Opinión
Antonio Martín
Duel
15/10/2010
Hace poco me sentí como el protagonista de una de las primeras películas de Spielberg. Me dirigía en el coche, como todos los días, hacia mi trabajo desde Punta Umbría. Justo en la curva que precede al puente sobre el Odiel, mi tranquilidad se vio interrumpida por unas luces que se acercaban peligrosamente desde atrás. Era sin duda el típico conductor agresivo que quería adelantar de cualquier modo. Como yo mismo estaba adelantando, decidí ignorarlo; a lo que él respondió adelantándome por la derecha a un palmo tanto de mi vehículo como del que tenía delante por su lado. Indignado, le hice una ráfaga con las largas en señal de protesta. Fue entonces cuando comprendí que, más que ante un conductor agresivo, estaba ante un auténtico psicópata, ya que acto seguido comenzó a dar frenazos delante de mí, y poco faltó para chocarme con él o con el de detrás. Cuando se cansó, pisó a fondo y lo perdí de vista. Pero cuál fue mi sorpresa cuando, al cruzar el puente, que yo seguía recto, veo un coche que antes de girar a la derecha pega súbitamente un volantazo hacia mí. Casi pierdo todo control. Era aquel diablo, que de algún modo había estado esperándome para intentar culminar su particular y desquiciado duelo automovilístico. Más tarde, más tranquilo, mi pensamiento era sólo uno: “¿Quién habrá sido el imbécil que le aprobó el test psicotécnico a aquel cavernícola?”. Por cierto, la película, de 1971, se llama ‘El diablo sobre ruedas’ (título original: ‘Duel’), y se la recomiendo…, a no ser que usted esté loco, claro.