Era un tablero de ajedrez, el juego de moda, a punto del cambio de centuria en la tenebrosa frontera entre 1199 y 1200. Sobre el tablero, las piezas colocadas en sus lugares correspondientes: Alfonso IX de León; Alfonso VIII de Castilla; Sancho VII de Navarra, y Pedro II de Aragón. Reyes con sus respectivas damas. Enfrente, el enemigo común aunque todo hay que decirlo, para unos más que para otros: al sur del reino almohade, asentado en la feraz orilla mediterránea liderando la tierra conquistada por sus antepasados, Muhamad an-Nasir, el califa de al-Andalus, de Marruecos y de Orán, Príncipe y Comendador de los Creyentes.
Alfonso VIII de Castilla quería reanudar la reconquista de la península y arrebatarla a los hijos del Profeta y de la Media Luna. Aun así había reinos que no veían con buenos ojos dicha política y no dudaron en guerrear entre ellos, en el campo de batalla y en el campo del honor familiar. Berenguela fue casada con el rey de León, Alfonso IX. Los señoríos vascones se decantaron por los reyes y reinados convenientes y de interés, pero el rey de Castilla dio un puñetazo sobre la mesa. Necesitaba armas, castillos, avituallamiento y sobre todo hombres con que reiniciar el proceso de expulsar a la morisma de Hispania, la vieja tierra visigoda. Leonor animaba a su real esposo Alfonso a meditar los pasos a seguir en aquella crucial partida de ajedrez donde la astucia, la audacia, la previsión y la provisión, además de la paciencia y la crueldad jugarían un papel crucial.
En Roma Inocencio III había otorgado el "Hágase en Nombre de la Cristiandad" la conquista de los reinos cristianos usurpados, por tanto Alfonso convocó a los reyes en su castillo toledano de la frontera a fin de recabar el concurso de todos los hijos de Dios. Finalmente, excepto el leonés, se unieron y acordaron reiniciar la campaña contra el invasor.
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