JOSE ANTONIO BEJARANO·DOMINGO, 21 DE OCTUBRE DE 2018
Fue la última vez que hablé con él. Desapareció de la vida del pueblo, desapareció de la vida de mi calle y del umbral de mi puerta. Desapareció porque no soportó el vacío que se le hizo a su alrededor y hubo, años más tarde lo supe, buscarse otros horizontes. Desapareció desvanecido en la penumbra de la mañana invernal cuando lo vieron subir al tren de Castilla la Vieja.
La tarde anterior como tantas otras entré a su modesta vivienda y a pesar de notarlo triste, su decaimiento no le impidió prepararme como siempre una bien modestá rebaná de pan tostao con vino y espolvoreado de azúcar. Todas las tardes –casi todas...– me la preparaba y con ello yo completaba mi alimentación "pan y vino como Marcelino" me decía mientras iba enseñándome pequeñas cosas de las muchas que él sabía. Era maestroescuela pero a mis nueve años yo ya intuía que algo no funcionaba bien. No tuve la suerte de tenerlo como maestro oficial en las Escuelas Nacionales pero a cambio recibía de él clases particulares, privadas, personalizadas, desinteresadas (que yo supiera): yo era su único pupilo. Y cada tarde mientras me chorreaban unas gotas de pitarra por la comisura de mis labios, aquel Don Leonardo me enseñaba como él mismo decía a mirar y curiosear "la trastienda, el reverso, los cajones cerrados, el escenario tras el decorado, el lado oscuro de las cosas, incluso también, y tan importante, el dedo que señala la luna" y así durante muchos meses, incluso años, aquel para mi, ser superior, aquel Maestro me enseñó un poquito de todas sus artes y ciencias. La teoría pero también la práctica. Me enseñó pues, como se tallaba la tosca madera hasta dejarla como la nácar, cómo se encendía una bombilla con dos imanes; cómo las abejas libaban las flores de su pequeña huerta para fabricar miel; cómo eran los nidos; por dónde, aparte de su nombre exacto, salía la primera estrella de la noche. Pero también me invitaba a escucharlo con atención mientras leía clara, nítida, suave y persuasiva... lentamente a fin de que sus palabras calaran de forma racional en mi.
Fue la última tarde cuando precisamente yo intuía que algo ocurría. Lo constaté cuando en casa oí a mi padre hablar quedamente sobre ciertos "Expedientes de Depuración".
Yo, el rapaz, a duras penas concilié el sueño y al dia siguiente asistí a las aburridas, monótonas clases de la escuela elemental. Geografía, Historia Sagrada, Geometría y Aritmética pasaban ante mi como una película que (así fue como me gané la ojeriza de C. G.) ya conocía,
–¡Jose Antonio! –el vozarrón de Don Matías me despertaba aterrorizado de mi mirada perdida sobre los sucios cristales del aula –a ver si espabilas de una puta vez que te entretienes con una mosca volando. Y yo, rapaz, aterrizaba abruptamente del sueño real de cada día.
Al regresar a casa me dieron la noticia.
–Don Leonardo se ha ido de viaje y va a tardar en regresar –mi padre frunció el ceño y ya su sonrisa había desaparecido. –Así que, Jose, ponte con los deberes de la escuela y se acabó lo que se daba. –Mi padre lo dijo con tristeza, lo sé, pero con resignación. –Te ha dejado este paquete. No lo he querido abrir...
Lo habían visto subir al tren correo de las cinco de la mañana entre jirones de niebla y vaharadas de vapor de la oscura máquina del tren. (Años más tarde supe quién lo había acompañado amparados en las sombras).
Lo abrí con devoción intuyendo que era el tesoro preciado dejado para mi... "que seas un hombre de provecho, procura aprender de todo un poco, que aunque seas aprendiz de mucho y maestro de poco no ha de importarte ya que la buena esencia se guarda en frascos pequeños y valiosos, al contario que la de granel que es mucha y mala... que estudies y leas un poco de cada uno de estos seis libros cada día de la semana del Señor, y el domingo para descansar, Jose." Era una nota de letra preciosa, menuda, escrita solo por y para mi de la que guardo exacta memoria de consejos y lecciones de la vida (amistad, tolerancia, dialogo, política, eludir a falsos mesías y a determinados liderazgos) que entonces no acerté a descifr y ya siempre guardaré en mi cabeza hasta el final.
Había subido con una casi vacía maleta entre nubes de niebla matutina y olor a desinfectante de trenes y letrinas de estación. A Don Leandro no lo volví a ver y la cerradura de su casa, vecina a la mia (a salvo de especuladores inmobiliarios hasta hoy) está taponada incluso tapada hasta hacerla invisible, con telarañas de morgaños. Un tapón que nunca, y ahí sigue la casa atrancada, he querido violentar.
En recuerdo de Don Leandro Fuensanta Vasco, Maestro
Foto de portada: Estrecho de Messina, Jose Antonio Bejarano. 342 pág.
Domingos de descanso
Edición única, a destruir
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