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22.2.25

Ajedrez

     Era un tablero de ajedrez, el juego de moda, a punto del cambio de centuria en la tenebrosa frontera entre 1199 y 1200. Sobre el tablero, las piezas colocadas en sus lugares correspondientes: Alfonso IX de León; Alfonso VIII de Castilla; Sancho VII de Navarra, y Pedro II de Aragón. Reyes con sus respectivas damas. Enfrente, el enemigo común aunque todo hay que decirlo, para unos más que para otros: al sur del reino almohade, asentado en la feraz orilla mediterránea liderando la tierra conquistada por sus antepasados, Muhamad an-Nasir, el califa de al-Andalus, de Marruecos y de Orán, Príncipe y Comendador de los Creyentes.


    Alfonso VIII de Castilla quería reanudar la reconquista de la península y arrebatarla a los hijos del Profeta y de la Media Luna. Aun así había reinos que no veían con buenos ojos dicha política y no dudaron en guerrear entre ellos, en el campo de batalla y en el campo del honor familiar. Berenguela fue casada con el rey de León, Alfonso IX. Los señoríos vascones se decantaron por los reyes y reinados convenientes y de interés, pero el rey de Castilla dio un puñetazo sobre la mesa. Necesitaba armas, castillos, avituallamiento y sobre todo hombres con que reiniciar el proceso de expulsar a la morisma de Hispania, la vieja tierra visigoda. Leonor animaba a su real esposo Alfonso a meditar los pasos a seguir en aquella crucial partida de ajedrez donde la astucia, la audacia, la previsión y la provisión, además de la paciencia y la crueldad jugarían un papel crucial.

    En Roma Inocencio III había otorgado el "Hágase en Nombre de la Cristiandad" la conquista de los reinos cristianos usurpados, por tanto Alfonso convocó a los reyes en su castillo toledano de la frontera a fin de recabar el concurso de todos los hijos de Dios. Finalmente, excepto el leonés, se unieron y acordaron reiniciar la campaña contra el invasor.

    En Orán se encontraba Miramamolín -que así era llamado el califa en las tierras cristianas- de barba pelirroja y ojos garzos gustando y solazándose de los placeres del hammam, acicalado por eunucos y efebos reales con aguas frescas de oasis y ungido su cuerpo con aceites de Baena, gimiendo de placer y emitiendo ayes con su media lengua, delicia ésta proporcionada por ellos y ellas, dejó en manos del fiel Al-Mansur los cuidados de las marcas fronterizas del norte en el lejano Aragón. No sabía que cerca del alcázar toledano, ya en manos cristianas, Alfonso disponía sus piezas para avanzar hacia el sur.
La partida de la guerra iba a comenzar, augurando los estrategas reales que sería larga y dolorosa. Unos, comandados por Castilla -Aragón, Navarra, las huestes de Portugal y de otros reinos de más allá de los Pirineos, los señoríos vascos y las Órdenes militares- y enfrente, el enemigo sarraceno.
El tablero estaba dispuesto. Cristo y Mahoma; la Cruz y el Creciente; La Meca y Roma; occidente y Oriente; la espada y la cimitarra, Allàh y Dios, Dios Y Allàh. A un lado y a otro, blancas y negras.
La Cristiandad y el Islam se miran retadores. El mundo se la juega.
La partida comienza con un gambito a la espera del enroque rey-torre...
    Por el camino campanas castellanas tañen llamando a Misa y más allá, los muhecines de los villorrios andalusíes llaman a la oración salmodiando que no hay más dios que Allàh y que su profeta es Mahoma.
    El reloj se pone en marcha siendo respectivamente febrero de 1200 año del Señor Jesucristo y Rabbi Al-Awwal año 596 de la Hégira de Mahoma.

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