3º día
22 julio (tarde)
Después de comer (lo de la comida sería para haber tomado nota de cada lugar y de cada menú, pero no lo hice… craso error…) me llevan, directamente a las afueras de Beijing a visitar el Palacio de Verano, construido por el emperador Quianlong, con un espectacular estanque artificial y un corredor con vistas al precioso lago, para solaz de los muy ladinos de los emperadores donde recorrían casi un Km. de pasaje cubierto, a orillas el lago, mientras en Pekín, los súbditos, pobres, se ahogaban en sus sudores, casi como me está ocurriendo a mi en este dichoso balneario, aunque dos siglos más tarde que a ellos.
Abordamos un barquito para retornar a la entrada, y justo al desembarcar, el cielo se nubla y comienza a caer agua, “la época de los monzones se acerca”, según comenta un émulo de vía estrecha del Doctor Livingstone, que también, como no podía ser de otra manera y para cumplir con la tradición, viaja en elgrupo, el listillo de él.
Antes de regresar a la capital me acercan a una exposición de perlas, donde, claro, después de mostrarme el ciclo vital de dicha “cosa”, abriendo ostras donde había tres y cuatro ejemplares, me pasan al comercio en si, y todos, y todas, menos yo que no llevo encima un misero yuan, comienzan una maratón de shopping que no acabaría ya hasta acabar China, e incluso después, pero esa es otra historia…
Así pues, pulseritas de perlas para todos los nuestros. Bueno, para casi todos pues allí descubro las categorías de souvenirs, Carmen dixit, exactamente reservados para según los grados de afinidad familiar: Trolex, jade y perlas para hijos; terracota para hijos políticos; seda para consuegros, y palillos o prendedores de pelo o cualquier zarandaja madeinchina para el resto de los mortales, es decir compañeros de trabajo y así…
Al caer la tarde, en medio de un chaparrón entro en Beijing, aunque las bicis no disminuyen… antes al contrario, parecen estar saliendo de una cadena de montaje de cada calle. El calor sigue siendo grande. Me llevan hacia el teartro Tiandi de la calle Dongzhimen, al otro lado de Tiananmen respecto al hotel, y me sientan en la fila 15 para ver uno de los más entretenidos espectáculos que yo nunca haya visto, como es la afición milenaria de China, la acrobacia. Allí pude disfrutar, y robar la belleza de los acróbatas haciendo figuras imposibles, realizadas por cuerpos perfectos manejando y contorsionándose con bicicletas, platos, sillas, aros, sombrillas, balones y barras verticales. Digo bien, robar, fotográficamente hablando, porque una pareja de seguratas chinos perseguían con saña cualquier destello de flash. Pero yo ya tengo, a estas alturas, muchos tiros (de fotos, claro) dados.
A la salida, ha cesado la lluvia, y satisfecho me dirijo al autobús para llevarme al cercano Yu Yang Hotel donde una pianista de piernas de infarto me deleita la cena. Y esta, ya se sabe, rollitos de primavera, sopa china gelatinosa, pinchitos de quien sabe si pollo en su salsa de jengibre o soja, y té, mucho té. La pianista toca con la cadencia y el tono dignos de un concierto en la misma sala de relax de un emperador ming…
Una hora de bus. El día ha sido provechoso, y las pantuflas de felpa, cada día un par nuevas, del Hotel Intercontinental, me esperan. En el ascensor me despiden Olalla y Sofía.
Buenas noches, me desean con sus luminosas sonrisas, que no han perdido un átomo tras el largo e intenso día.
22 julio (tarde)
Después de comer (lo de la comida sería para haber tomado nota de cada lugar y de cada menú, pero no lo hice… craso error…) me llevan, directamente a las afueras de Beijing a visitar el Palacio de Verano, construido por el emperador Quianlong, con un espectacular estanque artificial y un corredor con vistas al precioso lago, para solaz de los muy ladinos de los emperadores donde recorrían casi un Km. de pasaje cubierto, a orillas el lago, mientras en Pekín, los súbditos, pobres, se ahogaban en sus sudores, casi como me está ocurriendo a mi en este dichoso balneario, aunque dos siglos más tarde que a ellos.
Abordamos un barquito para retornar a la entrada, y justo al desembarcar, el cielo se nubla y comienza a caer agua, “la época de los monzones se acerca”, según comenta un émulo de vía estrecha del Doctor Livingstone, que también, como no podía ser de otra manera y para cumplir con la tradición, viaja en elgrupo, el listillo de él.
Antes de regresar a la capital me acercan a una exposición de perlas, donde, claro, después de mostrarme el ciclo vital de dicha “cosa”, abriendo ostras donde había tres y cuatro ejemplares, me pasan al comercio en si, y todos, y todas, menos yo que no llevo encima un misero yuan, comienzan una maratón de shopping que no acabaría ya hasta acabar China, e incluso después, pero esa es otra historia…
Así pues, pulseritas de perlas para todos los nuestros. Bueno, para casi todos pues allí descubro las categorías de souvenirs, Carmen dixit, exactamente reservados para según los grados de afinidad familiar: Trolex, jade y perlas para hijos; terracota para hijos políticos; seda para consuegros, y palillos o prendedores de pelo o cualquier zarandaja madeinchina para el resto de los mortales, es decir compañeros de trabajo y así…
Al caer la tarde, en medio de un chaparrón entro en Beijing, aunque las bicis no disminuyen… antes al contrario, parecen estar saliendo de una cadena de montaje de cada calle. El calor sigue siendo grande. Me llevan hacia el teartro Tiandi de la calle Dongzhimen, al otro lado de Tiananmen respecto al hotel, y me sientan en la fila 15 para ver uno de los más entretenidos espectáculos que yo nunca haya visto, como es la afición milenaria de China, la acrobacia. Allí pude disfrutar, y robar la belleza de los acróbatas haciendo figuras imposibles, realizadas por cuerpos perfectos manejando y contorsionándose con bicicletas, platos, sillas, aros, sombrillas, balones y barras verticales. Digo bien, robar, fotográficamente hablando, porque una pareja de seguratas chinos perseguían con saña cualquier destello de flash. Pero yo ya tengo, a estas alturas, muchos tiros (de fotos, claro) dados.
A la salida, ha cesado la lluvia, y satisfecho me dirijo al autobús para llevarme al cercano Yu Yang Hotel donde una pianista de piernas de infarto me deleita la cena. Y esta, ya se sabe, rollitos de primavera, sopa china gelatinosa, pinchitos de quien sabe si pollo en su salsa de jengibre o soja, y té, mucho té. La pianista toca con la cadencia y el tono dignos de un concierto en la misma sala de relax de un emperador ming…
Una hora de bus. El día ha sido provechoso, y las pantuflas de felpa, cada día un par nuevas, del Hotel Intercontinental, me esperan. En el ascensor me despiden Olalla y Sofía.
Buenas noches, me desean con sus luminosas sonrisas, que no han perdido un átomo tras el largo e intenso día.
Cotinúa…