© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

24.2.16

Diez, cien, mil © Jose A.Bejarano (Relato histórico)




Cuando me llaman al-Qurtubî [el Cordobés], lo acepto con orgullo. Nací, sin embargo, en Umba [Huelva], en el año 404 de la Hégira. Soy Abũ ‘Ubayd’ Abdallāh al-Bakrī, hijo de Abd al Azīz al-Bakrī, de la familia de los Bakrīes, de muy alto linaje, cuyas raíces se hunden en esta tierra de al-Ándalus desde los tiempos del hayib [ministro] Muhammad ibn Abū Āmir,  llamado al-Mansur [Almanzor].
Deseo narrar la historia de la formación, apogeo y fin del efímero sueño de una de las coras [demarcaciones territoriales en que estaba 
dividido al-Ándalus
] gobernada por mi muy amado padre, rodeado de una corte de jeques y consejeros con miras a administrarla eficaz y sabiamente, la ta’ifa que pudo haber sido poderosa y quedó en el intento. Con ello rememorar las vicisitudes de un pequeño y modesto emirato, casi desapercibido al lado de los grandes. De lo que pudo haber sido y no lo dejaron ser: el Reino de Xaltis [Saltés].
Saltés en la actualidad
Me ceñiré en este relato, con palabras sencillas y claras, a unos hechos de los que, si bien no fui testigo directo ni poseo documentos o testimonios que lo avalen, sí tengo la suficiente información, por rumores que corrían, para discernir entre unas ideas a las que poner orden y dejar constancia de las causas por las que fue anexionado y oprimido como tal, el reino de Xaltis.
 Desentrañar las causas que provocaron aquellos tristes episodios es una tarea que me ha ocupado varios años. Desde que me exilié, el tiempo y la distancia me han ofrecido la oportunidad de llegar a ciertas conclusiones, que aunque no dejan de ser, en parte, producto de mi imaginación, no están reñidas con las certezas que me han ido dictando mi corazón y mi conciencia.
Mientras la luz del día se va difuminando más allá de las torres y minaretes de  Madinat az-Zahra [Medina Zahara], alzo la vista antes de mojar el cálamo en la tinta y comenzar a escribir sobre un buen papel de Sātiba, evitando el divagar a fin de reflexionar, ponderar y delimitar responsabilidades, sin pretender atribuirme papel de juez alguno, sino más bien ser simple fedatario de cómo ocurrieron aquellos acontecimientos…
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Olas suaves lamían entonces las costas del Reino de Xaltis. Allí se encuentran las cuatro millas de islas donde se asentaba su territorio rodeado por los de al-Garb [Algarve], Mārtulah [Mértola], Lebla [Niebla], Ishbiliya [Sevilla] y, al septentrión de todos ellos, otras tierras. Así, está resguardado entre dos grandes ríos, al oriente y al occidente, el Wadi al-Kibir [Guadalquivir] y el Wad-ana [Guadiana]. Al sur, baña sus playas el mismo mar del Reino de Fez en África.
Era Xaltis, echando mi vista minuciosa sobre aquel tiempo pasado, una ciudad principal que hacía justa competencia a la vecina Umba [Huelva]. En sus alrededores existía una gran actividad artesanal. Tenía, además de ricos y feraces huertos donde se cultivaban legumbres y flores, una atarazana, así como una alcazaba y algunos talleres de metalurgia donde se fundían el hierro y otros metales. La mezquita se erigía en el centro de la ciudad, donde sus habitantes oraban las cinco veces preceptivas del día.
Su puerto era refugio de numerosos navíos dedicados a las artes de la pesca, y a menudo se dirigían a Umba vadeando los numerosos caños y canales marismeños. Abrazando a las dos ciudades en sus desembocaduras, los ríos Saquía [Tinto] y Wadi-Wabru [Odiel].
            En sus campos costeros pacía el ganado lanar, y caballos y bueyes, y se cultivaba trigo y maíz entre cauces de aguas. En otros campos del interior, minas, aguas ―algunas salobres y muchas salubres― y numerosa fauna de los tres elementos. La tierra era fecunda. Y así, en este trozo del paraíso, siendo el 403 de la Hégira [Año 1012 de la Era cristiana], mi padre fue proclamado y elevado al trono de la ta’ifa, una vez consumada la fitna [crisis, disputa] del califato de Qurtuba...
Pasaron los años y en el 435 (H.), después de deliberaciones entre los consiliarios y el monarca, este decidió la acuñación de moneda propia, con objeto de ponerla en circulación para el uso de los habitantes, con la función de cobrar impuestos, insuflar confianza en el pueblo llano, pagar a los servidores del estado, mercadear e intercambiar tanto en el interior como tras las fronteras del reino y, por tanto, a largo plazo, fortalecerlo como protección de otros pueblos y reinos del norte, incluyendo los ejércitos infieles. Se encargó a uno de los talleres de metalurgia de Xaltis, el de Abdul, a que se convirtiera en sikka [ceca, Casa de la moneda] para acuñar dichas monedas, para lo cual encargó suficiente cobre de Granada, así como de la por entonces escasa plata.
Abdul dispuso los crisoles y reavivó los hornos para fundir los metales, y comenzó la acuñación de moneda dirheme siguiendo las instrucciones recibidas acerca de la ceca de Xaltis y su cuño, la marca de al-Bakrî, las inscripciones sobre la unicidad de Dios, los adornos florales así como el valor facial acordes con la aleación, peso y medidas justas, a fin de conseguir con cien dirhemes el equivalente a diez dinares de oro de los otros reinos, en cantidad exactamente calculada para no depreciar su valor. El encargado de vigilar que los deseos reales fueran realizados fue el jeque Galib Ibn Ahmed, quien rara vez abandonaba la ceca, pues además encontró momentos para poner su mirada en Nawar, la hija de Abdul, de ojos grandes y negros como el novilunio y hermosa como el reflejo de la luz en los bajíos de la playa. Su padre la tenía destinada a unir en matrimonio con algún rico mercader de África, tal vez del lejano imperio de Malí. Por ello, no era del agrado de Abdul saber a su hija lejos de los aposentos privados, pues no le habían pasado desapercibidas las atenciones con la que el encargado real dispensaba a la joven.
Abdul consideró una afrenta aquella situación en su propia casa. No podía, a pesar de los dictados de su corazón, hacérsela pagar al jeque en aquellos precisos momentos, no convenía a sus intereses actuar al instante, pues también debía atender los asuntos del negocio. En mala hora pensó en urdir una estratagema mientras miraba absorto cómo los crisoles vertían en chorros fundidos el cobre y la plata. Una idea se le fue ocurriendo: según acuñase la moneda, iría cumpliendo los compromisos adquiridos pero a su manera, no dudando para ello hacer valer sus influencias.
“Rey y Emir de Xaltis”, leyó el sayrafi [cambista] en el reverso, dando su visto bueno a la ceca acuñada y al sagrado texto de que no existe más que un dios y quién es su profeta. Las monedas estaban dispuestas.
Portada de Los caminos y los reinos
Una partida de estos caudales, que en principio estaban destinados al zoco de Umba para ponerlos en circulación a disposición del soberano de la cora, fue fletada en una expedición de tres pequeñas embarcaciones con guardia real al mando del jeque pretendiente de la hija del metalúrgico. Zarpó el convoy vadeando los canales del Wadi-Wabru hasta llegar a Umba. Esos eran los planes, pero poco antes de atracar al muelle, una pequeña lancha se acercó a la flota con una contraorden, decisión del Rey ―que tenía su palacio en Umba—, por la que habría de ascender el cauce del río Saquía, y navegar hasta las murallas de Lebla. Y así lo hizo.
Ya desembarcados, unos carruajes fueron cargados para transportar el dinero hasta Ishbiliya. Púsose en marcha la caravana hasta los territorios no amigos del rey al-Mu’tadid. La caravana avanzó confiada en llegar al nuevo destino sin contratiempos dado que aquella comisión viajaba en son de paz, a pesar de que bien se sabe cómo los dineros fomentan muchas veces el afán de la codicia y lleva a los hombres a guerrear. Si era correcta la orden recibida de desviar dichos fondos hacia Ishbiliya, poderosa razón debió haber para aquel cambio.
Una partida del Rey dio el alto a la caravana de Xaltis al discurrir por al-Saraf [Aljarafe]. Las credenciales presentadas por el jeque Ibn Ahmed fueron insuficiente salvoconducto para evitar el registro de la caravana. De resultas fueron requisadas las cajas del erario del Reino de Xaltis y sus responsables, conducidos al alcázar.
Entre los dirhemes de Xaltis, descubrieron los agentes del Cadí y los cambistas de la ceca de Ishbiliya una partida de dirhemes con una proporción muy alta de cobre y un recubrimiento de plata con las señales de al-Mu‘tadid: nada sobre dichas monedas constaba en la relación contable. Los cargos imputados fueron los de tráfico ilícito de caudales, imitación de moneda (luego) falsificación de la ceca, usurpación de identidad y alteración del valor real frente al valor nominal monetarios.
Era, claramente, una vil, insidiosa, pero simple y sencilla trampa, dentro del plan urdido por Abdul que había acuñado secretamente un número de monedas falsas domeñando ―deseo en este caso expresarlo así, mejor que aleando― tan generosos metales, conspirando para conseguir que su enemigo las llevara en persona hasta la misma víctima del engaño, sin importarle quiénes le acompañarían y cuáles funestas consecuencias podría acarrear aquella acción.
La justicia de al-Mu‘tadid fue administrada según el capítulo que trata de los defraudadores, en el Noble Libro, y por ello los responsables fueron encausados y juzgados según el grado de participación en los hechos. El cargamento, tanto el legal como el delictivo, fue fundido en el alcázar de la capital del reino de al-Mu‘tadid.
Por aquellos tiempos el acoso constante de los ejércitos del rey cristiano de León, Fernando I, obligó a las numerosas ta’ifas del sur de al-Ándalus a que formaran alianzas y acordasen pactos de todo tipo. Al-Mu‘tadid, temiendo ser futuro deudor de parias y tributos abusivos, concluyó cómo la desunión favorecía la debilidad, y por tanto vía libre al rey cristiano para la reconquista del reino andalusí. Mi padre, por su parte, solicitó ayuda al soberano cordobés Ibn-Yahwar a fin de frenar el expansionismo de al-Mu‘tadid, pero por desgracia fue tratado como el reyezuelo que era, y desoído.
Así fue como, si de los haces anverso y reverso de una de aquellas monedas se tratase, al-Mu‘tadid hizo causa de sus ansias proteccionistas y concausa del asunto banal del incidente del erario, completando así sus pretextos para desencadenar la tormenta que se abatiría después sobre el reino de Xaltis.
Y ocurrió. A la puesta del sol de un día de Zu l Hijja [diciembre] del 443 (H.), desde Lebla anteriormente tomada, las tropas de al-Mu‘tadid se dispersaron: una parte se dirigió hacia la ciudad de Umba, arrasando a su paso las tierras de cereales y de frutales, y de otras preciadas plantas como el zabad [alción resinoso]; y la otra parte del ejército, embarcando y descendiendo por el cauce del Saquía, hasta que, ya en el mar que baña Xaltis, los golpes de remo de las barcazas rompieron la mansedumbre de sus aguas, y las aves que anidaban en sus riberas (alcatraces, alcedos, anas, pandiones, limosas y muchas otras) remontaron el vuelo hacia el ignoto horizonte del mar tenebroso y no regresaron más. De esta forma al-Mu‘tadid, con tan terrible tenaza, exhibiendo el poder de su alfanje y ondeando el estandarte con nuestro común Creciente, se apoderó del territorio de la ta’ifa, a pesar del entendimiento pacífico que previamente mi padre le había ofrecido. Las venganzas, la acción y la reacción, se habían consumado.
…Así fue, marchitándose, lentamente, el principio del fin.
Mi querido padre fue depuesto de su trono y confinado en Xaltis hasta que pudo establecerse en Qurtuba. Fue progresivo el desmantelamiento de los talleres de metalurgia, y con ello abortado el proyecto del acuñado y circulación de una moneda propia, oficial del Reino de Xaltis. También, gradual el empobrecimiento de las explotaciones pesqueras y agrícolas, por lo que inexorablemente sobrevino la asfixia económica y el abandono de la isla.
    Mi muy amado padre, conocido también como Abd al Azīz Izz al-Dawla, falleció en esta hermosa Qurtuba, entre suspiros por la patria perdida, por el infortunio de no haber sabido defender convenientemente los intereses de su tierra y de su pueblo. Falleció, ya digo, en el año 450 (H.); y el infausto al-Mu‘tadid ―padre de mi mentor y amigo, el poeta y buen rey al-Mu‘tamid―, en el 461 (H.)
Olas tempestuosas baten desde entonces las costas del Reino de Xaltis…
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El porqué he abandonado temporalmente mis ocupaciones literarias y decidido escribir estas notas, revisando y retocando el pasado sin pretender modificar el curso de la Historia, es algo que no sabría explicar. Tal vez la necesidad de narrar con el corazón, desde distinto ángulo que el de los cronistas cortesanos, y ofrecer una teoría de cómo el poder, la riqueza y a veces el amor, a menudo trenzan lazos que anudan destinos de reinos y hombres. Y si bien los hechos narrados, unos en mayor medida que otros, no parecen causa directa de los males abatidos sobre el reino, aunque a conciencia lo dejo entrever, cualquier acontecimiento tiene consecuencias encadenadas: la sed de venganza, el escarmiento, la decadencia de un reino… con el riesgo de errar en los ajustes de viejas cuentas, sin posibilidad de enmiendas o rectificaciones. Justamente es la teoría que vengo sosteniendo desde la caída de Xaltis: su rey, mi padre, fue víctima de inconvenientes adláteres.
No podría llevarme esta desazón, y si bien no poseo documentos o testimonios que lo avalen ―sí rumores que van y vienen (Abdul y Nawar, nombres imaginados por mí para esta crónica, se desvanecieron en las neblinas de la Historia)―, he mantenido una lucha muy intensa, entre mi corazón y mi conciencia, unido al dolor por la injusticia que se cernió sobre personas y lugares tan queridos por mí. Dado que entran en juego no solo la vida, sino algo más valioso como es la propia honra, por si algún día estas disquisiciones ―que no figuraciones―, de un anciano en el ocaso de su vida, sean como una luz en medio de las tinieblas, sin por ello negar o descalificar otros razonamientos distintos, concluyo que ningún mal podré yo añadir con esta confesión sino vindicar la memoria de mi augusto padre pues a nadie debe importar los avatares de mi vida sino los de él, y si bien fue responsable por omisión en el asunto banal de los dineros, desencadenante de la invasión del reino, no me cabe duda alguna de los esfuerzos que realizó inútilmente por redactar y firmar un justo acuerdo para acabar con el caos de los reinos desunidos de al-Ándalus, e impedir que un puño férreo se abatiera inclemente sobre Xaltis. Es mi opinión que cualquier pretexto hubiera sido igualmente válido en aquellos malos tiempos.
Pongo el punto final a estos escritos (que preservaré entre suaves telas de lino) recordando un dicho del Profeta, la paz y las bendiciones divinas sobre él: “Deja aquello que te hace dudar de su licitud y encamínate a lo que no te hace dudar. Pues la verdad realmente es tranquilidad, sosiego y paz interna; y la mentira, duda”.
            Sin dudar, entonces, me encaminaré a depositarlos en las manos seguras de mi buen amigo Levi Cohen, hombre del otro Libro, residente en al-Munastyr [Almonaster], para que él procure protegerlos, y así, aunque trascurran mil años, es mi deseo evitar que el manto del olvido caiga como vendaval de arena del desierto sobre la pequeña historia de aquellos caminos y reinos, antes al contrario, que resurjan estos escritos  a la luz y se pueda conocer con seguridad mi verdad.
Me encuentro al fin tranquilo y sosegado como la noche que ya cubre Madinat az-Zahra. Y en paz conmigo mismo. Que así sea
En Qurtuba, cuarto día de Rabi al Awwali, 480 años de la Hégira

 Visir  Abũ ‘Ubayd’ Abdallāh al-Bakrī (biendicho) al-Qurtubî
Foto propiedad de http://tertulialal-bakri.blogspot.com.es 
(N. del A.) Ubayd al-Bakrî, filólogo, geógrafo y botánico, además de poeta, falleció en 1094 A.D. (487 H.), probablemente en Córdoba, ya que fue enterrado en el cementerio de Umm Salama de dicha ciudad.

3.2.16

Sevilla tuvo que ser...

Pues sí: un destino de miles de turistas de todo el mundo (sobre todo hijos del país del Sol Naciente) y nosotros que lo tenemos a escasos 90 km. y apenas la conocemos, así pues me decidí a pasar un día en esta hermosa ciudad. Como no tengo palabras para describirla, aunque pasé tres años de mi vida estudiando en la denostada Universidad Laboral, he extraído de distintas web unos breves textos, algunos también míos, para acompañar las fotos que realicé el pasado día 27 de diciembre
(J.A.Bejarano)
 Diego Cuelbis, viajero, escribió:
"Sevilla es una de las más nobles y riquísimas ciudades de las Españas. Cabeza del Reyno y Provincia de Andalucía.
Es ciudad muy apacible, muy llana y muy alegre, llena de gente muy noble y casas antiguas. Está puesta a la ribera del río Guadalquibir que se llamaba antiguamente Betis: que allí es tan ancho y hondo que pueden bien llegar junto a la ciudad grandíssimos navíos de quatrocientas y quinientas y más toneladas.
Es uno de los más principales puertos de España, donde salen cada año grandíssimas armadas y navíos o Galeones para las Indias Occidentales cargadas de todas mercaderías de manera que en esta ciudad está el trato principal de las Indias del Poniente.
Tienen aquí su trato casi todas las naciones, alemanes, flamencos, franceses, italianos".
Archivo de Indias: cualquier día me siento ante unos legajos y escribo sobre el último viaje del galeón Virgen de la Salud, que se hundió en el Mar de los Sargazos cargado de oro y plata... mmm... (JoseA)
"Ciudad del famosísimo reino de Andalucía, conocida en latín con el nombre de Hispalis, situada en una extensa y hermosa planicie, mayor que ninguna otra de las ciudades de España que visité y cuyo campo produce en abundancia prodigiosa, toda clase de frutos, especialmente aceite y excelente vino.
Vi la ciudad desde la altísima torre de la Catedral, antes mezquita mayor, pareciéndome doble que Nuremberga; su forma es casi circular; al pie de sus murallas hacia el occidente corre el Betis, río caudaloso y navegable, que a la hora de pleamar crece tres o cuatro codos, llevando entonces el agua ligeramente salada, así como al bajar la marea tórnase dulcísima. 
(Jerónimo Munzer)

"Corte sin Rey. Habitación de Grandes y Poderosos del Reyno

y de gran multitud de Gentes y de Naciones ... compuesta de la

opulencia y riqueza de dos Mundos, Viejo y Nuevo, que se juntan

en sus plazas a conferir y tratar la suma de sus negocios.

Admirable por la felicidad de sus ingenios, templanza de sus aires,

serenidad de su cielo, fertilidad de la tierra..."

A ver... Quiero ver el Cuaderno de bitácora y derrotero del galeón real Virgen de Valvanera, que "enjareto" un novelón que va a ser la envidia del Perez Reverte... :-)  (JoseA) 
El siglo XVI es el siglo monumental por excelencia en Sevilla; los más importantes edificios del centro histórico son de esta época: Catedral (terminada en 1506), Lonja/Archivo de Indias (1584-1598), Giralda (campanario y Giraldillo: 1560-1568), Ayuntamiento (1527-1564), Hospital de las Cinco Llagas (1544-1601), iglesia de la Anunciación (1565-1578), Audiencia (1595-1597), la Casa de la Moneda (1585-87)... Los nuevos patrones estéticos-arquitectónicos-urbanísticos permitieron en Sevilla derribar saledizos, arquillos y ajimeces (balcones) con el fin de eliminar la humedad e introducir el sol en las arterias urbanas
"Hay en Sevilla mucha agua potable y un acueducto de trescientos noventa arcos, algunos duplicados por un cuerpo superior, para vencer el desnivel del terreno; va por este artificio gran cantidad de agua y presta muy buen servicio para el riego de jardines, limpieza de calles y viviendas, etc."
Jerónimo Münzer (1495)

Carmen
La llamada a la oración del almohedano (No hay más Dios que Alá ) y el toque de campanas (Aleluya, Aleluya) se entremezclan en su caída desde lo alto de la Giralda hacia las calles y patios de Sevilla (JoseA)
Sevilla tuvo que ser
con su lunita plateada
testigo de nuestro amor
bajo la noche callada...
Y nos quisimos tú y yo
con un amor sin pecado
pero el destino ha querido
que vivamos separados.

¡Ay! barrio de Santa Cruz
¡Ay! plaza de Doña Elvira
os vuelvo yo a recordar
y me parece mentira,
ya todo aquello pasó
todo quedó en el olvido
nuestras promesas de amores
en el aire se han perdido.
(bolero)


"Educación para la ciudadanía" de tiempos pasados (JoseA)
En los baños árabes repusimos fuerza entre murmullos de agua y risas de placer, desde el esplendor pasado de al-Andalus, de la huríes, correteando por sus pasillos de aljibes y luces y contraluces... (JoseA) 
Washington Irving, romántico él, conoció Sevilla y se enamoró de Andalucía y de España (JoseA)
"Vienen de Sanlúcar 
rompiendo el agua 
a la Torre del Oro 
barcos de plata" 
(Lope de Vega)



Documentación:
Carmelo Larrea (Dos cruces) 

15.1.16

TRES DÍAS

              La historia que voy a narrar la descubrí, por casualidad, un día en que me hallaba hojeando distraídamente los legajos de una carpeta, en el estante superior de uno de los cientos de armarios que hay en el Archivo Histórico de la Corona de Aragón. Exactamente, el correspondiente al legajo que trata de las primeras peleas ciudadanas en los pueblos del Reino, durante el reinado de Juan I el Cazador.
               Y hojeando distraídamente, para la realización de una tesis doctoral, encontré lo que a continuación transcribo: un relato del escribano de la diócesis de Zaragoza; traduciendo y adaptando, eso sí, del castellano antiguo en que está escrito, y rellenando aquellos espacios, que, por no importunar a expertos medievalistas, no pude lograr descifrarlos. No tuve más remedio que completarlo con mi imaginación, procurando hilar coherentemente el relato de los hechos.
                        He de hacer notar que los nombres de las personas involucradas, curiosamente, estaban deliberadamente ilegibles, como si alguna mano los hubiese borrado para siempre de la historia, que, de ser cierta —y no tengo porqué dudar de ello— explica que alguien hiciese desaparecer este documento para siempre dado lo curioso del sucedido:
                       

En la villa y lugar de Biel yo, Zacarías Ambrozano, escribano de la diócesis, vengo en escribir la historia de los hechos sucedidos corriendo el año del Señor de 1391, reinando Don Juan I. Aconteció que por los primeros días de la primavera del citado año, corrieron por la villa de Biel noticias provenientes de la ciudades de Zaragoza, de Huesca, y aún de Jaca, por las que se revelaban crónicas sobre la reconquista de los reinos cristianos, en poder de los hijos del Islam, expulsados hacia el sur.
                        Pues bien, en la villa de Biel, la vida transcurría plácidamente, y convivían, si así puede decirse, los practicantes de las otras dos religiones con consentimiento de los cristianos que, al retorno de sus oraciones, pasaban por la casa de los rezos de los otros convecinos, que también llevaban varias generaciones y se sentían tan aragoneses como los hijos del Dios que murió en la Cruz del Calvario. También vivían en Biel, una pocas familias adoradoras de Alá que eran peor vistos por los de Biel, aunque éstas últimas convertidos a la fe de Cristo, y por tanto habían recibido permiso para permanecer en el pueblo.


 Un día, pues, al regreso de la Iglesia mayor de San Martín el Viejo, los cristianos pudieron leer un edicto firmado por el Condestable y Justicia Mayor de Zaragoza en el que se podía leer que se expropiaban —por el “delito” de practicar la brujería explorando las entrañas de cadáveres— los viñedos, la casa y la consulta, hasta ese momento propiedades de Don Amós Ben Zelía, que era, a la sazón, el médico judío que atendía a los enfermos de Biel, sin hacer distinciones. Asimismo, atendía a las mujeres de parto, y también cualquier tipo de enfermedad, practicando sangrías, preparando tisanas y recetando medicinas preparadas por él mismo con hierbas de la campiña. Se decía que había recibido su ciencia de unos manuscritos del mismísimo Maimónides.El caso es que todos fueron testigos de la gran desdicha que se abatió sobre don Amós el médico, y hasta el preste de la iglesia mayor de Biel, se dio cuenta de la injusticia que se había cometido, privando a aquel hombre de todo lo más preciado que poseía, más fruto de las envidias que de hechos probados. Y que los impuestos con los que se gravaban fuertemente a los judíos y a los musulmanes iban a engrosar las arcas del Cazador, haciendo que el pueblo ardiera en protestas ante tamaña iniquidad. Y es que la corriente antijudía, luego de las tomas de las ciudades reconquistadas, se hacía sentir en todos los lugares del reino de Aragón. En los demás reinos de España —en las dos Castillas y en Andalucía—, las soflamas se volvían más incendiarias, azuzando a los cristianos en contra de los que “practican ritos mosaicos y realizan sacrificios con niños cristianos”.
                        En Biel, como digo, el edicto de expropiación hizo que los cristianos y los pocos moriscos recién convertidos, escondieran la cabeza bajo el ala, y cada cual se metió en su casa a la espera de que la Ronda del alguacil del Rey, procediese a la incautación de los bienes del médico judío de Biel.

Todos se escondieron en sus barrios, aljamas y morerías, todos, a excepción de unos rapaces que desde bien niños, habían correteado por las callejuelas. Componían la peculiar cuadrilla unos jovenzuelos, en gran parte chicas, que sin distingos de ningún tipo, pasaban sus ratos de ocio juntos. Y eso que en aquella cuadrilla, de 12 y 13 años, estaba resumida, compilada, la población de Biel. Entre ellos estaban:
              
Marta Orleáns, Marta Escarpín, el de Borja, Javier, Aranxa Vascona, 
Eugenia Monteforte, Andrea Romero y Patricia Sánchez, cristianos.
        Miriam Levi  y Daniel Cabalero, judíos.
                        Cristina Todoslosantos y Daniel Fernández, judíos conversos.
           Alejandrina Azzuz, Sergio al-Landa y Alejandro Muley,  musulmanes conversos.

                        Ellos eran los que, haciendo caso omiso de sus padres, se dedicaban en sus ratos libres a correr tras algún perro vagabundo, tirar a dar alguno de los vencejos que hacían sus nidos en las almenas del castillo, o a contar historias, oídas en las largas veladas de los largos inviernos cada uno en su casa, y transmitidas de generación en generación.
                        Pues bien, el día de la publicación del edicto se reunieron, en la explanada de la salida del pueblo, junto a los almiares, y después de deliberarlo durante unos minutos tomaron una decisión: huirían del pueblo y se marcharían en tanto sus padres, los mayores del pueblo, recapacitasen y reparasen aquella injusticia. Recado que les hicieron llegar, dejando este mensaje antes de desaparecer.
               Durante diez días, Biel estuvo sin chiquillería, dado que aquella pandilla era toda la chavalería que había.
                        En las profundidades del bosque estuvo la cuadrilla viviendo en lo que se podría denominar una verdadera comunidad. Cazaron conejos y liebres con trampas que fabricaron ellos mismos. Recogieron plantas comestibles. Hicieron fuego, que mantuvieron encendido y sobre él cocinaron. Durante aquellos días vivieron sin diferencia alguna por razón de sexo —Alejandrina, por ser antigua musulmana, pudo participar por vez primera en aquella comunidad luciendo su precioso chador—, pero sobre todo no hicieron  distinción alguna debido a los ritos que practicasen o por la religión que profesasen. Fueron una verdadera unidad, aunque unos vistiesen jubones y colgasen medallas de la Virgen, otros se tocasen con kippà u otros se tocasen con pequeños turbantes. Igual daba: a aquella pandilla de mozalbetes les unía el ansia de libertad y las ganas de convivir en el verdadero respeto y tolerancia.
                        Así que, durante diez días los jóvenes fugitivos fundaron una sociedad de personas libres, en las que cada cual actuaba bajo unas reglas aceptadas por todos. Chicos y chicas, judíos, moros y cristianos de Biel así lo hicieron, hasta que recibieron noticias de que los mayores habían aprendido la lección y habían rectificado aquella medida injusta. No podían vivir sin sus jóvenes.
               Así pues decidieron, unánimemente, regresar al pueblo y ellos vieron encantados que todos los habitantes de la población habían acudido extramuros de Biel a esperarlos.
               Desfilaron entre las filas de hombres y mujeres, mientras guardaban silencio —algunos bajaban la cabeza—.
                        Al frente de todo el pueblo se encontraba el Alguacil, y tras él, muy serios, el cadí de la semiabandonada mezquita, el rabino de la  pequeña sinagoga y el preste de la iglesia.
                        El médico, Don Amós, les hizo saber que, gracias a su valentía, se había derogado el edicto de expropiación, y con un guiño, les dio las gracias.
                        En honor de ellos, los jefes religiosos acordaron que el viernes, 27 del mes al-Awwal del año 793 de la Hégira (cuando Mahoma huyó desde La Meca a Medina); el shabat, 27 del mes Siván del año 5151 desde la creación del mundo, y el domingo 30 de Mayo del año del Señor de 1391, esto es, los tres días correlativos en el calendario de cada uno de ellos,  todo el pueblo acudiera a los ritos de las religiones que se practicaban en Biel.
                        El viernes se abrió de nuevo la ya cerrada mezquita y el padre de Alejandrina, actuando como cadí, leyó unos versos sacados del Corán donde hablaban de la amistad entre musulmanes, judíos y cristianos postrándose muchos de ellos en dirección a la Meca.
                        El sábado, accedieron a la sinagoga  de la judería de los Verdes, donde el rabino sacó el rollo de la Torá, e igualmente leyó algunos pasajes donde decía cómo debía comportarse todo buen judío en cada minuto de su vida, según las leyes de Moisés.
               Y el domingo, en la parroquia bellamente exornada con grandes teas y flores, el párroco leyó el Evangelio de San Juan, durante la Misa solemne.
               Aparte de las funciones de las tres religiones, dedicaron los tres días a convivir, participando en un ambiente de buena vecindad en las costumbres de cada uno de aquellos ritos sagrados. Así, compartieron alimentos, ropas y costumbres tan desconocidos como despreciados entre ellos.
                        Pasados aquellos días, y vueltas las aguas a su cauce, es decir, cuando se anuló la expropiación de las posesiones del médico —“intento de expolio” lo denominó rabí Moshe Levi, el padre de Miriam—, cada cual retornó a sus tareas, y la pandilla de amigos volvió a sus ocupaciones habituales, a la escuela, a la sinagoga y a la vieja madraza árabe. Pero cuando acababan de estudiar se reunían para continuar los juegos, que era lo único que realmente compartían…”
           
                        Hasta aquí, parte del relato de los hechos descritos en el documento descubierto. Aunque aparentemente no tiene ninguna trascendencia, al paso de los años, y visto cómo se desarrollaron los acontecimientos posteriormente —la aljama de Biel fue completamente destruida meses más tarde, y los muchos judíos y pocos moriscos que allí habitaban fueron expulsados hacia otras juderías de mayor rango, como Zaragoza y Calatayud—, se ha de llegar a la conclusión de que los actos ecuménicos que se celebraron, fue únicamente para contentar a los mozalbetes de la población. Que, por desgracia, el odio, la intolerancia y el adoctrinamiento en contra de las minorías, ejercidos por quienes tenían el don de la palabra, anidaron en el corazón de gentes fácilmente manipulables, y acabaron por expulsar, obligar a convertirse, o incluso ajusticiar a los que consideraban distintos —y he aquí el hecho extraordinario, ya que no existe documentación de un acontecimiento de tal trascendencia, durante los siglos posteriores, de una celebración conjunta por el que, imagino, el documento ha permanecido en secreto hasta hoy—.
                        He investigado al “escribano de la diócesis” Zacarías Ambrozano, redactor de la historia, y he llegado a la conclusión de que era judío convertido al cristianismo, forzado, es decir, en idioma ladino, anusim. Se explica por cómo narra los hechos y cómo los justifica, poniéndose al lado de los oprimidos. Es una pena que los nombres reales de los protagonistas de este hecho histórico hayan sido borrados para siempre, pero, sin lugar a dudas, fueran quienes fuesen, tuvieron el valor de unirse para conseguir que, al menos por algunos días, todos pudieran considerarse iguales
             Por tanto, los nombres son imaginados por este historiador para que, al sacar a la luz    el documento, sirva como homenaje a los niños del Biel del siglo XIV.         

7.1.16

Mis fotos


Me gustaría que las echaras un vistazo y si las comentas para alabarlas o criticarlas... pues mejor!

8.12.15

El anillo de los ocho Anj (relato completo)

Cien años. Ese es el tiempo que la fotografía, asepiada por efecto del tiempo, presidió la estancia de la vieja casona donde habito, y cincuenta y dos el periodo que me acompañó y que comprende desde mi nacimiento hasta el día de la fecha. En cualquier caso, toda una vida.
La fotografía formaba parte del decorado doméstico perdiendo, de tanto mirarla, su significado, por lo que un día, hace pocos años, sin saber el porqué, me detuve delante, alcé las manos y la toqué ladeándola hacia mí para evitar los reflejos de la luz que entraba por el ventanal y así poder leer por enésima vez la breve leyenda que en su parte inferior se distinguía:
Sebastián Fornel
Día de la Raza
1902
Un joven de veintipocos años, posando, endomingado a la moda de principios de siglo, luciendo un
fino bigote, y de rostro afilado, con una sonrisa apenas perfilada en unos finos labios, de baja estatura, y sujetándose el sombrero intentando evitar que saliera volando, mirando serio a la cámara que en ese preciso instante disparaba la lámpara de magnesio para inmortalizarlo. Detrás, una estatua ecuestre sobre un enorme pedestal de un caballero de uniforme militar en disposición de desenvainar su sable mientras el caballo está apoyado firmemente sobre sus patas, en un sobreesfuerzo para soportar el peso del jinete y su leyenda.
—Tu bisabuelo tenía metido en la sangre el veneno de irse a hacer las Américas —me decía mi abuela siempre que me sorprendía mientras yo miraba ensimismado la foto— y mira si hizo lo que más deseaba… se marchó.
Dejando a un lado su labor me contaba una pequeña historia, que como una cantinela me repetía tristemente para, según ella, no dejar morir los recuerdos… aunque la verdad es que no conseguí arrancar de los suyos
más que el bisabuelo Sebastián se marchó y pasado un tiempo retornó, falleciendo poco después de forma extraña.
Así, poco a poco se fue fraguando una especie de leyenda mítica sobre mi antepasado, que observaba el acontecer de la familia desde su atalaya fotográfica.
Durante años su figura fue aposentándose en mi imaginación, de forma permanente, desde aquella estampa disparada un Doce de Octubre, recién comenzado el siglo XX.
El caso es que, cierto día, considerando el centenario un periodo de tiempo prudencial como para
indagar en dicho asunto, puesto que mi abuela nunca me había permitido ni tan siquiera tocar aquel icono representación de su padre, y ella había fallecido no existiendo nadie que pudiera impedírmelo, opté por descolgar el cuadro de donde siempre había estado, a salvo de limpiezas generales, encalados, cambios de muebles, y del periodo vital de mis familiares —Sebastián, protagonista de esta historia, y su esposa; mis abuelos paternos: ella, Graciela Fornel, quien no cesó de narrarme historias hasta su muerte, cuando yo contaba quince años, así como mis padres Juan Wing Fornel y Ana Martínez, desinteresados de “chismes”
familiares. Todos, por desgracia, ya fallecidos—, y por fin librando aquella reliquia del más nefasto mal: el olvido. Cien años, suficientes como para evitar peticiones de autorizaciones a fin de remover recuerdos aunque al hacerlo no pudiera evita sentirme como violando trozos sagrados de
espacio y de tiempo, inmiscuyéndome en territorios accesibles pero prohibidos, como si de Howard Carter ante la puerta sellada de la tumba de Tutankamón se tratase.
Pesaba bastante el marco, que más parecía una caja. Del reverso desprendí a trozos una lámina de mica, dura como el pedernal, de tal forma que al extraerla pude acceder a la estampa fijada sobre un basto cartón. Al fin, después de cincuenta y dos años de mi vida mirando la imagen, pude tocarla con mis manos. El corazón comenzó a latirme aceleradamente.
Estaba sorprendido de lo que apareció: una treintena de folios de papel cebolla. Un mensaje —pensé—, porque así podía denominarse algo que había permanecido oculto sin que nadie hubiese tenido la ocurrencia de abrir aquel cuadro, en lugar de haber dejado pasar el tiempo con elucubraciones y haber sido educado en aquel ambiente de secretismo, en lugar de descubrir y desentrañar el contenido de aquella especie de cofre maravilloso.
He aquí, transcrito sin más, lo que me pareció un diario o crónica sobre los avatares de mi bisabuelo en América.
Embarqué, recién comenzado el nuevo siglo, en el puerto de Cádiz en busca de otro futuro, porque en Riotinto el mineral hay que extraerlo a golpe de barrenos, excavando las entrañas de la tierra, y el silencio y el miedo reinan sobre todas estas cuencas mineras desde un día ya lejano, cada vez más perdido en la memoria, cuando cientos de habitantes de la comarca fueron tiroteados por protestar contra las emanaciones letales de las numerosas teleras. Así, alguien me había hablado de lo fácil que era lograr el metal que todo lo puede, el oro. Sacarlo simplemente bateando las arenas de las escorrentías caudalosas de América del sur. Pero no me iba a resultar fácil a causa de los aconteceres que padecí, soportando mil calamidades: desembarqué en Venezuela; descendí por el Orinoco hasta las selvas de los afluentes del Amazonas cayendo enfermo por las picaduras de los insectos y de niguas; pretendí ser “garimpeiro”; comido por las fiebres, y gracias a la ayuda de algunos aborígenes, logré viajar hacia el sur a través de las ignotas selvas del Brasil; y trabajé en Bolivia, en todos los oficios habidos y por haber.
Durante varias semanas, menos oro, encontré de todo lo peor, así pues procuré la manera de dirigirme hacia territorio argentino, desde donde esperaba retornar escarmentado a España. Conseguí cruzar los Andes hasta llegar a Buenos Aires. En ciertos tugurios de los muelles, escuchando conversaciones acá y allá, deduje que existían lugares, al otro lado del Mar del Plata, poco menos que si de Eldorado se tratasen. Sin dudarlo, tomé un paquebote con rumbo a Montevideo.
En la capital del Uruguay entablé amistad con un italiano que había llegado desde La Spezia y tenía como destino una pequeña ciudad del interior; adonde se dirigía en busca de su familia emigrada tiempo atrás, y donde, me informó existían —confirmando mis noticias— yacimientos abandonados de metales preciosos.
Por desgracia, en lugar de aprovechar la oportunidad de regresar a casa, que ya añoraba, permanecí enfebrecido por el oro y no soportando retornar con los bolsillos vacíos, me adentré en aquel pequeño país. La región, jalonada de extensos campos de trigo y girasol mecidos al viento suave de la primavera austral, me recordaba a mi añorada provincia, a su serranía, a su campiña y bosques.
En pocas horas llegué a Minasconcepción, la ciudad que las indicaciones del italiano y el azar habían elegido para mí mismo. Me llamó la atención el contraste —por el escaso parecido a mi patria— lo cuidadoso de su configuración urbana con sus largas calles rectilíneas. Viejas casonas solariegas, huellas de su pasado colonial, ostentaban en sus fachadas blasones tallados en piedra. En algunos edificios ondeaban banderas nacionales, sobresaliendo en ellas medio sol teñido en oro parecido a un amanecer o tal vez a un ocaso. Esto me fascinó porque el sol y el oro me producían las mismas emociones, pareciéndome señales de buenos augurios.
Pronto trabé amistad con algunos compatriotas y comenzó mi obsesiva búsqueda en el cauce del San Francisco, un arroyo poco caudaloso, de frías aguas, bateando sus arenas. Ni las risitas disimuladas de mis amigos, cuando a la caída de la noche retornaba a Minasconcepción refugiándome en alguno de los cafetines de la ciudad, me hicieron desistir. Después de varias semanas, aquejado de artritis y reumas y, tras unos magros resultados, desistí y opté por buscar otro trabajo.
Por aquel entonces […] Minasconcepción hallábase bastante levantisca, debido a que era anhelo de su ciudadanía erigir un monumento al general Lavalleja, un héroe nacional del que todos los uruguayos, en especial los naturales de la ciudad, se sentían orgullosos. Y, aunque no conseguí comprender entonces el significado del asunto del que todo el mundo hablaba, pronto me percaté de que Minasconcepción le estaba echando un pulso al gobierno de la nación, remiso éste a aquel alarde de exaltación por parte de un reducido número de uruguayos que ni siquiera vivía en la capital del país, Montevideo, único escenario hasta entonces de cualquier manifestación patriótica. Entonces fue cuando acepté un empleo en una fundición metalúrgica, trabajando durante dos meses como ayudante en la colada de una estatua ecuestre del General.
Hasta aquí, salvo algunos párrafos ilegibles, la crónica que mi bisabuelo dejó escrita en el mazo de folios.
Con tales datos no me resultó difícil documentarme yconstatar que el “Día de la Raza” de 1902, fue descubierta e inaugurada una estatua ecuestre del Brigadier General Juan Antonio Lavalleja, en la Plaza de La Libertad (otrora del Recreo) de Minas (no Minasconcepción como la denominaba el bisabuelo). El motivo de dicho homenaje era perpetuar la empresa del General, quien junto a otros treinta y dos patriotas inició, en 1825, el movimiento liberador de la provincia oriental del Brasil y su unión a las otras provincias del Río de la Plata, hasta la independencia total de lo que hoy es Uruguay.
En el reverso de la fotografía había un texto en caligrafía apretada que decía:
Hechos acaecidos en la ciudad de Minasconcepción, departamento Lavalleja de la República Oriental del Uruguay, a aquellos que quieran saber:
Yo, Sebastián Fornel Toledano, natural del Reino de España, provincia de Huelva, tengo que manifestar:
Un servidor, presente en el retrato, fui contratado, haciendo valer mi condición minera, como ayudante para la realización de una estatua ecuestre. Dicha obra, mandada por el Intendente de Minas, por encargo de la autoridad, consistente en la mezcla así como el vaciado de la estatua,
fue efectuada siguiendo las indicaciones del maestro fundidor en el mes Agosto de 1902. Encontrándome en dicho cometido —siendo la primera escultura en bronce realizada en la
República Oriental— fui impelido a jurar en el nombre de Dios para que lo que iba a presenciar, por ser mis servicios de manera y forma indispensables e indiscutibles, hubiera de ser un secreto a guardar el resto de mi vida: habiéndoseme hecho entrega de una caja con un número de piezas de oro, entre barras y discos, procedí, en absoluta soledad, a calentar el crisol conteniendo la totalidad del oro a una temperatura de mil sesenta y cuatro grados Celsius hasta su fusión. En el punto culminante del rellenado de los moldes, en que la colada estaba a mil grados, temperatura requerida según la
composición del bronce, el oro en forma líquida fue agregado a dicha colada aleándose para siempre.
A continuación fue vaciada al molde de la cabeza del caballo; y ya fría se aplicó una pátina de “vitriolo azul”, para disimular dichas manipulaciones.
Una vez colocada la obra de tres mil kilos, sobre su pedestal, en el lugar de la Antigua Plaza del Recreo de Minas, e inaugurada una mañana de fuertes vientos el Día de la Raza del año 1902, con gran boato por las autoridades del departamento y de la República y grandes festejos del buen
pueblo de Minas, me fue recordado el juramento, mientras la luz de magnesio de un fotógrafo me cegaba inmortalizando el momento.
He de confesar que del cajón de donde tomé las piezas de oro sustraje un documento donde se viene a certificar que dicho noble metal estaba destinado a ser enviado en 1718 por el Alto Virrey del Perú, con destino a España.
Al poco tiempo comencé a sentirme angustiado de vivir con el cargo de dudar a quién pertenecía el oro. Hallándome sumido en una vorágine de gran confusión sobre su legítima propiedad, y el silencio a que estaba obligado, decidí salir del país y denunciar los hechos acaecidos a las autoridades del otro lado del estuario del río de La Plata. Embarqué en Montevideo, arribando a la Madre Patria por el puerto de Vigo. Sin más tardanza, viajé a mi pueblo de Riotinto y volví a la mina a sentir el olor acre de los últimos hornos, desmantelados gracias al sacrificio colectivo de la cuenca. También contraje matrimonio, dándome mi esposa una hija como fruto. Una vez desvelado el secreto, libremente lo describo, así como el lugar y forma de desenmascarar las anomalías, poniéndolas de manifiesto porque no es mi deseo llevarme a la tumba algo que he sido forzado a guardar, y sintiéndome culpable de haber olvidado la denuncia que tenía la intención de formular.
Dios me perdone: ojalá que algún día este secreto, oculto tras mi imagen fotográfica a los pies del
caballo cargado de tan vil metal, pueda ser desvelado y revelado. 
                                                            Sebastián Fornel Toledano
Riotinto, a 24 Febrero de 1907
Cuando acabé la lectura de aquella grandilocuente narración, encabezada y firmada respectivamente en las dos Minas (Concepción y Riotinto), plagada de funestos augurios, descubrí en el mismo cuadro un pequeño legajo amarillento —prueba irrefutable de lo que denunciaba mi bisabuelo—, escrito ampulosamente, bajo un
gran sello con una corona real:
En nombre de Nuestro Señor el Rey de España
Y de los territorios de Ultramar
S.M. Felipe V
Recibo la cantidad de
3.300 onzas de su peso en oro del Cuzco.
Por orden
El Comandante de la Real Armada
Al mando del galeón Sagrada Familia
20 de Marzo del Año de 1718
(Sigue una firma y su rúbrica)

Se trataba, sin lugar a dudas, de la orden de embarque de una inusual, por minúscula, cantidad de oro de pura ley junto al Recibí: las mismas marcas de numeración, contrastes y leyes de las piezas aleadas. El cuadro escondía otras sorpresas: además de los datos técnicos tales como porcentajes de los componentes del bronce para la estatua, su peso y su volumen, con instrucciones precisas para erigirla, descubrí un envoltorio cosido que me apresuré a rasgar en la certeza de hallar un objeto en su interior. Se trataba de una lámina finísima, apenas unas décimas de onza de pan de oro, en forma de estrella de espuela de nueve puntas. Entonces recordé, a la vista de este objeto que conformaba definitivamente un enigma, que, según me contaron, cuando murió mi bisabuelo en 1907, su prematuro fallecimiento se recordaría durante algunos años. Aún en mi infancia escuchaba rumores sobre tan extraña muerte, ocurrida al cabo de pocos días de  enfermedad. Mi abuela Graciela comentaba estar segura, por lo escuchado a su madre, de que el fallecimiento se había producido a raíz de comenzar a tomar infusiones hechas con mate que le habían regalado en América — incluidas la calabaza y la bombilla para prepararlas con todo su ritual de nostalgia de su etapa americana—, que esta yerba debía estar adulterada malintencionadamente con otras hierbas extrañas y desconocidas y en consecuencia las infusiones que tomadas al regreso lo habían enfermado hasta fallecer a los pocos días, aunque todos lo habían atribuido a la tisis producida por los humos de las teleras.
Desde el momento de contar con todos aquellos datos y pistas, más que aclarar mis ideas me surgieron una serie de dudas: ¿Cuáles fueron, realmente, las causas que desencadenaron la muerte prematura del bisabuelo Sebastián? ¿Por qué se impidió la estiba del oro en 1718? ¿Se escondió durante ciento ochenta y cuatro años, ya en el Perú ya en el Uruguay, para fundirlo, alearlo y depositarlo definitivamente en un predeterminada estatua, siempre lejos de los centros de poder de Montevideo? ¿Estaría la Masonería implicada puesto que treinta y tres fueron los expedicionarios al mando de Lavalleja, curiosamente casi
todos pertenecientes a cierta logia? ¿Se trataría, tal vez, de una trama o conjura para evitar, eludir, dicho claramente, escamotear el pago de aquel impuesto con destino a las arcas reales, aunque ante mis ojos tuviese el recibo firmado por el comandante del galeón? ¿Por qué —que yo conozca— no
hay reseñas históricas ni en el Uruguay ni en el Archivo de Indias? ¿Acaso se trató de una cortina de humo para encubrir un fraude mayor? ¿Qué puedo hacer siendo conocedor del secretode la estatua?, ¿desvelarlo?, ¿me tomarán por loco? Y si se trata de una conjura de siglos pasados, ¿debería hacerlo saber a las autoridades? En caso afirmativo, ¿a las del Perú, Uruguay, España?
Luego de hacerme todas estas preguntas e indagar de forma un tanto desordenada, descubrí algo ciertamente interesante: el galeón Sagrada Familia al mando del comandante Vera, en su primer viaje, partió el 31 de marzo de 1718 desde Acapulco rumbo a las Islas Filipinas a donde debió llegar en agosto, y retornar de nuevo hacia México; por lo tanto es harto improbable que el 20 de marzo estuviera en algún puerto rioplatense, Buenos Aires o Montevideo, a la espera de cargar, aparte de que el recién estrenado galeón no estaba destinado al transporte de los quintos reales sino al flete de mercaderías de otra índole: por tanto quedando a salvo la honorabilidad de los mandos del navío.
Recorté un modelo de la estrella de la espuela con sus medidas exactas. A la vista de la fotografía deduje que relacionando las medidas a escala, encajaba perfectamente con cualquiera de las dos espuelas que el prócer tenía ajustada a sus tobillos, aparte del parecido al emblemático sol charrúa. Hice comprobar su ley y procedencia. Ya sin sorpresa pude deducir que el oro camuflado en la cabeza del caballo procedía del pequeño cargamento del quinto real1, por coincidir con las leyes de las piezas que se distrajeron del flete fallido y posteriormente se fundieron y alearon con el bronce de la estatua.
Más complejo —de hecho no he indagado al respecto por pura y simple ignorancia— fue descubrir la
procedencia del pergamino datado en 1718 germinando en manos del abuelo el enigma alertándole sobre las irregularidades (presunto fraude a la Real Hacienda y tal vez presunta falsificación de documento público o presunta suplantación de la identidad del comandante del Sagrada Familia) y conjeturar cómo él, a su vez, distrajo poco más de tres gramos del oro con el que labró una réplica de una minúscula parte de la estatua con el objeto, tal vez, de dar
1 Quinto real: Proporción que sobre la explotación de las minas en
América percibía la Corona española, en concepto de participación
en los beneficios. (N. del A.)
prueba veraz de su denuncia, quién sabe si para acallar su conciencia, o como posible reparación del fraude del que fue testigo y colaborador involuntario, siendo un misterio por qué razón ocultó la pequeña joya, si tal vez como hacerse depositario único del parco beneficio de su periplo americano o como si de un simbólico acto de justicia se tratase trayendo una mínima parte del oro a España.
Así pues constataba que todos aquellos acontecimientos estaban relacionados, por lo que tuve que tomar una decisión, consciente de la trascendencia de lo que se me figuraba como un posible objeto de litigio. Decidí dejar girar el mundo y no hacer nada para alterar el orden y concierto de las cosas. Que el oro siguiera donde mi bisabuelo supuestamente lo depositó, de grado o por fuerza, hace cien años. En lo referente a su muerte, no era ya momento de investigar, al no saber por dónde empezar y verme abocado, con toda certeza, a un callejón sin salida. Así pues opté por enterrar el enigma para siempre, sin posibilidad de vuelta atrás.
Mejor, me dije, dejar las cosas como están, pues, ¿qué derecho tenía yo de irrumpir en la plácida vida de Minas en su acontecer diario en torno al egregio personaje? Era mi deseo respetar la placidez de la pequeña y bella ciudad, de vecinos aparentemente felices, paseando en las soleadas tardes de primavera. Así pues, que sus naturales, ya sean estos jubilados, estudiantes, amas de casa, obreros, niños correteando, parejas amándose mientras suenan las notas de un bandoneón en torno al monumento que tanto trabajo les costó erigir a los minuanos de cien años atrás, con un tesoro ante ellos durante cien años sin saberlo, continúen su mismoritmo de vida.
Lo dicho. Ante tantos datos técnicos referentes a los metales sin contrastar (fundición, unidades, etc.); interrogantes sobre el galeón sin resolver (derrotero, fletes programados, etc.); y por último la incertidumbre sobre la veracidad de la existencia del oro —cómo poner la mano en el fuego aun sin poner en cuestión el relato de mi bisabuelo— y, en consecuencia, la factibilidad de su recuperación no lo dudé: folios, placa de mica, fotografía, marco, “recibo real”, así como el vidrio y las finas cuartillas de papel cebolla, todo fue destruido a mediados de diciembre de 2002.
Sólo la réplica de la rodaja de la espuela de Lavalleja luce ahora en mi dedo, fundido y labrado como anillo con ocho Anj o llaves de la Vida. Ante un enigma y su solución he de decir, ahora, que prefiero aquél a esta; como elijo el camino a la meta; me apetece más el intentar que el conseguir; la búsqueda al encuentro, y por descontado las preguntas a las respuestas.
Aunque en este caso, cierto es que ojos que no ven… y ahora que he visto me arrepiento de no haber dejado el cuadro colgado de la oxidada alcayata. Mas para que sirva como descargo de mi mala
conciencia, a mis cincuenta y dos años, me viene como el anillo en mi dedo esta “confesión” para así, discretamente, lo reconozco, darlo a conocer en forma de relato, con todo lo que ello significa, y de esta forma curarme en salud por si en el futuro alguien trata de culpabilizarme de haberme llevado este secreto conmigo. Mi nombre es Sebas Wing Martínez, bisnieto de Sebastián Fornel Toledano, y me pregunto sobre la utilidad de haber pretendido desentrañar el secreto de la foto. Dios perdone mi curiosidad pero sobre todo mis figuraciones, que ojalá no sean más que eso. Pero nunca se sabe… aunque hayan trascurrido ya cien años...
F I N

Vienen los júngaros

—¡Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen! El Miguel recorría las calles advirtiendo de la noticia que de vez en cuando se exten...