La historia que voy a narrar la descubrí, por casualidad, un día en que me hallaba hojeando distraídamente los legajos de una carpeta, en el estante superior de uno de los cientos de armarios que hay en el Archivo Histórico de la Corona de Aragón. Exactamente, el correspondiente al legajo que trata de las primeras peleas ciudadanas en los pueblos del Reino, durante el reinado de Juan I el Cazador.
Y hojeando distraídamente, para la realización de una tesis doctoral, encontré lo que a continuación transcribo: un relato del escribano de la diócesis de Zaragoza; traduciendo y adaptando, eso sí, del castellano antiguo en que está escrito, y rellenando aquellos espacios, que, por no importunar a expertos medievalistas, no pude lograr descifrarlos. No tuve más remedio que completarlo con mi imaginación, procurando hilar coherentemente el relato de los hechos.
He de hacer notar que los nombres de las personas involucradas, curiosamente, estaban deliberadamente ilegibles, como si alguna mano los hubiese borrado para siempre de la historia, que, de ser cierta —y no tengo porqué dudar de ello— explica que alguien hiciese desaparecer este documento para siempre dado lo curioso del sucedido:
En la villa y lugar de Biel yo, Zacarías Ambrozano, escribano de la diócesis, vengo en escribir la historia de los hechos sucedidos corriendo el año del Señor de 1391, reinando Don Juan I. Aconteció que por los primeros días de la primavera del citado año, corrieron por la villa de Biel noticias provenientes de la ciudades de Zaragoza, de Huesca, y aún de Jaca, por las que se revelaban crónicas sobre la reconquista de los reinos cristianos, en poder de los hijos del Islam, expulsados hacia el sur.
Pues bien, en la villa de Biel, la vida transcurría plácidamente, y convivían, si así puede decirse, los practicantes de las otras dos religiones con consentimiento de los cristianos que, al retorno de sus oraciones, pasaban por la casa de los rezos de los otros convecinos, que también llevaban varias generaciones y se sentían tan aragoneses como los hijos del Dios que murió en la Cruz del Calvario. También vivían en Biel, una pocas familias adoradoras de Alá que eran peor vistos por los de Biel, aunque éstas últimas convertidos a la fe de Cristo, y por tanto habían recibido permiso para permanecer en el pueblo.
Un día, pues, al regreso de la Iglesia mayor de San Martín el Viejo, los cristianos pudieron leer un edicto firmado por el Condestable y Justicia Mayor de Zaragoza en el que se podía leer que se expropiaban —por el “delito” de practicar la brujería explorando las entrañas de cadáveres— los viñedos, la casa y la consulta, hasta ese momento propiedades de Don Amós Ben Zelía, que era, a la sazón, el médico judío que atendía a los enfermos de Biel, sin hacer distinciones. Asimismo, atendía a las mujeres de parto, y también cualquier tipo de enfermedad, practicando sangrías, preparando tisanas y recetando medicinas preparadas por él mismo con hierbas de la campiña. Se decía que había recibido su ciencia de unos manuscritos del mismísimo Maimónides.El caso es que todos fueron testigos de la gran desdicha que se abatió sobre don Amós el médico, y hasta el preste de la iglesia mayor de Biel, se dio cuenta de la injusticia que se había cometido, privando a aquel hombre de todo lo más preciado que poseía, más fruto de las envidias que de hechos probados. Y que los impuestos con los que se gravaban fuertemente a los judíos y a los musulmanes iban a engrosar las arcas del Cazador, haciendo que el pueblo ardiera en protestas ante tamaña iniquidad. Y es que la corriente antijudía, luego de las tomas de las ciudades reconquistadas, se hacía sentir en todos los lugares del reino de Aragón. En los demás reinos de España —en las dos Castillas y en Andalucía—, las soflamas se volvían más incendiarias, azuzando a los cristianos en contra de los que “practican ritos mosaicos y realizan sacrificios con niños cristianos”.
En Biel, como digo, el edicto de expropiación hizo que los cristianos y los pocos moriscos recién convertidos, escondieran la cabeza bajo el ala, y cada cual se metió en su casa a la espera de que la Ronda del alguacil del Rey, procediese a la incautación de los bienes del médico judío de Biel.
Todos se escondieron en sus barrios, aljamas y morerías, todos, a excepción de unos rapaces que desde bien niños, habían correteado por las callejuelas. Componían la peculiar cuadrilla unos jovenzuelos, en gran parte chicas, que sin distingos de ningún tipo, pasaban sus ratos de ocio juntos. Y eso que en aquella cuadrilla, de 12 y 13 años, estaba resumida, compilada, la población de Biel. Entre ellos estaban:
Marta Orleáns, Marta Escarpín, el de Borja, Javier, Aranxa Vascona,
Eugenia Monteforte, Andrea Romero y Patricia Sánchez, cristianos.
Miriam Levi y Daniel Cabalero, judíos.
Cristina Todoslosantos y Daniel Fernández, judíos conversos.
Alejandrina Azzuz, Sergio al-Landa y Alejandro Muley, musulmanes conversos.
Ellos eran los que, haciendo caso omiso de sus padres, se dedicaban en sus ratos libres a correr tras algún perro vagabundo, tirar a dar alguno de los vencejos que hacían sus nidos en las almenas del castillo, o a contar historias, oídas en las largas veladas de los largos inviernos cada uno en su casa, y transmitidas de generación en generación.
Pues bien, el día de la publicación del edicto se reunieron, en la explanada de la salida del pueblo, junto a los almiares, y después de deliberarlo durante unos minutos tomaron una decisión: huirían del pueblo y se marcharían en tanto sus padres, los mayores del pueblo, recapacitasen y reparasen aquella injusticia. Recado que les hicieron llegar, dejando este mensaje antes de desaparecer.
Durante diez días, Biel estuvo sin chiquillería, dado que aquella pandilla era toda la chavalería que había.
En las profundidades del bosque estuvo la cuadrilla viviendo en lo que se podría denominar una verdadera comunidad. Cazaron conejos y liebres con trampas que fabricaron ellos mismos. Recogieron plantas comestibles. Hicieron fuego, que mantuvieron encendido y sobre él cocinaron. Durante aquellos días vivieron sin diferencia alguna por razón de sexo —Alejandrina, por ser antigua musulmana, pudo participar por vez primera en aquella comunidad luciendo su precioso chador—, pero sobre todo no hicieron distinción alguna debido a los ritos que practicasen o por la religión que profesasen. Fueron una verdadera unidad, aunque unos vistiesen jubones y colgasen medallas de la Virgen, otros se tocasen con kippà u otros se tocasen con pequeños turbantes. Igual daba: a aquella pandilla de mozalbetes les unía el ansia de libertad y las ganas de convivir en el verdadero respeto y tolerancia.
Así que, durante diez días los jóvenes fugitivos fundaron una sociedad de personas libres, en las que cada cual actuaba bajo unas reglas aceptadas por todos. Chicos y chicas, judíos, moros y cristianos de Biel así lo hicieron, hasta que recibieron noticias de que los mayores habían aprendido la lección y habían rectificado aquella medida injusta. No podían vivir sin sus jóvenes.
Así pues decidieron, unánimemente, regresar al pueblo y ellos vieron encantados que todos los habitantes de la población habían acudido extramuros de Biel a esperarlos.
Desfilaron entre las filas de hombres y mujeres, mientras guardaban silencio —algunos bajaban la cabeza—.
Al frente de todo el pueblo se encontraba el Alguacil, y tras él, muy serios, el cadí de la semiabandonada mezquita, el rabino de la pequeña sinagoga y el preste de la iglesia.
El médico, Don Amós, les hizo saber que, gracias a su valentía, se había derogado el edicto de expropiación, y con un guiño, les dio las gracias.
En honor de ellos, los jefes religiosos acordaron que el viernes, 27 del mes al-Awwal del año 793 de la Hégira (cuando Mahoma huyó desde La Meca a Medina); el shabat, 27 del mes Siván del año 5151 desde la creación del mundo, y el domingo 30 de Mayo del año del Señor de 1391, esto es, los tres días correlativos en el calendario de cada uno de ellos, todo el pueblo acudiera a los ritos de las religiones que se practicaban en Biel.
El viernes se abrió de nuevo la ya cerrada mezquita y el padre de Alejandrina, actuando como cadí, leyó unos versos sacados del Corán donde hablaban de la amistad entre musulmanes, judíos y cristianos postrándose muchos de ellos en dirección a la Meca.
El sábado, accedieron a la sinagoga de la judería de los Verdes, donde el rabino sacó el rollo de la Torá, e igualmente leyó algunos pasajes donde decía cómo debía comportarse todo buen judío en cada minuto de su vida, según las leyes de Moisés.
Y el domingo, en la parroquia bellamente exornada con grandes teas y flores, el párroco leyó el Evangelio de San Juan, durante la Misa solemne.
Aparte de las funciones de las tres religiones, dedicaron los tres días a convivir, participando en un ambiente de buena vecindad en las costumbres de cada uno de aquellos ritos sagrados. Así, compartieron alimentos, ropas y costumbres tan desconocidos como despreciados entre ellos.
Pasados aquellos días, y vueltas las aguas a su cauce, es decir, cuando se anuló la expropiación de las posesiones del médico —“intento de expolio” lo denominó rabí Moshe Levi, el padre de Miriam—, cada cual retornó a sus tareas, y la pandilla de amigos volvió a sus ocupaciones habituales, a la escuela, a la sinagoga y a la vieja madraza árabe. Pero cuando acababan de estudiar se reunían para continuar los juegos, que era lo único que realmente compartían…”
Hasta aquí, parte del relato de los hechos descritos en el documento descubierto. Aunque aparentemente no tiene ninguna trascendencia, al paso de los años, y visto cómo se desarrollaron los acontecimientos posteriormente —la aljama de Biel fue completamente destruida meses más tarde, y los muchos judíos y pocos moriscos que allí habitaban fueron expulsados hacia otras juderías de mayor rango, como Zaragoza y Calatayud—, se ha de llegar a la conclusión de que los actos ecuménicos que se celebraron, fue únicamente para contentar a los mozalbetes de la población. Que, por desgracia, el odio, la intolerancia y el adoctrinamiento en contra de las minorías, ejercidos por quienes tenían el don de la palabra, anidaron en el corazón de gentes fácilmente manipulables, y acabaron por expulsar, obligar a convertirse, o incluso ajusticiar a los que consideraban distintos —y he aquí el hecho extraordinario, ya que no existe documentación de un acontecimiento de tal trascendencia, durante los siglos posteriores, de una celebración conjunta por el que, imagino, el documento ha permanecido en secreto hasta hoy—.
He investigado al “escribano de la diócesis” Zacarías Ambrozano, redactor de la historia, y he llegado a la conclusión de que era judío convertido al cristianismo, forzado, es decir, en idioma ladino, anusim. Se explica por cómo narra los hechos y cómo los justifica, poniéndose al lado de los oprimidos. Es una pena que los nombres reales de los protagonistas de este hecho histórico hayan sido borrados para siempre, pero, sin lugar a dudas, fueran quienes fuesen, tuvieron el valor de unirse para conseguir que, al menos por algunos días, todos pudieran considerarse iguales
Por tanto, los nombres son imaginados por este historiador para que, al sacar a la luz el documento, sirva como homenaje a los niños del Biel del siglo XIV.
7 comentarios:
José Antonio,acabo de llegar del pueblo,es muy tarde.Te prometo que,mañana leo tu post.
Te he dejado un comentario en el anterior post.No te preocupes amigo,no podría ser anónimo,no es mi estilo...¡¡CÓMO PUEDE HABER GENTE TAN CARA DURA...!!
Te dejo mi abrazo inmenso y mi ánimo.
M.Jesús
Como te prometí aquí estoy,José Antonio.
Te diré que me ha encantado esta historia medieval del pueblo de Biel.Los niños son sabios y saben, muchas veces,tomar determinaciones,que los mayores por prejuicio o cobardía no saber tomar.Ojalá fuéramos capaces de convivir distintas culturas y religiones,tomando lo mejor de cada cual.Te diré que,hace poco vi en el cine:"DE DIOSES Y HOMBRES"Cuenta la historia real de unos monjes cristianos,que convivieron con el pueblo musulmán y participaban de sus tradiciones y costumbres.El respeto y la armonía eran vivo ejemplo de que puede ser así.No obstante,el hombre aún es muy pobre espiritualmente,la tolerancia brilla por su ausencia y sigue latente la soberbia y la crueldad.
Te felicito por esta recreación,que me parece excelente como tesis y te agradezco que la hayas compartido.
He introducido en escritorio otra vez tu link:http://joseanbejarano.blogspot.com con el fin de subsanar algún error que esté impidiendo la actualización de tus posts,pero nada,siguen apareciendo los de hace un año.
Quiero que sepas que a pesar de ello,siempre tendrás mi respuesta y por supuesto mi abrazo,amigo.
M.Jesús
P.D:siento mucho lo del anónimo,a alguna compañera también le ha pasado.
MariaJesús
creo que en mi entrada anterior ha quedado aclarado el pequeño malentendido.
Rectificar no sólo es de sabios, sino de personas grandes. Y tú lo eres,sin duda.
Gracias por tu ánimo.
MariaJesús
la historia de los niños de Biel fue una pequeña historia que imaginé habría ocurrido en cualquiera de nuestros pueblos en siglos pasados.
Los niños suelen dar ejemplo de convivencia, y creo que es lo que este pobre mundo necesita.
Gracias por tu amistad, MariaJesús, amiga
Gracias por tu comentario,José Antonio.Nada es casual y creo que,a partir de ahora voy a estar muy cerca de ti.
No me olvido de tu comentario,me decías que, mis versos eran gotas de agua clara, que fulminaban el calor de los reactores 1,2,3,4,5 y 6.Esa metáfora me llenó de aliento y después me dolió "tu amargor" al leer al "usurpador y malintencionado anónimo".Si pensaba que iba a cortar encuentros,me parece que los ha propiciado...Asi es la vida,amigo.
Recuerdo que Mar Solana me trajo a tu lado,cuando venga a verte le dás un abrazo grande de mi parte.
Y por supuesto otro para ti y un beso...Ojalá fuera así de fácil cortar las guerras del mundo...!!
M.Jesús
Jóse y Mª Jesús:
¡No imagináis cuánto me alegro que hayáis puesto las cosas en su sitio... uf, qué alivio!
Anoche me dí cuenta y supe de inmediato que Mª Jesús no podía haber sido, es la persona más respetuosa que conozco de la bloggosfera; ella lleva luz a nuestros espacios, no discordia.
Esta mañana le escribí un correo a Jóse diciéndole que no era tu estilo y que te conozco desde que abrí el blog...
Estoy totalmente de acuerdo con Mª Jesús, estos "Anónimos" de pacotilla intentan sembrar discordia y mal rollo ¡y lo que consiguen es justo lo contrario, jejeje... qué les zurzan!!
Me recuerdan a los hermanos "malasombra" del Capitán Tan, ¿os acordáis? :))¡¡le salía todo al revés!! jejeje
Besos, muchos, para los dos... Y pelillos a la mar (a la orilla, no mar adentro:)
Mar y Mariajesús...
Claro, Mar, una tormentilla en un vaso de agua. Ni más ni menos.
Pero has sido quien se ha mojado para deshacer cualquier problemilla.
Las dos sois maravillosas personas, a las que visito con regularidad, y a pesar de que lo mío no es la poesía, no dejo de leeros y aprender a manifestar los sentimientos con palabras entretejiendo magistralmente un poema.
A Mariajesús la visité -ahora recuerdo la alusión a sus palabras enfriando los letales reactores-, y pienso seguir haciéndolo, y que es un privilegio contar con su amistad.
A Marsolana, gracias porque en este fin de semana de Superluna ha sabido retirar sus aguas dejando las playas al descubierto, con sus secretos, pero ha vuelto a retornar cubriendo con su manto de agua las arenas, las rocas, los restos de naufragios...
Un beso a las dos
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