© El blog con cero lectores, pero aquí estoy en el espacio de mi libertad. No espero a nadie aunque cualquiera es bien recibido. Gracias a mi BLOC ABIERTO DE PAR EN PAR donde encontrarás desde 2009 temas variados.

16.8.09

Joseantonio en China(6). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Xi'an

24 julio,viernes
5º día
Beijing aeropuerto. Un paisano que hace, el muy pillín, un robado con su móvil a Sofi y a mi en la terminal. ¿Fantaseará con nuestro posado en algún remoto lugar de la imperial China? Bueno, pienso, que lo disfrute, porque en realidad yo me estoy hinchando en hacer lo mismo… Hainan línea aérea de azafatas-geishas monísimas. Robado el que yo hago a bordo, de una de ellas. Xian, aeropuerto. Guía local. Xi’an antigua capital imperial.
Gloria, mi guía local, muy diplomática fomentando la amistad sinospañola. Cruzo el mítico Río Amarillo y entro en Xi'an, punto de partida de la Ruta de la Seda.
Trato de hacer una foto a una patrulla militar y me acojono al impedírmelo un marcial soldado. Estos no son los chicos de muestra Chacón, me parece.
Como muy bien, por fin. Museo de guerreros de terracota, Dinastía Ching. Calor. Sudor. Los guerreros también sudan… lo puedo asegurar. Soldados y más soldados. Museo. Soldados de visita, soldados de terracota. Muchos años los separan, dosmil doscientos me parece. Carroza del emperador Qin. Terracota. Campesino del pueblo Xiyang que descubrió el yacimiento. No me atrevo a robar su imagen venerable. Me firma un libro. Me mira y sonríe... Xiexie. Me vuelve a mirar -español-. Así como suena susurra. No me canso de mirar las enormes fosas comunes de aquel numeroso ejército, que veló el sueño del emperador. Todo en China es enorme.
Hotel Jianguo en Xi’an. Precioso. Jardines y lago. Y carpas. Y masaje a donde no me atrevo pero robo algunas impagables fotografías que guardo como jade en paño de las dos parejas y de Carmen.
Entretanto charlo largo y tendido; suavemente, sus palabras me saben como un masaje, con Gloria la guía, y me habla de su país, de su vida, de las ganas de visitar España. Me parece una guía muy eficiente que me habla de “mi ciudad” con gran respeto. Enrollado, le pido su email y me lo da… en chino. Mierda!!!
Al terminar, los masajeados hablan y no paran de la sesión. Felicitan a la guía por la feliz idea. Miro sus caras, retrocediendo en la cámara y me convenzo: les ha gustado. Y yo con esta envidia, aunque algo es algo, hablando durante largo rato con la guía Gloria. Gloria, que me hace tilín.
Vuelvo al hotel, aunque con ganas de continuar viaje.
Al día siguiente...

25 de julio, sábado,
6º día
después de desayunar en el Jianguo Hotel, comienzo visitando la Gran Pagoda de la Oca salvaje, con el gran edificio, de varios pisos. Me fotografío junto a los falsos budas del exterior, así como junto al Buda con la esvástica nazi al revés, aunque nadie tiene que aclararme quién copió a quién. Y tengo que esquivar una y otra vez al colgao que se empeña en incordiar mis encuadres. Pero ya haré trabajar al editor fotográfico, pero tú no sales en mis fotos, bobo.
Veo un impresionante y secreto Buda. Compro uno, en jade, para encima de la tele.
Después de comer, muy bien, en un hotel de Xi’an, me llevan a visitar una curiosa mezquita donde se mezcla los estilos musulmanes y asiáticos. Recorro el zoco donde se entremezclan los olores y los colores de una manera muy peculiar. Entro en una “cámara secreta” para intentar sacar un reloj, pero está claro que no es lo mío regatear. Sofía promete no dejar China sin adquirir, a costa de pelear y regatear, un reloj para mí. Allí mismo sello su promesa y la mía de eterna gratitud y amistad.
Me dirijo al aeropuerto y me despido con amistad de Gloria, tomando un avión de la China Eastern con dirección a Shanghai. Ceno a bordo porque hasta el día siguiente, se acabó. Volamos mientras observo China desde el aire.
Aterrizamos en el Pu-dong Shanghai International Airport, de otro mundo y otro siglo, lo más vanguardista que nunca haya visto. Multicolores de neón en la ciudad.
Me alojo en un excelente hotel, el New World Mayfair, y para compensar la escasa cena, acompaño a Jose-Antonio-Sofía-Olalla-Carmen a dar una vuelta por los alrededores del hotel. Entro en su compañía a un Starbucks de la Dingxi Rd. Tomo un triste te aunque al filo de la medianoche me echan... en su compañía también. Antes de salir del hotel le había preguntado a Sofía si tenía hambre, si deseaba cenar… con la esperanza de que me dijera que sí y habernos escapado a comer una hamburguesa. Me dice que no y yo me quedo desislusionado porque de buena gana la hubiera acompañando a matar el hambre que tenía. Al parecer era el único. Otra vez será.
Como otra vez será, pero en otras latitudes a buen seguro, la insinuación que me hizo una “dama”, de Shanghai, en la cafetería del hotel: Media luz; música suave de jazz, otrora demonizada por el maoísmo; barra americana de altos taburetes y espejos de reflejos infinitos; vasos de coctails; iluminación indirecta. Chica en una mesa de taburete alto que al verme, se gira lentamente, deja indolente la copa del Martini, y enseñando sus larguísimas piernas a través de una abertura de su ceñido vestido negro, desde las cercanías peligrosas de sus increíbles caderas, fija su mirada oblicua en mi. El cabello lacio, negro, de media melena le cae por sus sienes amplias y sus mejillas de puro nácar. Me alza su mano derecha, la dirige hacia mi persona, y en un gesto indolente abre sus dedos. Lo juro: índice, corazón, anular y meñique abriéndolos y cerrándolos lentamente como si de un abanico chinesco se tratara. Esa lentitud fue lo que me puso en órbita, y yo, que una se me iban, y otras se me venían, pensé que cómo me las iba a arreglar con ese pedazo de mujer, que yo no conocía el chino, que sólo conocía el lenguaje sempiterno de sus largos, voluptuosos dedos llamándome, pero que afuera me esperaba otra mujer que no me hacía esas cosas tan exóticas, ni falta que me hace. La miré, le dirigí una sonrisa –creo- díme la vuelta y salí de la cafetería hacia el lobby donde me esperaba mi Carmen de toda la vida. No le conté nada, no por nada, claro, sino porque no me creería conociendo mi imaginación. Pero juro sobre todos los Budas vistos hasta el momento que la nueva Dama de Shanghai me estaba hablando a través de los espejos lo mismo que la intrigante y morbosa Rita Hayworth en la peli de 1947 y que yo vi, mintiendo con mi edad, en mi adolescencia, le estaba hablando al duro de Orson Welles, en medio de miles de reflejos. Falsos.
En fin, lo cuento y sólo me cree Olalla… Los demás ríen y Carmen suspira resignada, un poco aburrida de mis sueños y cuentos chinos.
Esa noche los sueños, mis sueños, son turbios, y me despierto mirando por el ventanal que da a un feo panorama de grises rascacielos. Ya no estamos en Pekín.
Buenas noches, Dama, otra vez, tal vez, en cualquier otro lugar… será

12.8.09

Joseantonio en China(5). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. La Muralla

23 julio
4º día
Me noto destemplado y me revuelvo, sudoroso, en la cama.
Vueltas y más vueltas, enfebrecido hasta que ocurre lo que yo tanto temía desde que salí de España.
A mi padecimiento, aún sin haber llegado al ecuador del viaje, y una larga hora sentado en el inodoro, victima del Desequilibrio del Mandarín (no me libro de ninguno de los males autóctonos de los países que conozco: Mal de Moctezuma en el Caribe; Maldición de la Esfinge en Egipto y Quebranto de Rasputín en Rusia y que consiste en tres días de duro estreñimiento seguido de una diarrea imposible de controlar…) ni siquiera la botica ambulante que es mi mujer, consigue mitigar los terribles efectos del descontrol intestinal. Me vuelvo a acostar y después de una dieta durante el desayuno y camino del autobús, que nos ha de llevar a visitar la Muralla, atravieso la puerta acristalada del Intercontinental Hotel y siento a mi izquierda un sonido hasta ese momento desconocido: sin darme casi cuenta de qué demonio está ocurriendo, siento a mis espaldas una mano enguantada en látex, que me sujeta por detrás practicándome una llave (¡estamos en China!) endosándome a traición una mascarilla blanca 3M mientras se abalanzan sobre mi dos enfermeros vestidos con buzos blancos asépticos y el zumbido de la sonda térmica va en aumento mientras van surgiendo de todas las estancias del lujoso hotel personal sanitario. No consigo gritar porque me amordazan, incluso me cuesta trabajo respirar. Sólo consigo escuchar el horrible zumbido y ver unos dígitos en la pantalla de la sonda, que de 34, marca a mi paso 35.9, y una miríada de enfermeros y enfermeras chinas, incluso algunos policías, mientras Carmen, en jarras vocea a todos negando que yo padezca ninguna dichosa gripe A o Z que 35.9 no es ni fiebre ni leches en vinagre. Incluso la oigo discutir con los enfermeros tan alterada que incluso llega a zarandearme. A nuestro alrededor me rodea el personal del hotel, los clientes, la preciosa ascensorista también, y lo más doloroso para mi en aquellos terribles momentos: Sofía y Olalla, no entiendo porqué, partiéndose de la risa observando la escena.
El zumbido me taladra el cerebro. Siento una férrea mano en mi cara sudorosa, y una tela, cual camisa de fuerza, me cubre todo el cuerpo. Ya me veo camino de una cruel, dura y larga cuarentena gripal lejos de mi hermoso país, alejado de mi Carmen, y este simple pensamiento me hace sacar fuerzas de flaqueza y dar un manotazo a la maldita pantalla que marca mi temperatura corporal. Un manotazo que daña mi mano consiguiendo ver, en medio de la luz de la aurora que surge por el gran ventanal de la habitación, procedente del cercano País del Sol Naciente, la habitación, a Carmen que duerme, el edredón de seda revuelto sobre mi cuerpo sudoroso y el vetusto dispositivo de luces y reloj digital señalando la 3:59 de la madrugada y que casi inutilizo del manotazo. Paso el resto de la madrugada en un ir y venir al inodoro, vueltas y más vueltas en la enorme cama y preocupación y deseo de que aquello que he sentido no sea más que un mal sueño. Hasta esos extremos llega mi obsesión por estar en buena forma con tal de que no suene la maldita alarma térmica de la puerta del hotel.
Carmen me regaña por haber perdido el tiempo en soñar “sandeces” mientras observo si por fin me he regularizado, y si el tema del mandarín no ha sido más que una mala pesadilla.
Ahora sí, realmente, desayuno y abordo el autobús, en dirección al norte. Veo surgir el sol, mientra Li me va entreteniendo como a un niño preguntándome por mi año de nacimiento. Poco a poco voy olvidando la pesadilla mientras me entero de que nací en el año del Tigre y Carmen en el del Dragón. Me río sin ganas (a mi no me gusten estos chascarrillos públicos, entre las afinidades zoológicas. Y me enseña también los rudimentos de la lengua china, escribiendo algún símbolo facilito para “guilis” –también jilis- como nosotros) mientras nos acercamos a las tumbas de la Dinastía Ming.
Sesión de fotografías con Carmen mientras encargo un gran folio con, según el escribano, el nombre en caracteres chinos de MARTA.
La tumba Ming, en realidad prescindible, no es más que una tumba a medio camino de la capital imperial y la Gran Muralla, a donde llegamos en medio de un atasco de tráfico descomunal. Me entretengo en contar una fila de adolescentes uniformados que bajan corriendo por la carretera: 840. Y me sonrío porque no me imagino yo lo mismo en un país que yo me sé.
La Gran Muralla. El monumento es El Monumento y efectivamente bien lo merece. Equiparable e impresionante tal y como se puede equiparar a las pirámides de Egipto, y que muestran la grandiosidad, y el ansia de grandeza y poder de los gobernantes para preservar sus posesiones.
La Gran Muralla no me decepciona. Impresiona ver la montaña, desde el horizonte del norte hasta el del sur, todo lo que abarca la vista, la montaña sinuosa dividida, y aquí no vale eso tan socorrido de “ponerle puertas al campo” como sinónimo de algo inútil, absurdo o carente de sentido. Ya no lo volveré a decir porque los chinos de muchas generaciones demostraron que sí es posible, no sólo poner puertas al campo, sino dividir la tierra, si se lo hubieran propuesto, en dos mitades.
Paseo con Carmen por el lado sur de la puerta de Badaling, en la Mongolia interior y camino junto a ella hasta el tercer torreón, consciente del enorme esfuerzo y tesón del pueblo chino a fin de protegerse de las tribus mongolas del norte. Caminamos por las cuestas empinadas y me reservo el disfrutar de unos de mis mejores momentos vividos. Estoy caminando sobre la Gran Muralla, una de las magnas obras del hombre sobre la faz de la Tierra, donde participaron 20.000.000 de personas y donde murieron en el intento el 70 %, uno de ellos el marido de la Sra. Mo que estuvo buscandolo a lo largo de 5600 Km. hasta que se enteró de que había muerto en la construcción. Me cruzo con Olalla que tiene una dolencia en una rodilla y se sienta a tomar aliento.
Me impresiona la bandera de China ondeando sobre la Muralla. Siento cierta emoción.
Compro algunos recuerdos, camisetas para los amigos y pruebo una comida infecta.
Por la tarde, visito una factoría de artesanía cloissoné, donde nos muestran un arte típicamente milenario chino, y recuerdo cómo en mi niñez a la porcelana, o a cualquier material por elestilo, la llamábamos de forma genérica “china”. El modelado, la técnica usada para realizar las filigranas, los colores, la cocción, en suma la proverbial paciencia china me fueron mostrados, mientras en el exterior de la factoría, a las dos de la tarde, los cielos se cubren de nubes hasta hacerse literalmente de noche y por un momento me parece estar exactamente bajo las compuertas de la represa de las Tres gargantas, en el mismísimo Yangtze, y millones de litros de agua se fueran a precipitar sobre mi cabeza. Luego supe que el nublado había arruinado miles de hectáreas de cosechas de trigo y maíz en las remotas regiones del interior. Me tropiezo con el listillo de la excursión que me mira reafirmando y confirmando sus conocimientos culturetas sobre climatología asiática. Lo reconozco: tenía razón sobre sus vaticinios meteorológicos.
Visito un “hutong” es decir, una típica y en peligro de extinción barriada popular del Pekín antiguo. Llueve y abordo un triciclo tirado a base de pedal por un simpático ciclotaxista, cubierto por un impermeable. Las calles están vacías debido a la lluvia que aguó una más que interesante y divertida visita si el tiempo hubiera sido apacible. Me figuro saludando a los pekineses que con razón están a cubierto en sus casitas bajas. Visito un mercado y puedo observar los servicios comunes en las esquinas de las calles compartidos por varias viviendas.
Visitamos, ahora sí, el famoso Mercado de la Seda y nos dejamos la pasta. Sin comentarios.
El pato laqueado fue por la noche, en compañía insular canaria, en la LG Tower pero más valió la foto al cocinero que el pato en sí que estaba pasable, sin más. Eso sí, el cocinero de rigurosas manos blancas enguantadas partiendo, más bien diseccionando, el pato y su piel en finas tiras.
No puedo resistir la tentación de interesarme –haciendo honor a la fama de cocinilla que me dio mi abuela Valeriana- y le pregunto al cocinero. En nuestro medio inglés, pero sobre todo por señas, me dice cómo se hace un buen pato a la tonkinesa que es en realidad lo que está sirviendo:
Ha despegado la piel del pato y rellenado con ajo, jengibre, anís, y soja -mi imaginación calenturienta imagina por dónde lo habrá introducido (con perdón)- y lo ha cerrado; luego ha barnizado con miel, pimienta y algo más que no logré entenderle, y finalmente lo ha colgado durante toda una noche. Al día siguiente lo ha barnizado de nuevo y horneado durante tres horas, hasta dorar y servir deshuesado.
Degusto el pato y no puedo por menos de musitar una oracioncilla a San Francisco de Asís, en recuerdo del pobre pato pues a buen seguro lo merece luego de las innumerables e inconfesables manipulaciones… que debió haber sufrido. El caso es que doy por concluida mi dieta preventiva y decido atacar el pato laqueado, barnizado y quizás sodomizado. Me marcho rápidamente a pasar la última noche en Beijing, para salir hacia el siguiente destino…

Continúa...






9.8.09

Joseantonio en China(4). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Palacio de verano


3º día
22 julio (tarde)
Después de comer (lo de la comida sería para haber tomado nota de cada lugar y de cada menú, pero no lo hice… craso error…) me llevan, directamente a las afueras de Beijing a visitar el Palacio de Verano, construido por el emperador Quianlong, con un espectacular estanque artificial y un corredor con vistas al precioso lago, para solaz de los muy ladinos de los emperadores donde recorrían casi un Km. de pasaje cubierto, a orillas el lago, mientras en Pekín, los súbditos, pobres, se ahogaban en sus sudores, casi como me está ocurriendo a mi en este dichoso balneario, aunque dos siglos más tarde que a ellos.
Abordamos un barquito para retornar a la entrada, y justo al desembarcar, el cielo se nubla y comienza a caer agua, “la época de los monzones se acerca”, según comenta un émulo de vía estrecha del Doctor Livingstone, que también, como no podía ser de otra manera y para cumplir con la tradición, viaja en elgrupo, el listillo de él.
Antes de regresar a la capital me acercan a una exposición de perlas, donde, claro, después de mostrarme el ciclo vital de dicha “cosa”, abriendo ostras donde había tres y cuatro ejemplares, me pasan al comercio en si, y todos, y todas, menos yo que no llevo encima un misero yuan, comienzan una maratón de shopping que no acabaría ya hasta acabar China, e incluso después, pero esa es otra historia…
Así pues, pulseritas de perlas para todos los nuestros. Bueno, para casi todos pues allí descubro las categorías de souvenirs, Carmen dixit, exactamente reservados para según los grados de afinidad familiar: Trolex, jade y perlas para hijos; terracota para hijos políticos; seda para consuegros, y palillos o prendedores de pelo o cualquier zarandaja madeinchina para el resto de los mortales, es decir compañeros de trabajo y así…
Al caer la tarde, en medio de un chaparrón entro en Beijing, aunque las bicis no disminuyen… antes al contrario, parecen estar saliendo de una cadena de montaje de cada calle. El calor sigue siendo grande. Me llevan hacia el teartro Tiandi de la calle Dongzhimen, al otro lado de Tiananmen respecto al hotel, y me sientan en la fila 15 para ver uno de los más entretenidos espectáculos que yo nunca haya visto, como es la afición milenaria de China, la acrobacia. Allí pude disfrutar, y robar la belleza de los acróbatas haciendo figuras imposibles, realizadas por cuerpos perfectos manejando y contorsionándose con bicicletas, platos, sillas, aros, sombrillas, balones y barras verticales. Digo bien, robar, fotográficamente hablando, porque una pareja de seguratas chinos perseguían con saña cualquier destello de flash. Pero yo ya tengo, a estas alturas, muchos tiros (de fotos, claro) dados.

A la salida, ha cesado la lluvia, y satisfecho me dirijo al autobús para llevarme al cercano Yu Yang Hotel donde una pianista de piernas de infarto me deleita la cena. Y esta, ya se sabe, rollitos de primavera, sopa china gelatinosa, pinchitos de quien sabe si pollo en su salsa de jengibre o soja, y té, mucho té. La pianista toca con la cadencia y el tono dignos de un concierto en la misma sala de relax de un emperador ming…
Una hora de bus. El día ha sido provechoso, y las pantuflas de felpa, cada día un par nuevas, del Hotel Intercontinental, me esperan. En el ascensor me despiden Olalla y Sofía.
Buenas noches, me desean con sus luminosas sonrisas, que no han perdido un átomo tras el largo e intenso día.

Cotinúa…







8.8.09

Joseantonio en China(3). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Ciudad prohibida













3º día
22 julio (mañana)
En realidad comienzo hoy el circuito “oficial”, y me preparo convenientemente para iniciar lo que Li parece decirme: un “duro día de calor y caminata” vaya… una ca-ca.

Así pues, mochilita, gafas de sol, botellita de agua y gorrita, un poco en plan Coronel Tapioca, aunque luego, visto lo visto, yo me quedé, a mucha honra, en sólo Cabo Tapioca.
Autobús, comienza el duelo por los dos asientos delanteros (yo paso y siempre pasaré, me considero un caballero) y marcha hacia la mítica plaza Tiananmen. Nos cruzamos con soldados y reclutas, y entonces caigo en la cuenta de que estamos en elcoreazón de China, de su poder político y militar. Al descender, veo, a través de la imaginación juvenil de mis dieciocho años, el rincón donde un intelectual chino fue víctima de la Revolución cultural propletaria, y pagó con su buena suerte (otros con su vida) barriendo durante jornadas enteras las aceras ensangrentadas de Tiananmen, esa foto quedó grabada para siempre en mi mente adolescente delos dieciocho años y aún perdura (quizá hasta el momento en que pisé la Plaza de la Puerta de la Paz) y me doy cuenta, mientras disparaba mi cámara a una cometa de seda aguileña sobre el musoleo de la momia, de que el viento de la Historia poco a poco ha ido arrastrando los momentos cruciales del devenir de la Humanidad. Pero mi palabra aquí la dejo, porque no quiero perder los recuerdos para siempre.

Tiananmen, la plaza mítica de masas enardecidas blandiendo el mismo Libro Rojo que compro allí mismo por 100 Rimminbi, sin regatear, y que sirvió de guía a millones de seres humanos, dominados, dirigidos y alienados, escrito por un dogmático que ejerció el poder absoluto sobre la vida y la muerte de mil millones de personas. Quiero eludir la figura del héroe sobre las avenidas parando a los tanques, por sobradamente conocida; y rememorar la del ministro intelectual condenado a barrer, y seguramente a morir por desviarse de las consignas del Emperador Mao. Su foto aún -aún-, en el frontispicio de la Ciudad Prohibida, permanece no sé por cuánto tiempo. Mi recuerdo para los cien millones de muertos victimas de las represiones del régimen que yo ahora, un poco hipócritamente, visito, mientras observo la interminable fila de visitantes a mirar la momia de Mao Tse Tung.
Me viene a la mente cuando cruzo la Gran Puerta, y me emociona pensar que el 1 de abril de 1764, el Emperador Qianlong, de la Dinastía Qing ya en el declive de su largo reinado, ordenó ejecutar a un ayuda de cámara, Encargado de la Edición de Arte astrónomo por haber predicho el eclipse de sol que había tenido lugar,aquel mismo día sobre el imperio chino: “Nadie, salvo el Emperador, otorga permiso para interponerse entre el sol y la tierra. Y ningún súbdito tiene el permiso, bajo muerte, de mirar hacia el sol”. En resumidas cuentas, él era el sol, vino a dictaminar.

Y allí, en el mismo lugar prohibido, en aquel lugar de opresión y poder absoluto 89.596 días antes (o lo que es lo mismo, 7.741.094.400 golpes de segundero de mi Bulgari chino falso que días más tarde mercadearían para mi), en medio de una marea amarilla, de chavalitas y chavalitos en vaqueros, de maestros, de turistas pueblerinos del interior de la China, en medio de vendedores de recuerdos, de policías y soldados hieráticos, de guías en los idiomas del mundo, de banderitas de touroperadores, digitales, guiris (nosotros mismos), adultos, jóvenes, ancianos, todos, sin permiso alguno de ningún emperador, miraba extasiado al cielo cubierto, y la Naturaleza, madre y señora de nuestras vidas, tuvo a bien regalarme, abriéndose las compuertas del cielo, un espectáculo maravilloso: la humilde Luna, violada cuarenta años atrás, interponiéndose valiente ante el dios Sol postrándose ambos en una conjunción donada a la contemplación de Gaia, la madre Tierra. En aquel momento supe que era un privilegiado: había asistido a un misterioso eclipse en la mismísima Suprema Puerta Imperial de la Ciudad Prohibida A Los Extranjeros y tuve la oportunidad de contar con cinco segundos ¿tal vez concedidos? por el mismísimo emperador, y poder captar el prodigio, señal de buenos augurios (el mismo día, ¡el mismo día! ―al regreso lo sabría― que en un despacho oficial de Madrid se firmaba un documento condenando a mis compañeros al desempleo. A todos… menos a mi).
Satisfecho, comencé el periplo por los distintos pabellones de madera, tratando de captar los cuatro colores representando al imperio y su poder absoluto de los cielos y los ríos de la China imperial: el rojo, el verde, el amarillo y el azul, conformando los distintos aposentos exclusivos hasta llegar al centro del universo imperial, Salón de la Armonía Suprema, con el trono dorado, símbolo del máximo poder.

Y máximo poder el que tuvo una Maruja china (Confucio la confunda) que me arreó un codazo en el costado a punto de neumotorax, en medio de la masa humana pugnando por acceder a dicho recinto. Hube de cejar en el empeño y conformarme con echar un vistazo y tratar de captar un atisbo de Armonía, aun enganchada del pico de la garza, que falta me hace…
Salgo de la Ciudad, trasladándome desde el ombligo del Imperio chino, hasta el corazón del Beijing del siglo XXI de tráfico, de vendedores de souvenirs baratos, de triciclotaxis, de tráfico y de Toyotas en pocos minutos.
Ya, por fin, después muchos años puedo sentir, aunque no sea más que un átomo de los sentimientos de Marco Polo cuando salió (en mi imaginario juvenil) por la misma puerta, de la Potencia Divina.



Me reúno, casi por inercia, por mera atracción, con las dos parejas canarias y Carmen. Abordo el autobús y nos vamos a comer…
Continúa…









6.8.09

Joseantonio en China(2). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Toma de contacto...


Día 2º
21 julio
Primer contacto con China. Autopista de entrada en Beijing. Avenidas con tráfico, pero fluido. Llego al Internacional Financial Hotel, en el distrito financiero. Cuando entro al enorme vestíbulo ¿qué me encuentro? Pues eso: un termómetro sonda colocado a la altura de nuestras cabezas. Lo de la gripe parece que va en serio, y la obsesión de que el maldito termómetro no detecte un aumento de la temperatura corporal no me abandonará en todo el viaje. La habitación, espléndida, tal y como aparece en la Web del hotel, con vistas a las enormes avenidas pekinesas.
Espero al resto del grupo, y comienzo a conocer a los primeros acompañantes. La pareja que conocí en Ámsterdam, Sofía y Olalla, canarias, que a partir de ese momento serían mi referencia. Otra pareja, Antonio y Jose, matrimonio canario que me brindó su amistad, pero especialmente a Carmen.
Al mediodía se reúne el grupo, 34 personas, más Fátima, una eficiente representante de Panavisión que acompañaría durante el trayecto. Tomo contacto con la cocina china, y la verdad es que no me decepciona, aparte de beber una buena cerveza, en abundancia. Lí, mi guía, procede del Tíbet, y explica algo de la vida cotidiana de China. Pasa de puntillas, sin apenas tocarlo, sobre el asunto de la “ocupación” de su tierra. Me aconseja esa misma tarde, fuera del circuito oficial que habría de comenzar al día siguiente, la visita a un templo budista tibetano, el Templo de los lamas, donde me muestra la sala de los Budas de las tres edades: pasado, presente y futuro, es decir Sakyamuni, Kasyapa y Maitreya, respectivamente; y los molinos que hago girar al ritmo de la Armonía del mundo. Un monje, color azafrán, pone el contrapunto fotográfico en el largo pasaje que conduce a la entrada del Buda de las Diez mil felicidades en madera de sándalo. China, mi primer y verdadero contacto con la realidad no me decepciona. Unas chicas, en vaqueros, queman varillas de incienso en las hogueras, que desprenden volutas de humo que se dirige al cielo enredado en las oraciones y mantras.
Estadio olímpico, el nido vanguardista donde se incubó el espectáculo global de los juegos olímpicos, símbolo de la China dispuesta al gran y definitivo salto adelante. Y comienzo a ver las masas de chinos, mil trescientos millones, que se dice pronto… en todos los lugares públicos. Fotos. En el autobús, el grupo heterogéneo de compatriotas de clase media, conviviremos, bastante normalmente diversos tipos: un matrimonio estándar, una pareja de señoras pensionistas con su cámara de carrete, la familia al completo abuelo guasón incluido, parejita de recién casados, chavales con ganas de marcha, un grupo convencional de turistas guiris en un país en el que me miran como a un extraño.
Li me lleva a “un mercadillo” pensando que era el famoso Mercado de la Seda, donde me recibe una caterva de maleducadas, pesadas, agresivas, dependientas a la caza del “amico” y de sus yuanes como si de un miembro de las casa real saudí me tratase.
Carmen compra unas cosillas, temiendo que en el resto del viaje no encontrásemos otro mercadillo donde encargar recuerdos. No imaginaba lo que le esperaba.
A la salida me entretengo en disparar, observando con curiosidad lo que aparenta ser una fiesta escolar fin de curso, y me extasío escuchando cantar a las jovencitas escolares melodías en chino. Observo cómo las abuelitas miran embobadas a sus nietos actuando. Y me recuerda las fiestas infantiles de mis niños y nieto. Y es que hay cosas que carecen de fronteras. Las fiestas, los niños, la música y el orgullo familiar. Se acerca un encargado hacia mí, y al contrario de incomodarle, me invita a tomar una posición más favorable para mis capturas fotográficas. Y así quedó inmortalizado: niños y niñas escolares delante de un gran cartelón rojo, lleno de citas escritas en chino, tras las que asoma la silueta del Gran Timonel.



En la cena, luego de un intenso día me siento con el abuelo de la excursión, y se empeña, enfadado por no sé qué chorrada, en guardarse unos palillos. Camarera mosqueada, negativa a devolverlos, y reclamación al guía al canto. Al final, los palillos puñeteros son devueltos y lo que parecía iba a ser un conflicto internacional, se resuelve con la devolución del cuerpo del delito, en posesión cómplice de la abuela, mientras me quedo mirando a Sofía, una de la pareja canaria, que me mira fijamente con su mirada color miel, manteniendo un dialogo, que luego me confesó haberme entendido.
—Maravilloso, Jose— me dice al oído, mientras salimos del restaurante. —Con sólo mirarte he captado lo que me querías decir.
—No es nada extraño. Existe una propiedad telepática en las personas —le comento mientras Carmen apura un cigarrillo en la puerta —cuando se miran en medio de una escena tensa.
—Cuánta razón tienes— me repite mientras posa levemente su mano en mi hombro. —Me has trasmitido una frase que no olvidaré en la vida: La mejor forma de conocer a una persona es viajando con ella.
—La dijo Mark Twain —le contesto a su suave acento insular— pero no tengo muy claro si llegó a esa conclusión viajando con un petardo, o con un bombón. En realidad dijo: “He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”.
Una carcajada, franca y sincera, es su respuesta mientras espero, esperamos todos, al petardo cuando ya estoy acomodado en el autobús.
En aquel momento, en medio del tráfago urbano de Beijing, comencé, y creo que también Sofía, a amar y a, si no odiar, al menos a mantener a raya a algunos compañeros forzosos de viaje. Desde ese momento comencé a reservarme el derecho de admisión en mi espacio vital. Sofía y Olalla (ver fotos) tenían el paso franco a Carmen y a mi. Viva Mark Twain nos cuchicheamos al oído Sofía y yo, comenzando una relación de buenas ondas a través de la China.
Llego al hotel y enseguida me dirijo, con Carmen, a la 2035 del Intercontinental Fianncial Hotel, a dormir, agotados, entre edredones de seda. En la CNN miro el tiempo. Calor. En la cama duermo apenas dos horas y el resto de la noche la paso observando el tráfico y los obreros nocturnos de la gran a venida Fuchengmen en su cruce con la Financial Street.
Diez obreros tiran a pelo de un pesado compresor, y me doy cuenta de la diferencia con nuestra cultura: en China, todos a una. En nuestra España, pasarían dos horas hasta que llegase la grúa…

Consigo dormir un rato hasta que la claridad me despierta. Las calles, repletas…






Continúa…

4.8.09

Joseantonio en China(1). La República Popular a través del cm2 del visor de mi cámara. Llegada...

DIA 1º
20 julio 2009

Me despierto en el Hotel Mediodía, de Madrid, muy temprano obsesionado con el viaje, preguntándome si habría hecho bien en contratar este viaje. Y es que China, en ese momento, me parece muy lejana.
Enfilo la T2 de Barajas muy temprano y facturo el equipaje hasta Beijing, escaso de peso, en el mostrador KLM. Doy vueltas y más vueltas por la terminal hasta que me decido a ir a la sala de embarque. Sigo obsesionado con no meter la pata en el trasbordo en Ámsterdam.
Vuelo hacia Schipol, tomando un vinito sudafricano, y cuando llego advierto la facilidad y funcionalidad del principal aeropuerto de los Países Bajos. Cartelones de color naranja indican la puerta de embarque hacia Oriente. Me equivoco de fila y dos chicas, en las que apenas me fijo, me ceden amablemente el paso.
Vuelo hacia Asia, hacia el gigante chino. Las horas pasan lentas, aunque la noche pasa rápidamente, mientras el gigantesco Boeing 747 sobrevuela las tierras polacas, Rusia de oeste a este y Mongolia entrado en la nación china por el norte. Entre nosotros, mientras miro absorto el paisaje a través de la ventanilla, me siento un poco Marcopolo.
Antes de tomar tierra he de rellenar un complejo –por lo inusual, en ingles y chino- formulario de entrada en territorio nacional, con datos de mi localización y estancia. Nos comunican que por instrucciones expresas de las autoridades chinas, y previniendo posible contagio de la gripe H1N1, proceden a fumigar el aparato con los pasajeros dentro. Habéis leído bien: un miembro de la tripulación, blandiendo una especie de spray, recorre los pasillos de la aeronave fumigándonos como si de una piara de cochinos para desinfectar antes de acceder a la sala de sacrificio se tratara. El miembro de la tripulación holandesa luce la misma cara de vergüenza ajena que la mía, y siento entonces no haber tenido la habilidad ni los reflejos suficientes para haber tomado una fotografía.
Con las inquietantes noticias de turistas y estudiantes retenidos en hospitales y hoteles de China, y las horas de vuelo acumulando cansancio, aterrizo en una lejana pista del aeropuero de Beijing capital. Cuando desciendo del aparato una bofetada de calor húmedo me sacude en pleno rostro.
La enorme puerta de la terminal de llegadas me espera para engullirme. Son las 10 de la mañana y en largo pasillo hay una serie de mostradores tras los que nos esperan una serie de funcionarios policiales y sanitarios. Miradas. Fila india, cola estricta. Gestos. Miradas a mi rostro y a mi visado de entrada. Hospital de campaña en el pasillo y una inquietante cámara de rayos infrarrojos en busca de un par de grados de más que mi cuerpo ose despedir. Carmen, delante de mi, carraspea sin parar. Ganas me dan de darle un par de golpes en la espalda para que cese aquel ataque de repentina e inoportuna, cuando no delatora, tos. Al fin, en territorio de la Republica Popular China, Li, el guía de PANAVISIÓN, me espera.
Me saluda enarbolando una banderita roja y sonríe ampliamente. En aquel momento, bajo un cielo plomizo, y un calor aplastante decido no perderme detalle de aquel enorme y misterioso país.
Observar, mirar, disparar sin parar mi cámara y plasmar, aunque sea pobremente, las impresiones de mi periplo por China es lo que decidí hacer desde ese mismo momento. Así pues lector, en primerísima persona, porque esta son impresiones personales, si bien hice todo el trayecto de la mano de Carmen, mi compañera, la crónica de este viaje, acompañada de algunas fotos que puedan resumir las crónicas diarias.



Continúa…

Vienen los júngaros

—¡Que vienen los júngaros! ¡Los júngaros! ¡Que vienen! El Miguel recorría las calles advirtiendo de la noticia que de vez en cuando se exten...