© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

12.10.15

No se lo digas a nadie

No se lo digas a nadie, fueron sus últimas palabras. Era su favorito, quien lo atrapaba con sus palabras, con sus enseñanzas, con quien era capaz de apartar la vista de los cristales de la clase y atender sus explicaciones. A veces Luis se quedaba antes de salir al patio y le preguntaba cualquier cosa que ampliara sus enseñanzas al margen de la clase oficial, y entonces era cuando don Eutimio se encontraba en su verdadera salsa. Y no había materia que no dominara, la Aritmética y la Geometría, pero también la Historia y la Geografía y la Literatura. Don Eutimio era una verdadera enciclopedia. Eso, maestro de todo, era lo que Luis quería ser de mayor. De barba algo rala, tez morena y bigotillo con las gruías apuntándolas hacia su barbilla. Una sempiterna chaqueta de punto, con dos curiosas coderas le proporcionaba un aspecto juvenil a pesar de sus casi cuarenta años todo lo contrario que el resto de aquel vetusto claustro de maestros que lo miraban de soslayo y que lo marginaban como más tarde, mucho más tarde, descubrió Luis, un rabo de lagartija inquieto de cuerpo y curioso de espíritu, escuela, juegos, casa, juegos, calles, amigos, más juegos… era el decorado y el escenario de Luis. Un leve soplo de aire fresco quería entrar en aquellas aulas de pupitre corroído por las termitas y en aquel ambiente de muchedumbre de alumnos por un lado y alumnas por otro, separados por una frontera imaginaria pero muy real de patio polvoriento…  A la pregunta de quién se apuntaba voluntario a una clase práctica de Ciencias naturales, el dedo de Luis fue el único que se levantó en la clase. Nadie había escuchado nunca esa extraña palabra en el reino de la memoria y el catón. Don Eutimio sonrió a Luis y anotó la cita…
Aquella misma noche se fue a dormir mucho más temprano. Como siempre apagó la tristona luz de la mesilla y la claridad de la calle Collado entró por la ventana. Cerró los ojos. Puntual, tal y como don Eutimio era, a través de un corto silbido Luis se levantó de la cama, se vistió rápidamente, se calzó y con mucho cuidado, para no turbar el silencio de la casa, se encaramó a la ventana. Debajo, pegado a la pared mirando para arriba y con sus brazos extendidos el maestro esperó a que Luis fuese descendiendo aquel pequeño tramo de pared hasta poner sus pies en los hombros. Era un pequeño salto sin peligro pero se trataba, Luis era consciente, de un gran salto en su vida: iba a transgredir por primera vez las normas de los abuelos que hacían las veces de padres pues la muerte se los había arrebatado en un trágico accidente que no hace al caso en esta narración.
Con la emoción Luis iba poco abrigado, pero el corazón le latía con fuerza cuando subió en el soporte de  la vieja bicicleta  de don Eutimio. Recorrieron las calles vacías, muertas, en penumbra, silenciosas mientras algún perro a los lejos hacía sentir su presencia o el sereno daba la hora: las onceee… y serenooo… El sonido sordo y rítmico de la dinamo rozando la rueda delantera de la bicicleta parecía un trueno en aquella noche silenciosa de Hervás, tanto que parecía que iba a despertar a todo el pueblo desbaratando en su nacimiento aquella lección nocturna. La curiosidad y el gusto por el riesgo superaron al miedo que Luis sentía mientras el joven maestro pedaleaba dejando atrás las últimas casas baratas de la Peña los Lagartos jadeando, con la respiración entrecortada por el esfuerzo de la subida al monte. Un poco más allá del Puente Pedregoso se detuvo.
—Este también es buen sitio, cerca de Los Campillares. —El maestro retiró la vieja bici sobre un canchal de la cuneta y entre escobones y pedruscos llenos de liquen y musgo otoñal subieron unos metros más alejados de la carretera.
—Aquí. No hay cielo como el de Hervás para admirarlo.  Pero no se lo digas a nadie. Vas a recibir una lección que espero no olvidarás en mucho tiempo…
Don Eutimio se quitó la gabardina y la tendió sobre un canchal que comenzaba a despedir la humedad de la tempranera madrugada. La oscuridad era total y solo la mitigaba una pequeña linterna que el maestro apretaba para que la pequeña dinamo fuera generando un diminuto haz de luz, que proyectaba al rostro del alumno, deslumbrándolo.
Sentados sobre el gabán, don Eutimio chistó pidiendo silencio, mientras apagaba la linterna; al fin Luis sintió alivio de aquel molesto chorro de luz.
—Pues bien, Luis: levanta tu vista, permanezcamos en silencio unos minuto y luego…  trataré de contar la millonésima parte de lo que podemos ver.
—Ahí tienes, el Camino de Santiago que no es más ni menos que la Galaxia, el camino de estrellas donde se encuentra nuestro diminuto mundo –Luís pudo observar un manto blanquecino que atravesaba la bóveda de los cielos sobre Hervás atravesando el eje del orto y del ocaso, y más allá del valle donde los ríos se amansan. Una mancha de puntos de luz que parecía una alfombra, más que estrellas. –Es como la leche derramada de los pechos de la diosa  Hera para Hércules, al que se negó a alimentar. Pero todo eso son leyendas y nada más alejado de la realidad. La pura verdad es que este grandioso espectáculo es la representación de la vida. Con miles de millones de actores que son las estrellas que no se pueden contar. ¿Ves cómo forman figuras de nuestra Humanidad –Eutimio no dejaba de hablar y enumerar, dirigir su dedos hacia el firmamento señalando y Luis a duras penas era capaz de asimilar tal cantidad de información y de sabiduría—: La Osa mayor y la Osa menor… mira allí, el planeta Marte y ese grupo de estrellas forman una de las doce constelaciones del Zodiaco, el que rige el destino y las encrucijadas de todos nosotros. Pero no se lo digas a nadie… todo esto y más allá, detrás de la oscuridad de la noche hay más y más galaxias como lo dijeron en la antigüedad sabios que fueron juzgados, sentenciados y ejecutados por quienes se empeñaban en mirar los dedos que indicaban en lugar del más allá que los sabios mostraban.
La noche avanzaba y al fondo media docena de pálidas luces de Hervás carecían de importancia ante aquel derroche inenarrable que don Eutimio descubrió a Luis, al que ya se le había olvidado el frio, ante aquel magno espectáculo sobre sus cabezas.
Planetas, constelaciones, estrellas, figuras mitológicas, nombres que sonaron por vez primera en los oídos extasiados de Luis. Y el maestro señalando y denominando a todo aquel ingente conglomerado de puntos de luz. La luna, nueva, a punto del creciente, asomaba a duras penas tras la cordillera circundante al valle del Ambroz sumido en  sombras.
—Don Eutimio— Luis atinó a preguntarle la duda que le rondaba hacía rato— ¿y esto está también durante el día?
—Durante el día sigue ahí, igual que ahora pero nuestra estrella más cercana echa el velo de luz y lo tapa, pero está ahí. No te quepa ninguna duda. –Y el maestro sonrió por primera vez en aquella magna noche…
Luego siguió enumerando los astros que iba identificando. Orión, Sagitario, Cruz del Norte, Cruz del Sur, Constelación de la lira, del cisne… nebulosas, agujeros negros, estrellas fugaces y cometas, y excelsos personajes como Galileo, Copérnico, Ptolomeo, Jorge Juan y tantos nombres que en el futuro Luis habría de rescatar de la memoria de aquella inolvidable noche.
—El misterio radica en dónde está el final de esto. Pues lo que ves es solo una minúscula parte del Universo. Tras la pared negra de la noche, hay más y más galaxias, tan alejadas que aún su luz no ha llegado a nosotros… miles de millones de estrellas en Galaxias, que no tiene fin ni quizá principio, amigo mío… pero es un misterio sin resolver.
La madrugada avanzaba y el frio bajaba del Pinajarro. Hervás seguía en su sueño secular mientras el maestro y el alumno se empapaban de conocimientos, uno hablando e impartiendo sabidurías, el otro escuchando y contagiándose de amor por aquel maremágnum imposible de descifrar o explicar con palabras. Pero también sembró la duda— “es buena, conveniente, diría yo”— que germinó en aquella mente infantil cuando le hizo la segunda y última pregunta.
—¿Dios? –contestó don Eutimio incorporándose de la dura piedra donde habían estado sentados toda la noche— Dios… si quieres creerlo así, no tengo ningún inconveniente, pero no se lo digas a nadie. Cada cual tiene su dios, distinto para cada uno. Cada hombre, su dios… pero no lo digas nunca a nadie —Luis no estaba preparado para esa teoría semiatea pero lo escuchó extasiado. La verdad del maestro se abría paso en la mente del alumno. — Esto que estamos viendo… ¡mira! Ya está saliendo la Estrella de la mañana… o Lucero del alba, como llaman a lo que no es ni más ni menos que Venus. Te iba diciendo y nos vamos ya…  quería decirte por último, y no se lo digas a nadie, esto que está sobre nosotros, cubriendo la bóveda celeste tiene un autor, que no puede ser más que un gran artífice que haya creado esta enorme y perfecta maquinaria en movimiento aunque apenas lo notamos.  Un Gran Arquitecto que todo, lo que vemos y lo que no vemos ¡ni nunca veremos! ha creado y salido de sus excelsas manos e infinita y todopoderosa inteligencia. Pero no solo lo ha creado, sino que a cada componente de este gigantesco espectáculo le ha dado un papel, y cada cuerpo celeste que ves en el cielo lo ha dotado de un movimiento durante su Tiempo en su propio Espacio. Así desde el incierto principio de los tiempos y por toda la eternidad él ha dotado de movimiento eterno, y se sabe cuál es el ciclo de cada cuerpo celeste, y las fases de la luna y el alineamiento de planetas con que los agoreros proclaman el fin del mundo… como si nuestro minúsculo mundo fuera algo importante en el concierto celestial.  Todo gira en tan perfecto movimiento que nunca por los siglos habidos  y por haber se han entorpecido entre ellos. El Gran Arquitecto de la perfección… Luis, te agradezco que hayas venido y te pido que de ahora en adelante pongas en duda lo que se diga sobre mi… soy un simple aprendiz y solo creo en la fraternidad de todos los hombres. —El relente se precipitaba y Eutimio ayudó a incorporarse a Lusito— Vamos que hay que madrugar y se acerca el alba  por detrás del Pinajarro, va a caer el telón sobre el  Escenario de tu Camino de Santiago . Toma esto y guárdalo en señal de agradecimiento y de recuerdo… —Luis tomó un pequeño paquete con sus manos ya ateridas de frio.
La bajada hasta Hervás fue rápida, sin necesidad de mucho pedaleo. Ya no ladraba ningún perro, sino que a lo lejos, por las huertas del Ambroz, era un gallo anunciando la mañana.
La imagen del Corazón de Jesús cumpliendo su papel de contraventana fue testigo de la escalada de Luis hasta el dormitorio. Cuando alcanzó la habitación a oscuras, miró a la calle y don Eutimio le sonrió y le recordó que no se lo dijera a nadie mientras se llevaba su dedo índice a los labios.
Le costó dormir a Luis pero mucho más despertar. La vida continuaba…
A los pocos días, de repente, un nuevo maestro le sustituyó. Luis no tardó en saber que a don Eutimio lo habían trasladado a Trasmonte. Entonces fue cuando no pudo aguantar y confesó a sus abuelos, tía  y hermano, rompiendo la promesa de no decir nada, toda la aventura de la noche “del firmamento” sin omitir detalle alguno. Lo que más le dolió a Luis fue la sonrisita sarcástica de su hermano Salustiano cuando le contestó que de traslado, nada, que sabía de buena tinta que había sido llevado a Cáceres por la secreta, juzgado por comunista y por masón, y que ya penaba en El Dueso. Y que no desvariara, que ya conocían sus historias, que tenía muchos pajaritos en la cabeza, que él nunca se había atrevido a salir ni a la puerta de la calle, y menos en plena noche. Todos, menos la bondadosa abuela Encarna, rieron las gracias de “Luis que se creía sus propias aventuras”. ¡Lo has soñado, Luisito! fue la conclusión final.
 Aquella misma noche, lloró Luis de pena y de humillación. De pena de no volver a ver a don Eutimio, como así fue… y de la burla de su propia familia, aunque no se lo diría a nadie.
Pero Luis poco a poco, rememorando, fue hilvanando los recuerdos, los nombres, las oscuridades y hasta el movimiento de los astros aprendidos aquella noche. Y empezó a leer, al principio a escondidas, libros sobre astronomía. Fue un veneno que se le inoculó y ya no logró extraer de su mente. De vez en cuando le gustaba abrir la caja-regalo del buen don Eutimio y tocar, acariciar aquellos preciosos instrumentos plateados que seguramente habían sido propiedad del Gran Arquitecto. Una escuadra y un compás, con los que seguramente había diseñado el Camino de Santiago, o mejor, como una vez dijo don Eutimio, la Vía Láctea y todas las infinitas Vías y Caminos del Universo. Y a él, Luis Santisteban Martel,  le señalaron otros caminos inescrutables, lejos de los cielos de Hervás pero nunca perdió la costumbre de mirar cualquier otro, aunque nunca volvieran a ser lo mismo. Don Eutimio, y ahora ya sí lo proclamaba a los cuatro vientos, debía andar en algún lugar de la Vía Láctea desempeñando el papel que le correspondía…

© Jose A. Bejarano





22.9.15

20:32 h. 11 octubre 2016 ... comienza YOM KIPPUR...


  SEIS Y MEDIA DE LA MAÑANA
                                                       (De mi bloc de rutas)

                        Hoy, 11 de octubre de 2016, 9 Tishri, 5777, comienza en todo el mundo judío una de las principales fiestas del calendario, diez días después de la celebración de Rosh ha-Shaná, el año nuevo.
                        Marco el 3-0-1-2, número del teléfono de tu habitación. Tardas en responder, pero al fin te decides, al tiempo que, seguro, te desperezas.
                        —Buenos días. Es Yom Kippur, y aunque no seamos demasiado creyentes, sí es obligado que, por una vez, acudamos a la sinagoga, y asistamos al viejo rito de arrepentimiento por todas las “faltillas” cometidas durante el año, y después, aprovechando que nos encontramos en Israel, y aunque la agencia de viaje no nos ha preparado ningún programa para hoy, vamos tú y yo a recorrer la ciudad vieja de Jerusalén. Ya sé que será un poco cansado, pero creo que merecerá la pena.
                        Como estamos alojados en el King David Hotel (*****), lo primero será acudir a una de las sinagogas que hay por los alrededores —hoy por desgracia estarán custodiadas por aguerridos y bellas soldados del ejército de Israel, ya que ayer una intolerante terrorista se “inmoló” arrasando y segando la vida de varias personas.
               Después de desayunar un buen café turco bien cargado y una “pita” —pan árabe relleno de salpicón de carne y sésamo—, de orar un ratito, cada uno en el sitio asignado, en la sinagoga atestada de gente que estará todo el día rezando, escuchando viejos textos y ayunando, aprovecharemos las solitarias calles para pasear por los rincones de la vieja ciudad, recorreremos la explanada de las Mezquitas, donde radica el alma de tres pueblos: sobre unos escasos metros cuadrados la esencia de la filosofía de sus vidas, pero también por desgracia, el núcleo de uno de los conflictos más largos y sangrientos de la historia del ser humano sobre la faz de la tierra. Allí se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, la más sagrada del mundo cristiano, más anhelada incluso que la basílica mayor de Roma, vigilada por la iglesia ortodoxa griega, que se niega a ceder la custodia a las otras confesiones cristianas; más allá está erigida la Mezquita de Omar, desde la que según otros jerosolimitanos, Abraham estuvo a punto de inmolar a su hijo Isaac y desde donde Mahoma, dicen, subió al cielo. Ahí fue donde el primer ministro Ariel Sharom se dio un paseo cargado de provocación que coadyuvó a hacer de esta, una guerra interminable. Y por fin, en el rincón sur de la explanada, te mostraré  lo que queda del viejo templo de Salomón, destruido y redestruido por Nabucodonosor y Tito, los restos por el que han suspirado y suspiran millones de judíos allá donde estuvieran o estén: en las diásporas; en los exilios; en las huidas; en los destierros; en las celdas de los campos de exterminio a la espera de los crematorios donde las esperanzas de volver se desvanecieron; en los más recónditos lugares del mundo; en las aljamas medievales de la antigua Sefarad o en los despachos de Manhattan. Desde hace dos mil años, suspiran por apoyar su frente y musitar una oración. Te hablo del Kotel, del Muro de las Lamentaciones, allí pararemos, tú a un lugar del murallón y yo a otro, como marcan las reglas judaicas. Yo me colocaré la kippá —las tienen de cartón para turistas como nosotros—, y realizaré por fin lo que he ansiado toda mi vida: depositar en cualquier resquicio de los bloques de granito un rollito de papel donde estarán escritas mis peticiones más queridas e íntimas, y allí las dejaré hasta que el efecto del tiempo lo desintegre, pero con la convicción de que el espíritu de mis peticiones, junto a los de millones de creyentes, permanecerá formando una argamasa capaz de sujetar por los siglos de los siglos el Muro para que el pueblo de Israel continúe depositando sus oraciones y sus esperanzas hasta el fin de los tiempos.
                        Si nos dejan pasar los controles en la calles —no te dejes el bolso en ningún sitio, si no quieres que en menos de diez minutos estén los artificieros del ejército haciéndolo volar en mil pedazos—, pasearemos por Vía Dolorosa, compraremos algún recuerdo para turistas (a saber: varias estrellitas de David, una mezuzah para la puerta del apartamento de la playa, algunas ramitas de olivo del Huerto, camisetas con la minorah estampada, Sefer Torá de plástico made in Taiwán, velas y un candelabro de sabatt y dos calendarios judíos) en los puestos de los árabes israelíes.
               Dejaremos a un lado la subida por donde se accede al Getsemaní y al Monte de los Olivos, y tomaremos un taxi para ir a comer a la calle Ben Yehuda, cerca de la catedral de Rusia, en cualquier puestecillo de comida kasher, cocinada según los ritos judíos, ya que no estaremos obligados al ayuno.
                        Por la tarde, daremos un paseo por la avenida Ha-Melekh hasta Me’a Shearim, el barrio donde viven los ultraortodoxos de largos tirabuzones, gruesos caftanes y gorros de piel, intentando conservar estrictamente, intolerantes, hasta sus últimas consecuencias, las  reglas del judaísmo. Así que cuídate de tapar entonces esos bonitos hombros.
                        La visita al museo del Holocausto —hoy, cerrado— la dejaremos para pasado mañana, y allí conoceremos el homenaje de Israel a los mártires de los campos de exterminio.
                        Al atardecer, subiremos andando hasta el Molino de Montefiore, al lado de la tumba de David, y veremos cómo las murallas van adquiriendo distintas tonalidades de color según el sol va cayendo.
               De retorno al hotel, seguramente escucharemos el tañido del Sofár, el cuerno de carnero de bronco sonido, que indica el final del ayuno de Yom Kippur. Cenaremos en la terraza del hotel, y brindaremos con vino judío por la paz, y por nosotros.
               Seguro que a esas horas estaremos cansados, pero habremos visitado y vivido la tres veces santa ciudad de JERUSALEM, o sea, CIUDAD DE LA PAZ.
                        Así que, venga, levántate que son las siete de la mañana. Te espero en el hall de entrada. Después del rollo, no sé si sigues a la escucha o te has vuelto a dormir… ¡Holaaa! 
                        Es Yom Kippur.
                        Shalom!!

20:32 h. 11 octubre 2016 ... comienza YOM KIPPUR...


  SEIS Y MEDIA DE LA MAÑANA
                                                       (De mi bloc de rutas)

                        Hoy, 11 de octubre de 2016, 9 Tishri, 5777, comienza en todo el mundo judío una de las principales fiestas del calendario, diez días después de la celebración de Rosh ha-Shaná, el año nuevo.
                        Marco el 3-0-1-2, número del teléfono de tu habitación. Tardas en responder, pero al fin te decides, al tiempo que, seguro, te desperezas.
                        —Buenos días. Es Yom Kippur, y aunque no seamos demasiado creyentes, sí es obligado que, por una vez, acudamos a la sinagoga, y asistamos al viejo rito de arrepentimiento por todas las “faltillas” cometidas durante el año, y después, aprovechando que nos encontramos en Israel, y aunque la agencia de viaje no nos ha preparado ningún programa para hoy, vamos tú y yo a recorrer la ciudad vieja de Jerusalén. Ya sé que será un poco cansado, pero creo que merecerá la pena.
                        Como estamos alojados en el King David Hotel (*****), lo primero será acudir a una de las sinagogas que hay por los alrededores —hoy por desgracia estarán custodiadas por aguerridos y bellas soldados del ejército de Israel, ya que ayer una intolerante terrorista se “inmoló” arrasando y segando la vida de varias personas.
               Después de desayunar un buen café turco bien cargado y una “pita” —pan árabe relleno de salpicón de carne y sésamo—, de orar un ratito, cada uno en el sitio asignado, en la sinagoga atestada de gente que estará todo el día rezando, escuchando viejos textos y ayunando, aprovecharemos las solitarias calles para pasear por los rincones de la vieja ciudad, recorreremos la explanada de las Mezquitas, donde radica el alma de tres pueblos: sobre unos escasos metros cuadrados la esencia de la filosofía de sus vidas, pero también por desgracia, el núcleo de uno de los conflictos más largos y sangrientos de la historia del ser humano sobre la faz de la tierra. Allí se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, la más sagrada del mundo cristiano, más anhelada incluso que la basílica mayor de Roma, vigilada por la iglesia ortodoxa griega, que se niega a ceder la custodia a las otras confesiones cristianas; más allá está erigida la Mezquita de Omar, desde la que según otros jerosolimitanos, Abraham estuvo a punto de inmolar a su hijo Isaac y desde donde Mahoma, dicen, subió al cielo. Ahí fue donde el primer ministro Ariel Sharom se dio un paseo cargado de provocación que coadyuvó a hacer de esta, una guerra interminable. Y por fin, en el rincón sur de la explanada, te mostraré  lo que queda del viejo templo de Salomón, destruido y redestruido por Nabucodonosor y Tito, los restos por el que han suspirado y suspiran millones de judíos allá donde estuvieran o estén: en las diásporas; en los exilios; en las huidas; en los destierros; en las celdas de los campos de exterminio a la espera de los crematorios donde las esperanzas de volver se desvanecieron; en los más recónditos lugares del mundo; en las aljamas medievales de la antigua Sefarad o en los despachos de Manhattan. Desde hace dos mil años, suspiran por apoyar su frente y musitar una oración. Te hablo del Kotel, del Muro de las Lamentaciones, allí pararemos, tú a un lugar del murallón y yo a otro, como marcan las reglas judaicas. Yo me colocaré la kippá —las tienen de cartón para turistas como nosotros—, y realizaré por fin lo que he ansiado toda mi vida: depositar en cualquier resquicio de los bloques de granito un rollito de papel donde estarán escritas mis peticiones más queridas e íntimas, y allí las dejaré hasta que el efecto del tiempo lo desintegre, pero con la convicción de que el espíritu de mis peticiones, junto a los de millones de creyentes, permanecerá formando una argamasa capaz de sujetar por los siglos de los siglos el Muro para que el pueblo de Israel continúe depositando sus oraciones y sus esperanzas hasta el fin de los tiempos.
                        Si nos dejan pasar los controles en la calles —no te dejes el bolso en ningún sitio, si no quieres que en menos de diez minutos estén los artificieros del ejército haciéndolo volar en mil pedazos—, pasearemos por Vía Dolorosa, compraremos algún recuerdo para turistas (a saber: varias estrellitas de David, una mezuzah para la puerta del apartamento de la playa, algunas ramitas de olivo del Huerto, camisetas con la minorah estampada, Sefer Torá de plástico made in Taiwán, velas y un candelabro de sabatt y dos calendarios judíos) en los puestos de los árabes israelíes.
               Dejaremos a un lado la subida por donde se accede al Getsemaní y al Monte de los Olivos, y tomaremos un taxi para ir a comer a la calle Ben Yehuda, cerca de la catedral de Rusia, en cualquier puestecillo de comida kasher, cocinada según los ritos judíos, ya que no estaremos obligados al ayuno.
                        Por la tarde, daremos un paseo por la avenida Ha-Melekh hasta Me’a Shearim, el barrio donde viven los ultraortodoxos de largos tirabuzones, gruesos caftanes y gorros de piel, intentando conservar estrictamente, intolerantes, hasta sus últimas consecuencias, las  reglas del judaísmo. Así que cuídate de tapar entonces esos bonitos hombros.
                        La visita al museo del Holocausto —hoy, cerrado— la dejaremos para pasado mañana, y allí conoceremos el homenaje de Israel a los mártires de los campos de exterminio.
                        Al atardecer, subiremos andando hasta el Molino de Montefiore, al lado de la tumba de David, y veremos cómo las murallas van adquiriendo distintas tonalidades de color según el sol va cayendo.
               De retorno al hotel, seguramente escucharemos el tañido del Sofár, el cuerno de carnero de bronco sonido, que indica el final del ayuno de Yom Kippur. Cenaremos en la terraza del hotel, y brindaremos con vino judío por la paz, y por nosotros.
               Seguro que a esas horas estaremos cansados, pero habremos visitado y vivido la tres veces santa ciudad de JERUSALEM, o sea, CIUDAD DE LA PAZ.
                        Así que, venga, levántate que son las siete de la mañana. Te espero en el hall de entrada. Después del rollo, no sé si sigues a la escucha o te has vuelto a dormir… ¡Holaaa! 
                        Es Yom Kippur.
                        Shalom!!

12.9.15

Que vienen

—Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen!
El Joaquín recorría las calles advirtiendo de la noticia que de tanto en tanto se extendía por la población infantil de Hervás.
Era la voz de alarma que nos hacía sacudir nuestros aburrimientos y rutinas diarias.
Ya sabíamos y nos cuidábamos de no frecuentar las campas que los visitantes elegían de forma casi unánime para acampar. Prohibido acercarse en doscientos metros a la redonda y hacernos invsible a aquellos seres misteriosos que acampaban en los alrededores del pueblo.
Pero yo, aquella tarde, a la caída del sol, no pude resistir de acercarme a escondidas y observar a aquellos personajes que a su sola mención, nos alertaba y nos ponía en guardia.
Me lo pensé pero me armé de valor y antes de la noche cerrada me acerqué escondiéndome tras los negrillos de las campas de San Antón. Según iba acercándome, nervioso y a punto de sucumbir al miedo, logré sobreponerme y me situé tras una pared desde la que pude observar un minúsculo campamento que consistía en un carromato sin los dos mulos que pastaban cerca. Una fogata de alegres llamas proyectaban sombras ganándole en luz a la de la tarde que acababa definitivamente. Un olor penetrante a carne y pimentón salía de un perol cercano al fuego. De pronto salió del carro un hombre portando un instrumento que jamás había visto en mi vida. De tez morena y facciones fibrosas, lucía un mostacho. Se sentó al lado del fuego y sin mirar a la mujer que trasteaba por los alrededores, se lo colocó en la cara, y con una especie de vara con una cuerda finísima, comenzó a rasgar aquel instrumento del que surgían notas tristísimas. La mujer dejó sus tareas e hizo una señal a una muchacha que yo no había visto. No tendría más de doce o trece años, pero a pesar de mi bisoñez, de mi inocencia, me dí cuenta de la belleza de la muchacha. El hombre del instrumento rascaba las cuerdas de la especie de pequeña guitarra con la madera y la cuerda. Los sones lentos y tristes fueron conviertiéndose en alegres y rapidos, rítmicos sones de una música parecida al órgano del convento trinitario. Yo era un niño de apenas once años y sentí que aquellos sones no podían pertenecer a la música que hasta entonces yo conociera. La muchacha se descalzó y comenzó a bailar al ritmo de la música. Daba vueltas, alrededor del fuego… su falda se levantaba mostrando unas bellas piernas y al ritmo acelerado de la música, ella iba dando vueltas y vueltas levantando los brazos, el izquierdo señalando al horizonte y el derecho señalando a las estrellas nacientes de la noche de Hervás… y giraba y giraba y giraba…
Me costó dormir aquella noche con la sensación de culpabilidad, por haber roto la promesa de recogerme pronto cuando llegasen los “júngaros”, pero al mismo tiempo de haber descubierto un mundo desconocido para mi. Pero lo iba a solucionar
—Abuelo Amadeo, ¿de dónde vienen los “júngaros”? —mi abuelo se volvió a mirarme y por una vez lo noté serio y tenso— di, ¿de dónde vienen?
—Hijo mío, me haces preguntas muy difíciles y yo no sé tanto como tú crees— solo te puedo decir que vienen de muy lejos, de una nación en la que mandan los comunitas —en este mundo bajó la voz— pero que según dice el parte, quisieron echarlos y muchos de ellos han tenido que huir. Esos son los húngaros… Húngaros, Jose. De Hungría, cerca de Rusia. Y ya no te puedo decir más que me va a oir tu madre y no quiero que crea que te meto historias en la cabeza.
—Don Matías — el maestro se puso las manos en la espalda, el único maestro de la escuela que no llevaba regla y que por ese importante detalle se había ganado mi confianza. Me miró esperando a ver qué quería —Don Matías, ¿adónde van los júnga… digo los húngaros?
Don Matías me sonrió, bonachón, y me miró con ojos muy abiertos, siempre que podía nos hablaba de viajes y de historias…
—Ni júngaros, ni húngaros, Jose, esos seres humanos que de vez en cuando aparecen por el pueblo, proceden de las entrañas de Europa, y son zíngaros. Lo más pobre y desarraigado de aquellos pueblos. Pero, no hay que equivocarse, son felices a su manera. Me has preguntado a dónde van y eso deberías preguntárselo a ellos. Solo sé que no les para ninguna frontera, ni guerras, ni ríos ni montañas, ni frios ni calores. Es un pueblo que camina con sus propias leyes y sus propias reglas y costumbres. Que parece que huyen, pero que no quieren refugio. Se conforman con vivir…
—Gracias, don Matías —salí corriendo del patio de la escuela y me dirigí de nuevo hasta el pequeño campamento. Cuando llegué solo unos rescoldos humeantes quedaba del campamento júngaro. Me encontraba decepcionado y triste. Miré hacia la carretera y a lo lejos, iniciando la subida al Alto de las palomas el viejo carromato levantaba una pequeña nube de polvo de cuneta. Los mulos tiraban trabajosamente de aquel pequeño universo. El padre músico caminaba con un látigo arreando de las bestias, la mujer caminaba a su lado. Y la muchacha, en la trasera del carro, sentada y balanceando sus piernas. Levanté la mano por si me veía, pero creo que no. Ellos no tenían fronteras, según me contó don Matías, y ya habían cruzado la mía…

11.9.15

110.000 visitas

Agradecido a todos los amigos que por aquí entran. Ciento diez mil visitas a un blog que no tengo abandonado a pesar de las apariencias. GRACIAS DE CORAZÓN

25.7.15

Mi tío Víctor cumple noventa y tres años

Victor Mártil Neila, mi querido tío, cumple noventa y tres años 1922...
Vive en Hervás. Hoy cumple noventa y un años. Y es mi tío. Y me han proporcionado su número de teléfono, para que lo llame y le felicite. Pero como no me gusta nada hablar, y menos por teléfono, aunque sé que le haría mucha ilusión, prefiero poner esta entrada (que pueda ser vista en todo el mundo) para que sirva de humilde homenaje a "Tiovito", así, como suena, todo junto, como lo he conocido desde que empecé a dar la lata allá por el Rincón de la Vaca Brava, y luego cuando lo veía subir en la moto Guzzi Hispania, cada tarde, desde el Salugral. Y cuando correteaba junto a la puerta principal de su casa con Joseluís, pero también en las traseras, en aquella resguardada terraza con vistas y acceso al "prao". Y subir a la galería, y ver la sonrisa dulce de tía Alicia.
Y mirar, en secreto, las manos encallecidas de tío, de verle encima de un andamio, de caminar junto a su hermano, Tioantonio, de subir las empinadas escaleras de gastada madera de sus padres, mis abuelos, Vale y Amancio, y de tantas y tantas veces que os veía a los tres...
Tio Vito, que cumplas muchos más años, que tu presencia sirva para recordarnos a todos quiénes somos, y de qué honorable y trabajadora familia procedemos. 
Tio Vito, que seas feliz en compañía de toda tu familia, y que sepas que tu sobrino (el Jose) te recuerda con cariño y que sepas que siempre me lo trasmitió tu hermana, Martina, mi madre.

FELIZ EN TUS 93 
Y ENHORABUENA A MIS PRIMOS
 Hervás, julio 2015

2.7.15

Grecia no puede morir!!!

Espero que este pedazo de monumento, que pertenece a la Humanidad, sea motor de arranque para la economía de los griegos, que el Partenón, cuna de la democracia, continúe peremne presidiendo el Ágora de la enorme ciudad que es Atenas. Que los dioses del Olimpo guarden y protejan por siempre estas viejas piedras. PERO, POR TODOS LOS MISMOS DIOSES Y MUSAS, retiren esa horrorosa grúa que lleva la tira de años en el interior de sus columnas y cimientos!!! Y cuidadito con los chinos, no pongan sus ojos en el emblema de Occidente... y no quiero dar pistas...

Telepúfo

El subministro sonreía mirando desde su despacho. Por fin se iba a ganar el favor del Ministro 1 presentando el encargo del jefe corregido ...