Los cielos de Hervás eran límpidos pero estrechos para estudiarlos, así que me desprendí del jubón y de las calzas, me despedí de mi madre y de mis amigos y desde Salamanca viajé a Francia para no regresar. Ahora luzco traje burgués de levita y escarpines de charol…


Dios guarde a la reciente Villa de Hervás. Que el Creador la siga colmando de todas las riquezas con que la Naturaleza la ha agasajado para sustento y solaz de los hervasenses. Y que las estaciones sean para la Real Villa como el Ser Supremo ha establecido desde el principio de los tiempos: Primaveras de cerezos en flor en las huertas de solana y umbría, Veranos de calor y parva en Sanantón, Otoños de montes castañares de fruto y leña comunales, e Inviernos de nieves y de bienes en el Val de Amor, de aguas abundantes bajo sus puentes de piedra en el pueblo judeocristiano... y Navidades del Señor… Y que al fin, el Rollo se haya erigido aun con otros cinceles y otros martillos mostrando a las generaciones venideras los sacrificios que costó tal Privilegio. Gracias sean dadas y bendiciones del Altísimo a la villa y a sus moradores. Él haya acogido a mi buen padre.
En París a dieciséis del mes abril de mil y ochocientos veinte.
Doy fe: Amancio Martín Corriols
NOTA DEL AUTOR:
1816 fue un año nefasto para el mundo.
Se lo denominó «el año sin verano» debido al cambio de estaciones tan brutal. Se cree que fue ocasionado por la
erupción de dos volcanes el año anterior. Dos volcanes en Filipinas e Indonesia que arrojaron millones de toneladas a la atmósfera creando una disminución de temperatura en 1ºC.

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