Cuando me llaman
al-Qurtubî [el Cordobés], lo acepto con orgullo. Nací, sin embargo, en
Umba [Huelva], en el año 404 de la Hégira. Soy Abũ ‘Ubayd’
Abdallāh al-Bakrī, hijo de Abd al Azīz al-Bakrī, de la familia de los Bakrīes,
de muy alto linaje, cuyas raíces se hunden en esta tierra de al-Ándalus desde
los tiempos del hayib [ministro] Muhammad ibn Abū
Āmir, llamado al-Mansur [Almanzor].
Deseo
narrar la historia de la formación, apogeo y fin del efímero sueño de una de
las coras [demarcaciones
territoriales en que estaba
dividido al-Ándalus] gobernada por mi muy amado padre, rodeado de una corte de jeques y consejeros con miras a administrarla eficaz y sabiamente, la ta’ifa que pudo haber sido poderosa y quedó en el intento. Con ello rememorar las vicisitudes de un pequeño y modesto emirato, casi desapercibido al lado de los grandes. De lo que pudo haber sido y no lo dejaron ser: el Reino de Xaltis [Saltés].
dividido al-Ándalus] gobernada por mi muy amado padre, rodeado de una corte de jeques y consejeros con miras a administrarla eficaz y sabiamente, la ta’ifa que pudo haber sido poderosa y quedó en el intento. Con ello rememorar las vicisitudes de un pequeño y modesto emirato, casi desapercibido al lado de los grandes. De lo que pudo haber sido y no lo dejaron ser: el Reino de Xaltis [Saltés].
Saltés en la actualidad |
Desentrañar las causas que provocaron aquellos
tristes episodios es una tarea que me ha ocupado varios años. Desde que me
exilié, el tiempo y la distancia me han ofrecido la oportunidad de llegar a
ciertas conclusiones, que aunque no dejan de ser, en parte, producto de mi
imaginación, no están reñidas con las certezas que me han ido dictando mi
corazón y mi conciencia.
Mientras la
luz del día se va difuminando más allá de las torres y minaretes de
Madinat az-Zahra [Medina Zahara], alzo la vista antes de mojar el
cálamo en la tinta y comenzar a escribir sobre un buen papel de Sātiba,
evitando el divagar a fin de reflexionar, ponderar y delimitar
responsabilidades, sin pretender atribuirme papel de juez alguno, sino más bien
ser simple fedatario de cómo ocurrieron aquellos acontecimientos…
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Olas suaves lamían
entonces las costas del Reino de Xaltis. Allí se encuentran las cuatro millas
de islas donde se asentaba su territorio rodeado por los de al-Garb [Algarve], Mārtulah [Mértola], Lebla [Niebla],
Ishbiliya
[Sevilla] y, al septentrión de todos ellos, otras tierras. Así, está resguardado
entre dos grandes ríos, al oriente y al occidente, el Wadi al-Kibir [Guadalquivir]
y el Wad-ana [Guadiana]. Al sur, baña sus playas el mismo mar del
Reino de Fez en África.
Era Xaltis,
echando mi vista minuciosa sobre aquel tiempo pasado, una ciudad principal que
hacía justa competencia a la vecina Umba [Huelva]. En sus alrededores
existía una gran actividad artesanal. Tenía, además de ricos y feraces huertos
donde se cultivaban legumbres y flores, una atarazana, así como una alcazaba y
algunos talleres de metalurgia donde se fundían el hierro y otros metales. La
mezquita se erigía en el centro de la ciudad, donde sus habitantes oraban las
cinco veces preceptivas del día.
Su puerto
era refugio de numerosos navíos dedicados a las artes de la pesca, y a menudo
se dirigían a Umba vadeando los numerosos caños y canales marismeños. Abrazando
a las dos ciudades en sus desembocaduras, los ríos Saquía [Tinto] y
Wadi-Wabru [Odiel].
En
sus campos costeros pacía el ganado lanar, y caballos y bueyes, y se cultivaba
trigo y maíz entre cauces de aguas. En otros campos del interior, minas, aguas ―algunas
salobres y muchas salubres― y numerosa fauna de los tres elementos. La tierra
era fecunda. Y así, en este trozo del paraíso, siendo el 403 de la Hégira [Año 1012 de la Era cristiana], mi padre
fue proclamado y elevado al trono de la ta’ifa, una vez consumada la fitna [crisis,
disputa] del califato de Qurtuba...
Pasaron los
años y en el 435 (H.), después de deliberaciones entre los consiliarios y el
monarca, este decidió la acuñación de moneda propia, con objeto de ponerla en
circulación para el uso de los habitantes, con la función de cobrar impuestos, insuflar
confianza en el pueblo llano, pagar a los servidores del estado, mercadear e
intercambiar tanto en el interior como tras las fronteras del reino y, por
tanto, a largo plazo, fortalecerlo como protección de otros pueblos y reinos
del norte, incluyendo los ejércitos infieles. Se encargó a uno de los talleres
de metalurgia de Xaltis, el de Abdul, a que se convirtiera en sikka [ceca, Casa de la moneda] para acuñar
dichas monedas, para lo cual encargó suficiente cobre de Granada, así como de
la por entonces escasa plata.
Abdul
dispuso los crisoles y reavivó los hornos para fundir los metales, y comenzó la
acuñación de moneda dirheme siguiendo las instrucciones recibidas acerca de la
ceca de Xaltis y su cuño, la marca de al-Bakrî, las inscripciones sobre la
unicidad de Dios, los adornos florales así como el valor facial acordes con la
aleación, peso y medidas justas, a fin de conseguir con cien dirhemes el
equivalente a diez dinares de oro de los otros reinos, en cantidad exactamente calculada
para no depreciar su valor. El encargado de vigilar que los deseos reales
fueran realizados fue el jeque Galib Ibn Ahmed, quien rara vez abandonaba la
ceca, pues además encontró momentos para poner su mirada en Nawar, la hija de Abdul,
de ojos grandes y negros como el novilunio y hermosa como el reflejo de la luz
en los bajíos de la playa. Su padre la tenía destinada a unir en matrimonio con
algún rico mercader de África, tal vez del lejano imperio de Malí. Por ello, no
era del agrado de Abdul saber a su hija lejos de los aposentos privados, pues no
le habían pasado desapercibidas las atenciones con la que el encargado real
dispensaba a la joven.
Abdul
consideró una afrenta aquella situación en su propia casa. No podía, a pesar de
los dictados de su corazón, hacérsela pagar al jeque en aquellos precisos
momentos, no convenía a sus intereses actuar al instante, pues también debía
atender los asuntos del negocio. En mala hora pensó en urdir una estratagema mientras
miraba absorto cómo los crisoles vertían en chorros fundidos el cobre y la
plata. Una idea se le fue ocurriendo: según acuñase la moneda, iría cumpliendo
los compromisos adquiridos pero a su manera, no dudando para ello hacer valer
sus influencias.
“Rey y Emir de Xaltis”,
leyó el sayrafi [cambista] en el reverso, dando su visto bueno a la ceca
acuñada y al sagrado texto de que no existe más que un dios y quién es su
profeta. Las monedas estaban dispuestas.
Portada de Los caminos y los reinos |
Ya
desembarcados, unos carruajes fueron cargados para transportar el dinero hasta
Ishbiliya.
Púsose en marcha la caravana hasta los territorios no amigos del rey
al-Mu’tadid. La caravana avanzó confiada en llegar al nuevo destino sin
contratiempos dado que aquella comisión viajaba en son de paz, a pesar de que
bien se sabe cómo los dineros fomentan muchas veces el afán de la codicia y
lleva a los hombres a guerrear. Si era correcta la orden recibida de desviar
dichos fondos hacia Ishbiliya, poderosa razón debió haber para aquel cambio.
Una partida
del Rey dio el alto a la caravana de Xaltis al discurrir por al-Saraf [Aljarafe].
Las credenciales presentadas por el jeque Ibn Ahmed fueron insuficiente
salvoconducto para evitar el registro de la caravana. De resultas fueron
requisadas las cajas del erario del Reino de Xaltis y sus responsables, conducidos
al alcázar.
Entre los
dirhemes de Xaltis, descubrieron los agentes del Cadí y los cambistas de la
ceca de Ishbiliya una partida de dirhemes con una proporción muy alta de cobre
y un recubrimiento de plata con las señales de al-Mu‘tadid: nada sobre dichas
monedas constaba en la relación contable. Los cargos imputados fueron los de
tráfico ilícito de caudales, imitación de moneda (luego) falsificación de la
ceca, usurpación de identidad y alteración del valor real frente al valor
nominal monetarios.
Era,
claramente, una vil, insidiosa, pero simple y sencilla trampa, dentro del plan
urdido por Abdul que había acuñado secretamente un número de monedas falsas
domeñando ―deseo en este caso expresarlo así, mejor que aleando― tan generosos
metales, conspirando para conseguir que su enemigo las llevara en persona hasta
la misma víctima del engaño, sin importarle quiénes le acompañarían y cuáles
funestas consecuencias podría acarrear aquella acción.
La justicia
de al-Mu‘tadid fue administrada según el capítulo que trata de los defraudadores, en el Noble Libro,
y por ello los responsables fueron encausados y juzgados según el grado de
participación en los hechos. El cargamento, tanto el legal como el delictivo,
fue fundido en el alcázar de la capital del reino de al-Mu‘tadid.
Por
aquellos tiempos el acoso constante de los ejércitos del rey cristiano de León,
Fernando I, obligó a las numerosas ta’ifas del sur de al-Ándalus a que formaran
alianzas y acordasen pactos de todo tipo. Al-Mu‘tadid, temiendo ser futuro
deudor de parias y tributos abusivos, concluyó cómo la desunión favorecía la
debilidad, y por tanto vía libre al rey cristiano para la reconquista del reino
andalusí. Mi padre, por su parte, solicitó ayuda al soberano cordobés
Ibn-Yahwar a fin de frenar el expansionismo de al-Mu‘tadid, pero por
desgracia fue tratado como el reyezuelo que era, y desoído.
Así fue
como, si de los haces anverso y reverso de una de aquellas monedas se tratase,
al-Mu‘tadid hizo causa de sus ansias proteccionistas y concausa del asunto
banal del incidente del erario, completando así sus pretextos para desencadenar
la tormenta que se abatiría después sobre el reino de Xaltis.
Y ocurrió.
A la puesta del sol de un día de Zu l Hijja [diciembre] del 443
(H.), desde Lebla anteriormente tomada, las tropas de al-Mu‘tadid se dispersaron:
una parte se dirigió hacia la ciudad de Umba, arrasando a su paso las tierras
de cereales y de frutales, y de otras preciadas plantas como el zabad [alción
resinoso]; y la otra parte del ejército, embarcando y descendiendo por
el cauce del Saquía, hasta que, ya en el mar que baña Xaltis, los golpes de remo
de las barcazas rompieron la mansedumbre de sus aguas, y las aves que anidaban
en sus riberas (alcatraces, alcedos, anas, pandiones, limosas y muchas otras)
remontaron el vuelo hacia el ignoto horizonte del mar tenebroso y no regresaron
más. De esta forma al-Mu‘tadid, con tan terrible tenaza, exhibiendo el poder de
su alfanje y ondeando el estandarte con nuestro común Creciente, se apoderó del
territorio de la ta’ifa, a pesar del entendimiento pacífico que previamente mi
padre le había ofrecido. Las venganzas, la acción y la reacción, se habían
consumado.
…Así fue,
marchitándose, lentamente, el principio del fin.
Mi querido
padre fue depuesto de su trono y confinado en Xaltis hasta que pudo
establecerse en Qurtuba. Fue progresivo el desmantelamiento de los talleres de
metalurgia, y con ello abortado el proyecto del acuñado y circulación de una
moneda propia, oficial del Reino de Xaltis. También, gradual el empobrecimiento
de las explotaciones pesqueras y agrícolas, por lo que inexorablemente sobrevino
la asfixia económica y el abandono de la isla.
Mi muy amado padre, conocido también como
Abd al Azīz Izz al-Dawla, falleció en esta hermosa Qurtuba, entre suspiros por
la patria perdida, por el infortunio de no haber sabido defender
convenientemente los intereses de su tierra y de su pueblo. Falleció, ya digo,
en el año 450 (H.); y el infausto al-Mu‘tadid ―padre de mi mentor y amigo, el
poeta y buen rey al-Mu‘tamid―, en el 461 (H.)
Olas
tempestuosas baten desde entonces las costas del Reino de Xaltis…
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El porqué he abandonado
temporalmente mis ocupaciones literarias y decidido escribir estas notas,
revisando y retocando el pasado sin pretender modificar el curso de la Historia , es algo que no
sabría explicar. Tal vez la necesidad de narrar con el corazón, desde distinto
ángulo que el de los cronistas cortesanos, y ofrecer una teoría de cómo el
poder, la riqueza y a veces el amor, a menudo trenzan lazos que anudan destinos
de reinos y hombres. Y si bien los hechos narrados, unos en mayor medida que
otros, no parecen causa directa de los males abatidos sobre el reino, aunque a
conciencia lo dejo entrever, cualquier acontecimiento tiene consecuencias
encadenadas: la sed de venganza, el escarmiento, la decadencia de un reino… con
el riesgo de errar en los ajustes de viejas cuentas, sin posibilidad de enmiendas
o rectificaciones. Justamente es la teoría que vengo sosteniendo desde la caída
de Xaltis: su rey, mi padre, fue víctima de inconvenientes adláteres.
No podría
llevarme esta desazón, y si bien no poseo documentos o testimonios que lo
avalen ―sí rumores que van y vienen (Abdul y Nawar, nombres imaginados por mí
para esta crónica, se desvanecieron en las neblinas de la Historia )―, he mantenido
una lucha muy intensa, entre mi corazón y mi conciencia, unido al dolor por la
injusticia que se cernió sobre personas y lugares tan queridos por mí. Dado que
entran en juego no solo la vida, sino algo más valioso como es la propia honra,
por si algún día estas disquisiciones ―que no figuraciones―, de un anciano en
el ocaso de su vida, sean como una luz en medio de las tinieblas, sin por ello
negar o descalificar otros razonamientos distintos, concluyo que ningún mal
podré yo añadir con esta confesión sino vindicar la memoria de mi augusto padre
pues a nadie debe importar los avatares de mi vida sino los de él, y si bien
fue responsable por omisión en el asunto banal de los dineros, desencadenante
de la invasión del reino, no me cabe duda alguna de los esfuerzos que realizó
inútilmente por redactar y firmar un justo acuerdo para acabar con el caos de
los reinos desunidos de al-Ándalus, e impedir que un puño férreo se abatiera inclemente
sobre Xaltis. Es mi opinión que cualquier pretexto hubiera sido igualmente
válido en aquellos malos tiempos.
Pongo el
punto final a estos escritos (que preservaré entre suaves telas de lino)
recordando un
dicho del Profeta,
la paz y
las bendiciones divinas sobre él: “Deja aquello que te hace dudar de su
licitud y encamínate a lo que no te hace dudar. Pues la verdad realmente es
tranquilidad, sosiego y paz interna; y la mentira, duda”.
Sin
dudar, entonces, me encaminaré a depositarlos en las manos seguras de mi buen
amigo Levi Cohen, hombre del otro Libro, residente en al-Munastyr [Almonaster],
para que él procure protegerlos, y así, aunque trascurran mil años, es mi deseo
evitar que el manto del olvido caiga como vendaval de arena del desierto sobre
la pequeña historia de aquellos caminos y reinos, antes al contrario, que
resurjan estos escritos a la luz y se
pueda conocer con seguridad mi verdad.
Me
encuentro al fin tranquilo y sosegado como la noche que ya cubre Madinat
az-Zahra. Y en paz conmigo mismo. Que así sea
En
Qurtuba, cuarto día de Rabi al Awwali, 480 años de la Hégira
Visir
Abũ ‘Ubayd’ Abdallāh al-Bakrī
(biendicho) al-Qurtubî
Foto propiedad de http://tertulialal-bakri.blogspot.com.es |
(N. del A.) Ubayd al-Bakrî, filólogo, geógrafo y botánico, además de
poeta, falleció en 1094 A .D.
(487 H.), probablemente en Córdoba, ya que fue enterrado en el cementerio de
Umm Salama de dicha ciudad.
2 comentarios:
Nota del autor:
este relato lo presenté a un concurso literario (Hablando en cobre, de la Fundación Atlantic Copper, de Huelva) y no mereció ni siquiera ser tenido en cuenta entre los diecinueve finalistas.
Creo que es un trabajo que me llevó un mesecito de documentarme sobre Saltés y lo que bien pudo ocurrir mil años atrás en el tiempo.
En fin, lo volveré a intentar pero mientras tanto lo doy a conocer tal cual lo presenté. Aprendí un montón sobre el reino taifa de Saltés, y no me cabe la menor duda que sé más sobre esta historia que el propio jurado, a lo mejor es que no tienen la menor idea de este reino que luce sus ruinas a escasos seis kilómetros de casa.
Me alegra que lo hayas "sacado a la luz".
Merece la pena que todos los que te seguimos podamos disfrutar de tus relatos.
Como siempre un placer leerte.
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