© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

9.8.09

Joseantonio en China(4). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Palacio de verano


3º día
22 julio (tarde)
Después de comer (lo de la comida sería para haber tomado nota de cada lugar y de cada menú, pero no lo hice… craso error…) me llevan, directamente a las afueras de Beijing a visitar el Palacio de Verano, construido por el emperador Quianlong, con un espectacular estanque artificial y un corredor con vistas al precioso lago, para solaz de los muy ladinos de los emperadores donde recorrían casi un Km. de pasaje cubierto, a orillas el lago, mientras en Pekín, los súbditos, pobres, se ahogaban en sus sudores, casi como me está ocurriendo a mi en este dichoso balneario, aunque dos siglos más tarde que a ellos.
Abordamos un barquito para retornar a la entrada, y justo al desembarcar, el cielo se nubla y comienza a caer agua, “la época de los monzones se acerca”, según comenta un émulo de vía estrecha del Doctor Livingstone, que también, como no podía ser de otra manera y para cumplir con la tradición, viaja en elgrupo, el listillo de él.
Antes de regresar a la capital me acercan a una exposición de perlas, donde, claro, después de mostrarme el ciclo vital de dicha “cosa”, abriendo ostras donde había tres y cuatro ejemplares, me pasan al comercio en si, y todos, y todas, menos yo que no llevo encima un misero yuan, comienzan una maratón de shopping que no acabaría ya hasta acabar China, e incluso después, pero esa es otra historia…
Así pues, pulseritas de perlas para todos los nuestros. Bueno, para casi todos pues allí descubro las categorías de souvenirs, Carmen dixit, exactamente reservados para según los grados de afinidad familiar: Trolex, jade y perlas para hijos; terracota para hijos políticos; seda para consuegros, y palillos o prendedores de pelo o cualquier zarandaja madeinchina para el resto de los mortales, es decir compañeros de trabajo y así…
Al caer la tarde, en medio de un chaparrón entro en Beijing, aunque las bicis no disminuyen… antes al contrario, parecen estar saliendo de una cadena de montaje de cada calle. El calor sigue siendo grande. Me llevan hacia el teartro Tiandi de la calle Dongzhimen, al otro lado de Tiananmen respecto al hotel, y me sientan en la fila 15 para ver uno de los más entretenidos espectáculos que yo nunca haya visto, como es la afición milenaria de China, la acrobacia. Allí pude disfrutar, y robar la belleza de los acróbatas haciendo figuras imposibles, realizadas por cuerpos perfectos manejando y contorsionándose con bicicletas, platos, sillas, aros, sombrillas, balones y barras verticales. Digo bien, robar, fotográficamente hablando, porque una pareja de seguratas chinos perseguían con saña cualquier destello de flash. Pero yo ya tengo, a estas alturas, muchos tiros (de fotos, claro) dados.

A la salida, ha cesado la lluvia, y satisfecho me dirijo al autobús para llevarme al cercano Yu Yang Hotel donde una pianista de piernas de infarto me deleita la cena. Y esta, ya se sabe, rollitos de primavera, sopa china gelatinosa, pinchitos de quien sabe si pollo en su salsa de jengibre o soja, y té, mucho té. La pianista toca con la cadencia y el tono dignos de un concierto en la misma sala de relax de un emperador ming…
Una hora de bus. El día ha sido provechoso, y las pantuflas de felpa, cada día un par nuevas, del Hotel Intercontinental, me esperan. En el ascensor me despiden Olalla y Sofía.
Buenas noches, me desean con sus luminosas sonrisas, que no han perdido un átomo tras el largo e intenso día.

Cotinúa…







8.8.09

Joseantonio en China(3). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Ciudad prohibida













3º día
22 julio (mañana)
En realidad comienzo hoy el circuito “oficial”, y me preparo convenientemente para iniciar lo que Li parece decirme: un “duro día de calor y caminata” vaya… una ca-ca.

Así pues, mochilita, gafas de sol, botellita de agua y gorrita, un poco en plan Coronel Tapioca, aunque luego, visto lo visto, yo me quedé, a mucha honra, en sólo Cabo Tapioca.
Autobús, comienza el duelo por los dos asientos delanteros (yo paso y siempre pasaré, me considero un caballero) y marcha hacia la mítica plaza Tiananmen. Nos cruzamos con soldados y reclutas, y entonces caigo en la cuenta de que estamos en elcoreazón de China, de su poder político y militar. Al descender, veo, a través de la imaginación juvenil de mis dieciocho años, el rincón donde un intelectual chino fue víctima de la Revolución cultural propletaria, y pagó con su buena suerte (otros con su vida) barriendo durante jornadas enteras las aceras ensangrentadas de Tiananmen, esa foto quedó grabada para siempre en mi mente adolescente delos dieciocho años y aún perdura (quizá hasta el momento en que pisé la Plaza de la Puerta de la Paz) y me doy cuenta, mientras disparaba mi cámara a una cometa de seda aguileña sobre el musoleo de la momia, de que el viento de la Historia poco a poco ha ido arrastrando los momentos cruciales del devenir de la Humanidad. Pero mi palabra aquí la dejo, porque no quiero perder los recuerdos para siempre.

Tiananmen, la plaza mítica de masas enardecidas blandiendo el mismo Libro Rojo que compro allí mismo por 100 Rimminbi, sin regatear, y que sirvió de guía a millones de seres humanos, dominados, dirigidos y alienados, escrito por un dogmático que ejerció el poder absoluto sobre la vida y la muerte de mil millones de personas. Quiero eludir la figura del héroe sobre las avenidas parando a los tanques, por sobradamente conocida; y rememorar la del ministro intelectual condenado a barrer, y seguramente a morir por desviarse de las consignas del Emperador Mao. Su foto aún -aún-, en el frontispicio de la Ciudad Prohibida, permanece no sé por cuánto tiempo. Mi recuerdo para los cien millones de muertos victimas de las represiones del régimen que yo ahora, un poco hipócritamente, visito, mientras observo la interminable fila de visitantes a mirar la momia de Mao Tse Tung.
Me viene a la mente cuando cruzo la Gran Puerta, y me emociona pensar que el 1 de abril de 1764, el Emperador Qianlong, de la Dinastía Qing ya en el declive de su largo reinado, ordenó ejecutar a un ayuda de cámara, Encargado de la Edición de Arte astrónomo por haber predicho el eclipse de sol que había tenido lugar,aquel mismo día sobre el imperio chino: “Nadie, salvo el Emperador, otorga permiso para interponerse entre el sol y la tierra. Y ningún súbdito tiene el permiso, bajo muerte, de mirar hacia el sol”. En resumidas cuentas, él era el sol, vino a dictaminar.

Y allí, en el mismo lugar prohibido, en aquel lugar de opresión y poder absoluto 89.596 días antes (o lo que es lo mismo, 7.741.094.400 golpes de segundero de mi Bulgari chino falso que días más tarde mercadearían para mi), en medio de una marea amarilla, de chavalitas y chavalitos en vaqueros, de maestros, de turistas pueblerinos del interior de la China, en medio de vendedores de recuerdos, de policías y soldados hieráticos, de guías en los idiomas del mundo, de banderitas de touroperadores, digitales, guiris (nosotros mismos), adultos, jóvenes, ancianos, todos, sin permiso alguno de ningún emperador, miraba extasiado al cielo cubierto, y la Naturaleza, madre y señora de nuestras vidas, tuvo a bien regalarme, abriéndose las compuertas del cielo, un espectáculo maravilloso: la humilde Luna, violada cuarenta años atrás, interponiéndose valiente ante el dios Sol postrándose ambos en una conjunción donada a la contemplación de Gaia, la madre Tierra. En aquel momento supe que era un privilegiado: había asistido a un misterioso eclipse en la mismísima Suprema Puerta Imperial de la Ciudad Prohibida A Los Extranjeros y tuve la oportunidad de contar con cinco segundos ¿tal vez concedidos? por el mismísimo emperador, y poder captar el prodigio, señal de buenos augurios (el mismo día, ¡el mismo día! ―al regreso lo sabría― que en un despacho oficial de Madrid se firmaba un documento condenando a mis compañeros al desempleo. A todos… menos a mi).
Satisfecho, comencé el periplo por los distintos pabellones de madera, tratando de captar los cuatro colores representando al imperio y su poder absoluto de los cielos y los ríos de la China imperial: el rojo, el verde, el amarillo y el azul, conformando los distintos aposentos exclusivos hasta llegar al centro del universo imperial, Salón de la Armonía Suprema, con el trono dorado, símbolo del máximo poder.

Y máximo poder el que tuvo una Maruja china (Confucio la confunda) que me arreó un codazo en el costado a punto de neumotorax, en medio de la masa humana pugnando por acceder a dicho recinto. Hube de cejar en el empeño y conformarme con echar un vistazo y tratar de captar un atisbo de Armonía, aun enganchada del pico de la garza, que falta me hace…
Salgo de la Ciudad, trasladándome desde el ombligo del Imperio chino, hasta el corazón del Beijing del siglo XXI de tráfico, de vendedores de souvenirs baratos, de triciclotaxis, de tráfico y de Toyotas en pocos minutos.
Ya, por fin, después muchos años puedo sentir, aunque no sea más que un átomo de los sentimientos de Marco Polo cuando salió (en mi imaginario juvenil) por la misma puerta, de la Potencia Divina.



Me reúno, casi por inercia, por mera atracción, con las dos parejas canarias y Carmen. Abordo el autobús y nos vamos a comer…
Continúa…









6.8.09

Joseantonio en China(2). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Toma de contacto...


Día 2º
21 julio
Primer contacto con China. Autopista de entrada en Beijing. Avenidas con tráfico, pero fluido. Llego al Internacional Financial Hotel, en el distrito financiero. Cuando entro al enorme vestíbulo ¿qué me encuentro? Pues eso: un termómetro sonda colocado a la altura de nuestras cabezas. Lo de la gripe parece que va en serio, y la obsesión de que el maldito termómetro no detecte un aumento de la temperatura corporal no me abandonará en todo el viaje. La habitación, espléndida, tal y como aparece en la Web del hotel, con vistas a las enormes avenidas pekinesas.
Espero al resto del grupo, y comienzo a conocer a los primeros acompañantes. La pareja que conocí en Ámsterdam, Sofía y Olalla, canarias, que a partir de ese momento serían mi referencia. Otra pareja, Antonio y Jose, matrimonio canario que me brindó su amistad, pero especialmente a Carmen.
Al mediodía se reúne el grupo, 34 personas, más Fátima, una eficiente representante de Panavisión que acompañaría durante el trayecto. Tomo contacto con la cocina china, y la verdad es que no me decepciona, aparte de beber una buena cerveza, en abundancia. Lí, mi guía, procede del Tíbet, y explica algo de la vida cotidiana de China. Pasa de puntillas, sin apenas tocarlo, sobre el asunto de la “ocupación” de su tierra. Me aconseja esa misma tarde, fuera del circuito oficial que habría de comenzar al día siguiente, la visita a un templo budista tibetano, el Templo de los lamas, donde me muestra la sala de los Budas de las tres edades: pasado, presente y futuro, es decir Sakyamuni, Kasyapa y Maitreya, respectivamente; y los molinos que hago girar al ritmo de la Armonía del mundo. Un monje, color azafrán, pone el contrapunto fotográfico en el largo pasaje que conduce a la entrada del Buda de las Diez mil felicidades en madera de sándalo. China, mi primer y verdadero contacto con la realidad no me decepciona. Unas chicas, en vaqueros, queman varillas de incienso en las hogueras, que desprenden volutas de humo que se dirige al cielo enredado en las oraciones y mantras.
Estadio olímpico, el nido vanguardista donde se incubó el espectáculo global de los juegos olímpicos, símbolo de la China dispuesta al gran y definitivo salto adelante. Y comienzo a ver las masas de chinos, mil trescientos millones, que se dice pronto… en todos los lugares públicos. Fotos. En el autobús, el grupo heterogéneo de compatriotas de clase media, conviviremos, bastante normalmente diversos tipos: un matrimonio estándar, una pareja de señoras pensionistas con su cámara de carrete, la familia al completo abuelo guasón incluido, parejita de recién casados, chavales con ganas de marcha, un grupo convencional de turistas guiris en un país en el que me miran como a un extraño.
Li me lleva a “un mercadillo” pensando que era el famoso Mercado de la Seda, donde me recibe una caterva de maleducadas, pesadas, agresivas, dependientas a la caza del “amico” y de sus yuanes como si de un miembro de las casa real saudí me tratase.
Carmen compra unas cosillas, temiendo que en el resto del viaje no encontrásemos otro mercadillo donde encargar recuerdos. No imaginaba lo que le esperaba.
A la salida me entretengo en disparar, observando con curiosidad lo que aparenta ser una fiesta escolar fin de curso, y me extasío escuchando cantar a las jovencitas escolares melodías en chino. Observo cómo las abuelitas miran embobadas a sus nietos actuando. Y me recuerda las fiestas infantiles de mis niños y nieto. Y es que hay cosas que carecen de fronteras. Las fiestas, los niños, la música y el orgullo familiar. Se acerca un encargado hacia mí, y al contrario de incomodarle, me invita a tomar una posición más favorable para mis capturas fotográficas. Y así quedó inmortalizado: niños y niñas escolares delante de un gran cartelón rojo, lleno de citas escritas en chino, tras las que asoma la silueta del Gran Timonel.



En la cena, luego de un intenso día me siento con el abuelo de la excursión, y se empeña, enfadado por no sé qué chorrada, en guardarse unos palillos. Camarera mosqueada, negativa a devolverlos, y reclamación al guía al canto. Al final, los palillos puñeteros son devueltos y lo que parecía iba a ser un conflicto internacional, se resuelve con la devolución del cuerpo del delito, en posesión cómplice de la abuela, mientras me quedo mirando a Sofía, una de la pareja canaria, que me mira fijamente con su mirada color miel, manteniendo un dialogo, que luego me confesó haberme entendido.
—Maravilloso, Jose— me dice al oído, mientras salimos del restaurante. —Con sólo mirarte he captado lo que me querías decir.
—No es nada extraño. Existe una propiedad telepática en las personas —le comento mientras Carmen apura un cigarrillo en la puerta —cuando se miran en medio de una escena tensa.
—Cuánta razón tienes— me repite mientras posa levemente su mano en mi hombro. —Me has trasmitido una frase que no olvidaré en la vida: La mejor forma de conocer a una persona es viajando con ella.
—La dijo Mark Twain —le contesto a su suave acento insular— pero no tengo muy claro si llegó a esa conclusión viajando con un petardo, o con un bombón. En realidad dijo: “He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”.
Una carcajada, franca y sincera, es su respuesta mientras espero, esperamos todos, al petardo cuando ya estoy acomodado en el autobús.
En aquel momento, en medio del tráfago urbano de Beijing, comencé, y creo que también Sofía, a amar y a, si no odiar, al menos a mantener a raya a algunos compañeros forzosos de viaje. Desde ese momento comencé a reservarme el derecho de admisión en mi espacio vital. Sofía y Olalla (ver fotos) tenían el paso franco a Carmen y a mi. Viva Mark Twain nos cuchicheamos al oído Sofía y yo, comenzando una relación de buenas ondas a través de la China.
Llego al hotel y enseguida me dirijo, con Carmen, a la 2035 del Intercontinental Fianncial Hotel, a dormir, agotados, entre edredones de seda. En la CNN miro el tiempo. Calor. En la cama duermo apenas dos horas y el resto de la noche la paso observando el tráfico y los obreros nocturnos de la gran a venida Fuchengmen en su cruce con la Financial Street.
Diez obreros tiran a pelo de un pesado compresor, y me doy cuenta de la diferencia con nuestra cultura: en China, todos a una. En nuestra España, pasarían dos horas hasta que llegase la grúa…

Consigo dormir un rato hasta que la claridad me despierta. Las calles, repletas…






Continúa…

4.8.09

Joseantonio en China(1). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Llegada...

DIA 1º
20 julio 2009

Me despierto en el Hotel Mediodía, de Madrid, muy temprano obsesionado con el viaje, preguntándome si habría hecho bien en contratar este viaje. Y es que China, en ese momento, me parece muy lejana.
Enfilo la T2 de Barajas muy temprano y facturo el equipaje hasta Beijing, escaso de peso, en el mostrador KLM. Doy vueltas y más vueltas por la terminal hasta que me decido a ir a la sala de embarque. Sigo obsesionado con no meter la pata en el trasbordo en Ámsterdam.
Vuelo hacia Schipol, tomando un vinito sudafricano, y cuando llego advierto la facilidad y funcionalidad del principal aeropuerto de los Países Bajos. Cartelones de color naranja indican la puerta de embarque hacia Oriente. Me equivoco de fila y dos chicas, en las que apenas me fijo, me ceden amablemente el paso.
Vuelo hacia Asia, hacia el gigante chino. Las horas pasan lentas, aunque la noche pasa rápidamente, mientras el gigantesco Boeing 747 sobrevuela las tierras polacas, Rusia de oeste a este y Mongolia entrado en la nación china por el norte. Entre nosotros, mientras miro absorto el paisaje a través de la ventanilla, me siento un poco Marcopolo.
Antes de tomar tierra he de rellenar un complejo –por lo inusual, en ingles y chino- formulario de entrada en territorio nacional, con datos de mi localización y estancia. Nos comunican que por instrucciones expresas de las autoridades chinas, y previniendo posible contagio de la gripe H1N1, proceden a fumigar el aparato con los pasajeros dentro. Habéis leído bien: un miembro de la tripulación, blandiendo una especie de spray, recorre los pasillos de la aeronave fumigándonos como si de una piara de cochinos para desinfectar antes de acceder a la sala de sacrificio se tratara. El miembro de la tripulación holandesa luce la misma cara de vergüenza ajena que la mía, y siento entonces no haber tenido la habilidad ni los reflejos suficientes para haber tomado una fotografía.
Con las inquietantes noticias de turistas y estudiantes retenidos en hospitales y hoteles de China, y las horas de vuelo acumulando cansancio, aterrizo en una lejana pista del aeropuero de Beijing capital. Cuando desciendo del aparato una bofetada de calor húmedo me sacude en pleno rostro.
La enorme puerta de la terminal de llegadas me espera para engullirme. Son las 10 de la mañana y en largo pasillo hay una serie de mostradores tras los que nos esperan una serie de funcionarios policiales y sanitarios. Miradas. Fila india, cola estricta. Gestos. Miradas a mi rostro y a mi visado de entrada. Hospital de campaña en el pasillo y una inquietante cámara de rayos infrarrojos en busca de un par de grados de más que mi cuerpo ose despedir. Carmen, delante de mi, carraspea sin parar. Ganas me dan de darle un par de golpes en la espalda para que cese aquel ataque de repentina e inoportuna, cuando no delatora, tos. Al fin, en territorio de la Republica Popular China, Li, el guía de PANAVISIÓN, me espera.
Me saluda enarbolando una banderita roja y sonríe ampliamente. En aquel momento, bajo un cielo plomizo, y un calor aplastante decido no perderme detalle de aquel enorme y misterioso país.
Observar, mirar, disparar sin parar mi cámara y plasmar, aunque sea pobremente, las impresiones de mi periplo por China es lo que decidí hacer desde ese mismo momento. Así pues lector, en primerísima persona, porque esta son impresiones personales, si bien hice todo el trayecto de la mano de Carmen, mi compañera, la crónica de este viaje, acompañada de algunas fotos que puedan resumir las crónicas diarias.



Continúa…

27.6.09

Dios deseado y deseante

ROCÍO: POCO A POCO SE VAN ENTERANDO DE LA IMPORTANCIA DE TU EDICIÓN DE LA OBRA JUANRAMONIANA. A LA RESIDENCIA DE ESTUDIANTES EN MADRID ACUDIERON PERIODISTAS DE LOS MEDIOS NACIONALES A ESCUCHAR Y ATENDER LA NOTICIA. EN TU PROPIA TIERRA, EN CAMBIO, Y POR DESGRACIA, PASASTE DESAPERCIBIDA... Continuará...

7.6.09

Cementerio inglés de Huelva

Observo con desagrado y disgusto que el cementerio inglés de Huelva está siendo invadido por la maleza. Por la maleza y las malas hierbas en el sentido más amplio del término, pues si las malas hierbas se pueden erradicar a base de arrancar y quemar los rastrojos, más grave me parece a mi eliminar la maleza del olvido. Qué pena que aquel recinto sagrado se esté deteriorando a marchas forzadas, por la desidia de las instituciones correspondientes y que tengan un mínimo de responsabilidad en su cuidado.
Cómo me gustaría poder entrar -no saltar que resulta facilísimo- y anotar uno por uno, ahora que es factible, los nombres de los que en aquella tierra santa descansan. Nombres que me gustaría investigar (lejos de mi meterme a historiador) para conocer sus procedencias, y por cuáles razones llegaron a este sagrado lugar.
Hago un llamamiento a quien corresponda para que tomen cartas en el asunto y alguien recupere parte de la historia -Historia- de Huelva.
Jose A. Bejarano

Vienen los júngaros

—¡Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen! El Miguel recorría las calles advirtiendo de la noticia que de vez en cuando se exten...