© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

16.10.09

AMANECER EN EL KILIMANDJARO


Me llamo Sandy, Sandy Milisu y vivo en Asturias. Tengo 26 años y nací en una aldea de Tanzania. Sí, soy tanzano, uno de los pocos emigrantes tanzanos que hay en España. Llegué con mi mujer Sharahy el año pasado, aunque nunca podría sospechar que dos años después de nuestra partida acabáramos así, en esta noche, con mi mujer ingresada en un hospital.
Me encuentro en la sala de espera del hospital Valle del Nalón, de Langreo, y me acaban de dar la noticia de que mi esposa acaba de parir un niño, el hijo que tanto ansiábamos. No sé qué pensar, tal vez me estén engañando, porque cuando no tuve más remedio que llamar a los servicios de urgencias, ella me dijo, derramando unas leves lágrimas por su hermosa cara de ébano, que su alma, su cuerpo en conjunción con su espíritu –representado por la extraña figura que desde siempre llevaba colgado de su cuello, el “om” –, en forma de nube de luz, iba a retornar a las cumbre del Kimbo, como les habían enseñado un monje hindú llegado a Tanzania muchos, mucho años atrás. Asimismo me dijo que nuestro hijo sobreviviría porque los espíritus bondadosos de la sabana, donde se oyen los murmullos del león en los atardeceres, así lo habían querido.
            Yo no sabía qué hacer anoche... hacía una semana que nos habíamos instalado en la pequeña casa, muy parecida a la de nuestra amada aldea a las afueras de Moshi.
            Partimos desde Tanzania, al poco tiempo de casarnos, a través del infierno de la frontera entre Burundi y Uganda —fuimos testigos de una ejecución con machete en una cuneta a las afueras de Kigali— y la selva del Congo, a bordo de un camión de troncos de eucaliptus, hasta la misma costa del océano... donde pensábamos dar el gran salto en busca de un futuro mejor...
             No sé que pensar, me encuentro confundido... no es ésta la suerte que yo iba buscando: cuando estábamos a punto de ver el final del túnel, Sharahy se puso de parto, y como buena masai, se empeñó en parir sola. Y yo que la hice caso, a pesar de que los servicios sociales de Siero, conociendo nuestro problema, ya me habían proporcionado un celular con el número 112 memorizado. En nuestra nueva casa, por fin nuestro hogar, he estado yendo y viviendo, nervioso, sin saber tomar una determinación, con mi mujer en el suelo, repitiendo y reviviendo los partos de nuestro pueblo, trayendo al mundo a un pequeño masai, nuestro  hijo, nacido lejos de la sombra del padre Kimbo, y ella, sonriéndome, me decía que la cumbre nevada que también se veía desde nuestra casa española era también buena para servir de sombra, y protegernos de los vientos. Y yo pensaba anoche, hace apenas una horas, que efectivamente esta montaña podría servir, iba a servir, de consuelo para que ella, mi dulce esposa, mi princesa masai, mi reina de la sabana, la portadora del alimento para nuestro hijo, nuestro primer hijo, pudiera olvidar siquiera por algunos instantes, mientras preparase la comida —echábamos de menos las tortas calientes de mijo y el yogur de leche de camella con dátiles— que su hogar era la sombra protectora del eternamente vestido de blanco Kimbo, y que su orgullo y su privilegio sería, aun a 6.666 kilómetros de distancia, sentarse al atardecer, acunar al hijo mientras suavemente acariciaría entre sus dedos, hasta abrillantarlo, su sagrado símbolo om, y sentir el rumor de la planicie con sus miles de especies vagando de un lado a otro en busca de alimentos. Justamente lo que nosotros, dignos hijos del orgulloso pueblo masai, habíamos necesitado hacer.
            Pero, a lo largo de la noche en que el pueblo que nos ha acogido celebra la venida de su Dios encarnado en un niño nacido 2005 años atrás en tierras lejanas, en la noche en que las guerras a lo largo y ancho del mundo por unas horas han cesado, yo, Mili, me encuentro  esperando ansiosamente que alguien me diga que otro niño, mi hijo, ha llegado al mundo en esta tierra de acogida, asturiana y española, y que su madre, mi querida esposa tendrá la suficiente fuerza para alimentarlo como buena madre masai.
            Las horas pasan, y mi mente vaga, caprichosamente entre mi pueblo, en la falda del gran monte africano, y esta pequeña y brava tierra, cuando arribamos a sus costas y fuimos recogidos por musculosos brazos, arrebatándonos al embravecido mar, proporcionándome un documento y donde por vez primera en nuestras vidas, alguien escribía unos nombres dándonos la categoría de personas. El viaje, una vez llegados a la península desde Las Guanches, comenzó con un periplo en Andalucía, en Jerez, como cuidador nocturno del zoo, donde me reencontré con animales que posiblemente había visto pasar galopando por las llanuras. Luego fue la fresa en Huelva, la venta ambulante en las playas y ferias mientras Sharahy cuidaba de los cuartos alquilados como si de las mejores mansiones del mundo se tratase. Dejamos el sur y viajamos hacia el norte, intentando pasar la frontera y llegar al Reino Unido de la Gran Bretaña: así pues, Salamanca, León, y en ruta al puerto de Santander, un “providencial” accidente de tráfico nos retuvo en Asturias. Hasta hoy.
            Sharahy comenzó a sentirse mal a última hora de la tarde de ayer, mientras en las calles del solitario Siero la nieve comenzaba a caer, nevada sobre nevada, y las familias se reunían para festejar su Navidad. Cada vez se encontraba peor y ya fue imposible salir y pedir ayuda. La noche había caído y sobre medio mundo resonaban las palabras PAZ y FELICIDAD, aunque sobre mi la sensación era de SOLEDAD.
            Soy negro, tanzano, mi idioma es el suahili, algo de inglés, y comienzo a defenderme con el español; me encuentro a la espera de un prometido trabajo como guarda del parque nacional Picos de Europa, en tanto he de aguardar en este pueblo viviendo de la caridad estatal, algo que me repele, porque no quiero caridad sino trabajo.
            Eran las cinco y treinta de la mañana... el hospital está semivacío...la noche ha transcurrido en calma... la gente duerme plácidamente, rebosante de felicidad, cuando un médico pidió hablar conmigo. Serio, circunspecto, me comunicó que el niño —mi pequeño guerrero masai— está en perfectas condiciones aunque me dice no sé qué, no logro entender, de completar la gestación. Sobre la madre, me dice compungido, tal vez con forzada tristeza, que no ha logrado superar la masiva pérdida de sangre y que ha fallecido, debido a la tardanza en “llegar al hospital”.
            Mi rostro, negro como las noches de África, sirvió de madre tierra para las lágrimas que la fecundaron. Mis ojos se anegaron con ellas.
            Me hubiera gustado blandir la lanza que dejé allá donde susurra el león.
             En aquel momento hubiera dado mi vida y salir y danzar los movimientos rituales saltando, como hace mi pueblo, en honor a Ngai, dios negro, dueño absoluto de la vida y de la muerte. Y vestir mis ropajes masai en honor de mi amada esposa.
            Pero no lo hice. Y no lo voy a hacer.
            Mi hijo está adentro y lo necesito.
            Había pasado la medianoche. Mi mujer estaba inerme y por fin conseguí marcar las teclas, 112, del teléfono celular. No más de quince minutos después, sobre el negro cielo, apareció un enorme pájaro agitando sus enormes alas metálicas y dos enormes ojos fulgurantes. No me resultó ajeno, rememorando cuando en mitad del océano dos enormes artefactos similares se situaron sobre nuestro cayuco y los cien ocupantes —fugitivos del hambre, viajeros de la miseria, buscadores de las esperanzas— rompimos a llorar y a aplaudir al mismo tiempo.
            Ahora, anoche, fue lo mismo. Cuatro hombres, parecidos a guerreros masai, de rojo, recogieron a mi esposa con el mismo afán que si salvar su vida les supusiera salvar el mundo. Nos elevamos sobre la tierra asturiana, verde de praderas, blanca de nieves, feraz, tierra madre de acogida, bravía, de montañas queriendo aparentar mi Kimbo lejano y amado, y temido, y nos elevamos al cielo, en busca de salvación para mi familia, para mí.
            Todo ha sido en vano.
            Esta noche ha renacido el Dios Niño de los cristianos. Pero mi niño se debate aún por vivir, y mi mujer... se ha marchado. Era cierta su premonición. Su espíritu debe viajar hacia la colina de acogida de Kimbo, el Kilimandjaro. En la llanura de la sabana africana el impala, a toda velocidad tratará de arrebatar su espíritu, pero la montaña es más poderosa y lo retendrá eternamente.
            Esperaré a mi hijo y consultaré a Ngai qué hemos de hacer. Amanece. El ciclo de los días y de las noches se cumple, se cumple como se cumplirá por siempre.
            Ensimismado en mis pensamientos no me doy cuenta de que una mano se posa sobre mi hombro. Miro y me cruzo con la mirada limpia de un ángel de blanco, de una hermosa mujer jovencísima, que me invita a entrar.
—Vamos, entra hombre, la mañana es fría, ¡por Dios!, y es Navidad. Tu hijo ha nacido —me dice con una limpia sonrisa.— Me llamo Ana, y soy enfermera del hospital. He asistido al parto. Tu hijo es muy guapo...¿como lo vas a llamar?
—No sé — le contesto pensando en el nombre de mi padre o de alguno de mis abuelos, o tal vez en alguno que evoque alguna deidad masai.
—Mira, hemos pensado la gente de mi turno que le podías imponer Pelayo Enmanuel. —Los ojos color de miel de Ana me miran fijamente y su sonrisa dulce me envuelve tiernamente, mientras pone en mis manos el amuleto que hace pocos minutos ha desprendido del cuerpo de Sharahy. —Dime... ¿qué te parece?
Todo ya, me parece indiferente: mi hijo en una celda de metacrtilato, mi mujer en una cámara refrigerada. Mi vida no tendría sentido si supiera que las laderas del Kilimandjaro no retienen el espíritu om de mi esposa.
            Pero la vida, dicen, debe continuar. Las enfermeras me desean feliz Navidad mientras todas y cada una me va besando. No estoy, dicen, solo, aunque para mi la existencia se ha transformado durante esta Noche. Al salir  del hospital, no puedo dejar de mirar hacia el sur, allá donde a buen seguro mi esposa  ya forma parte del alma del monte Kilimandjaro. Mi esperanza es que ella forme parte, para siempre, de sus nieves perpetuas.
Ana, la enfermera, se ofrece a acompañarme. No quiere dejarme solo.

                                               F I N
                                   INFORME 1


Sharahy (no constan apellidos) nacionalidad: Tanzania.
Domicilio: Siero. Asturias. (No consta domicilio).
Ingreso a las 00,43 h.
Parto a siete meses. Placenta previa.
Varón nacido prematuro. 2,250 Kg. Raza negra. Inclusión en incubadora.
Parturienta: Ingreso con fallo renal. Fallo hepático. Fallo pulmonar. Fallo multiorgánico.
Fallecimiento, Éxitus, a las 4.37 h. por septicemia generalizada. Se realiza autopsia.
 Langreo, Asturias, 25 diciembre 2005.
El jefe de guardia del Servicio de Neonatología. Hospital Valle del Nalón.
Dr. D. Fernando Castuela Méndez.
Se da cumplida cuenta, a los efectos oportunos, a la Consejería de Vivienda y Bienestar social del Gobierno del Principado de Asturias.


                                   INFORME 2


Embajada de España en Tanzania
99, Kinondoni Road
Dar-Es-Salaam
Informe de nuestros servicios de información, en relación a la solicitud del Servicio de Extranjería del Ministerio de Asuntos Exteriores.
“Sandy Milisu abandonó la aldea de Miimba a finales de mayo de 2003, con 23 años.
Sus padres no han tenido noticias de dicha persona desde entonces.
En cuanto a la referida, Sharahy, ninguna referencia consta en nuestras pesquisas, aunque seguimos indagando.
PD: el padre de Sandy nos relata un extraño fenómeno ocurrido del que fue testigo directo: manifiesta haber notado un intenso reflejo luminoso, en forma de nube que se adentró en su cabaña, ‘lo envolvió todo’ y después de brevísimos segundos se desvaneció, alejándose en dirección Este, hacia la cima del monte Kilimandjaro, mientras comenzaba a amanecer.
Se relata el suceso dado que según consta en los informes, una fecha y dos horarios son extrañamente coincidentes: 25 de diciembre de 2005 y las 6,37 h (4:37 hora peninsular española)”


Nota del autor:
            Esta historia me fue trasmitida a lo largo del presente año por mi amigo George M. Los hechos, circunstancias, fechas y cronología, el om (que me regaló) —símbolo sagrado de la religión hindú, fuerza de pura armonía, emblema de la unión del espíritu y la materia, unidad con lo supremo, control de lo existente y lo no-existenteque prendía del cuello de su mujer y que adjunto al relato y a los informes oficiales, todo, todo, es absolutamente genuino, excepto la recreación de los nombres propios de personas y lugares.
El cordón, por motivos obvios, es nuevo.
                      
Huelva, 22 diciembre 2006  16:00 h
(Dedicado y enviado a Joana Fernández Díaz)



13.10.09

En el trabajo. ERCROS

Aquí me teneis, en mi trabajo, solo, sustituyendo a tres compañeros -Juanma, Vito y Leo- que está cumpliendo una condena de cuatro meses. De ERE.
Desde este rincón les deseo lo mejor y que pronto nos podamos ver. En el trabajo.

12.10.09

CARTA ABIERTA


A SIMÓN BLÁSQUEZ ZAMBRANO
HUELVA, 12 Octubre 2009
Aprovecho la Fiesta Nacional de España para escribirte, rememorando  que hace 517 años, desde acá, en esta orilla de la “Mar Océana”, unos hombres, embarcados dos meses antes, llegaron a la orilla occidental donde ya habitaban tus antepasados, y se encontraron, para bien o para mal -la Historia desde entonces lo va manifestando día a día- y, unidos y mezclados, extendiéndose,  formaran lo que hoy es tu inmenso y rico, y complejo, continente.

Con esta carta, pensada y escrita en nuestro común idioma, fruto de aquel encuentro -permíteme que otros la puedan leer- quiero contarte y reflexionar sobre algunas cosas, breve y sencillamente, que hoy igual te suenan extrañas, pero quizás, algún día, te hagan pensar.
Sé que tu país, Ecuador, es uno de los más pequeños de América del Sur. Que treinta y cinco de cada cien personas viven en la pobreza -el Gobierno ecuatoriano anuncia que no podrá  devolver todo el dinero recibido en préstamo, y los ricos (el F.M.I.) tienen miedo de que cunda el ejemplo- ; que cuarenta y cinco niños, de cada mil, no llegan a cumplir su primer año ; y que la Naturaleza desatada, en forma de volcanes, -hace unos días entró en erupción el Pichincha- o maremotos -el Niño- se ceba en tu país. Como casi siempre, con los más débiles.
Tengo conocimiento de que el cantón Pedro Carbo es una zona agrícola por excelencia, pero con una pobreza creciente, donde sólo disponéis, como renta, de 70 dólares al mes, por persona; con un suelo  rico, degradándose progresivamente debido a la agricultura incontrolada y a la deforestación generalizada.
Tengo noticias de que tu comunidad, Recinto Bachillero, sufre otros problemas, aparte los ya enumerados, relacionados con la Salud y la Educación que se encuentran en niveles aún básicos y, así, estoy enterado de  que muchos habitantes de tu comunidad, y de los alrededores, han de emigrar  a otras ciudades como Guayaquil o Quito.
Pero sé, asimismo, que no estáis parados, sin hacer nada, ni mucho menos ; que con ayudas, por ahora absolutamente necesarias, los mayores de tu pueblo están llevando a cabo proyectos capaces de aprovechar racionalmente los recursos naturales y humanos, para que podáis contar con los medios de acceder a una vida digna y normal a la que tenéis derecho, en temas de Producción, Salud y Educación.
Y aprovecho esta carta abierta para desearte un feliz cercano cumpleaños ; te pediría que no faltaras a clase de tu Escuela Roldós Aguilera 29, aunque imagino que algunas veces ayudas en las tareas agrícolas a tus papás, a quienes me gustaría saludar algún día. También me agradaría, Simón, que continúes escribiendo y cuentes cosas de tu pueblito, de ti, si continúas jugando al fútbol. Te imagino cambiado y convirtiéndote en un apuesto jovencito ; envíame más dibujos, como el de la última carta recibida hace seis meses, donde representas tu casa  elevada del suelo por medio de cuatro gruesos postes de madera, supongo que para evitar la humedad.
¡Feliz once cumpleaños! !                                    
José A. Bejarano



27.9.09

Ahmed, el del semáforo

He sido testigo de un hecho que no me resisto a comentar.

Esta misma mañana, en los escasos dos minutos que dura la luz roja del semáforo de la esquina, al lado de casa.
Actores:
El chaval de todos los días, costamarfileño, veintitantos años, fornido y con la sonrisa permanente de intentar venderte el paquetito de klinex.
A mi lado, a bordo de un beemeuve, otro chaval, al que conozco de vista y del que sólo me consta su permanencia durante largas horas al día sentado y bebiendo litronas.
No sé cuál fue la conversación entre ellos, el caso es que el negro sonreía al blanco, mostrándole el paquete de pañuelos, mientras el del "buga" reía a carcajadas en tanto apretaba afondo el pedal del acelerador.
Al cambiar a verde, el tipo del cochazo, sin oficio pero con beneficio conocidos -me apuesto un euro a que no acabó "Eso"- le ragaló al negro -Ahmed creo que me dijo un dia que era su nombre, licenciado en Historia y Humanidades, cum laude, por la Universidad de Abidyan- una bofetada de monóxido de carbono que expelió a presión el tubo de escape mientras salía disparado como si de una salida de Fernando Alonso se tratara. Trabaja Ahmed en la fresa y en el semáforo. Vive en una pensión de mala muerte y no sabé qué será de él. Sólo tiene su sonrisa.
Yo me pregunto qué coño hemos hecho mal en esta sociedad para que ninguno de estos dos esté en los lugares que en justicia le debería corresponder.



22.9.09

Dios deseado y deseante. Juan Ramón Jiménez. Editora, Rocío Bejarano




Partimos de Dios

en busca de Dios,

sin saber qué buscamos.



El dios con minúscula,

 el dios bajo cielo,

el cielo que es mar,

sobre aire que es cielo,

¡entre aire y marcielo,

y que es pleamar, y que es pleacielo!


El dios deseante,

el dios deseado,

-¡el dios deseado y deseante!-

me trae este Dios,

un dios Dios tan DIOS,

 ¡un dios: DIOS DIOS DIOS!

… que al cabo de todos los cabos,

que al borde de todos los bordes

un día encontramos.


Cada vez más suelto, y más desasido;

 cada vez más libre, más ¡y más! ¡y más!

a una libertad de puertas de Dios.

Y entonces la puerta se abre… y ¡más libertad!


Estoy pasando la cuerda,

cuerda que Tú me has tendido,

 Dios mío, mi dios, ¡Dios mío!

¡Dios mío, no soples, Dios!


Siento la inminencia del dios Dios,

del Dios con mayúscula,

-el que nos enseñaron cuando niños

 y no aprendimos-.

¡Dios se me cierne en apretura de aire!


¡Se me está viniendo Dios

en inminencia de alma!

¡Se me está acercando Dios

 en inminencia de amor!

¡Se me está llegando Dios

en inminencia de Dios!

(Poema descubierto por Rocío Bejarano y Joaquín Llansó en Puerto Rico. 2009)

5.9.09

Puentes. Mi primer relato, diez años ya...





Con este relato, Puentes, gané el concurso literario de la Asociación de Industrias Químicas y Básicas de Huelva, en noviembre de 1999. Fue una gran sorpresa para mi, pues aparte del premio en metálico (50.000 ptas. No 500.000 como algún periodiquete escribió), casi me desmayo cuando me enseñaron los siete mil ejemplares de revistas AIQB, que por entonces se enviaban a los domicilios de los trabajadores del Polo Químico de Huelva. Y allí estaba yo, mi foto, mi curriculum, mi relatillo, en mitad de la revista.
Entonces fue cuando sentí el vértigo del miedo, del respeto al público, del respeto que impone el salir a la palestra a exponerte pública y voluntariamente, y saber soportar todo: el éxito, el fracaso, los premios, las críticas (que, obviamente las debió haber). Pero lo que más daño me hizo -tal vez por mi inexperiencia- fue el manto que se cernió sobre mi, el manto pesado que me cubrió, y que me dolió enormemente, que malllevé y que cada vez soporté menos: el silencio. El silencio por parte de quienes menos me esperaba, de gran parte de mis compañeros, de mis amigos, de algunos familiares que miserablemente me escatimaron un sencillo "enhorabuena".
Ni siquiera la Dirección de la fábrica en la que trabajaba y que formaba parte de la Asociación de Industrias, tuvo el detalle de al menos aludirme y felicitarse de que un empleado propio hubiese ganado el galardón literario.
La única persona que me felicitó fué un compañero de trabajo quien, con el soplete en una mano, y alzándose la visera protectora con la otra, me soltó, sonriendo, un elocuente y maravilloso "¡con dos cojones!". Aquel sí que fue un pedazo de premio que jamás olvidaré...
Luego supe que todo ello era moneda corriente en un mundillo como el literario donde los fracasos son propios del escritor, pero también lo son los éxitos, y estos al parecer se perdonan menos.
Mi primera incursión en la Literatura, y la última. No fui capaz de superar el miedo, y no me da vergüenza decirlo...
NOTA: si te interesa leer Puentes, no tienes más que clicar dos veces sobre cada imagen.

Vienen los júngaros

—¡Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen! El Miguel recorría las calles advirtiendo de la noticia que de vez en cuando se exten...