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3.11.21

San Patricio en Huelva


Ayer me emocioné. Veréis.
Paso casi a diario por la carrtera de la Ribera, de Huelva. Es uno de mis lugares preferidos para pasear. En el km. 0 se encuentra el cementerio inglés, del que he sido un ferviente defensor intentando rescatarlo del estado en que se encuentra. Varias entradas en mi blog pueden atestiguarlo, y estoy muy orgulloso de haber puesto mi granito de arena para ayudar a su rescate y conservación. Ninguno de los difuntos que descansan en ese recinto me es completamente ajeno, pues he indagado en lo que he podido y hasta donde han llegado mis conocimientos. Y como no tengo nada nuevo que hacer al respecto, me conformo con hacer un alto en mi circuito ciclista y a veces me paro junto a la roñosa y desvencijada puerta de hierro. Miro al interior y veo cómo crece el pasto y la hierba, al mismo tiempo que avanza el invierno y se va atisbando la entrada de la primavera.
Ayer me encontraba ensimismado apoyado en la verja de la entrada cuando sentí pasos a mis espaldas. Me volví y vi un rostro rubicundo, sonriente, de ojos azul muy claros y de tez pecosa. El pelo, ligeramente pelirrojo. Y cincuentón seguro. No hace falta ser un experto, con esos rasgos y a la puerta del cementerio: claramente era un individuo de ascendencia británica.
Me saludó y yo le respondí. Reconozco que me disponía a marcharme pero no pude resistir la curiosidad y permanecí allí, aunque me eché a un lado pues pensaba que aquella persona iba a acceder al camposanto. Nada de eso, se puso en posición de firmes, enarboló el ramo que traía y me quedé estupefacto cuando comenzó a cantar en un idioma que no comprendía. Afortunadamente aquel no es paso normal de personas pues en caso contrario hubiéramos dado una imagen de lo más surrealista.
Realmente me emocioné al ver a aquel hombre cantando una bella canción que se propagó a través de la puerta cerrada que cubrió, como si de una neblina de las tierras altas se tratara, todo el recinto de aquel camposanto.
Al acabar el canto, dejó caer el ramo al interior y un gran manojo de verde trébol se esparció por el interior del cementerio inglés de Huelva.
Cuando acabó, no pude por menos que acercarme a él, le sonreí abiertamente y le dí la mano que me aceptó. Entonces no me importó que viera una lágrima que me asomaba, traicionera.
Residía en Mértola, Portugal, y me dijo que todos los 17 de marzo efectúa el mismo ceremonial, que se lo había prometido a un pariente al fallecer que este le había pedido que cada Día de San Patricio dejara unos tréboles (luego me enteré de que era el símbolo de Irlanda) y que entonara unas estrofas del Himno de Irlanda en el cementerio inglés de Huelva en honor y homenaje de uno de los enterrados (no le pedí la identidad del difunto y él tampoco puso interés en proporcionármelo, aunque no me consta ningún nacido en Irlanda).
                 
 
                Somos soldados                                              que han jurado su vida a Irlanda.
  Algunos vinimos de un país allende las olas...

He de reconocer que siento por este cementerio, y por sus moradores, un cariño especial y del que no me arrepiento. Desde ayer, después de ser testigo de este inusual rito, de escuchar en esta tierra de fandangos estas emocionadas estrofas en la extraña lengua irlandesa, mi simpatía y mi cariño por todo lo que significa el legado inglés en Huelva. Al menos sé que existe otra persona que un día al año entona el himno de la verde Irlanda.
El Reino Unido de Gran Bretaña (Escocia, Gales e Inglaterra) e Irlanda del Norte, así como la república de Irlanda es mi asignatura pendiente. Nunca he pisado las islas británicas y algún día he de visitar la City y recorrer los acantilados y prados de las tierras altas de su territorio. Y dejar allí —iba a ser un secreto— un poco de tierra de este camposanto onubense, mezclado con la tierra británica.

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